Comportamiento Humano Volumen 1.6

EL ARTICULADOR EN EL TIEMPO



Indiscutiblemente: Venimos alimentándonos de problemas existenciales. Durante miles de años fuimos incapaces como especie, de sugerir una idea original.  Fracasos, derrotas, humillaciones “¿Si pudiera viajar en el tiempo?”
Alguna vez nos preguntamos si podíamos viajar en el tiempo, vos también te lo preguntaste, lo pensaste, y por eso tengo hoy esta idea lógica.
El viaje a través del tiempo es posible, sí, se puede viajar a través del tiempo hacia el futuro, es verdad, el mas grande físico de todos los tiempos probó que viajando a la velocidad de la luz (300.000Km./s.) el tiempo se detiene, en base a esto podemos suspender el tiempo, solo nos falta fijar el punto de destino.
Sabiendo que a 300.001 Km./s hemos viajado al futuro, tendríamos que conseguir los datos suficientes para poder manipular el destino, por lo que por lógica hemos conseguido viajar al futuro.
De esta manera, podríamos tener acceso, a información que nos urge, aunque sea de curiosos. Por otra parte, el viaje hacia el pasado es un poco más complicado, a saber: Sabemos que el tiempo se puede detener, pero no volver hacia atrás, por lo que podríamos suponer que se puede viajar a un pasado futuro, es decir, a un pasado a partir de un presente.
Esto quiere decir que si podemos detener el tiempo, y dejarlo detenido 20 años de nuestro presente, el viajero del tiempo,  tendrá 20 años menos, al momento de volver a su velocidad crucero, pero se encontrará en un futuro.
Lógicamente esto sería igual que viajar al futuro pero más lento, o por lo menos esto es lo que la lógica nos indica, este gran sabio del siglo XX afirmaba que si se viaja en el tiempo la masa se deforma, es decir, que no se llega. Se puede viajar al futuro pero no se puede llegar.
De todas maneras si lo tomamos con un poco más de pasión podríamos decir que se trata simplemente del envejecimiento, se trataría de que se puede viajar en el tiempo, pero el tiempo existe para todos, lo que nos indica que si se trata de enviar un objeto orgánico (que tiene o tuvo vida), este objeto llegaría a su destino «deformado» o sea: envejecido, por lo cual el viaje a través del tiempo es solo parcial.
Pero ¿Qué pasaría si se tratara de enviar algún objeto inorgánico a través del tiempo? Algo que no se gaste ni envejezca, por ejemplo un elemento mineral.
Se sabe que las rocas se gastan por la acción de los vientos, lluvias, etc, pero una roca protegida de todo esto, jamás de deterioraría, y mucho menos si se encuentra en un viaje al futuro ¿El Oro? No se gastaría, ni sufriría ningún cambio, por lo que no habría un lugar más seguro para guardarlo que el tiempo.
Por supuesto que todo esto es hablando dentro de la lógica conocida hasta este momento, todos sabemos, sin necesidad de lógica, que si se pudiera viajar en el tiempo hacia el pasado, ya nos habrían venido a visitar, y por supuesto no lo hicieron.
Y el viaje al futuro es difícil de experimentar porque en el caso de que si se pasa un segundo en el calculo del destino, la gente del futuro no sería contemporánea con la actual y no habría pruebas suficientes en el presente.
O por el simple hecho de que si se logra, no se podría volver y no habría manera de saber si se tuvo éxito, salvo en el caso de que se consiga viajar hacia un futuro inmediato, obviamente, 10, 15, 30 años, no más.
Claro está, esto solo es un poco de lógica actual, pasión de la mas pura, y la mejor predisposición. A falta de la construcción podemos agregar que si este es su caso, si este es su problema existencial, usted esta sentenciado, y por lógica, usted no tiene remedio. No siga sufriendo, intentando y fracasando, porque en este planeta nada es lo que parece ser, y no quedan muchas moralejas por desarrollar, simplemente que los años van y vienen y lo que somos y hacemos va en la eternidad, pero acostúmbrese, usted seguirá en este tiempo.
Aunque aquél inglés haya dicho que cuando lo lógico sea ilógico probablemente lo ilógico sea lo más lógico, pero ese es otro tema que deberán solucionar entre ustedes, porque como decía, en este planeta nada es lo que parece ser, incluso hasta la pasión es de cotillón.


Este artículo ha llegado a este editorial con la firma de mi muy querido Articulador, lo cual nos deja saber que el hombre es fuerte como un Roble, debajo de su firma está la fecha 24 de Septiembre de 3042.                                                                                                  
El Editor.


La piel de Taguá




«No hay nadie que antes de entregar el alma no eche de menos tres cosas:
no haber podido gozar por completo lo que había ganado durante su vida,
no haber podido alcanzar lo que había esperado con constancia,
y no haber podido realizar un proyecto largamente pensado»
Las mil y una noches.


Al poco de finalizar la «gran guerra», no le gustaba estar bajo la «tutela» de los británicos. Para alguien nacido en la histórica «medialuna fértil» esta posibilidad no tenía razón de ser. Pero necesitaba algodón para continuar con sus negocios, y los nuevos tratados comerciales, no eran nada favorables. Por suerte para él, encontró otra Mesopotamia al otro lado del mundo, y como le habían recomendado… muy rica en algodón. Preparó su equipaje y se embarcó, cruzó el atlántico y se liberó de las tensiones de su nación, el aire del mar era en verdad terapéutico. Al llegar a América cambió de barco, y se adentró por un frondoso río de agua color marrón. Nunca había visto un espectáculo así, la vegetación comenzó a invadir el paisaje, y el hombre se sintió un aventurero. Desembarcó bien adentro. Y se presentó en un pueblito olvidado por el tiempo.

