La Selva

HORACIO QUIROGA EN EL ARTICULADOR




Desde pequeño me ha perseguido la muerte y las tragedias familiares, como niño educado que era, mi mente no encontraba lógica ni razón suficiente para explicar la causa de los atentados a mi inocencia, y no me quedó más remedio que buscar por mis propios medios, una sólida explicación.
La noche era oscura pero estrellada allá por el mil ochocientos noventa y pico, y mientras el pueblo entero soñaba quizás con la modernidad, silenciosamente y envalentonado caminé entre la selva hasta las ruinas de lo que fuera una misión jesuita en medio de la nada, allí me senté a pensar, y a encontrar la forma de invocar a la muerte para exigirle una explicación, pero la noche se alargaba y no había forma de comunicarme con ella. Pasé la noche entera en el lugar y al regresar a mi hogar, una lúgubre voz en mi interior me decía que me fuera lo más lejos que pudiera…
Conservaba el espíritu aventurero a pesar de que me sentía viejo por dentro. La ambigüedad consistía en eso, era joven para tantas cosas y quizás inconscientemente mi viejo espíritu desafiara la muerte con sus caprichosas aventuras; viajé al otro lado del atlántico buscando encontrarme a mí mismo, y lo que encontré no era más de lo que había dejado  en la Banda Oriental, los sueños en torno a las ruinas jesuitas, las historias sobre ellos, mi pasión por la fantasía, y tantas cosas más, entonces volví…
Por un momento la tragedia se disfrazó de paz, llegué a ser adulto por fuera y lo disimulaba muy bien, me bastaba con la educación que tenía, y con la ayuda de nuevas amistades vivía una armoniosa vida en la ciudad. Me dedicaba a lo que me gustaba y ganaba lo suficiente como para poder darme el lujo de tener ocupaciones secundarias. La fotografía me cautivó desde el momento en que observé una por primera vez, me sugirió que por una mágica razón el tiempo podía detenerse y atrapar un instante por el resto de la eternidad, y quizás sentía que a mi agobiado corazón le hacía bien tener imágenes eternas a su antojo.
No fue más que una sutileza del destino la que me llevó casi como una forzada invitación a vivir una nueva aventura, es verdad que esta vez era hasta esta parte del río. Parecía una expedición arqueológica, pero era más una misión cultural, mientras el excelentísimo señor Leopoldo tomaba notas y documentaba cada milímetro de las ruinas, mi misión era fotografiar lo que quedaba de esas ruinas, el más mínimo detalle, los contrastes, las luces y las sombras,  pero en definitiva la expedición era volver a mi pasado, y quizás, enfrentarme a él, repararlo o demostrarle que esta vez, soy el que decide quien se va y quien se queda, quien vive, quien ama y quien crea.
El paisaje me sentó de lo mejor, hizo salir al niño que vivía en mí disfrazado de adulto responsable cumpliendo con sus cotidianas obligaciones, y nuevamente volví a tener deseos de asentarme en la selva. Así fue que al regresar a la ciudad trabajé incansablemente ¿Quién sabe? Si  fue por inspiración, por influencia del viejo Edgar, o influencia de la selva, pero escribí tanto, que la fama de la que gozaba me hizo acreedor de incontables favores, y con ellos, podía cumplir mi deseo de volver a sentir la inocencia del niño que vuelve a la selva.
Al cabo de dos años, tenía los recursos suficientes, por lo que hice los trámites pertinentes y con la ayuda infinita mi buen amigo Vicente conseguí instalarme en una cabaña que me permitía tener contacto suficiente con la naturaleza que me rodeaba y contacto con mi ser interior, como si hubiese hallado la tan anhelada paz.
No era solo una alumna, era la más bella de todas las alumnas de la historia de las alumnas. Era Ligeia, Eleonora y Berenice. Su mirada inocente era sublime, y en sus ojos me veía a mí mismo, pero más joven de lo que realmente era, como si a sus ojos tuviera diez años menos, como verdaderamente me sentía, como un niño frente a una niña, y cuando sus padres se opusieron más eterno fue nuestro amor, más fuerte se sintió el lazo que unía nuestros corazones, y por nada del mundo nos podíamos distanciar, y como si la promesa de amor eterno no hubiese sido suficiente, ella fue la conquistadora en la jungla, la mujer, la amiga y la madre y el excesivo amor en el que vivíamos hizo que mi Ana María diera  a luz a Eglé y con ella… la luz iluminó nuestras vidas.
Así comenzaron a abrirse puertas, me pasaba días enteros escribiendo en mi canoa mientras el río me llevaba donde la corriente le ordenara, me daban nuevos nombramientos y responsabilidades que me servían aún más para alimentar mi imaginación y volver a seguir escribiendo, podía decirse que era un sueño hecho realidad, en la jungla me podía encontrar conmigo mismo, y en la cabaña tenía todo lo que me correspondía por derecho, y como si no fuera suficiente, al año siguiente, mi Darío hizo cerrar el círculo de la felicidad.
Es cierto que había renunciado a dar cátedra, pero no a dejar de enseñar, y cuando los niños tuvieron la edad suficiente, fueron mis mejores alumnos, como su madre. Ambos aprendían con celeridad cuanto le enseñaba, pero lo más importante era que aprendieran a vivir, por lo que Darío supo manejar armas como si fuesen una extensión más de sus manos, navegaba en canoa en contra la corriente como si fuera un topógrafo, nadaba, manejaba motocicletas, y era capaz de vivir como si fuera el recién impreso Lord Greystoke. Eglé por el contrario, era capaz de domesticar animales silvestres en su granja, en la que pasaba horas, y aunque era una frágil niña pequeña, también podía subsistir en la selva por sus propios medios como su hermano menor.
