jueves, 29 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 1.2




Otra noche más.

Continúa la luna llena y la lluvia terminó.
Sigo esperando al sol… pero hoy parece que no quiere venir.
Parece que tendré que ir a buscarlo.

No tengo ganas.

En el mundo hace falta un poco de oscuridad.
Vendría bien respirar en las tinieblas.
Probablemente, algunos así se den cuenta de lo valiosa que puede ser una estrella.

Por otro lado, me resulta agradable la idea de que el sol se apague.
Siempre creí que el sol era eterno, lo único eterno en este mundo.
Hoy… dudo.

Otra vez estoy equivocado.
Otra vez, mis palabras son en vano.
Otra vez…

Y sigo siendo el mismo.

¡Cuántas copas!
¡Cuántos corazones!
Uno nunca está eximido de tales situaciones, por graciosas y/o trágicas que parezcan.

La cuestión es que el sol no viene,
y yo sigo marchándome.

Nunca tuve que preocuparme por cuál iba a ser mi destino.
Pero hoy el sol no está,
y mis pasos no son como los de antes.
Hoy no veo hacia dónde voy.
Hoy no sé cuál es el juego.
Hoy no sé cuál es el tiempo.

Pero si lo pienso… no tendría sentido.
Si lo pienso, dejaría de ser mi naturaleza.

La vida es corta,
y hay que vivir hoy para morir mañana.

Pero si pienso,
mis pasos no serían firmes.

No puedo quedarme.
Sé que no debo.
Y quiero marcharme.
Pero sé que no puedo.

Y aún así, continúo mi camino.

No sé cuándo,
pero camino.

Mis sentidos se sumergen.
Y voy.
Hacia… no veo cuándo.
Ni dónde.

Solo voy dejando atrás el pasado.

Siento que me atrapa, que me tira hacia atrás,
pero mi fuerza todavía no es escasa.
Y luchando, consigo continuar.
Más lento, pero aún así… sigo.

Mis palabras fueron en vano.
No puedo permitir que mis pasos también lo sean.

Siento calor, aunque el sol no esté.
Siento fiebre.
Y es lo que mejor siento.

Mis sentidos no reconocen estas nuevas sensaciones desde que el sol no está.
Creo que estoy cayendo.

Pero siento viento.
Siento humedad.
Siento llegar olas.
Siento que me empujan.
Siento despertar…
pero sigo sintiendo que me caigo.

Por momentos, me siento levitar.
Por momentos, me siento acostado.
Y no sé.
Y no veo qué está sucediendo.

No logro imaginar ningún suceso que tenga que ver con todo esto.

Quizás, si me sereno, logre entender que este sea mi destino.
Quizás este sea el lugar que me corresponde.
Quizás, en la pista de la vida, esta sea la recta.

Este es el lugar adonde me llevó mi camino.

Probablemente, deba quedarme aquí.
No puedo escapar.
No debo.
No quiero.

No puedo dejar que mis pasos sean en vano,
como lo fueron mis palabras,
y todos esos corazones,
y todas esas copas,
y todo aquello…
y todo esto.

Para el caso, quizás sea lo mismo.

Mi intuición me dice que todavía me estoy yendo.
Eso quiere decir que todavía no me fui.
Eso significa que debo andar por ahí.

Y el sol que se apagó…
quizás deba irme con él.
Y apagarme yo también.

Quizás este lugar necesite nuestra ausencia.
Porque para conocer la oscuridad,
solo hay que transitarla.

Y para conocer el sol,
solo hay que levantar la vista.

Habrá muchos que lo hagan.
Habrá muchos que transiten por las tinieblas.
Y habrá muchos que levanten la mirada.

Pero los que no encuentren nada,
ni por aquí,
ni por allí,
correrán la misma suerte que me tocó a mí.

La desilusión traerá fatalidad.
Y la fatalidad, desilusiones.

Y eso durará muchos pasos,
porque se suceden entre sí.
Las idas de unos son las venidas de otros.

Y el que llega aquí,
es el que se fue de allá.

Por eso sé que debe haber alguien que llegue en este momento.
Porque allá lejos veo una luz.
Porque allá lejos me están llamando.
Porque ahí… hay una cruz con mi nombre.


Ese debe ser mi lugar.

Está marcado.
Está reservado.

No puedo dejar mi lugar vacío.
Porque mis pasos no son en vano.
Porque mis palabras lo fueron alguna vez…
pero nunca más serán en vano.