«El turco», como lo apodaron los lugareños, se hospedó en una estancia. Y hasta allí acudían como si fueran peregrinos los habitantes de la región. Le llevaban regalos como si fueran ofrendas para sobornar al extranjero. Le llevaban comidas, postres, productos artesanales, como telas y quesos de cabra. De esta manera, «el turco» comenzó a sentirse querido por la gente, pero la cosecha tardaba y al pobre hombre le pesaba la soledad y la necesidad de una compañía femenina.

Como suele hacerse en estos parajes, el fin de semana se organizaban festines. Un asado con cuero, mucho chamamé, y baile. Pero como tenían un invitado especial decidieron hacer  una especie de celebración para agasajarlo en el salón de la estancia. El hombre apareció vestido con atuendos autóctonos. Colgó  las túnicas y turbantes y andaba de alpargatas, bombacha de gaucho, camiseta blanca y pañuelo al cuello. En un principio fue muy festejado por los concurrentes, hasta recibió un gran aplauso generalizado, y entre baile, asado y ajetreo al hombre se le empezó a notar que en su entrepierna se manifestaba la necesidad de estar con una mujer. Algunas se avergonzaron, otras más picaronas murmuraban entre ellas, y la muchachada de inmediato recordó que el pobre hombre estaba solo, y como dice en las sagradas escrituras: «No es bueno que el hombre esté solo…»

Para resolver la situación alguien dijo de llamar a una prostituta, pero en el poblado nadie ejercía la profesión… Para ir a buscar alguna a la ciudad necesitaban de dos o tres días a caballo, y decidieron buscar alguna voluntaria. Luego se les ocurrió hacer un sorteo entre las solteras, pero las pocas que quedaban, ya estaban negociadas para casarse, lo que suponía un obstáculo… Nadie quiso hacerle el favor, ni tampoco poner en duda el honor de ninguna muchacha.

Al dueño de la estancia, Don Fulgencio. Se le vino a la mente pedir ayuda, pero no tan lejos. Cruzando el «río muerto» se encontraba la tribu de los «qom» o «Tobas», como eran conocidos. Ensilló unos caballos y partió con unos peones de confianza, no era mucho el trayecto, solo unas cuantas leguas. Por lo que al cabo de unas horas el estanciero pidió tener un encuentro con el «lataxala», que administraba la tribu. Le ofreció maíz, batatas, porotos, vacas y todo lo que se le vino a la mente, pero el cacique se ofendió y no quiso acceder.

Cuando emprendió la vuelta, creía que si no mantenía a su huésped contento, este quizás se canse y decida marcharse, no podía dejar pasar la oportunidad de concretar este negocio. Por lo que en su frustración de volver sin ayuda, se le vino a la mente una idea asombrosa… «La Teresita».

Como su nombre lo indica, había nacido el primer día de octubre, y sus padres que eran  fervientes católicos, la llamaron Teresita. La niña se crió en un ambiente muy riguroso, pero tenía un problema que nadie pudo resolver. Sufría delo que ellos llamaron «Fiebre vaginal», ya que para esa época, nadie hablaba de este tipo de trastornos.

«La Teresita» tenía un récord, desde que se hizo señorita a los once años, había tenido relaciones con los hijos de todos los vecinos. Luego con sus padres,  con algunas niñas, y hasta el párroco dejó colgada la sotana por unos minutos. Algunos vecinos  aseguraban que en varias oportunidades a la niña la encontraron viéndole la cara a dios con algunos animales. Las malas lenguas decían que cuando no encontraba ningún ser vivo se calmaba usando las cañas de pescar, porque sus manos eran muy delgadas y los dedos ya no los sentía. En la pulpería murmuraban que se compraba barras de jabón y les daba la forma. Pero todos aseguraban que alguien lo había visto, y nadie sostuvo haberlo visto.

Sus padres no soportaban la vergüenza y trataban de que por lo menos nadie contara las aventuras de su hija, pero  cuando la noticia no pudo taparse más, y antes de asesinar a la niña, buscaron soluciones. Primero fueron a ver al herrero, y este les fabricó un arnés para la zona del pubis con un candado, pero hacía mucho ruido, y se oxidaba muy rápido, por lo que la nena se lastimaba la entrepierna. Como esto funcionaba a medias hablaron con el cura y  la exorcizaron, pero tampoco dio resultados positivos. Y como no funcionaba nada, la llevaron con Grismilda,  «la curandera». Esta le lavaba esa zona con vinagre y sal, luego le hacía meterse hojas de ruda mezcladas con limón, y para cuando el deseo fuera irrefrenable tenía que ponerse un algodón impregnado con un brebaje de hojas de quebracho, y demás «remedios» caseros.

Cuando nada pudo curar su mal, la solución definitiva fue llevarla a una cabaña alejada, bien adentro del monte, donde nunca más fue nadie del pueblo.

Sus padres no soportaron la vergüenza, vendieron lo que tenían y se marcharon a la capital. «La Teresita» se quedó cuatro años viviendo sola. Un tío lejano le llevaba algunos víveres una vez por semana. Y así fue como en su soledad, se convirtió en mujer.

Hasta allí fue la gente del pueblo a buscarla. Cuando iban llegando, vieron cómo se alejaba un paisano al que nadie conocía, y «la Teresita» los recibió con algo de desprecio. Todavía les guardaba rencor por el destierro. Tras escuchar el pedido de sus antiguos vecinos  amantes, ella pidió algo a cambio, que la dejaran volver a vivir en el pueblo, una cabaña amplia, y que le llevaran alimentos de por vida.