A mi Ana no le gustaba que los niños aprendieran todas estas cosas, quizás esperaba que sean como los otros niños de sociedad, aburridos o viviendo en colegios internados como se estaba poniendo de moda en la capital, pero creo que no fue eso lo que hizo cambiar su comportamiento, quizás esperaba mayor atención. Mientras vivía educando a los niños y escribiendo, pasaba mucho tiempo sin ella, y por su naturaleza dócil, puedo conjeturar que sentía celos, celos de la selva, celos de la vida, celos de mis fotografías, celos enfermizos, como si fuera sano sentir celos…
Cuando todavía era verano, ya no pudo soportarlo más, y en el encierro de la selva, no consiguió más que el sublimado de mis fotos para abandonarnos, bebió lo suficiente como para hacerme sentir la culpa de su decisión, y lo consiguió. Durante ocho días malditos días agonizó en mis brazos y aunque dejé todo para estar a su lado y que ella siguiera al nuestro, no fue suficiente. Mientras en Europa la gente moría en bombarderos, ella en San Ignacio, dejó huérfana a su familia un día miércoles…
Los niños eran muy pequeños todavía, sabían hacer muchas cosas que muchos adultos no podían, pero para estas tragedias no estaban preparados, no tuve la fuerza, ni el valor de enseñarle a mis hijos a que sufran ¿Qué padre podría enseñarle tamaña miseria a sus hijos? ¿Qué padre le enseña a sus hijos sus mismos sufrimientos? ¿Qué padre está preparado para quedarse solo con dos niños tan pequeños?
Luego de un íntimo funeral, llevé a mi Ana al cementerio, y esa noche  recordé todo el dolor, recordé como la muerte seguía rondándome, recordé la impotencia que sentía desde niño, y con la tristeza y la furia que sentía embriagar mi corazón, decidí tomar la escopeta y encaminarme hacia las ruinas en las que todavía quedaba un antiguo altar, y preguntarle a quien sea que rige las vidas de los hombres la causa de mi destino.
Al llegar al lugar en la oscuridad de la noche, la humedad podía respirarse, me sentí cansado, débil pero firme. Disparé mi rifle y de un grito le exigí que se presentara, otro disparo más y otro, hasta que la humedad se fue transformando en niebla, y la niebla se fue transformando en una demoníaca silueta, y la silueta decidió manifestarse…
-¿Qué es lo que quieres con tanta violencia?- preguntó con calma una voz coral desde dentro de la silueta
-Quiero respuestas- le contesté un poco incrédulo, encendió dos luces claras como si pudiese ver a través de ellas y me iluminó de pies a cabeza, luego fijó su luz en mis ojos y respondió -¿Cuál es tu pregunta?-
-No te he preguntado nada, quiero saber ¿Por qué se mueren todos los que me rodean?- y casi me quedé sin aliento. La silueta y sus dos luces cambiaron de color y me respondió con mucha calma y su maldita voz coral -¿No lo recuerdas? Te lo dije hace algunos años, este lugar no es para los hombres, cuando eras un joven te dije que te fueras de esta selva, y cuando lo hiciste, tuviste la oportunidad de tener cosas que otro mortal jamás tuvo, tú eres el responsable, tú fuiste quien renunció a eso para venir a querer enfrentarse a mí- y agregó un fantasmagórico suspiro durante el cual, pude recordar lo que creí haber olvidado hace tiempo, el día en el que sentí con todas las fuerzas de mi corazón que debía dejar la selva, este ser tuvo razón, fui el tonto que se encaprichó en sentirse un niño que no quería crecer, no soy más que un tonto miserable, así que no pude responder más que –Si me voy de aquí, no te acercarás a los niños, ni a mí, o te juro que…- me interrumpió de forma amenazante… -¿O me juras qué?  Vete ya, y no vuelvas, si lo haces… seguiré a tu lado-

Decidí empacar nuestras cosas y nos fuimos a la capital, nos instalamos en la calle “Canning” y comencé nuevamente a escribir como nunca, adquirí más fama, nuevas responsabilidades. Las revistas y diarios de la época me disputaban como si fuese el mejor escritor del Rio de la Plata, y pronto me transformé en una figura pública de las más respetada, conseguí un departamento más grande, y me ofrecieron el puesto de cónsul en el que trabajé algún tiempo. Nuevamente fui parte de la creación de un club de aficionados a las letras, hicimos una obra de teatro, y hasta me contrataron como crítico cinematográfico, eso me dio la idea de escribir un guión, pero todo eso no era suficiente, mi espíritu aventurero decidió volver a la selva…



El asesinato del fiscal Natalio (La verdadera historia de un falso suicidio)

muerte de nisman


Era el tercer trabajo que iba a hacer para la agencia, pero el más importante, y como si no fuera suficiente, también era el más peligroso, tenía que ser una obra de arte, esta era la misión a la que nadie se animaba, por lo que mientras mis compañeros dieron un paso al costado, a mí no me preocupó dar un paso al frente, aunque nunca se supiera el autor, mi obra iba a pasar a la historia.
Pasó muy poco tiempo desde el cambio de autoridades, así es que los agentes teníamos tareas mucho más fáciles, seguir a diputados, jueces, fiscales, empresarios. La idea principal era la de recolectar pruebas de hechos “poco decorosos” para luego chantajearlos, o usarlos para pedir favores, a veces algo de dinero, pero por lo general, solo importaba que permitieran al poder ejecutivo llevar a cabo todas sus estafas.
Lo había tomado como un ascenso, “Jaimito” me tuvo diez años sacando fotocopias y preparando café, y como Don Oscar sabía lo que sentía por “Jaimito” se le ocurrió que me encontraba capacitado para hacer trabajo de campo y me asignó tareas casi personales. Tenía que juntar pruebas para desprestigiar a todos sus enemigos, y los de “la jefa, se puede decir que me tenía de favorito.”
