El día del diabetonto

EL ARTICULADOR Y LA DIABETES

Estaba tratando de conseguir más clientes a los que les pudiera ofrecer mis servicios profesionales, para esto necesitaba hacer mercadeo, o Markenting, si en lugar de ser un simple profesional fuese un businessman. Traté de promover mis servicios en redes sociales, y noté que me sugerían «Conejos semanales», de inmediato se me ocurrieron un montón de recetas culinarias, pero al retroceder en mi cerebro pude darme cuenta de que me fallaban los ojos y de que mi mente se había dejado engañar, lo que en verdad decía era “Consejos semanales”.

Creí, por un momento, que el «alzheimer» estaba tocando a mi puerta, que la vorágine de la vida monótona, me estaba afectando. La paternidad, la crisis laboral, la mediana edad, todas esas cosas que son importantísimas en la vida de un ser subjetivo que vive en un mundo ficticio, o en un país que dejó de ser el suyo (aunque me haya quedado sin nacionalidad) ya estaban haciendo efecto.

La cuestión fue que de tanto aprender lo que no debía hacer, se me ocurrió buscar el diagnóstico más lógico. Tenía pegado un imán que me habían dado en la farmacia y acudí a ell;  pedí «Sildenafil pediátrico» y que me midan la glucosa, luego necesitaba una mujer dispuesta a caer en mis encantos…

La medición cuadruplicaba los estándares establecidos, es decir, en lugar de sangre, por mis venas corría azúcar, no estaba tan errada esa chica de la escuela que aseguraba que yo era muy dulce, pero esa es otra historia…

Así confirmé todo, y le di lógica a lo que estaba viviendo. En mi desesperación por encontrar un lugar para «miccionar», recordé que ahora también soy un enemigo del estado, y muy posiblemente, me convierta en una carga para mis enemigos.

El doctor me explicó que la «diabetes melittus» es una enfermedad autoinmune que impide obtener la glucosa de la sangre a través de la insulina, y que esto hace que no se pueda transformar en energía. En resumen, el páncreas no trabaja, porque mi sistema inmune lo quiere asesinar, y esto trae otro remolino de situaciones absurdas.

Ya había mencionado que no me produce energía, entonces el cansancio crónico no se debe a la cantidad de esfuerzo psíquico, físico y tétrico de todos los días. Con esto comprobé que la enfermedad es peor que estar casado. Todo este tiempo creí que ella me sacaba las energías…

También mencioné el problema de la visión, resulta algo así como si las pupilas se dilataran y contrajeran solas, es parecido a tener la visión como un borracho con miopía, de pronto ves de cerca, de pronto no se ve más, de pronto ves de lejos, y de repente te chocas con algo, incluso hasta se puede perder la visión por completo, y pasar a ser un nuevo no vidente. No es tan preocupante… ya se sabe que «ojos que no ven…corazón que no siente».

En esta parte es un poco más poética la enfermedad; la chica de la escuela que mencionaba antes, fue la que me rompió el corazón, pero al parecer, esta enfermedad trae trastornos cardíacos mucho peores, como si le dejaran desconectado el corazón a uno, y no tuviera batería de emergencia. Y es en donde se me derrumbó la teoría del refrán… el corazón sí siente, a pesar de lo que opinen los ojos.

Y como si no fuera poco, la sangre está contaminada. Es decir, en lugar de sangre, el corazón me bombea azúcar. Y como hace falta sangre para cicatrizar o combatir infecciones, estoy en serios problemas. Siempre quise tener una venganza con los mosquitos, pero parece que son inmunes al azúcar

Esto es mucho más interesante todavía, cuando no le llega agua al tanque, por los grifos no sale nada líquido. Lo mismo pasa con el cerebro, parece ser que trae trastornos de personalidad. Algo así  como alterando la cordura, yo diría que hace que aflore el carácter más sobresaliente, si  una persona es triste se vuelve depresiva, si es irritable le causa ira. Estoy seguro de que todavía no estoy en ese punto porque si lo estuviera, seguramente me hubiese sentado a escribir.

Lo peor de todo es que causa una sed infernal, excesiva. Bebes y bebes sin poder parar, y una botella, y al sanitario, y otra botella, y se transforma en un círculo vicioso, en donde no se puede parar de tomar para luego tener que ir a deshidratar y seguir bebiendo, como el chiste de Manolo y la luz de giro en la rotonda.

La vida con diabetes es una terrible tortura, no se puede terminar una labor, no se puede descansar, no se puede dormir, encima trae pérdida de peso y un hambre atroz que te persigue todo el día por cada lugar que vayas.