Los vecinos pensaron que si aceptaban «el turco» podía hacerse cargo de las demandas de «la Teresita», así que no dudaron en acceder a sus demandas. Después de todo, el pueblo necesitaba tener contento al hombre…

La subieron al caballo, pasaron por la farmacia a comprar una barra de jabón y fueron a prepararla. La lavaron bien en las zonas que necesitaban, la perfumaron, la vistieron como si fuera una muñeca y la llevaron a la habitación  donde «el turco» no esperaba tener semejante regalo.

Cuando la puerta de la habitación se abrió, «la Teresita» dio un paso sin dudas y sin miedos, el hombre mostró una sonrisa libidinosa debajo de sus bigotes y se abalanzó sobre ella. Por un momento «La Teresita» se dejó llevar, pero el hombre se movía con mucha brutalidad, y lo que parecía que iba a ser placentero, se estaba tornando doloroso.

Para ser honestos, aún con sus «inocentes» quince años, «la Teresita» tenía más experiencia que «el turco», así fue que le hizo creer que él tenía el control, y al cabo de unos minutos, el tiempo que aguantó la necesidad, se manifestó sorpresivamente. Y con un quejido muy agudo, el hombre quedó al fin se liberó. «La Teresita»  aprovechó la situación para tomar las riendas. Ató al hombre por las muñecas al respaldo de la cama, y recorriendo suavemente su cuerpo con unos besos apasionados, también lo ató de los tobillos. Y así pudo dejar descargar la fiebre que la recorría por dentro.

Empezó haciendo volver en sí la parte que más necesitaba. Con ayuda de un poco de saliva y sus labios gruesos, no tardó en conseguirlo. Luego descargó con excesiva pasión la lujuria que estuvo acumulado durante tanto tiempo en la soledad del monte, por un lado o por el otro conseguió que el hombre la poseyera, de frente y de espaldas, de rodillas o en cuclillas, y cuando «el turco» estaba por estallar, ella cambiaba de posición. Llegó un momento que el hombre ya no entendía más nada y se encontraba embriagado y extasiado de tanto ajetreo. Así rendido, ella lo levantó y lo ató de una viga que cruzaba la habitación y continuó abusando de él, pero esta vez de pie, hasta que llegó la luz del sol.

Los vecinos escuchaban raros sonidos provenientes de la habitación y creían que se trataba de  palabras en árabe, nadie imaginaba que un hombre pudiera gemir tanto, y durante tantas horas, pero de pronto, los que aún estaban despiertos observaron como «la Teresita» bajó las escaleras y pidió mate y pan con chicharrones para desayunar.

Poco a poco comenzaron a despertarse y nadie se atrevió a preguntarle cómo había pasado la velada.  Se vivió un desayuno con extrema tensión. El mate se hacía largo en cada ronda, y el pan con chicharrón, no acababa de ser digerido, de pronto, los peones se miraban entre ellos y miraban a «la Teresita ». Las mujeres notaban que la piel de ella presentaba un color rosado y sonrieron con picardía.

Fulgencio, que era el dueño de la estancia, decidió romper el silencio:

-Nadie ha dicho buenos días…-

Y como un coro, todos lo dijeron a la vez, excepto Teresita que dijo:

-Buenos días, y mejor noche, ya tengo que terminar el desayuno, dejé al hombre esperando para seguir-

Los que estaban escuchando se alarmaron de inmediato, pero Fulgencio, adelantándose, le pidió que se acostara y descansara… -En seguida me ocupo de llevarle el desayuno al patrón, usted descanse algo mujer, ya seguirán con la suyo más tarde…-

Fulgencio le pidió a doña Rosa, su mujer, que le llevara el desayuno al pobre hombre –Debe estar agotado después de la noche que se pasó con «la Teresita», llévale el desayuno, que recupere algo de energía…- y sonrió picaronamente.

Cuando doña Rosa golpeó la puerta de la habitación, no entendió la respuesta del hombre, pero supuso que estaba despierto y entró, cuando lo vio desnudo atado a la viga gritó y tiró la bandeja,  por lo tanto, en escasos segundos todos acudieron en su ayuda. Al ver la situación, Don Fulgencio hizo salir a todos los que se presentaron en la habitación, y empezó a desatar al hombre. Lo observaba con asombro, nunca había visto a ningún hombre con tantas marcas de uñas, ni tan lastimado. Cuando lo sentó se puso los anteojos y observó con atención el  morado miembro varonil, con marcas de dientes y colgando como si fuera una fruta pudriéndose en la rama de árbol…

«El turco» durmió casi todo el día, y al anochecer cuando abrió los ojos ya estaba enamorado, «la Teresita» le ablandó el corazón y no podía pensar en otra cosa, de inmediato la mandó a llamar, y las noches se hicieron cada vez más fogosas y más largas, «el turco» encontró la felicidad en la llanura chaqueña.

El tiempo pasó apresurado y para el momento de la cosecha «el turco» había perdido unos notables quince kilos, la ropa le quedaba holgada, y hasta los bigotes le quedaron grandes. «La Teresita» también era feliz, parecía que la vida le concedió una segunda oportunidad y que su «problema» a los ojos de su hombre era su mayor cualidad.

Pero en poco tiempo, sucedió lo inevitable… A «la Teresita» le crecieron los pechos y las caderas, estaba en la dulce espera... El pueblo entero festejó la noticia, aunque resultara imposible de creer, la gente se contentaba porque de alguna u otra manera, «el turco» era ahora el responsable de los actos de su esposa. Creyeron que se la llevaría a algún país árabe.

«El turco» hizo los arreglos para mandar el algodón, primero en tren a la capital y luego en barco hasta el golfo pérsico. Luego se ocupó de comprar pasajes de barco para él y «la Teresita», y cuando tuvo todo listo volvió al pueblo a buscar a su mujer y prepararse para el viaje.