Un día de enero se supo que “Jaimito” y todos los anteriores habían recolectado accidentalmente pruebas para enjuiciar a “la jefa”. No era muy complicado, la gestión anterior estaba investigando el atentado a la mutual de los judíos y por medio de grabaciones, documentos, fotos, movimientos bancarios, habían descubierto que “la jefa” los estaba encubriendo,  entonces le dieron las pruebas al fiscal de la causa, un tal Natalio. Digamos que la tenía bien agarrada, no había forma de que se pudiera escapar, tenían pruebas suficientes como para que pague en esta, y en la próxima vida.
Por medio de unas tretas que solo la jefa conocía, el poder judicial había decidido que el fiscal no iba a avanzar más con la causa del atentado, así fue que le avisaron que iba a quedar excluido, pero el hombre era muy inteligente, decidido, sabía lo que hacía, y sabía hacerlo bien, verdaderamente era un fiscal de película, podía decirse que fue el único que pudo avanzar en una investigación que desde hace veinte años venían obstruyéndola cada vez más.
Entonces Don Oscar armó un operativo, tenía que parecer un suicidio, así que no podíamos usar armas reglamentarias, teníamos muy poco tiempo, el día veinte el fiscal iba a presentar todas las pruebas ante la cámara de diputados y como si fuera poco estaba de vacaciones en el viejo continente y hacía falta traerlo. Si lo suicidábamos en  Europa, la investigación iba a caer en manos de interpol, pero estando acá, todo se resuelve entre camaradas.
Don Oscar sabía que fui el único que se animaba, pero me hacía falta por lo menos un ayudante, así que me pidió que encuentre a alguien que me secundara. Como apoyo, había conseguido la llave del departamento y había preparado todo para que esa noche las cámaras que vigilaban la calle del edificio dejen de funcionar, también iba a preparar una distracción para que pudiera escapar sin que nadie note nada extraño.
Tenía que encontrar un ayudante, así que les pregunté a todos los de la agencia si alguno se animaba, me había olvidado que este país está lleno de cobardes, pero también me acordé que hay gente que por unos papelitos de colores se olvida de sus principios y de su dignidad, así que ofrecí una recompensa, y cuando se presentaron varios “voluntarios” elegí al menos inteligente, uno recomendado por “Don Oscar”, de no me acuerdo que agrupación militante juvenil, de esta manera me aseguraba de poder manipularlo, y si hacía falta hasta podía hacer que también se suicide.
Al parecer, al fiscal no le gustó que lo dejaran fueran del caso, y decidió volver al país solo, obviamente, le mandaron un batería de amenazas de todo tipo, pero era caprichoso, o demasiado valiente. Esa semana apareció en todos los canales de televisión posibles, habló con todos los periodistas que pudo, esa fue la imprudencia, toda la gente supo lo que iba a hacer el día veinte, y “la jefa” se desesperó. Apuraron los planes para el sábado dieciocho.
El sábado llegamos temprano al edificio, entré con el coche, y mi compañero “Pancho”, decidí llamarlo así porque es más tonto y arrastrado que el papa, Don Oscar, me dijo que de alguna manera iba a sacar a los custodios para que nadie nos moleste y así fue, al llegar al decimotercer piso no había rastros de ningún animal. Saludé a las cámaras, y mis compañeros de logística me avisaron que ya no estaban transmitiendo.
Entrar fue más fácil de lo que podía imaginarme, a pesar de llevar la llave, le dije a “Pancho” que golpee, y con cualquier excusa, que lo haga salir, mientras yo iba por la puerta de servicio para sorprenderlo desde adentro, entonces “Pancho” golpeó y cuando desde adentro le preguntaron “¿Quien…?”  Él respondió “Los Mormones”, ya había dicho que era un completo idiota, pero le funcionó, el fiscal abrió la puerta, y ahí lo convenció de que era nuevo custodio, y si lo dejaba pasar al baño, así que entró, y me quedé escuchando detrás de la puerta de servicio, cuando escuché risas abrí con mi llave, saqué el arma, “Pancho” golpeó al fiscal, y este cayó. Ya lo teníamos.
Le expliqué que deje de golpear, porque el suicida no se golpea antes de dispararse, si encuentran el cuerpo golpeado, es asesinato, y los culpables que van a ir a prisión, vamos a ser nosotros, y si decíamos que “la jefa” es la autora intelectual del crimen, nosotros íbamos a pasar a ser suicidados en la cárcel. Me quedó mirando por unos momentos, y como a los cinco minutos, se le bajó la adrenalina, pidió perdón, y aunque parecía seguir nervioso, quedó un poco inmóvil.
El fiscal no estaba nada asustado, a pesar de que los mormones no son tan violentos, ya se había dado cuenta de que no era ninguna broma, aunque creía que iba salir vivo. Lo sentamos en una silla y le pedimos que nos de todas las pruebas que tuviera en contra de la jefa, pero en serio era caprichoso, a pesar de tener la mesa y el escritorio lleno de carpetas con todo lo que iba a presentar dos días después, aún decía que no le íbamos a sacar nada, daban ganas de golpearlo, pero no se podía.
Me puse guantes de goma y los anteojos, me senté en la mesa a revisar todos los papeles, y leí uno a uno todos los papeles que encontré. Estaba la presentación que iba a llevar al juzgado, también tenía la presentación que iba a llevar al congreso, tenía anotaciones sueltas, muchas fotos, y transcripciones de audios, y si bien encontré algunas cosas, aún faltaban las pruebas más importantes. En el escritorio tenía más cosas, no creo que pudiera terminar de recolectar toda la información en un día, este hombre era una máquina, verdaderamente era implacable.
“Pancho” hablaba con él, y ya me estaba empezando a arrepentir de haber llevado conmigo a un ser tan estúpido. Escuché que le decía que en Israel la pasan bomba y no paraba de reírse solo. Que Hitler se había suicidado porque le llegó la factura del gas y ya no aguanté más, le dí un puñetazo en la nariz, otro en la boca del estómago y cuando no pudo respirar lo agarré de los pelos y lo amenacé seriamente “¿O se terminan las estupideces, o se termina el estúpido?” y se largó a llorar como una niña.
