«La cueva»

HISTORIA_DE_LA:ANTIGÜEDAD_EGIPTO



Durante todo el trayecto por el desierto caminamos atados en fila. El hombre que venía delante no paraba de hablar, y de maldecir. A cada paso se quejaba de su futuro, como si lamentarse le quitara el dolor que le esperaba. Quizás el sol le hacía delirar, su piel oscura se estaba tornando colorada, parecía númida. Se le veía de complexión fuerte y en sus ojos podía observarse un fuego que podía incinerar al faraón y todo su séquito.

Hablaba como si lo hiciera con alguien. En su «conversación» mencionaba verdes prados, un rio de agua fresca y su familia. Las lágrimas que acudieron a sus ojos no le quitaron su dignidad. Detrás de cada huella que lo hacía alejarse de su hogar y de su familia me demostraba que era un dolor que yo desconocía.

Luego de un día completo de marcha nos hicieron detenernos para descansar. Los guardias estaban exhaustos, pero había algo que los alarmaba. Uno de ellos comenzó a cortar las cuerdas de los que ya habían muerto o estaban por hacerlo. El númida se sentó en la arena y me dirigió una mirada a los ojos para ver mi reacción. No me preocupaba él, pensaba en que algo estaba por ocurrir y no sabía lo que era.

Sentí una brisa extraña y al girar a observar el horizonte pude ver que una tormenta de arena se aproximaba. Volví a cruzar la mirada con el númida y al adivinar sus pensamientos le hice un gesto de desaprobación. Durante mi niñez había escuchado que existía en la tierra un sentimiento que todo lo puede, y creo que ese sentimiento es el que poseía  a mi compañero de cuerda en ese momento.
La tormenta llegó como si en verdad fuera un castigo de los dioses. Los guardias protegían a las bestias con sus cargas y a los condenados nos dejaron atados esperando que la muerte nos encuentre en la confusión. Sabía que no era mi momento aún, pero escapar  en la tormenta no era una opción muy inteligente; los hombres del faraón conocen bien el desierto, o por lo menos mejor que el númida y yo.

Pero el númida era fuerte, decidido, y experto en nudos. Cuando se desató del resto y no lo hizo de mí dudé de sus intenciones, pero empezamos a correr sin que ningún guardia lo notara. La falta de aire, y la excesiva arena hicieron que pronto nos abandonara el deseo de escapar, pero no nos detuvimos. Desafiamos la furia de los dioses con la poca fuerza que nos quedaba. Nuestros pasos se hundían en la arena y cuando uno de nosotros caía arrastraba al otro. La carrera no podía llegar a un final, pero quizás un fin nos podía encontrar.

No era lo que esperaba, pero entre morir en manos de los guardias y hacerlo por voluntad de los dioses, me pareció más digno enfrentarme a una divinidad que hacerlo con otro mortal. Y aunque el desierto era un arma mortal durante las tormentas, también había una posibilidad infinita que apareció en ese momento.

Sin darnos cuenta, una gruta nos encontró a nosotros. Entramos y pudimos volver a respirar. Nos tumbamos extenuados en el suelo por un largo rato. El númida sonreía, y me hizo sonreír a mí también. Tan pronto como recuperamos el aire nos desatamos el uno del otro y mientras me acerqué a la entrada mi compañero se adentró en la cueva.

Miraba para ambos lados, no creía que los guardias nos podían encontrar, pero era mejor estar atento. A veces miraba para adentro a ver si mi compañero de escape había encontrado algo, pero solo observaba una especie de reflejo en las rocas, como si algo se moviera.

El silencio desaparecía con cada silbido agudo que el viento del desierto soplaba sobre la piedra de la cueva. La luz poca luz que entraba no era suficiente para ver más allá de algunos pasos, y mi compañero tardaba demasiado en regresar. No podía dejar de hacer guardia en la entrada para ir tras él. Quizás debía esperar que la tormenta  cesara. Pero un soldado nunca deja un compañero atrás.

Busqué unas rocas medianas y las acomodé en la entrada como para que hicieran ruido si alguien atravesaba la entrada y decidí ir en su búsqueda. Pero antes de terminar de la trampa, escuché como caían rocas desde adentro de la cueva, y sentí temblar el suelo. Ningún hombre que haya escapado de la furia del faraón merece morir en vano, y mientras depende de mi propia fuerza mucho menos. Entonces tomé lo que quedaba de cuerdas y me apuré al rescate.