En «su» idioma, esa mezcla de castellano con árabe, intentaron ponerse de acuerdo, pero según los cálculos, el retoño iba a nacer en alta mar, por lo que ella le suplicó que esperaran al nacimiento para partir. Le pidió y rogó que no la hiciera parir en el mar, le daba miedo. Pero «el turco» no estaba muy convencido de la idea. «La Teresita» se encargó de convencerlo esa misma noche, y bien convencido quedó.

Don Fulgencio consiguió vender  la cosecha de algodón al empresario, los peones cobraron su salario, saldaron sus deudas y organizaron un festejo; había resultado un año próspero. Con lo recaudado, Fulgencio invirtió más para la próxima cosecha, compró un camión y les regaló un rico buey viejo que ya no iba a llegar al próximo año, para asar en el festejo. Esa noche bebieron, y comieron como si fuera su última noche, incluido «el turco» que ya casi no recordaba su religión… 

Esa misma noche, mientras la gente del pequeño pueblo descansaba luego de la gran fiesta, muy sigilosamente llegó la venganza.  El cacique se sintió herido en su orgullo, y el rencor lo llevó a tomar medidas drásticas. No era solo por la ofensa, otro motivo lo impulsaba…

Defendidos por la oscuridad entraron en la estancia, atacando con violencia a todo lo que se movía, pero los peones de Fulgencio eran diestros con sus facones, y gracias al «taita» y a pesar de haber bebido la última gota de la última damajuana,  ninguno encontró se encontró con la parca. Los tobas eran muchos más que los peones, pero poco a poco comenzaron a replegarse, y cuando el último de ellos logró montar su caballo, desaparecieron por el monte.

Todo pasó muy rápido, aún reinaba la confusión. Fulgencio calmó a su gente, que no paraba de quejarse. Los peones que estaban afuera le avisaron que no se habían robado nada, Fulgencio parecía confundido ordenó a Doña Rosa que atendiera a los heridos y el resto decidió hacer guardia hasta el amanecer. Pero el día a estaba clareando y no faltaba mucho para el desayuno, así que cuando terminó de poner vendas, Doña Rosa fue a llevarle el desayuno a «la Teresita» y cuando «el turco» abrió la puerta, Doña Rosa lo entendió todo.

Cuando el cacique y sus hombres llegaron a lo más profundo del monte, las mujeres esperaban su llegada con una gran hoguera. Bajaron a «la Teresita» y la llevaron frente al «lataxala» y este notó el embarazo, se enojó y profirió palabras como «iatedewa» «chivaxaic» «yasaqaget», con la rabia que tenía nadie entendía las palabras que salían de su boca, lo mejor que entendieron fue que la prendan fuego, que la intercambien o que se lleven esa mujer que se acuesta con todos.

El «pio'oxonak» intervino, habló a la multitud y les explicó que dentro de la «chivaxaic», había una alma fuerte, no es bueno quemarla, ni matarla. Les recomendó que la dejen en sus manos. Él sabía solucionar la situación, así que le hizo unas pintadas en su cuerpo, y la llevó caminando por el monte en la oscuridad hasta que «la Teresita» se encontró caminando sola.

En este pueblo no se conocían muchas cosas, entre ellas la furia de «el turco». Fulgencio no sabía como calmarlo, y el hombre creía que «Alá» lo había castigado por beber vino… el pobre gritaba, lloraba, maldecía todo junto, aunque nadie entendiera lo que él decía. Las paredes temblaban con cada grito del árabe, y todos entendieron que necesitaba ir tras su mujer, quizás hasta quería venganza.

Los hombres y algunas mujeres se ofrecieron como voluntarios, ensillaron los caballos, se armaron todo lo que pudieron y después de rezar un «Padre nuestro» partieron hacia el monte, cruzaron el «rio muerto» y esperaban encontrarse pronto con la tribu, pero no encontraron ni rastros. Los tobas se habían escapado cubriendo sus huellas. Los hombres de Fulgencio y «el turco» no se dieron por vencidos con facilidad se adentraron más y más, hasta que oscureció, no podían continuar la búsqueda en la noche así que acamparon. Fulgencio le explicó al pobre hombre que por algo le llamaban «el impenetrable» a ese bosque, así que les convenía dejar marcas y volver para que no vuelvan a atacar la estancia.

En el regreso pasaron por una cabaña perdida, en la que aún se veía lo que quedaba de una hoguera, y decidieron acercarse. Dentro de la cabaña se escuchó el ruido de los caballos y Grismilda salió a recibir a los hombres de Fulgencio con un farol en la mano. Al tener al hombre en frente le explicó:
-La gente del bosque no quiere mujeres embarazadas, no necesitan más bocas para alimentar, pero ustedes le robaron la mujer que atendía a todos los hombres de la tribu, eso no se le hace a los vecinos- todos se miraban entre ellos, pero «el turco» no entendía una sola palabra, entonces la mujer siguió…

-Me la dejaron acá cerca, llévense a la pobre niña, está sana, pero no le hicieron nada, ya falta poco para que nazca la criatura, si quieren tráiganla a parir, parece que no está en buena posición-
La futura madre subió llorando al caballo con «el turco» que le agradeció a la mujer por las palabras que no había entendido. Fulgencio le tiró varias monedas y como los caballos estaban nerviosos, galoparon por el monte con la esperanza de que la estancia estuviera como la habían dejado.