Porque ahora estoy en la recta.
Y no veo a nadie cerca.
Miro detrás de mis hombros
y observo que, a algunas cabezas, me sigue muy desesperada mi soledad.

Esta vez lo lamento…
pero no voy a esperar a que me alcance.

Porque ya esperé demasiado.
Porque ahora mi fuerza parece estar abandonándome.
Y mi último esfuerzo es para este paso.

Mucha luz.
Un cartel de bienvenida.

Y creo que ya llegué.

Nota:
Mi más sentido pésame.


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lunes, 26 de agosto de 2019

Fierro, El crimen del pizarrón cuadriculado






📏Después de varios días pude calmar el insomnio, por fin había descansado lo suficiente. Estaba de muy buen humor, y parecía que sería otra noche tranquila. Pero, como no podía ser de otra forma, camino a la jefatura, me modularon un 33-12.

Respondí inmediatamente, pedí la ubicación y acudí al lugar. Era un edificio de departamentos de esos que sorteaban en los años mozos de mi abuelo. Subí al segundo piso por una escalera húmeda con paso firme y pesado.

Busqué la puerta, golpeé. No obtuve respuesta. Se oía el ruido de los televisores de todo el piso, pero detrás de esa puerta, ningún sonido. La luz del palier titiló, y luego… todo quedó a oscuras y en silencio. Como en una película de suspenso.

Mis sentidos se encendieron. Mis instintos se incendiaron.
Tomé mi arma reglamentaria, me preparé para entrar en combate, como en aquellos días de guerra, ese día frío de mucho viento en el desembarco de… bueno, eso es otra historia.

Quité el seguro, agudicé el oído. Se oía un suspiro mezclado con gemido.
Una patada. Otra. Tres. Derribé la puerta.

Irrumpí en la estancia. A la luz de la penumbra, vi a un masculino en el piso, haciendo un gesto obsceno y exhalando su último suspiro.

Corrí por las habitaciones, registré el lugar. No había nadie más. Volví al living, me persigné y elevé una plegaria.

En ese instante, volvió la corriente eléctrica. Un viento diabólico sacudió las cortinas. Las puertas y ventanas se cerraron de golpe.

El masculino llevaba un saco a cuadros. A su lado, una mancha de sangre fresca.
Me puse los guantes. Un escalofrío me recorrió la médula. Revisé sus bolsillos: sin identificación. Solo un llavero con una llave y un colgante con el símbolo “+”.

Miré el reloj de la chimenea: decorado con un señor de rulos sacando la lengua. Las agujas detenidas a las 22:01. Como en las películas policiales, ya tengo la hora de la muerte.

En una pared, un pizarrón gigante. Olor a tiza impregnando el aire. En él, una fórmula:

(x + a)(z + b) = + (a + b)x + ab

En la pared de enfrente, una biblioteca con títulos varios:
Lógica, Matemáticas, Sexo Tétrico, Sexo Tántrico, Sexo y Tríos.

Me acerqué al cuerpo. Aroma a alcohol y frutillas. Probablemente daiquiri.

Aproximadamente 80 kilos, 1.75 m de estatura.
Anteojos con aumento fuerte. Le desabroché la camisa: sin signos de violencia.
Bajé sus pantalones. Sus paños menores.
Nada fuera de lugar… salvo un tatuaje del símbolo “π” en la nalga izquierda, por la ubicación sería negativo.

Me senté en su escritorio. Revisé los papeles: todos con números. Claramente, esa era una obsesión.

Busqué en los cajones. Encontré un cuaderno a rayas, sin uso. El único sin escribir. El resto: cuadriculados y llenos.

En la habitación, una cama de dos plazas. Deshecha. Sábanas a cuadros, revueltas.
Con luz ultravioleta, no encontré rastros.
Abrí el placard: trajes iguales, todos a cuadros, corbatas a cuadros, pantalones a cuadros.

Revisé los bolsillos. Vacíos.
Hasta que apareció lo que me faltaba: el maletín de cuero a cuadros, con hebilla cruzada.

Adentro, más cuadernos cuadriculados, más libros.
Y la clave: una hebilla que decía “Profesor de Matemáticas”.

Entonces recordé las palabras de Don Miguel:

“Solo queda al desgraciao lamentar el bien perdido…”

Y lo entendí todo.