Mientras el fiscal nos observaba incrédulo, y “Pancho” seguía llorando, ya me estaba poniendo nervioso, llamé entonces a mis compañeros en la central, y creo que ninguno sabía quien era verdaderamente el objetivo. Entonces tampoco les expliqué mucho, solo les hice saber que iba a necesitar tiempo para llevar toda la información, me respondieron en clave: “Proceda a liberar la patria del yugo de la tiranía capitalista”, para los que no conocen el mundo del espionaje en mi país, eso significa, maten al fiscal.
Le ordené a “Pancho” que sirviera whisky para los tres, después de darme un abrazo, se sintió perdonado y cesó en su llanto, me aflojé la corbata, y encendí un cigarrillo, le ofrecí al fiscal, y aunque no quiso fumar, sospeché que el trago le iba a hacer bien, cuando “Pancho” trajo los vasos servidos, le puse algunas gotas de “Ketoral” para darle al fiscal, y mi compañero me interrumpió otra vez con sus estupideces, que lo perdone, que es la primera vez que tenía una misión tan importante, me agradeció, me volvió a abrazar y de un trago, tomó del vaso del fiscal, me dieron ganas de matarlos a los dos y de salir corriendo del país, nunca había visto un hombre tan imbécil, verdaderamente se merece el apodo de “Pancho”.
Esta vez lo agarré de la solapa y le di bofetadas hasta que me hizo doler la mano, no me podía tocar un peor compañero, empezó a llorar otra vez, a pedir por favor que no le pegue más, y encima quería renunciar, era el colmo, para este momento el fiscal se empezó a reír de nosotros, no nos tenía respeto, ni miedo, parecíamos dos idiotas de una película cómica mala de esas de Echarri o Sbaraglia.
Finalmente bebí mi vaso de whisky, me tomé unos momentos para tranquilizarme y no seguir perdiendo los estribos, mientras el miserable “Pancho” continuaba pasando vergüenza en la alfombra del living, le pedí que me diera el arma para terminar con todo y largarnos, pero no, el muy imbécil tenía que superarse, no había traído armas porque era vegano, y estaba en contra de matar…
Saqué mi reglamentaria decidido a volarle la tapa de la sesos, el fiscal se asustó, “Pancho” rogaba para que no lo mate, y cuando estaba por apretar el gatillo, desde su silla, inmóvil, me pidió que me tranquilizara, que tome otro whisky y que hablemos, y no pude más que sentir admiración, el fiscal, sabiendo que estaba a punto de morir, aunque sea a manos de un par de ineptos, aún intentaba salvar una vida.
Del asombro que sentí, me senté a su lado y bebimos whisky juntos aunque se lo notaba nervioso, seguía siendo inteligente, se había dado cuenta de que a “Pancho” me lo habían “encajado” a propósito, mencionó a Don Oscar, “la jefa”, y antes de que me diera cuenta de lo que pasaba, él ya sabía lo que estaba sucediendo, me hizo ver que tarde o temprano me iban a agarrar, y que la muerte de él no iba a ser en vano, el atentado se iba a esclarecer, y mi estúpido ayudante íbamos a terminar presos.
Con toda franqueza me comentó que las pruebas no estaban en el departamento, que había copia de todo, y que nadie podía parar lo que se venía, de todo lo que había encontrado, faltaban archivos que estaban encriptados que ni él podía descubrir, que tenía un pibe experto en computación que era el único que podía desencriptar los archivos, pero que ni siquiera sabía de que se trataba lo que había en esos archivos. Mientras él hablaba, “Pancho” ya se había calmado, yo seguía escuchando atentamente, y admiraba la firmeza de su voz, la mirada inquisidora, verdaderamente me causaba mucha admiración, pero no quería que lo notase, así que le respondí que solo necesitaba un arma que no sea la mía para dispararle, y él, demostrando la mayor de las grandezas que pude ver en este mundo, me respondió: -Dame el celular y te consigo un arma-.
Sin quitarme los guantes tomé el celular, estaba en vibrador, tenía muchas llamadas, revisé algunas, y casi todas eran de la familia, cargué mi arma, se la puse en la cabeza y le di el celular, llamó a uno de sus contactos, y más crecía mi admiración por ese hombre. El teléfono sonaba, pero no lo atendió, creo que llamó a “Jaimito”, no estoy seguro, pero si hablaba con él, no me iba a quedar más remedio que usar mi arma, y llenar el departamento de sangre.
Entonces cambió de número, llamó a un pibe que tenía lo tenía como “Diego” en su agenda, este muchacho sí respondió, y con mucha calma, y aun insistiéndole un poco le pidió que le preste un arma, el otro muchacho no dudó mucho, pero el fiscal, tampoco lo dejó dudar, casi no le dio opción a que lo pensara, era muy hábil usando el lenguaje y los argumentos, creo si hablaba con “Pancho” hasta podía convencerlo de lo que se le antojara.
Y así, no nos quedó más remedio que esperar a que trajeran el arma. El pibe venía desde la zona oeste, lo que nos daba bastante tiempo, no sabía si iba a aguantar a “Pancho”, o si me iba a arrepentir, eran demasiadas cosas fuera de control, contratiempos inesperados, y como si fuera poco todo esto, también me había tocado un inútil en el que no podía tener confianza. Por un momento pensé en darle las gotas esperar a que se adormeciera y terminar con el trabajo, pero tenía que atenerme al plan lo más que pudiera, aunque el plan ya estaba fuera de control.
A “Pancho” le había empezado a hacer efecto el whisky con Ketoral, y se comportaba como un drogadicto de los que trabaja en el congreso, empezó a tener delirios, repetía como un loro algo de la patria grande, la patria es el otro, el general vive, Néstor no murió, y demás burradas de militante. Verdaderamente me daba algo de pena, ese pibe no servía ni para cadáver, era demasiado inútil, sospecho que hasta su coeficiente intelectual era nulo, de vez en cuando volvía a llorar y se quejaba de la dictadura, me tenía la paciencia muy agotada.