Encontraron todo en su lugar, y por unos meses más hubo paz. Hasta el día en que «la Teresita» tuvo contracciones, el parto era inminente. Ella le pidió que fuera  a buscar a Grismilda, «la curandera», pero «el turco» le entendió al revés y la llevó a ella hasta la cabaña de Grismilda.

Al sentir los caballos que se aproximaban, Grismilda salió a recibir a los visitantes con una gallina degollada en una mano y una pequeña hacha en la otra. Le preguntaron si podía asistir el parto, y a cambio, ella pidió una yunta de gallos colorados y una yarará viva. «El turco» mandó a uno de los peones a que fuera por el mandado, y la curandera suspendió el ritual que estaba haciendo, para comenzar el trabajo de parto.

Desde que había vuelto de la cueva de Salamanca, Grismilda no era la misma, pero aún sin tener iris en ninguno de sus ojos, su vista era mejor que la de un lince. Le dio una infusión de hierbas a la futura madre y tras hacer un poco de fuerza, se sentó al pie de la cama y comenzó a cantar. El ritmo de su canción se fue acelerando a la vez que los quejidos de «la Teresita», la curandera interrumpí su canto lanzando eructos largos y ruidosos, con un sonido vacío hasta que en un momento el establo quedó en silencio y un llanto al fin calmó la ansiedad del futuro padre que esperaba afuera.

«El turco» apuró el paso y se hizo presente en el establo donde estaba pariendo su mujer.  La curandera ya tenía al bebé envuelto en una piel de taguá. Al observar la situación, el hombre pareció enternecerse, miraba sus rosadas manos, contaba sus diminutos dedos, estudiaba sus facciones, y al ver que era normal, se pudo tranquilizar. Entonces miró a su mujer que yacía casi desmayada, pero Grismilda pudo presentir lo que se acercaba y decidió dejarlos a solas. Lanzando un último eructo vacío, el piso de madera resonaba tras el pesado pasos de la curandera que se alejaba.

Con la poca fuerza que le quedaba, «La Teresita» le pidió que le diera la nena en brazos. «El turco» comenzó a inyectarse en furia, sus ojos se pusieron colorados de rabia, le quitó la piel que la envolvía y al ver que era una niña comenzó a gritar en árabe, la arrojó en un balde con sangre del ritual que habían interrumpido, salió corriendo, montó el caballo y desapareció sin decir nada.

Grismilda recibió sus gallos colorados y su yarará, se sentó en su mecedora y preguntó si podía quedarse con el cuerpo de la mujer y de la guacha; nadie le respondió. Los caballos galoparon alejándose, y una sonrisa diabólica se dibujó en los labios de la curandera.

Dentro del establo se escuchaban los gritos desgarradores de «la Teresita». No se supo si lloraba por perder su familia o por el ritual que Grismilda estaba practicando. Lo que sí es cierto es que largas horas continuó ahogando su dolor, y cuando la noche sin luna había oscurecido la llanura, el súbito silencio se apoderó del lugar como si hubiese sido la orden del propio «Mandinga».

Grismilda se quedó en su silla mecedora durante varias horas fumando de su pipa. En el monte no se escuchaban ni los animales salvajes. Pero ella estaba acostumbrada a las noches en soledad en el medio de la nada. Entonces cuando su pipa la llevó a conseguir la conexión con el espíritu del monte, se puso de pie y caminó hacia el establo.

Sin encender el farol, tomó una cuerda, sujetó de pies y manos a «la Teresita» y la arrastró hasta el frente de su casa, luego la ató a la rama de un árbol y encendió una hoguera. Volvió al establo y regresó con el balde ensangrentado y retiró al bebé, volvió a envolverlo con la piel de taguá y lo dejó entre las hojas del suelo, luego avivó las llamas con más leñas, y se sentó el suelo con el balde lleno de sangre, le agregó algunas hierbas, y mientras revolvía la mezcla dijo algunas palabras ininteligibles durante un largo rato. Las llamas de la hoguera llegaron a la altura de una persona, y la mezcla en el balde estaba terminada. Grismilda se puso de pie, arrojó el contenido del balde en el fuego, y luego escupió sobre la mezcla.

Ya estaba clareando el día cuando el fuego se apagó y una densa niebla se presentó en el monte, Grismilda entró en su morada y se volvieron a escuchar unos eructos vacíos, luego de un rato cambió los eructos por un ronquido violento hasta que el gallo decidió despertarla anunciando de forma tardía la mañana.

Al abrir la puerta, Grismilda se dio cuenta de que la había visitado el «pio'oxonak», la niebla había desaparecido y en lugar de «la Teresita» había varias bolsas de arpillera con granos de «oltañi» y «avagha», así era como la tribu toba llamaba al maíz y a los porotos, decidió entrar las bolsas a su casa, y luego se sentó en la mecedora con el mate. Mientras cebaba no le quitaba la vista al bebé ensangrentado envuelto en la piel, apoyado sobre las hojas. Debajo de una fina lluvia, mientras se escuchaba un pequeño llanto.

Grismilda dudó un momento, se había puesto nerviosa. La humedad le hacía hinchar sus pies, y se irritaba más fácilmente. Con un movimiento brusco se puso de pie, y fue por la pequeña, la entró en su hogar, y la alimentó con un poco de leche. De inmediato cesó el llanto, y también la lluvia. «La curandera» observó detenidamente a la pequeña, y decidió quedársela momentáneamente, la niña había salvado su vida…

«El turco» subió al barco en la capital y decidió dejar el pasado en su lugar, pero los días se sucedían y el mar no le daba la calma que sintió cuando había partido de su hogar el año anterior. Su familia ya había recibido suficiente algodón para satisfacer a los comerciantes de medio oriente. Y en su corazón sentía un vacío. En la estancia había aprendido que «Es zonzo en el cristiano macho cuando el amor lo domina» y de inmediato lo comprendió. Estaba en verdad enamorado, y su fe no era tan fuerte. Decidió emprender la vuelta y buscar a su mujer.