El misterio estaba resuelto. El hombre era un profesor de matemáticas.

Eso era todo lo que necesitaba.
Ya podía elaborar mi hipótesis: el cuerpo en el piso, la sangre, el silencio, los cuadros…
El profesor de matemáticas murió en un ajuste de cuentas

…o quizás murió porque tenía demasiados problemas.


jueves, 22 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 1.1





Cantar es llamar desesperado.

Es pedir algo que uno quiere… y que no se anima a decir.
Por eso se canta: para pedir sin decir.
Es ser disimulado.
Es más violento.
Es más eufórico.
Es más romántico.
Es muchas cosas más.

Pero, en realidad, el que pide no es uno.
El que canta no es el que quiere.
Y el que quiere no es el que pide.

Esa es la única razón, más o menos decente, que se me ocurre para explicar por qué los buenos muchachos censuraron a diestra y siniestra la música capaz de decir cosas que, simbólicamente, no convienen a la denominada “masa”.

Pero como toda masa… esta se deforma.


Los años transcurren sin cesar.
La música también se deforma.
La censura se deforma.

Y lo único que no se deforma finalmente… es el sol.

Antes, la rebeldía se expresaba con música.
Un medio alegre, si se quiere.
Pero esa alegría se fue transformando: en rabia, en euforia…
Y hoy esa rebeldía, finalmente, se transformó de tan grosera manera, que la libertad —antes buscada con tanto esmero— hoy es regalada.

Y los que creen que son libres por poder expresarse cantando…
no son más que inofensivos pobres muchachos, que no pueden rebelarse.

No depende de ellos.
Si a “X” le regalan su libertad para que esta lo mantenga ocupado, y no le preste atención al dedo que le meten a su madre…
en realidad, no ganó su libertad.
Es solo una simple, vulgar y pobre marioneta.
Causa lástima.
A ellos.
Y asco a nosotros.

A los que comenzamos el arte de la rebelión.
A los que luchamos tanto…
que, finalmente, gracias a tanta traición, fue en vano.

Las melodías hablaban.
Las letras solían cultivar.
Tantos sentimientos que no cabían en un solo corazón.

Pero siempre fue así:
el hombre es inteligente,
la masa es tonta.
Y los hombres que quedaron…
quedaron solos,
abatidos
y sin ganas.

La masa continúa.
Es eterna.
Eternamente tonta.

¿Qué dirían aquellos?
¿Qué fue de todos nosotros?
¿Para qué?

Hace muchos siglos —como diría mi anciano padre—
“Allá lejos y hace tiempo”,
se acostumbraba a festejar las cosechas con una suerte de baile generalizado:
pompas, caravanas, alcohol en exceso, muchas mujeres y música popular.

Eso, finalmente, mutó en comparsas.
Para nuestros ancestros.
Y en murgas… para la masa.

Hoy en día es común ver padres que inculcan a sus hijos a participar en tal tipo de denigración humana.
Como los tiempos cambian, y ya no hay cosechas para festejar,
mal aprovechan la ocasión para pretender que manifiestan contra una ideología y/o... ellos sabrán qué.

Esta pseudo-manifestación ha degenerado, inevitablemente.
Y resulta muy difícil encontrar ya medios auténticos de manifestación popular,
que puedan identificar a un sector verdaderamente digno de manifestarse.

Así que ahora, nosotros nos encontramos atrapados en la vereda del medio.
La que no pertenece ni a aquí, ni a allí.
Vivimos manejados por el comportamiento de ellos,
y por la risa y la satisfacción de los otros.

El mensaje es verdaderamente muy simple:
de ninguna manera pueden manosear nuestros medios
cuando realmente no son auténticos.

No son como nosotros.
No son originales.
No son rebeldes.

Y gracias a ustedes,
ellos continúan riéndose.

Es mejor morir estando en contra,
que pertenecer a un movimiento indigno.

Y es por eso que esperamos que se pudran.
Porque jamás serán como nosotros.

Y fue así.
Porque Él lo quiso.
Porque “hubo pueblos y países, y hubo hombres con memoria”.


Moraleja: hoy tiene ausente.

La palabra “moraleja” deriva de moral,
pero esta situación carece totalmente de moralidad.

Hay muy pocas cosas razonables y aprovechables.
Ejemplo:

“El fin justifica los medios.”

Pero los medios nunca, de ninguna manera, pueden ser los fines.