El fiscal continuaba observando, por momentos hasta se reía de las monerías de mi ayudante, y creo que no perdía la fe en salir vivo de todo esto, pero no podía descifrar cual era el plan que tenía, me pidió otro trago de whisky, y nos dijo que cuando llegue Diego, él se iba a encargar de que deje el arma y se vaya rápido, mientras, podía dejar dormir a “Pancho” y muy cortésmente me pidió que prepare café.
En el transcurso de la tarde, los de la central me llamaron para ver si ya estaba cumplida la misión, tuve que explicarle los contratiempos, y como sospechaba que Don Oscar estaba escuchando, mencioné indirectamente las faltas de mi compañero, como para que notara que ya sabía que me lo habían encajado a propósito, y también les hice saber que la misión la iba a completar, pero que era bastante difícil que salga que la habían planeado, por lo que todo lo que vaya a improvisar queda a mi criterio, y no esperaba aceptar nuevas órdenes de nadie.
Después de tomar el café, estábamos todos más “resignados”, bueno, todos no, el fiscal y yo, “Pancho” no tenía noción de nada estando normal, y en ese momento, bajo los efectos del “Ketoral”, mucho menos, en menos de lo que esperábamos, llegó “Diego”, escuché que había alguien más con él, quizás escuché la voz de uno de los custodios, pero cuando el pibe entró, sentí el ascensor que se iba nuevamente del piso, y con él se iba esa voz.
El muchacho, no tenía mucha noción de armas, pero permanentemente observaba al fiscal, era como que notaba que algo andaba mal, mientras le explicaba como usar el arma, se interrumpía solo preguntando por la vestimenta del fiscal, como si no fuese normal vestirse con bermudas y camiseta blanca… Desde mi posición  podía dispararle a ambos, y parece que el fiscal sabía que sentía muchas ganas de terminar con el operativo lo más rápido posible. Y aun así, habló algunas cosas como para que el muchacho no sospechara más, hasta que “Pancho” quizás arruinaba todo con uno de sus ronquidos, el pibe pareció no notar nada, pero el fiscal lo escuchó muy bien, entonces se deshizo de “Diego”, y volvimos a quedar los tres nuevamente.
A este momento ya no había ni marcha atrás, ni arrepentimientos, ni perdones ni rencores, cuando sea el momento, lo único que puedo decir en mi defensa, es que estaba cumpliendo con mi trabajo, como si eso pudiera justificar mi comportamiento, y lo que era peor, es que me estaba convirtiendo en uno de ellos, no estaba cumpliendo con mi obligación, solamente estaba cumpliendo los caprichos de “la jefa”, uno de los tantos, como si en doce años no hubiese tenido tiempo de hacer todas las maldades que pudo, como si no fuese suficiente tener conciencia de que hizo pasar hambre a todo su pueblo, ahora también necesita quitar más vidas, se cree Cleopatra, Catalina “La grande”, y no es mejor que una babosa, y necesita de mí, para sentirse importante, y yo necesitaba perder mi dignidad para que ella consiguiera su propósito.  
Tuve la idea de que “Pancho” podía servir para algo y decidí revisarle sus bolsillos, y no me equivocaba, tenía una bolsita con cocaína, la misma que le llevaba todos los días al congreso a todos los partidarios de “la jefa”, y con mi falta de experiencia, me pude meter un par de líneas sin problemas, así iba a tener el valor que estaba perdiendo minuto a minuto, y podría continuar con la misión.
Le ofrecí al fiscal su último deseo, y suspiró, su respuesta no me pareció para nada extraña, me pidió que le haga saber al mundo que, como dicen ellos, su última frase fue: “Será justicia”. “Pancho” empezaba a despabilarse, y prometió no hacer más chistes sobre judíos, me dijo que él iba a hablar con “Maxi”, el hijo de “la jefa”, para que nos perdone, pero que no lo matemos, insistía de una forma exasperante, decía que tenía cara de buena persona, que seguro le da monedas a los mendigos cuando toma el tren, y que le debe dejar el vuelto a los bolivianos de la verdulería.
Le di whisky con el “ketoral” al fiscal, una buena dosis, y esperé a que le hiciera efecto fumando, y observando por la ventana, y estando drogado como me encontraba continuaba imaginándome los sucesos futuros inmediatos, como si estuviera planificando en mi mente, o quizás buscando una forma de salir corriendo de ese lugar y dejar que encierren a “la jefa” y todo su séquito, pero no podía, tenía que hacerlo, este trabajo era muy importante, significaba vacaciones de por vida, lo que iba a ganar nunca lo iba a poder terminar de contar, con la voz firme y decidida llamé: “¡Pancho!”.
Puso toda la resistencia que pudo, tenía fuerza, era más alto que nosotros, así que entre los dos, lo tomamos de los brazos y lo llevamos al baño, entre sollozos nos pidió que nos olvidemos de todo, nos ofreció protección, nos pidió que no le hagamos daño a su familia, pero ya era muy tarde. Mientras “Pancho” lo sujetaba, le hice una toma para que quede de rodillas, puse el arma en sus manos, y las conduje a su sien, le dije a mi torpe ayudante que se aparte y le hice apretar el gatillo. Salpicó muy poca sangre, y lo recosté en el baño de manera que trabe la puerta si alguien la quisiera abrir.
Salimos del baño con el trabajo hecho, y como estaba muy agotado me dejé caer en el sillón, sentado pude ver como el inútil de mi compañero no paraba de hacer estupideces, y nuevamente se tomó otro vaso de whisky con “Ketoral”, pero me sonreí para mí, y decidí hacer lo mismo, quizás la droga me ayudaba a relajarme,  y sí funcionó, nos dormimos ambos un rato, hasta que nuevamente me llamaron de la central, les confirmé que el trabajo ya estaba hecho y me avisaron que en unos minutos nos vendría a buscar un auto.