Ningún dios mortal o inmortal puede torcer mi destino.

Rodolfo González



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«El juicio»

NARRACION_HISTÓRICA_SOBRE_EL_ANTIGUO_EGIPTO



Los que esperábamos nuestra sentencia fuimos trasladados en una jaula. En nuestra forzosa peregrinación por las calles, las piedras encontraban un destino en nuestros cuerpos. La gente aborrecía a los enjaulados, aun cuando no sabían si en verdad eran culpables de algún acto ilícito.
Mis compañeros de encierro lloraban y se lamentaban de su suerte; algunos oraban a sus dioses, otros dejaban un chorro de sus propios fluidos a medida que avanza la jaula. Sabíamos que había muchas posibilidades de terminar sirviendo como alimento de las fieras salvajes.

Para los hombres el miedo es algo que no pueden controlar. Pero en mi tierra el miedo es algo que creamos allí en la montaña cada vez que nuestras madres dan a luz. Y en esta oportunidad mi sentimiento tenía más que ver con la curiosidad que con la valentía. Un guerrero mira a la muerte a los ojos antes de dejar caer su hacha, y esta vez debía enfrentarme a ella sin armas.

Faltaba poco para llegar, mis compañeros de encierro desesperaban cada vez más. Uno de ellos me pidió que lo ayudara en su viaje al más allá, pero no le di importancia. Me preparaba espiritualmente para mi propio viaje. Recordé el día que mis padres me adoptaron. Era un niño inocente que esperaba encontrar un hogar cálido. En lugar de eso, me llevaron a las minas donde me hice hombre.

Peleaba con el resto de los hombres por la comida, muchas veces pasé hambre. Pero llegué a ser fuerte y nunca más se atrevió nadie a desear mi ración. Cuando me quisieron reclutar como guardia tuve la oportunidad de escapar y lo hice. Liberé a los más débiles y aunque se hayan muerto en el intento, valió la pena sacarlos de ese infierno.

No fue difícil convertirme en soldado, con mis músculos bien desarrollados nadie sospechaba que era un minero fugado. En batalla fui más poderoso que diez hombres juntos. Pero nunca me vi a mí mismo como uno de ellos. Siempre supe que yo no pertenecía a ese lugar. Para ellos soy un renegado. Pero en mi interior soy un vagabundo que aún no consigue encontrar su lugar.

Mis recuerdos me decían que estaba listo para morir. Podía enfrentarme a cualquier juicio sin temor. Cuando nos hicieron bajar en la «morada venerable» algunos de mis compañeros intentaron escapar y murieron en el intento, quizás fue lo mejor. Pero para alguien que no tiene nada que perder escapar no es una solución.

Entré atado de pies y manos pero erguido. El guardia habló con un hombre anciano vestido con lino que llevaba un cetro en su mano. Cuando terminaron su charla el anciano me miró con desdén y dio su sentencia.

Pasaría el resto de mi vida como esclavo del faraón. Es curioso como se enorgullecían de sus tratados jurídicos, pero no eran más que una farsa para justificar su comportamiento salvaje que no se diferenciaba en nada al resto de los reinos.

Cuando me quisieron obligar a ponerme de rodillas respondí que prefería morir de pie. Los guardias me golpearon con todas sus fuerzas, pero conseguí arrancarle el ojo a uno de ellos antes de caer desmayado.



Rodolfo Gonzalez

«El puerto»

RELATO_HISTÓRICO_SOBRE_LOS_HITITAS



Luego de atravesar el Sinaí en una caravana, decidieron dejarme en el puerto de Tiamat. El aire del mar le devolvió la vida a mis sentidos y mi espíritu se sintió libre. Por las calles de la ciudad se intercambiaban las culturas y no existían enemigos. Solo eran comerciantes sin nacionalidad. Fenicios, persas, griegos que bebían fraternalmente.