El dinero es un medio, no un fin.
Un medio para determinado fin.

Parece que el fin fuera el medio
y que el medio sea un fin…
Es como nunca acabar.

Y como dice el refrán:

“Quien mal anda, mal acaba.”

 

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lunes, 19 de agosto de 2019

Fierro y el topo






🌕Hacía muchísimo calor y me desperté de una terrible pesadilla. Me olvidé de todo, puse mi mente en blanco y me fui a trabajar. El trabajo siempre ayuda a olvidar las miserias diarias.
Me aseguré de estar bien equipado, como todas las noches. Me subí al Falcon, y mientras manejaba por el asfalto ardiente de la ciudad, comenzó a oscurecer.

Por el espejo retrovisor, vi cómo salía la luna llena por el horizonte. No parecía un buen presagio.
Mis sentidos se encendieron, mis instintos se incendiaron.
Nuevamente, la noche comenzaba con un sabor extraño

Al llegar a la delegación, mis compañeros me observaban inquisitivamente, aunque todos saludaron con la camaradería habitual.
En el vestuario, el comisario me llamó con un sordo grito. Inmediatamente me puse de pie, acomodé la corbata, la gorra y me presenté en su oficina.

Pasé sin golpear. Otra vez, la mirada inquisidora.
Con un ademán me invitó a sentarme y, sin introducción, me dijo que la corrupción había llegado al destacamento.
Había un topo, un soplón que filtraba información a los de Asuntos Internos.
Mi deber: investigarlo, identificarlo y neutralizarlo.

Me puse de pie con náuseas. Me avergonzaba tener un compañero así.

Porque “yo primero sembré trigo, después hice un corral, corté adobe pa un tapial…”

¿Y este iba a ser un camarada? No. Era un gusano.

Me senté en el centro del salón, los observé disimuladamente, cerré los ojos, escuché sus conversaciones, uno por uno…

Estaba Moreno de Tránsito. Lo seguí discretamente.
Descubrí que manejaba a los piratas del asfalto. Todos los robos a camiones autorizados por él.
Fotografié todo. Lo tenía.

Regresando al Falcon, vi unos cacos tratando de abrir un auto. A la vuelta, Salguero, el jefe de calle, vigilaba. Era el encargado del robo automotor.
Nadie podía levantar un vehículo sin su porcentaje.

Doblé discretamente en el boulevard. Las chicas me reconocieron.
Se acercó la Yoli:
—Ya le pagamos a Romero, el jefe de patrulla —me dijo.
Resultó ser el encargado de la prostitución. Grabé la conversación.

Encendí un cigarrillo, seguí manejando, razonando, recordando.
En la colectora de la autopista, había picadas y apuestas ilegales.
Desde el otro lado, vi a Rivero, de la división motos, recolectando su parte.
Fotografié sin flash, me escondí en el Falcon.

Volvía la voz del comisario a mi mente:

“Encuentre al topo…”

Pasé por la plaza principal. Un verdadero supermercado de estupefacientes.
Éxtasis, cocaína, marihuana, paco, LSD, viagra y buscapina.

Cerré las ventanillas, me saqué el uniforme, me puse anteojos oscuros, me arranqué una manga y me camuflé entre los clientes.

No me decidía, así que llamaron al capo: apareció Benítez, el de la fotocopiadora.
Encargado del narcomenudeo.
Me reconoció, me regaló un paco y dos genioles. Nos despedimos.

Volví al Falcon. La voz del comisario insistía. Las náuseas seguían. Las ganas de disparar mi arma, también.

Llegué a la delegación. Me lavé la cara con agua fría.
La frase seguía:

“Encuentre al topo…”

En el baño, en completo silencio, sonó la alarma del banco.
Vi a la telefonista apretar un cronómetro.

Cinco minutos exactos después, avisó por frecuencia.
El subcomisario era el que administraba los robos a comercios en sociedad con la telefonista.

Salí. Encendí otro cigarrillo. Fui al patio, a mirar la luna.

Cargaban la camioneta del comisario con objetos robados de allanamientos.
Se me acercó Banegas, el nuevo.
Me hizo una señal para que viera la carga. Entendí todo.

Desenfundé como Ramón Falcón. Le volé la cabeza.
Escondí el cuerpo. Amaneció.