Cuando llegó el coche, noté algo extraño en la mirada del chofer, me hizo una seña mirando a “Pancho” y le respondí, entonces al cabo de unos metros, lo bajamos del auto, lo rociamos con combustible, y así terminamos con el recomendado por “Maxi”, luego me dejaron en el aeropuerto, y me fui del país, los siguientes sucesos ya todos los conocen…



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Tienes los Fines...







Encerrado entre tres paredes y una reja, aún con un compañero y un ratón que viene cada tanto, uno puede llegar a sentirse en tanta soledad como cuando está casado. La prisión es un lugar absurdo, muchos se jactan de crímenes que no cometieron, algunos se arrepienten de sus actos, no falta quien encuentra consuelo en la religión, ni tampoco el que descubre su sexualidad.
Como decía antes, pareciera que fuera mi destino vivir en soledad, digo vivir, como podría decir existir, porque tengo entendido que la vida es otra cosa. Pero no es malo, tiene sus ventajas. No es lo mismo ser depresivo, a tener una existencia triste, porque no lo soy, pero tomo los sucesos de mi existir con una simpática resignación, cualquier humano en mi lugar, acudiría a la ayuda de estimulantes químicos, pero me suele suceder al revés.
La soledad de este lugar lo ayuda a uno a pensar, quizás no es eso, es la falta de preocupaciones, la falta de interés, la falta de responsabilidades, lo que llamo la libertad del encierro. Cuando uno forma una familia, o cuando interviene en cualquier tipo de sociedad, tanto laboral como familiar, el resto de los integrantes parece tener la necesidad de distraerlo a uno, como si fuera necesario, primordial, urgente. Y para ser funcional a esa sociedad uno tiene que perder la libertad de ser individual…
No puedo negar que podría ser un criminal, no tengo los fundamentos necesarios, pero no viene al caso en esta etapa. En este país existe algo que se llama “presunción de inocencia”, algo así como que le dan el beneficio de la duda al acusado, pero por lo general es solo para cuando descubren algún funcionario corrupto, tampoco es mi caso, no pueden, ni deben presumirme inocente, ni siquiera soy funcionario, pero me considero un criminal.
Todavía no cometí el crimen, es cierto, pero lo estoy planeando, por lo que me corresponde premeditación, pero como venía explicando, en este lugar tan oscuro, uno puede reflexionar con claridad, entonces, mi estadía en este lugar, la conseguí accidentalmente, como todo lo que he ganado en mi vida, pero después de meditar durante tanto tiempo, finalmente, llegué a una conclusión.
Había tomado notas de los sucesos desafortunados de mi vida, y aunque parecía mentira, había encontrado un patrón, la vez que me despidieron del trabajo, la vez que encontré a mi esposa en una orgía, el día que me detuvieron, y hasta el día que me casé; todos esos sucesos, y algunos otros, habían ocurrido el día cuatro de octubre, parecía que esta fecha estaba marcada, parecía que cargaba con una brujería, quizás fuera cierto.
Desde que tengo memoria, siempre he tenido una fortuna un tanto adversa, y cada vez que tomé medidas para que mis planes salieran como quería, siempre salieron al revés, así que tomé la decisión de planear las cosas de una forma inversa a mis deseos, quizás sea tarde, pero tengo que tratar de integrarme a la sociedad en la que me encuentro en este momento, y resultaría peligroso continuar con una metodología de vida que siempre me lleva al lugar opuesto de lo que espero.
Tenía una pequeña ventana desde la que podía observar el aeropuerto, pero esa mañana resultó empezar con mucha humedad, típica de la ciudad, calurosa, por la primavera, y soleada, nada extraño estaba sucediendo, solo era otro día sin sentido en la cárcel más absurda del país, pero unos pasos comenzaron a escucharse cada vez más cercanos, un ruido de llaves, y bisagras sin engrasar que crujían para terminar con un golpe seco de metal, cuando abrieron la reja de mi celda me llamaron por mi nombre (el verdadero) y el guardia me leyó un comunicado: “A los cuatro días del mes de octubre del corriente año, habiendo carecido de pruebas consistentes en la investigación caratulada como homicidio culposo del joven Juan José López, de oficio monaguillo, se le retira la denuncia y se procede a concederle la libertad”.
Y eso fue todo, me devolvieron, la flor de lis, el as de espadas, y unos condones con sabor a chocolate; volví a ponerme mi ropa, me condujeron hasta la puerta externa de la cárcel, el guardia me saludó afectuosamente, y así me encontré nuevamente atrapado en libertad.
Caminé al costado del autopista hasta que llegué a los límites de la ciudad, no tenía nadie que me espere, no tenía nadie a quien llamar, y no sentía interés por nada; lo único que necesitaba era llegar a la habitación que había dejado cerca de la costanera, seguramente el viejo italiano guardaría todas mis cosas, y me estaría esperando, así que al anochecer, me encontraba a punto de subir la escalera, para ver si por lo menos tendría un catre para poder descansar esa noche…
El viejo italiano solía escuchar tarantelas y beber casi todas las noches, y me pareció extraño que solo se escuchara el sonido de los grillos, así fue que toqué a su puerta, aplaudí, volví a tocar, y nadie respondió, me sentí un poco rebelde y se me ocurrió entrar por la ventana, me trepé unos centímetros y caí dentro, había un hedor como a encierro y humedad, como si no hubiera nadie hacía tiempo, encendí la luz, y me encontré con que el lugar estaba vacío, existía la posibilidad de que se haya tomado unas vacaciones, no tenía motivos para alarmarme, así que tomé la llave de la habitación que solía ocupar antes de quedar detenido, y subí la escalera apresuradamente. Al entrar en mi antigua habitación encontré un desorden que sí me preocupó, habían registrado la habitación por completo, alguien entró y buscaba algo, en un principio me sorprendí, pero luego de calmarme pensé en que los policías podrían haber venido, y desordenar todo.