Le vendí unas baratijas de mi bolsa a un sirviente judío y me alcanzó como para sentarme a beber una copa de vino en la feria. Los productos que se comercializaban eran increíbles, nunca había visto un mercado así en Hatti. Se vendían especias que en mi tierra podían encontrarse en forma silvestre, lo que a mi modo de ver era una estafa, pero pagaban muchísimo por estas hierbas. También había telas de lujo que solo usaban los reyes, pero para poder preguntar su valor ya te cobraban.

También ofertaban animales salvajes, bestias colosales a las que nunca me había podido acercar antes. Y animales salvajes que ni siquiera sabía que existían. Tenían leones, jirafas, elefantes, hienas, y unos caballos blancos y negros que no parecían muy útiles para cabalgar, pero al parecer los llevaban por su «belleza».

Mientras bebía mi copa en la feria observaba maravillas. Y también era observado yo. Los esclavos me miraban más que sus señores, me di cuenta de que mi vestimenta quizás no era la apropiada. Llevar despojos de mi ropa hitita podía dar la impresión de que era un desertor o peor que eso, un espía.

Pregunté el valor de unas ropas que me parecieron adecuadas y cuando iba a pagar por ellas el vendedor me preguntó si no iba a regatear. Lo miré asombrado y le respondí con elevada voz que el precio me parecía un disparate, y le exigí que me haga un descuento de inmediato. El buen hombre no supo si reír o sacarme a patadas, pero me cobró menos.

Mi ropa de egipcio me sentaba bien. Incluso reconozco que cambió la forma en que la gente me miraba al pasar. Pero mis facciones no se parecían a la de un egipcio. Sospecho que esto me favorecía, así podían verme como un comerciante más y no correría ningún riesgo.

Decidí poner a prueba mi teoría y caminé por la playa. Los esclavos cuidaban los botes. Los sirvientes cuidaban a los esclavos. Y ambos esperaban por sus amos para volver a sus barcos que se veían a lo lejos. A velas y a remo, grandes y pequeñas barcazas. Me reposé sobre la arena y observaba sus figuras. Algunas eran imponentes, me preguntaba hacia donde se dirigían  o de donde vendrían, y mi imaginación comenzó a mostrarme lugares a los que nunca había ido antes.

En mi imaginación encontré un reino en el que las mujeres van a la guerra y luego beben como hombres. Tenían sus cuerpos fornidos y su cabellera de colores claros. Volvían a sus hogares y cazaban bestias salvajes para asar en sus hogares. Sus hombres y niños las esperaban. Entonces pensé que quizás necesitaba una mujer que caliente mi lecho esa noche y partir en cualquier embarcación que me lleve hacia un lugar en el que pueda disfrutar de mi bolsa.

Me encaminé hacia el mercado a vender mis productos para poder comprar la compañía de una bella mujer, y aprovisionarme a emprender un viaje con rumbo a mi nueva vida.

En el idioma de los egipcios consulté a varios comerciantes donde podría vender las cosas que llevaba en mi bolsa y al mostrar los adornos finos y de oro que llevaba todos cambiaban su mirada y me observaban como si fuera un ladrón. Nadie se atrevía a comprarme. Pero un esclavo me dijo que su amo quizás se interese en algunas cosas de las que llevaba.

Me llevó con él y cuando estaba por venderle todo el oro que llevaba la guardia del faraón vino por mi y me retuvieron mi bolsa y me llevaron a un calabozo apestoso en donde se encontraban algunos judíos sin manos, y varios otros hombres azotados.

En ese momento mi vida comenzó a tomar el rumbo inesperado…

Rodolfo Gonzalez

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«La furia de Ra»

RELATO_HISTÓRICO_DE_LA_ANTIGÜEDAD



El sol abrasador del desierto tenía el poder de hacerle perder la compostura a cualquier hombre, pero luego de lo que había vivido no tenía miedo de la hinchazón. Nadie me encontraría a tiempo como para hacerme la trepanación, y mucho menos siendo un plebeyo, un desertor, o un traidor, depende de quién me juzgue.

No podía mirar hacia atrás. Si volvía del otro lado del Orontes me atraparían y me castigarían de la peor manera antes de matarme. No podía aspirar ni siquiera a esclavo. Para Hatti un desertor es peor que una plaga. Y eso no se perdona.