Lo dejaron en un bote en la inmensidad del mar, y comenzó a remar. Gracias a la corriente marina no debió hacer un gran esfuerzo. Al amanecer del día siguiente un barco de gran eslora pasó a su lado y fue «rescatado». Con la esperanza que invadía su corazón, podía verse la figura de su mujer en sus ojos.

Los marineros no podían creer la historia que «el turco» les contaba, más de uno se emocionó hasta las lágrimas, hasta el capitán… Al anochecer del siguiente día, podían divisar la luz del faro, así que el hombre se impacientaba y los nervios lo carcomían, entonces el capitán le dio de beber unas copas, y el hombre se negó, pero bebió algunos sorbos.

Al amanecer se despidió de sus nuevos amigos, y se encaminó hacia el monte, a la estancia de Fulgencio. Navegó nuevamente el rio Paraná, y le dio unas monedas al barquero para que apurara el viaje, así que ahorraron la mitad del tiempo en llegar. Se llevó el mejor caballo  de «la posta» y en unas horas se presentó nuevamente ante Doña Rosa, le dio un abrazo que la levantó del suelo, y Fulgencio se alegró de verlo nuevamente.

Los peones salieron a recibirlo, todos estaban contentos. Amagaron con abrir una damajuana, pero «el turco» no quiso saber nada de ponerse a beber. Cuando habían salido todos en la estancia, el hombre preguntó por su mujer, los hombres se miraron entre ellos, y nadie se animaba a decir nada. El silencio sepulcral pareció eterno en ese momento, pero Fulgencio fue el encargado de explicarle…
La Teresita» no ha vuelto… desde el día en que nació la «gurisa» que nadie la ha visto… perdóneme turco… no sé que decirle…-

Una sensación indescriptible recorrió al pobre hombre, la culpa lo carcomía y la rabia lo hacía temblar. «El turco» ya no era el dueño de sus actos. Golpeaba con furia la madera de la tranquera, y sus manos ensangrentadas salpicaban a los presentes, que de inmediato se le abalanzaron y lo sujetaron tratando de que se calme. Doña Rosa le preparó una infusión que el hombre bebió a la fuerza. Así por fin lo durmieron.

Mientras «el turco» dormía, Don Fulgencio mandó a uno de sus peones a la cabaña de Grismilda a que averigüe lo que pudiera de «la Teresita»…

Chicho» a «la curandera» ahora mismo, si las encuentras… las traes…-

Chicho salió al galope y no tardó en llegar a la cabaña de Grismilda. Dejó su caballo y golpeó sus manos como para avisar que estaba esperando un recibimiento, pero nadie abrió la puerta. Fulgencio eligió que Chicho fuera el encargado de la misión porque lo conocía muy bien, sabía que era el hombre más insistente que tenía, por eso mismo fue que Chicho escondió el caballo en el monte y esperó en silencio el regreso de «la curandera».

Luego de unas horas, la anciana llegaba con pesados pasos, arrastraba unas bolsas con flores, hierbas y raíces que recogía en el monte, se le notaba que le faltaba el aire para llegar. Chicho pensó que la situación era ventajosa para él, y se encaminó a cruzarle el paso. Tomó sus bolsas y la ayudó a llegar a su puerta, entonces la interrogó sobre la mujer y la niña, pero Grismilda le advirtió:

-Lo último que supe es que se fue con la tribu del monte, hace unos días ya, seguramente las habrán sacrificado…-

Lanzó su eructo característico y entró en su hogar, sacó a la niña de una de las bolsas y la dejó con su piel de taguá, en el suelo. Entonces la niña quiso llorar y cuando lo hizo, un trueno escondió su llanto de los oídos de Chicho. El cielo se oscureció de pronto, y una tormenta descargó su furia en el monte.
Chicho atravesó la furia de la tormenta al galope. Las ramas de los árboles se le venían encima y varias veces tuvo que usar su destreza de jinete para no caer de la montura. El viento arrancó de raíz los troncos y arbustos, parecía una tormenta del demonio, pero al llegar a la estancia, Doña Rosa lo esperaba con mates bien calientes, entonces se emponchó como para abrigarse un poco, y dijo con un tono  agitado:

-Las tienen los tobas…-

Grismilda tuvo una visión, en ella pudo ver que aquél hombre de bigotes que llegaba con arena de oriente había vuelto a reclamar lo que a su entender le correspondía, pero la visión era confusa. El hombre tiene posibilidades de éxito pero no por completo, había algo entre ellos que no estaba bien, entonces llevó su mirada a la niña, y comprendió que era esta pequeña criatura quien llevaba el poder de decidir el futuro de su familia. Por primera vez en su vida «la curandera» sintió miedo.

Necesitaba deshacerse de la niña, pero no podía dejarla en un lugar donde la encontraran. Pensó en llevarla lo más lejos que pudiera y entregarla a alguien que nunca más fuera a encontrarse con ella. Viajar con la niña era engorroso y lento, necesitaba algún viajero que quisiera llevársela lejos, quizás venderla era otra opción. «La curandera» tenía como nunca antes, y no pudo hacer otra cosa, más que cargar su carreta y emprender el viaje hacia el norte, escapando del hombre de oriente, y de los indios tobas.

En la estancia, «el turco» se había despertado tranquilo y decidido. Cargó el sulky con escopetas, machetes y hachas, preparó tres caballos y se dispuso a partir para  buscar a «la Teresita». Fulgencio no lo dudó, además de su relación de comerciante, le había tomado cariño al hombre, y se unió a la expedición con sus peones.