Quizás el hecho de saber que no tengo ni compromisos ni responsabilidades me hagan sentir que no pertenezco a ningún lugar, pero en esa habitación, podía sentir mejor ser un desamparado, o un renegado, o un huérfano, o lo que sea que sentí. El viento del mar que se colaba por las chapas del techo haciendo un silbido agudo, o el ruido de olas chocando contra la costa, me recordaban siempre que había dejado de pertenecer,  cada vez que el techo se movía con un soplido, recordaba que no soy de este mundo, y puede ser que necesitara eso, necesitaba saber que no soy de ningún lugar, y así, dormí plácidamente.
Por la mañana, al escuchar a las gaviotas, abrí los ojos como si fuera un hombre nuevo, y decidí ordenar todo lo que había dejado desparramado, papeles, cuadernos, mapas, algo de ropa, algunas fotos viejas, no tenía muchas cosas, solo lo que estaba usando para darle un sentido a mi existencia, y para mi sorpresa, encontré algunos billetes en un bolsillo, era la suficiente para alimentarme por una semana, si la inflación me lo permitía.
Compré algunos víveres y decidí regresar, luego de calmar el hambre, se me ocurrió regresar a la escena del crimen, y fui hasta la parroquia. Me senté en un banco, y observaba el lugar, el nuevo párroco se sentó a mi lado, y con mucha simpatía me ofreció rezar, confesarme, comulgar, y demás sacramentos, cuando le dije que solo me falta la extremaunción, sonrió con ganas, y me invitó a tomar un vino con él, mientras hablaba sin parar servía una copa de vino fresco, y por todos los medios trataba de que yo me abriera, y le contara más sobre mí, parecía verdaderamente interesado en ser un pastor para su rebaño, así fue que decidí decirle que yo era quien había estado detenido por el crimen que allí se había cometido, y no se asustó, por el contrario, continuó escuchándome, le expliqué que necesitaba ver el lugar, entender lo que había pasado, pero eso cambió todo.
Comenzó con el sermón, el perdón, la resignación, y esas cosas a las que acuden los párrocos cuando uno tiene un problema serio, traté de escucharlo, como para que no se ofenda, y al finalizar con sus bendiciones, y con sus pasajes de las sagradas escrituras, y los rosarios, le ofrecí ser voluntario en los trabajos de la parroquia, y eso pareció ponerlo contento, aparentemente necesitaban a alguien que ayude con el mantenimiento, y los feligreses de la zona no son muy laboriosos, así que me invitó a aceptar mi propia oferta, a cambio de comida y oraciones, una santa oferta diría.
He leído y reflexionado bastante acerca de un tema trascendental de la humanidad como lo es el tiempo, entendí que no era lo suficientemente importante, ningún reloj en el universo podía ser más importante que detenerse a oler las rosas, y ya era demasiado con tener que cumplir una rutina para poder ser parte de la humanidad, no podía compartir la idea de que una canción dure tres minutos, ni que una película dure dos horas, me parecía una idea demasiado compleja, es decir, una construcción de lo más absurda, sobre todo en los últimos años, donde todo tiene que ser inmediato, y a las apuradas porque el litio no fue suficiente. Un filósofo que leí durante mi cautiverio lo llamó el “Síndrome de Mc Donald’s”, pero justamente por eso, porque no quería ser un esclavo del tiempo, no podía permitir que los últimos sucesos de mi vida sean en vano, y pese a las recomendaciones del simpático sacerdote me dispuse a continuar con mi búsqueda.
Para poder entender lo que necesitaba de mí, primero tuve que hacer un inventario, y para no fallar, ni repetir carencias, tomé un esquela y traté de comenzar a anotar, pero mientras miraba como las olas golpeaban la costa pensaba en que en realidad, no tengo más que un vacío en lo que se conoce como vida, podría ser que no tuviera ni corazón… al ver el humo del cigarrillo tuve la certeza de que tenía pulmones, por lo que pude certificar que puedo respirar, pero el vacío que sentía en el lugar donde antes latía un corazón, me decía que ya no podía sentir, seguramente no existía ninguna diferencia entre mi existir y la vida de los millones de peces que nadaban en el mar delante mío.
Tenía algunas certezas más, sabía que estaba detrás de darle un sentido a mi existencia, pero se me había ocurrido, que para conseguirlo, era necesario tener vida, anoté eso en la esquela, también podía imaginarme que para darle un sentido a mi existencia, tenía que conseguir establecer nuevos hábitos, como por ejemplo, darle un uso a mi metabolismo, tenía que enfocar una mirada hacia dentro, desde la distancia, revolver lo suficiente como para encontrarme y poder aprovechar todo mi potencial, y así en un acto de iluminación, abrí las ventanas, sentí el viento salado acariciándome en mi rostro y me dejé llevar, quise sentir la energía que las olas descargaban sobre la costa, y me arroje al mar, tendría que haber calculado mejor, cuando me desperté estaba sobre una roca con un sangrado que no sabía de donde salía, un profundo dolor en todas mis extremidades, y un gato queriendo cazar las gaviotas que me revoloteaban.
Cuando tuve suficiente energía, volví a mi habitación, necesitaba acostarme en la cama, recuperarme del golpe, y detrás de mí, noté que el gato seguía mis pasos, cuando subí las escaleras, y me dejé caer en el catre, el gato cruzó por la puerta con mucha confianza y lo dejé que me acompañé, se paró sobre un librero que se encontraba en frente de mí, y con sus patas traseras apoyadas me observó como queriendo comunicarse, o indagándome, en mi dolor, me quedé mirándolo a sus ojos, y recordé, que este animal en ciertas mitologías representaba a una diosa que no recuerdo el nombre, pero representa la protección, el amor, y la armonía, así que lo tomé como una señal. También representa a la brujería, pero como no era cuatro de octubre no me preocupé por eso.