El enemigo fue una mejor opción. Tomé rumbo hacia el delta. Es preferible ser un extraño que un traidor. Pero debo encontrar un mercado donde vender estas posesiones. Es demasiado peso para atravesar las arenas de Amón.

Siempre fui un hombre fuerte. Gracias a eso sobreviví en las minas, los otros pobres desgraciados estaban condenados a no volver la luz del sol. El día que escapé me confundieron con uno de los guardias por mi contextura musculosa. Y eso es lo que mantiene vivo, mi fuerza.

Mi padre decía que debía aprender más acerca de la  fe y no lo consiguió. Pero cuando miro hacia adelante y lo único que encuentro es arena y sol, recuerdo sus palabras y en efecto creo que debería tener alguna deidad a la que apelar en estos casos. Estas arenas tienen un dueño sobre la tierra y otro en lugar sagrado. No pienso en detenerme, solo dudo de la forma de llegar.

Luego de varias horas de caminar, creo que mis pensamientos avanzaron más de lo que mis pasos lo han hecho.  Entonces me dejé caer y de rodillas le dije –Seas quien seas, sí me permites llegar sabré agradecértelo…- pero nadie respondió, quizás todos los dioses que abundan en este infierno sean solo cuentos para asustar a los niños.
Intenté ponerme de pie para continuar y ayudándome con mis manos conseguí dar unos pasos más. Me pareció escuchar un graznido. Pero el sol no me permitía ver. Me pareció que mis fuerzas habían llegado a su fin, y volví a caer. Necesitaba descansar, solo eso, un poco de descanso. Si la furia del faraón no se llevó mi vida, el desierto tampoco lo iba a conseguir.

Y caí casi extenuado, así como cuando uno no sabe si está despierto o dormido, como cuando el vino empieza a subirse a la cabeza y recorre nuestra sangre. Al parecer, me estaba llegando al corazón, y en ese estado no podía distinguir la realidad de la alucinación. Solo sé que sentí como me sujetaban y me llevaron volando a un lecho de espuma celestial, como si estuviese recostado en una nube y atravesara con mi mano para recoger el agua antes de que lloviera.

Cuando desperté, había un hombre a mi lado que me dio de beber  su agua y me contó que me habían rescatado de la furia de Ra. Cuando vio la preocupación en mi mirada me dijo que me calmara, que nadie me había robado. -Tus pertenencias están a salvo- dijo –vamos hacia el puerto, te dejaremos ahí en la corona roja-
Me daba vergüenza que me llevaran como un enfermo. Siempre me pude movilizar por mis propios medios. Nunca tuve ayuda de nadie pero sabía ser agradecido, así fue como al despedirme de la caravana, le di al hombre que salvó mi vida el más valioso de los objetos que le había robado a Ramsés. Y me dispuse a construir una nueva vida, ya no tenía que escapar más.


Rodolfo Gonzalez


«Recuerdo de Qadesh»

HISTORIA_DE_LA_ANTIGÜEDAD


P´Ra y Ptah estaban acercándose con sus poderosos ejércitos para reunirse en el campamento principal. Por lo que era el momento oportuno para iniciar el ataque. Si esperábamos más estaríamos muertos antes de cruzar el río.

Para ser un mercenario sin paga, mi única posibilidad era saquear el campamento enemigo. Muchos compañeros de armas estaban en la misma situación pero si todos obtenían alguna recompensa, el rey reclamaría su parte. El problema es que este señor no es mi monarca.

Las órdenes fueron emboscar el campamento. Embestir con los carros de combate causando la mayor cantidad de bajas posibles y desmoralizarlos. Y eso fue exactamente lo que hicimos.
En la confusión perdieron la compostura, y la cobardía se apoderó del mejor ejército de todos los tiempos. Algunos de ellos esperaban ayuda divina mientras las flechas atravesaban sus corazones. Otros corrían desesperados. La escaramuza estuvo muy bien organizada.

Siempre nos superaban en número, en armas y en disciplina. Pero al parecer sus dioses no eran tan poderosos. Esta estrategia llenó de furia a sus generales que no se esperaban una emboscada nocturna. La doble hacha fue más poderosa y Astabi nos llenó de fuerza el espíritu en la batalla. Hasta que la ambición se apoderó de la batalla.