Llegaron hasta la orilla de lo que se denomina «el impenetrable» y «el turco» detuvo la marcha, tomó un hacha y comenzó a golpear con furia sobre el tronco de un árbol. El resto de los hombres se quedaron viéndolo, y miraban a Fulgencio esperando sus palabras. Él también se asombró, pero pensó que «el turco» quizás necesitaba descargar su furia. Desmontó con tranquilidad y le ordenó a sus hombres que ajusten sus monturas, y que le ceben unos mates.

Se acercó hasta «el turco» con el mate en su mano y le explicó que ese árbol se llama quebracho, justamente porque quiebra las hachas. «El turco» comenzó a reír  rieron juntos un buen rato. Cuando se calmaron Fulgencio le explicó que no hacía falta talar el bosque. Los tobas podían escuchar los golpes y escapar, será más conveniente usar el cobijo de los árboles para camuflarse y agarrarlos por sorpresa.

Entonces continuaron su marcha, despacio. Hicieron un reconocimiento del terreno, fueron y volvieron, hasta que uno de los peones encontró a una mujer de la tribu y la siguió a una buena distancia, cuando encontró la aldea de la tribu, volvió a buscar a Fulgencio, haciendo marcas en los árboles para no perderse.

Al llegar el peón, «el turco» tuvo la sensación de que este hombre traía buenas noticias y esperó a que hable. Cuando entendió la palabra aldea, se levantó del tronco en el que estaba sentado, y se reanudó la marcha.

Con mucho cuidado de no ser oídos y como si fueran fantasmas atravesando el pantano del bosque llegaron hasta la aldea cubiertos por la oscuridad de la noche y la densa niebla que no permitía ver más allá de pocos centímetros. Un alarido desgarrador desde la garganta del «pio'oxonak» pudo escucharse hasta en las puertas del infierno

-¡Nleguaxa!» -

 Y a la alarma de muerte del hechicero, los peones de Fulgencio se transformaron en demonios. A chuza y facón, a escopetazos, y hasta con sus propias manos, dieron muerte a todos los tobas que no entendían lo que estaba ocurriendo. En pocos minutos solo podía escucharse el llanto de las mujeres y el agonizar de los heridos. El pantano se cubrió de sangre toba y «el turco» rescató a su mujer de la tienda del hechicero. Ella lo miró a los ojos que brillaban más aún en la oscuridad, y  agradeció al «Señor», a la «Virgen», y a todos los santos en los que ya no creía.

Algunas tobas corrieron como nunca, algunas dejaron atrás a sus niños, pero unos pocos lograron escapar hasta la provincia de Santiago del estero y nunca más volvieron. «La Teresita» regresó a la estancia con los peones, Fulgencio y «el turco». Luego de velar la noche entera, el hombre le preguntó a «la Teresita» por la niña. La mujer no supo que responder a su hombre y se largó en llanto.

Llegando a Puerto Iguazú había un hogar de niños que había pertenecido a las antiguas misiones jesuitas. En el lugar una vieja con ojo de vidrio y muy malos modales escupe al costado de la puerta…

-Te doy cien pesos por la niña-

-¿A cuánto la vendes?- le respondió Grismilda.

-No es asunto tuyo, ahora vete, hoy mismo la vendo y nunca más regreses por ella-

Con lo que ganó por la venta de la niña, Grismilda compró una bicicleta porque ya era muy vieja para montar. Algunos dicen que se quedó viviendo en la selva misionera y estafando a los pobladores hasta que murió. Otros sostienen que el diablo decidió cobrarle una deuda y le mandó unas víboras para que la muerdan y apurar el encuentro.


Pero la niña fue comprada por una familia aristocrática de la capital. Recibió cariño y educación hasta que comenzó a demostrar poderes que estaban más allá de la comprensión de sus padres. Nunca supieron que el primer alimento de la niña fue la sangre envenenada de los gallos de Grismilda. Pero esa es otra historia…

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Me daba pavor. Sentía mucho miedo. No podía mover un músculo, me quedaba tieso, inmóvil. Sufría, y notaba como se aceleraban mis ideas, me llenaba de dudas y de falsas certezas. No tenía motivos, ni razones lógicas, y buscaba excusas.
Mi corazón saltaba dentro de mi pecho, veía mi vida salirse de control. Las manos y las rodillas me comenzaron a temblar, dejaron de obedecerme también los pulmones y quizás no tenía control de ninguna extremidad de mi cuerpo.
Cerré los ojos, tomé una buena bocanada de aire y me dirigí temblando hasta mi escondite, dentro del depósito del baño. Tomé la jeringa, la cuchara y el encendedor… puse la aguja en mi brazo, sentí como me llenaba de energía, sentí la luz y el calor, una brisa acarició mis ojos, y volví a ser dueño de todo mí ser.
Una música agradable comenzó a escucharse, algo así como un ritmo folk, recordé muchas cosas de inmediato: el día que la conocí, el día que me besó, la primera noche juntos, y por supuesto, el día de bodas, fue mágico, aún a pesar de haber sido un día tan largo, ¡Pero como disfruté esa noche! Fuimos todo en uno… el nacimiento de nuestra hija.
Y cuando más lindos recuerdos se me presentaban, comencé a sentir que esa luz se iba atenuando, recordé el día que la encontré en nuestra cama con él, el momento en que lo apuñalé y el momento en que se cerró esta puerta detrás de mí.