Llegaron los de Asuntos Internos. Se llevaron al de la limpieza detenido...


jueves, 15 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 1.0




La luna llena me recuerda antiguas leyendas en la historia de la humanidad.
Me recuerda muchas cosas.
Principalmente, me viene a la memoria, que cuando hay luna llena, hay transformaciones.

Y probablemente, esta noche pueda decirse que soy humano.

Como humano entonces, y como cronista de estos sucesos, me atrevo a nombrar una superstición.

Existen en la mitología griega unos seres fantásticos:
nueve en total. Nueve hermanas.
Nueve hijas de Zeus, diosas protectoras de las ciencias y las artes.
Sus nombres son:

  • Calíope, protectora de la poesía heroica.

  • Clío, la que presidía la historia.

  • Erato, encargada de la alegría.

  • Euterpe, protectora de la música.

  • Melpómene, diosa de la tragedia.

  • Talía, de la comedia.

  • Polimnia, protectora de la poesía lírica.

  • Terpsícore, diosa de la danza.

  • Urania, de la astronomía.

Se creía que, por medio de cada una de ellas, el artista podía manifestarse en esas áreas.
Muchos imploraban a una musa según la ocasión, para que se manifieste a través de sus medios.

Así fue que, donde había danza, allí estaba Terpsícore.
Donde había alegría, Erato.
En el teatro estaban Talía, en las comedias, y Melpómene, en las tragedias.
Polimnia reinaba en la poesía lírica.
Y así con todas.

A través de los siglos continúa esta leyenda, probablemente por el fondo romántico que habita en los corazones sensibles de los artistas.

Puede uno identificar fácilmente a un artista de otro tipo de persona,
por medio de la sensibilidad oculta en su corazón.

Practíquelo, y verá.

Como decía…
Todo esto, probablemente, sea una leyenda.
Pero ese mínimo de romanticismo en mi corazón de artista me obliga a especular al respecto.
Y a dilucidar otra leyenda, que probablemente sea aún menos factible.

Esa nueva leyenda dice que existen nueve musas.
Y que cada una de ellas inspira un tipo de arte distinto.
Entonces… hay una mujer que lleva a las nueve hermanas dentro de sí.

Y es capaz de inspirar todos los tipos de arte en un artista.

Ella es la musa final, la madre de todas las musas.
Y es capaz de inspirarlo todo dentro de un alma sensible.

Probablemente no sea verdad.
Pero hoy soy humano, y tengo derecho a creerlo.

Como supersticioso, no puedo detenerme a razonar.
Y como ser racional, no encuentro razones para no creerlo.

Es por eso que la luna llena me transforma.
Es por eso que escribo.
Porque puede ser que todo sea parte de un plan…
pero siempre hay pequeñas cosas que se escapan.

¿Y si encontrar a esa mujer se escapó al plan general?

Por lo menos, creerlo mantiene viva una ilusión.
Y esa ilusión palpita dentro mío en las noches de luna llena,
cuando me transformo,
cuando soy humano.

La idea de que haya una mujer que:

  • baile con alegría

  • que sea culta en historia

  • que sea trágicamente romántica

  • que combine la astronomía con la música

  • que recite las gestas de su héroe y las de su corazón

Me dan ganas de que todas las noches tengan luna llena,
para poder ser humano todas las noches
y disfrutar de todas las virtudes de esa mujer.

Y por un segundo de ella,
doy mi último suspiro.

Y si anda por ahí,
quiero que sepa que yo estoy cuando hay luna llena.
Y que mi superstición, mi leyenda, mi combinación y mi todas las cosas,
son mías.

Porque es una leyenda mía.
Y no pienso compartirla.

Debo apurarme a encontrarla,
antes de que la luna llena me abandone,
y deje, otra vez, de ser humano…
y me convierta en eso que soy cuando no soy humano.

Ella sabe que estaré vivo,
estaré quemándome en su fuego.
Ella sabe que seré su verdad, tanto como ella será la mía.

No se puede ilustrar esta leyenda.
Solo puedo agregar que el tiempo se va.
Y que pronto llegaré muy alto para poder estar a su lado.

De solo imaginar su nombre,
me sangran los ojos.

Es tiempo.


Nota:
Come out, come out, whatever you are!



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lunes, 12 de agosto de 2019

Fierro, Segunda Misión






FIERRO_SEGUDA MISIÓN

🛣️ Tengo varias opciones para viajar. Si voy en avión, ahorro tiempo, pero gasto las millas… y prefiero guardarlas para una ocasión final.