Los carros de combate no habían terminado de ingresar al campamento; y los que lo habían hecho se disponían al saqueo en lugar de a luchar. Mientras que del otro lado del muro construido con escudos, nuestros compañeros combatían con mayor dificultad pero con valentía.

No me convenía pelear.  En la confusión me escondí en una tienda. Hice un gran pozo, como si estuviera en las minas de anatolia. Y escondí en él todos los objetos de valor que pude robar. Con lo que guardé podía vivir hasta el final de mis días sin tener que extraer más metal azul.

Luego tomé un hacha y decidí escapar. Mientras atravesaba el campamento vi como los Sherdens  protegían la tienda principal. Pero los egipcios parecían decididos a no rendirse. Por un momento dudé de si le temen más a su faraón que a nuestros guerreros, y a nosotros sí que nos temen mucho.
Ramsés reorganizó las defensas mientras yo intentaba librarme de ellos y escapar.  El faraón se colocó la khepresh y con su carro de batalla atravesó la lucha encarnizada. Dio algunos giros por su campamento, y cuando sus soldados lo pudieron ver al frente de la defensa sintieron un orgullo que les renovó la fuerza para pelear.

Muwatalli era aguerrido y despiadado, pero a Ramsés le tenía respeto, así que cuando él también lo vio defendiendo a sus hombres, ordenó la retirada. Para ese momento era imposible quitar nuestros carros. Los cadáveres no permitían el paso. Ramsés tendría venganza…

Se lanzó al ataque acompañado por su león adiestrado y no dejó a nadie con vida. No me quedó más alternativa que camuflarme con los muertos a la orilla del río y esperar el desenlace. Al amanecer el  faraón asesinaba de a diez a los cobardes como castigo por no pelear con dignidad.

Después de que Muwatalli le ofreciera una tregua se calmó y marchó. Yo salí de la putrefacción de los cadáveres en el río. Busqué mi tesoro y emprendí mi viaje. Entonces observé como la arena se teñía de sangre y maldije a Ramsés y su maldito gato.



Rodolfo Gonzalez

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«Esposo o amante»

ESPOSO_O_AMANTE

Hoy va a encontrarse con su amante. Lo sé. No puedo culparla, ella encontró motivos para ser feliz en él. Lo intenté siempre, pero soy demasiado bruto… Nunca le regalé flores, ni le dije cosas dulces. Puedo asegurar que fallé como hombre ante ella.
No es que no notara sus cambios de peinado, ni sus vestidos, ni mensajes románticos, pero crecí así, con mucha amargura, no estaba preparado para una mujer tan buena, ella es maravillosa. Y yo ni siquiera había terminado la primaria…
Hace muchos años comenzó a apagarse su felicidad, también noté eso. Descuidó su imagen… Dejó de depilarse hasta las piernas, llegaba la noche y se dormía después de dar mil vueltas. Se sentía sola, y yo no supe qué hacer por ella…
Hace unos meses vi el cambio, un día estuvo más contenta. De pronto comenzó a decorar con flores el hogar, y nuevamente comenzó a cuidar su imagen. Se maquillaba y volvió a depilarse. Comenzó a vestirse con vestidos de colores alegres, y después de mucho tiempo las sonrisas se hicieron frecuentes en sus labios. La miraba y me sentía feliz. Pero no sabía expresarle mi alegría.
Por las noches se escuchaba que manipulaba papeles y la vi leyendo cartas. Ella me decía que leía porque no podía dormir. Hubiese dado todo por su felicidad pero no sirvo para esas cosas, me dedico a trabajar, comer y dormir, soy un completo inútil.
No puedo reprocharle nada. Esta tarde cuando llegue a su encuentro, él la va a esperar con una rosa en el ojal, de esa manera lo va a reconocer. Y yo voy a estar ahí, para pedirle perdón por tanto dolor y explicarle que aprendí a escribir para mandarle todas esas cartas de amor y hacerla feliz.


Rodolfo Gonzalez

«Juego fácil»

JUEGO_FACIL

Sacudió las caderas hasta quedar enfrentada a mí, las miradas del salón la siguieron sin disimular. Cuando la tuve tan cerca pude sentir el sabor de sus labios, pero en un amague me susurró al oído, me mostró a mi oponente y acepté la apuesta. Siempre fui el mejor, y si tenía algún motivo era aún mejor.