Pero no soy tonto. Debo tomar medidas. El tratamiento consiste en poner atención a la alimentación. Se suprimen las pastas de los domingos. Nada de probar la «pomarola» con el trozo de pan.  Se le dice adiós a los helados en la costanera. Nada de ir al campo a comer tortas fritas con dulce de leche, ni tomar chocolate caliente, ni té con miel para la tos; la dieta es una verdadera porquería…

Lo que es fundamental como un sombrero, es el puré de calabaza: el manjar de cada día, sopa de verduras… Pero no, llega el verano, es época de ensaladas, así que más verduras, pero frescas. Se puede comer res, cerdo, pollo o algún otro bicho de granja, y de postre, fruta: manzana, pera y… nada más.

Pero hace mucho calor este verano, entonces me tomo una botella de algo sin azúcar, ni edulcorante derivado del azúcar; pero no se me va el calor, me tomo otra botella, y ahora ya estoy dudando… No sé si tengo sed o se me subió el azúcar otra vez. Voy corriendo a buscar una estación de servicio o local de comidas rápidas, y cuando salgo aliviado del sanitario, no sé si tengo sed porque me dio calor con la corrida, o porque la maldita glucosa tiene una fiesta en mis venas.

Llego a casa y la bolsa de verduras que compré en el mercado parece un ramo de flores robadas de un cementerio. Las pongo en la heladera igual. Agarro el aparatito para medirme y cuando me pincho el dedo me empieza a sangrar como un colador de la cantidad de agujeros sin cicatrizar que tengo, me quiero apurar a meter la sangre en la tirita y me pongo a rezarle a todos los santos que recuerdo, incluso un «Guajira» a Santana, el aparatito dice «254», y el médico me dijo que con ese valor tengo que ir al hospital.

De pronto se escuchan los gritos de las niñas y la madre persiguiéndolas por detrás, entonces me pincho con la jeringa de insulina una dosis más potente y salgo a defender las travesuras de mis pequeñas.

Ya es hora de hacer ejercicio. Eso me ayuda a más o menos, tener un poco de equilibrio en los niveles de glucosa. Me preparo en el garaje, pongo la música de «Rocky», agarro las pesas y a la tercer levantada se me empiezan a caer lágrimas por donde antes sudaba, el cansancio me quiere ganar otra vez, sigo con la última fuerza que me queda hasta que los ojos se me ponen rojos y me duelen hasta los pelos de la nariz, y ya no puedo ni girar el grifo de la ducha…

Llegó la hora de la cena. El arte culinario, mi favorito. Uno de los grandes placeres del universo, lavo las verduras y las preparo con todo el amor del mundo. Aceite de oliva, pimienta, sal, y mientras los bifes se cocinan consumo un poco de ají en vinagre como la nutricionista dijo. Se sientan todos a la mesa y el primer comentario es: «¿Dónde están las papas fritas?»

Al final no es tan difícil vivir con esta enfermedad, solamente hay que acostumbrarse a vivir sin hidratos de carbono, que todavía no me puedo imaginar cómo llega eso a meterse dentro de una pizza, pero… la nutricionista dijo que no; solamente hay que respetar las cuatro comidas, desayuno, almuerzo, merienda y cena, como si en un día tuviera tiempo para todo eso.

Ya se hizo de noche  y tengo que tratar de descansar; después de bañarme, tomo un libro y a la cama: «En una mancha del lugar, de nombre cuyo no quiero nombrarle, no ha mucho tiempo que vivía un gordo de los de panza en astillero, grada antigua, rocín flaco y galgo comedor…» y ya veo cualquier cosa. Entonces pongo una película y mi esposa se acuesta a mi lado, empiezo a sentir calor, y más calor, y el corazón que quiere salir del pecho y me empieza a temblar todo el cuerpo, me levanto corriendo y saltando. Cuando agarro el aparatito no puedo tener el dedo quieto, después de varios intentos consigo pincharlo, y la endemoniada tirita que no se queda quieta. Tengo que apretarme hasta que desparramo sangre por todos lados. Por fortuna le cae una gota a la tira y el aparatito marca «cuarenta y cinco». Necesito algo dulce con urgencia. No encuentro nada dulce. No compro cosas dulces. Entonces me acuerdo del cacao. Un vaso de leche con cacao ¡Eso sí! Al terminar el vaso, me siento en el sillón a esperar que se normalicen los valores según los estándares establecidos.

Cuando dejo de temblar, tengo que limpiar el desparramo de leche y cacao que hice por toda la cocina y vuelvo a la cama. Parece que mi mujer está soñando con el galán de su novela, sonríe y se acaricia como si sus manos fuesen las de su amante, es una noche calurosa, me da un beso, y otro, y me empieza a acariciar, y con toda su dulzura se me acerca más y más, y ¡No!, la nutricionista me dijo que cosas dulces no. Agarro la almohada y me voy a dormir al sofá.

Mañana cuando me despierte mandaré a hacer tarjetas para repartir entre la gente del supermercado, esto del marketing y los conejos parecen perjudiciales para la salud…



Rodolfo González