Al anochecer, necesitaba salir, caminar, y podría decir que una copa, así que dejé entreabierta la ventana, por si mi nueva mascota necesitaba salir, y me fui. Mientras caminaba hacia el bar, el viento fresco del mar, sacudía mi mente, que se debatía entre intentar construirme como persona, y acabar con mí existir a lo grande. Verdaderamente, parecía un círculo vicioso, no podía concebir una sin la otra, y  necesitaba vivir para poder morir, entonces, no me quedó más alternativa que comenzar a construir una vida.
Al llegar al bar, después de tanto tiempo de ausencia, pareció que nadie me recordaba, así que pedí un trago y me senté a relajarme, el ruido, la violencia, la oscuridad, todo me resultaba muy familiar, como si nunca me hubiese ausentado, y una vez más me volví el hombre que alguna vez fui: el renegado, el huérfano, el asesino. Inconscientemente sonreí y alguien puso música en la fonola, la canción que empezó a sonar, no combinaba nada con el lugar, era algo así como una mezcla de jazz con música gitana, y una voz de mujer que pretendía esas cosas de niña caprichosa, pero en francés, así que no creo que nadie entendiera lo que la canción decía, ni mucho menos que le guste a alguien de los que estaba ahí, entonces, el encargado del lugar, notó lo mismo que yo, se acercó a la caja cargada de música y de un golpe seco, la hizo callar, pero inmediatamente, otra cosa nueva sucedió.
Puedo decir que desde el día que vi por primera vez sin ropa a Layla, (mi amante de la escuela), nunca vi una silueta tan perfecta como la que traía la mujer que acababa de entrar al bar, cualquiera pudo haberla confundido con una muñeca, quizás la hicieron usando un molde, sus ojos se veía cautivantes, sus labios se veían ardientes, y sus manos firmes, curvas por demás peligrosas, y un andar elegante, varios de los presentes intentaron convidarle un trago, pero ella no aceptó ninguno, se sentó sola en la barra, y bebía sin mirar a nadie, pero yo sentía que me miraba a mí.
No puedo negar que la presencia de esta señorita tuvo alguna influencia en mi, pero para el estado en el que me encontraba, debatiendo conmigo mismo, no era una buena idea adquirir una distracción, y en un bar de mala muerte al que acuden pescadores, marineros, marginales, y demás gente de dudosa reputación, esta presencia femenina era sin dudas una distracción, y aún cuando mi metabolismo intentó llamar mi atención, decidí apurar el trago y partir, crucé la puerta, encendí un cigarrillo y al dar unos pasos, sentí un viento en la nuca que traía un perfume suave y agradable, sorprendido por este inusual evento, giré, y la observé como se acercó hasta mí.
La lluvia creyó conveniente aparecer para echarme una mano, y sin decirme nada, ella sonrió, me tomó del brazo y caminó a mi lado, como si fuéramos viejos conocidos, y sin reproducir todo lo que se aparecía en mi mente, caminé sin prisa por la costanera, mientras la veía como me observaba cada vez que podía. Su mirada era algo inusual, por su forma de observarme, en sus ojos se podía ver, algo así como una mezcla de admiración, seducción, respeto, satisfacción, seguridad, era verdaderamente increíble, por fortuna la lluvia le sentaba bien, y aunque sabía que no podía ser como una niña de secundaría, también tenía algo de inocencia cuando caminaba a mi lado, y así llegamos a mi guarida.
Al amanecer, encontré todos los condones de chocolate sin usar, desparramados por el suelo, una botella vacía, el cenicero lleno, y me ardía la espalda, mientras me bañaba pude ver los arañazos, y demás marcas en el resto de mi cuerpo, quizás fue una noche fogosa, aún después de la ducha, todavía sentía su perfume impregnado en mí, cuando me senté en la cama a vestirme, el gato apareció en la ventana, y la chica había dejado un lugar vacío en el estrecho catre, pero desafortunadamente, solo tengo el recuerdo de haber llevado una muñeca conmigo, y nada más, no recuerdo que me hubiese acostado con ella, ni que me hubiera lastimado la espalda, solo quedó el perfume, y las heridas.
Quizás esa mañana me encontró con un estado de paz espiritual mucho más superior al habitual, y caminando en silencio llegué a la parroquia, el sacerdote estaba esperándome con varios feligreses a su alrededor, me preguntó si había pecado, y cómo no me esperaba la pregunta le respondí algo así como: “No tengo el conocimiento de haber pecado, pero tengo la sospecha, y si digo que lo hice, estaría mintiendo, por lo tanto pecando, pero seguro, puedo afirmar que voy a pecar de un momento a otro…”Se quedaron mirándome asombrados por un momento hasta que el regordete sacerdote, sonrió, me bendijo, y me llevó con él tomándome del brazo.
Me condujo a un subsuelo en donde nos encontramos frente a un retablo, hermoso, pero destruido, me preguntó si me animaba a restaurarlo, y cuando le dije que sí, pude ver como se sintió orgulloso, y volvió a las escaleras con alegría, miré nuevamente el retablo, con más detalle. Estaba muy bien tallado, la madera se conservaba en muy buen estado, tenía un estilo gótico, y parecía estar hecho por ángeles. Me pareció una tarea interesante, después de todo, lo único que quería era encontrar alguna pista sobre el párroco anterior, y esta tarea me permitía poder pasar más tiempo en esa iglesia. La lógica de hacer lo opuesto a lo que deseo está funcionando.
No esperaba bajo ninguna circunstancia tener éxito, pero el destino me llevó a la aventura de mi vida. Durante mi trabajo de restaurador, pude encontrar un cajón oculto en ese retablo, y al abrirlo, encontré un pequeño cofre con bastante dinero, varios fajos de diez mil, y bastantes piedras preciosas, por supuesto que me guardé todo. Aunque todavía el contenido era más amplio… mi arma con la bala de plata, y mi carnet de conductor, en seguida me recorrió un escalofrío por la médula. Recordé el revoltijo en mi habitación, el día en que me detuvieron, y no tenía ningún arma, recordé la charla con ese párroco en el bar, recordé que lo que esperaba encontrar era un vampiro, quizás él también quiera encontrarme a mí.


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