Le pedí que me traiga unos tragos y que tome lo que necesite.
El pobre inocente pretendía intimidarme con su mirada, me dio lástima y lo dejé abrir el juego. Cuando perdió el turno no se imaginó que también perdería a la chica.
El ambiente se respiraba difícil, pero tenía el pulso firme y mi reputación me protegía. La bola 8 entró con furia en la tronera de la esquina.

Mi premio fue ella. Llevé mi trofeo hasta mi cueva, mientras viajaba en la moto sentí que no llevaba el viento en las velas, pero no le di importancia.

Llegamos y con el cristal de mi foto de graduación picó el último gramo. Lo que hicimos esa noche hizo que satanás tuviera vergüenza, ella placer, y yo una tremenda resaca.

Cuando me desperté el departamento estaba vació, no tenía ni siquiera mi ropa interior, comprendí entonces que no siempre es bueno ganar y a veces es peligroso ser el mejor.


Rodolfo Gonzalez


«El museo»


DIA_MUNDIAL_DE_LOS_MUSEOS



Los artistas vemos el universo de un modo distinto aunque solo seamos humanos. Nuestra cosmovisión es la pluralidad de pasiones de los críticos y los amantes del arte.

Soy un bohemio que construye sin lógica ni razón... La fuerza que me impulsa proviene del sístole y diástole de mi corazón.

La inauguración de mi primer muestra como artista novel no podía fallar por nada, todo debía estar perfecto y consagrarme.

El éxito llegó ese mismo día cuando la «jet set» de la ciudad bebía champagne admirando mis obras y se disputaba cada pintura con mi firma.

Po eso fui el primer defensor de la magnificencia. Cuando el barman derramó el exquisito «Satanás» y todo se llenó de humo... Hasta que las llamas transformaron mis pinturas en cenizas.

Y fue espectacular, magnífico, ideal. Arte con energía...

Rodolfo Gonzalez



Cumplir el sueño eterno



CHICA LINDA DESNUDA


Ya no sabía que hacía de mi vida,
no era dueño de mi comportamiento.
Esperando ansioso tu mirada…
que era la dueña de este sentimiento.

Antes del cigarro y de la barra,
salir de noche, volver de madrugada,
bebiendo sin culpa en la farra;
ya era mía tu alma, aún no arrugada.

Destino infame, inescrupuloso, ruin,
todo una vida, años de querer huir.
Fantasía eterna que no tiene fin
encontrarte desnuda para poder vivir.

Amor inconsciente en noches de sudor,
mañanas vacías de robot a control.
Sueños sin censura, adentro tuyo ardor
tu piel y la mía, la sombra de un farol.

Besos, calor, fuego, pasión, ternura,
todo nacía y moría antes del amanecer.
Sueños recurrentes, o dulce tortura,
se apoderan de mis noches, bella mujer.

Desilusión persistente en mis años
cumplir el sueño de mi vida nefasta.
Consuelo o ilusión sin desengaños
cumplir el sueño de mi muerte me basta.

Besarte en el pecho, sentirte en el alma
sacarte la ropa, que te sientas amada.
hacerte tan mía... encontrar la calma,
beber de tus labios, y verte embriagada.

Escucharte nombrarme dormida,
Sentir tus manos en caricias calientes,
apoderándote de mi cuerpo decidida,
estallándome  en tu cuerpo ardiente.





