Siempre fui el mejor, y si tenía un motivo, lo era aún más.
Le pedí que trajera unos tragos y que tomara lo que necesitara.
El pobre inocente pretendía intimidarme con la mirada. Me dio lástima, así que lo dejé abrir el juego.
Cuando perdió el turno, no se imaginó que también perdería a la chica.
El ambiente se volvía denso, pero tenía el pulso firme, y mi reputación me protegía.
La bola 8 entró con furia en la tronera de la esquina.
Mi premio fue ella. Llevé mi trofeo hasta mi cueva.
Mientras viajábamos en la moto, sentí que no llevaba el viento en las velas, pero no le di importancia.
Al llegar, con el cristal de mi foto de graduación, picó el último gramo.
Lo que hicimos esa noche hizo que Satanás sintiera vergüenza, ella placer, y yo... una tremenda resaca.
Cuando me desperté, el departamento estaba vacío.
No tenía ni siquiera mi ropa interior.
Comprendí entonces que no siempre es bueno ganar, y que a veces es peligroso ser el mejor.
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