Los horarios del ómnibus son confusos para mi metabolismo. Incluso podría ir navegando y vivir una aventura, pero siento que podría perderme en ella y no prestar la atención necesaria a mi misión.

Quizás manejar sea la mejor opción.
El viaje de ida no me tomaría más de cinco horas, con las paradas recomendadas. Debo preparar mis cosas y el Falcon.

En mi equipaje, solo lo necesario. Ningún lastre de más.
Prefiero viajar ligero, pero el equipo completo ya es bastante pesado, y mi misión lo amerita.
Tengo que estar bien preparado

Mis colegas en la ciudad me informan sobre los sucesos, incluso los que no salen en los noticieros.
En mi destino, puedo encontrarme con lo peor de la sociedad.
La ciudad es conocida como la más sucia del país. La más corrupta.

Allí, distintas bandas se disputan el control: la banda de los monos, de los enanos y de los monos enanos travestis.
Entre ellos se disputan el negocio de las apuestas clandestinas, la venta de estupefacientes, el robo, los secuestros… y hasta el ringraje.

Desde las prisiones, a pesar de ser penitenciarías federales, continúan manejando a sus bandas.
Donde los jueces no pueden, no deben, o no quieren actuar. Muchos están comprados.
Incluso los fiscales pertenecen a alguna banda.

No solo el Poder Judicial, también el Congreso provincial: ahí, sus representantes obstruyen leyes, intercambian favores por papelitos de colores que guardan por un rato en el bolsillo, hasta que otra banda decide poner una bomba en la casa familiar de estos miserables corruptos.
Así se mueve la ciudad

Los kioscos ya no venden golosinas a los niños: ahora venden sustancias alucinógenas que ayudan a destruirla más rápido.
Y es una ciudad emblema nacional, donde se redactó la constitución, y cerca de ahí se izó por primera vez la bandera.

Me rehúso a creer que en ese entonces las cosas se hacían como hoy. No creo que los próceres presentaran la bandera diciendo que les “pintó el bajón”.
Es una vergüenza. Pero hacia ese infierno me dirijo… a cumplir mi misión.

La ruta no es difícil. Voy de la manera más discreta, sin llamar la atención.
Hago una parada para cargar combustible y descargar fluidos.
En la estación de servicio, la simpatía de la gente del interior me advirtió sobre los peligros por delante.
Pero no sabían de mi preparación, de mi logística, de mis informantes secretos, ni de mi equipo especializado.
Gente inocente

Sin inmutarme, actué como un verdadero citadino y continué.
Ya en los suburbios, las construcciones precarias y las inundaciones activaron mis instintos
Mis sentidos se incendiaron.

El tránsito se detenía. Al costado de la ruta, los autos recalentados generaban nubes de vapor.
Los ómnibus hacían temblar el asfalto. La policía caminera detenía a cada sospechoso.
Pero las bandas pirañas actuaban igual.
Los autos detenidos eran asaltados.

Camuflado entre el embotellamiento, que parecía armado por la propia policía —como si fueran cómplices— decidí aguantar la situación.
Si venían por mí, estaba listo.

Porque “yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno”.

Luego de salir de ese humillante embotellamiento, avancé unas cuadras.
Llegué a mi destino.

A cumplir mi misión.

Me puse la camiseta, el sombrero de pico, me pinté la cara y…

¡A alentar al campeón!
¡Olé, olé olé olé, olé, olé olá, olé, olé, olé, cada día te quiero má! 






jueves, 8 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 0.9





Allá la lluvia, y acá adentro está mojado.
Hoy, por una mujer.

Eso es lo que es ella: una mujer.
Puedo asegurar que no es una terrícola hembra.
Simplemente lo sé. No puedo probarlo, pero reconozco en ella muchas cosas llenas de magia, llenas de vida, llenas de amor.
Y, por lo tanto, no puede ser terrícola.

Sin embargo, la conocí aquí, en la tierra de la traición, en el mundo del egoísmo.

Creo que ella me descubrió.
Creo que sabe que palpita en mi pecho su sonrisa, y que escucho su voz al abrir los ojos cada mañana.
Y sin embargo, ella no está a mi lado.

Una vez tuve una misión con una terrícola hembra.
Y puedo asegurar que ella no lo es.