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Crónica para un amigo

ALVARO DÍAZ EL MEJOR


Todo esto fue una idea de mi editor, me propuso que escriba una crónica sobre distintos autores, como para animar a distintos lectores a leerlos y de alguna forma, fomentar la lectura. Por supuesto que me dio libertad de escribir sobre mis autores favoritos, ya que él sabía que eran muy variados. Ya llevo algunos años escribiendo  estos artículos, algunos parecen ensayos, otro cuentos, quizás alguna parezca una fábula, pero siempre está presente un mínimo de homenaje.
Y cuando parecía que ya no tenía más autores que admirar, encontré uno nuevo. Por supuesto que estos artículos son subjetivos, quizás si escribiera sobre deportistas sea más objetivo, pero ¿Cómo puedo serlo con gente a la que admiro?
Su origen es oriental, pero de este lado, más cercano que medianamente lejano, y tiene una elegancia en las letras que pocos en la historia de la literatura universal han conseguido antes. Es destacable en sus historias la búsqueda de la oración perfecta, la palabra puntual, el recurso divino, que se sucede en su narrativa como si fuera un poeta de la narración o el artista del arte en sí mismo.
Describe con un adjetivo un verbo, como si el sustantivo fuera una rosa, el texto el rosal, y el libro entero fuera un jardín, y como si fuera un jardinero profesional te lleva de paseo por un paisaje frondoso de imágenes profundas y elocuentes que te absorben hasta el punto de no querer dejar de disfrutar el paisaje que él construyó con tanta pasión.
Las circunstancias y tecnologías me brindaron los medios necesarios para acortar las distancias y poder «Conocer» de una forma, aunque sea efímera, al hombre que orquestaba como una sinfonía sin más batuta que una pluma en su puño y letra. Tenía la humildad suficiente, como Sócrates cuando dijo que era más sabio que los “sofistas”, era agradable y simpático, y la lluvia sonaba de fondo en nuestra primera entrevista.
Me contó de sus autores favoritos e intereses literarios en los que coincidimos de inmediato, y me invitó a su ermitaña privacidad… Accedí con gusto. Una vez en ella descubrí que él podía convertirse en lo que fue, un hermano mayor, padrino de inspiración, y amigo.
Sus narraciones tenían una mezcla de historia, con aventuras personales, y una gran imaginación, como si hubiese vivido sucesos grandiosos que nunca existieron, en los que él sí había intervenido, digamos que era una súper héroe sin tiempo ni lugar, pero a su vez, todos los tiempos y todos los lugares. Era testigo de maravillas que nunca existieron, y artífice de las de las que debieron existir.
Me llevó de paseo por una tragedia, me hizo reflexionar en la ciencia ficción, me dio un arma para poder luchar, y me dijo sin decirlo que aprendiera de mi propia humildad.
Supe de alguna musa que me dejó conocer y de la obra que le hizo crear, supe de sus dolencias y de su forma de llevar, de su soledad en el “destierro”, de su afanosa bondad, de cómo acompaña en la distancia al que necesite de su amistad, y supe disfrutar de todo lo que compartió sin necesidad y sin nada que esperar.
Cuando era más joven siempre había querido compartir una charla con alguno de mis autores favoritos, pero nací tarde para Dumas, para Quiroga, para Borges, y para alguno más, quizás no hubiere encontrado las palabras para entrevistarlos a ellos, pero la vida me dio un regalo inesperado, que fue compartir esta amistad con uno de mis autores favoritos, que está vivo, y que él me regala las palabras que yo no puedo encontrar.
Sus palabras sisean cuando no lleva puesta la prótesis dental, y suenan resignadas cuando mencionan la verdad. Estudia sin parar y se supera cada día más, dejando un rinconcito para los que lo seguimos de a poco muy por detrás.
El cautiverio marcó algunas cosas de su personalidad, eso en cualquier ser humano puede ser normal. Pero no en todos los casos este suceso mejora su don de nacimiento, así es como él demuestra en cada trazo de su pluma su superioridad. Por supuesto siempre con humildad.
Entre agradecer a quien me dio la vida, quizás alguna oportunidad, un instante de felicidad y haber leído su obra. Agradezco infinitamente hasta más allá de las estrellas, ser testigo de la fantasía que emana desde su perspectiva tan especial.
Podría haber hecho más de lo mismo, ser uno más, marcar el paso, seguir el ritmo. Podría y no lo hizo. Y por eso es el más especial. Quisiera frotar la lámpara y pedir con toda la fuerza de mi corazón, que nunca se acaben las páginas que él pueda crear. Que perdure en la eternidad aunque no lo pueda comprobar, que mis hijos lean y aprendan lo que solo él, con sus palabras puede enseñar.
Sé que no soy el único, pero también tengo la certeza de entender mejor que nadie lo que produce. En el mundo hay muy pocos «iluminados» que perduran. Así como Fiodor en su momento, Jules en aquél tiempo, hoy le tocó a él marcar el rumbo del futuro de las letras… de los que inventan y alimentan nuestros sueños.

¡Gracias Alvaro!



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