Comportamiento humano volumen 1.5

COMPORTAMIENTO HUMANO VOLUMEN 1.5


Anduve andando y andando: y ahora es especial el lamento, ya no es como el de antes, ahora es el llanto sentimental… el de verdad. Emoción y reflejos, espadas, magos, viento, sangre y arroz. Dos mil veces, dos mil veces más y nunca más. Ver y no creer.              Espacios, vacíos, espacios vacíos, vacío y un espacio. Un colectivo, un propio y un abstracto, uno de un año, uno del año, del jueves hasta el domingo, la sangre y él paseando en el pasado, de paso pasamos un paso.
Un escalón, un juego, una suerte, una fortuna y uno, el azote, llevar y no traer, agonía y pobreza,  cosas que hacen falta hacer, porque se acaba, es menester, primordial, imprescindible, hogueras ahogadas ¿Energía? Muerte, sabor, sazón y sin calor, arcos, vientres, medallas, lujuria.
Sin timón, a la deriva, hasta el fondo del mar… Humedad, miserias. Eso que nadie quiere cargar, tu vergüenza, tu conciencia, y una malaria, peste y fiebres ¿Enfermos? Muertos sin camino, sin rumbo, sin esperanza, total, final, esculturas ¿Es cultura? Acciones, ácido, fláccido, así no ¿Cuatro es cuatro? Cuatro son cuatro, imbécil, avaro, egoísta, perdedor. Tristeza e impotencia, sin paciencia, nervios, acero, metales y uno ahí, dorado, brilloso, fatal, mortal, y mucho más. Necesidades innecesarias, una. La muerte. Sigo, la vida. Deseos, pasiones, no hay tiempo, tratados y tratos, se sabe que estaré vivo ese día que no llega, pero encenderá alguna vez, psicosis, psicópatas, mitos y leyendas verdaderas, mentiras utópicas, y un cable.
Páginas, imágenes, acaba, comienza, termina y va otra vez, una oportunidad, y ya no hay más, y ya no queda otra, para todos, para especies, para placeres, para crecer, para creer, para ser, ¿Para qué? Para llegar a morir, a morir o a vivir, por eso sé que ese llanto no es en vano, esas lágrimas no llevan sangre porque sí, es verdad, nunca lo supe, ahora entiendo, es verdad, dos mil veces verdad, desde aquel jueves hasta aquí, siempre fue verdad, siempre estuvo, nunca dejó este lugar, por eso sus lágrimas, por eso…  desde ese perfume, desde esa mirra, desde aquél monte, desde esos olivos, todos estos años, dos mil veces, no una, dos mil. 
Ahora el tiempo que se va acabando, y tantos años, tantas heridas, tanto camino, tanto sudor, tantas lágrimas, tanto llanto, y recién ahora entiendo. Ahora, que ya es tarde, ahora que no puedo explicar nada, porque no me queda tiempo y porque la contaminación ha hecho demasiado, porque es más fácil conseguir un cerebro contaminado que una moneda verdadera, pero seguiré hasta el final, que ya está por llegar, seguiré hasta terminar, seguiré porque para eso estoy, porque el remedio fue la enfermedad, y el medio se transformó en un fin, y la naturaleza se transformó en adicción. Las murallas hoy son ruinas, las ruinas ya son lo que solían ser mañana, el año es el de siempre el mes es decero, y el día sigue siendo jueves, porque no va a cambiar hasta que no gire otra vez como antes, el lobo sigue suelto y los corderitos andan pastando, Michell, Michael, Mijail, Miguel, Gian, Jean, John, Jon, Iván, Juan, todos son los mismos, aquí o allí, la historia se repite, como ayer, como mañana, como hoy, como hace dos mil años, hasta el fin.
Terminaré, como debí hacerlo, como acaban las cosas que no tienen sentido. Sentiré que terminará, y acabaré sin sentir, dos mil veces, dos mil veinte veces, como si la sangre se hubiera lavado, como si lo hubiese hecho dos mil veinte veces cada vez, cada vez que la tierra drene sangre en vano.

Nota: Lamentamos informar que acabamos de recibir este artículo, con una carta de despedida firmada por El Articulador, intentamos averiguar algo con respecto a su salud, o algún motivo que lo haya llevado a despedirse y los médicos nos indicaron que habláramos  con sus abogados, al intentar comunicarnos con estos, nos comenzaron a llegar amenazas de bombas en nuestras oficinas, por lo tanto hicimos la denuncia y nuestro abogado nos informó que El Articulador acababa de pedir la eutanasia, ahora sabemos lo que es y lo que no es estar, en fin, El Articulador alegó que el único sentido de su vida era continuar publicando sus artículos para nosotros, pero temía las consecuencias, Gracias Articulador!!! Y a la madre del que nos llama por teléfono para reírse y cortar le mandamos un cordial saludo.
El Editor.



Versos del renegado enamorado

LAS NUEVE PUERTAS DE ARISTIDES TORCHIA


Ella era él por dentro y en su cuerpo él era ella
Devoto fui de su carne, creyente, sacerdote y monje.
Dejando olvidar mil años de fe divina y mis rezos
Caeré en la tentación viviré en pecado, hereje seré.
Nueve puertas se abren, solo se cierra una,
Todos los secretos. Y la inocencia perdida.
En la misma hoguera caeré, a través de los años.
En Gomorra, en Sodoma o en su cintura…
La misma corona partida
De fuego, lava y cuatro jinetes.
Y como su hijo mortal anunciaba…
“Llanto, dolor y rechinar de dientes”
Enfrenté mis excesos de miedo,
Necesité una dosis de valentía,
Dejé caer los cristales al suelo
Y blandiendo mi espada arremetía
En la derrota busqué el confesionario
Inútil fue, no me absolvieron, ni penitencia me dieron
Canté entonces con orgullo mi relato
Y acompañé en la hoguera a Arístides Torchia