Hay música en sus manos.
Hay eso tan dulce en sus dientes, en sus ojos, en... todo su ser.
Probablemente me distraiga de mi misión, pero no puedo contener esta tentación.

En las noches hay algo que la rodea.
Y de día, su andar ilumina más que el sol.
Me caza. Me atrapa. Me mata.
Y mi corazón estalla en su mirada.

Ella no le presta atención,
y sin embargo… lo hace.

Sensaciones, ilusiones y cosas nuevas trae en su interior.
Sentimientos, ansiedades, transformaciones: todo eso produce en mí.

La próxima eternidad es cada uno de sus pasos.
El cielo azul. El sol brillar. Y sus labios.

Su zona más fatal ha sido capaz de mostrármela.
Supongo que es por eso que no está contaminada.
Supongo que me atrapó.
No se me ocurre otra cosa para creer.

Por perversa que sea, su perversidad no puede ir más lejos que uno de sus besos.
Y si ella es perversa, quisiera ser su lado más oscuro.

Porque ya me ha llegado a mí el hechizo.
Porque ha llegado dentro de mi corazón.
Y creo que también al de ella... aunque no estoy seguro.

Aunque esté prohibido,
aunque solo nos amemos con miradas,
aunque lo que nos une sea lo más grande entre todos los terrícolas,
y lo más grande entre todas las cosas…

Debido a esta unión, nunca podrán separarnos.

Porque sí.
Porque el universo es más chico que nuestro amor.
Porque las cadenas no tienen la fuerza que tiene nuestro amor.
Porque ella vive.
Y porque yo, en su corazón, también vivo.

Porque todo está escrito en su nombre.
Porque no hay humanos en nosotros.
Porque acabo de notar que ella es igual a mí.
Y que siente lo mismo.

Y que juntos no somos uno:
somos dos corazones, para juntar la sangre,
para tener más fuerza,
para palpitar más amor.

Porque en ese puñal que ella lleva está el puñal que yo quise llevar.
Porque la vida no la pedimos,
pero ahora que sé que ella es mi vida, sí la pido.

Porque sin ella, no es vida esto.

Hasta el día.
Hasta el camino.
Hasta que me despida…
sellada estará en mis ojos y en mi corazón.

Porque no hay armas.
Porque no puedo disparar.
Porque no puedo matar esto.

Porque recuerdos dulces llegan desde aquella sonrisa,
capaz de contagiar,
capaz de tantas cosas…

Y hacia donde vamos, ella será mía.
Porque si no está, no hay motivos.
Porque si no está, no hay primavera,
no hay días,
no hay festejos.

Porque lo que ella es
es un sentimiento
que florece
en mi corazón.

Fríamente analizo que mis pies pisan un lugar donde todo puede suceder.
Pero a la vez, pisan sobre nunca jamás.

La verdad es que no hay nada debajo de mis pies.
El suelo no está.
Solo queda el rastro que dejamos.

Por eso debo pisar fuerte y no preocuparme por lo que dejo atrás.
Porque a cada paso construimos algo nuevo.
Porque el presente se va muy rápido,
y el futuro ya se está yendo.

Y no es otra cosa que lo que nosotros hacemos de él.

Por todo esto, debemos continuar.
Porque, siendo uno mismo,
poco importa lo que piensen “ellos”.

Porque no soy de aquí, pero tampoco soy de allá.
Porque nunca digo.
Porque soy un extranjero en cada lugar que voy.
Pero siempre soy el mismo.

Y si llego, alguna vez, a un lugar que sea mi hogar,
nunca me voy a ir.

Porque puedo hacerlo.
Porque todo puede pasar.
Porque sí.

Nota:
Con lágrimas en los ojos, me alegro de la suerte de El Articulador.
Y en vez de envidiar, admiro…
a aquel capaz de llevar tantos sentimientos.

En nombre de la Tierra, te decimos gracias.
Espero que, adonde te encuentres ahora,
sigas siendo vos.

¡No te rindas!

El editor


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lunes, 5 de agosto de 2019

Fierro, el agente...






🚨 Como todas las tardes, un segundo antes de que sonara el maldito despertador, abrí los ojos por instinto. Estaba abrazado a mi amor, y al escuchar el sonido, me levanté de un salto
Acababa de arrancar el día.

Encendí el televisor para escuchar las noticias mientras desayunaba. El noticiero advirtió que no sería un día común, que no sería fácil. Así que necesitaba estar firme, con todas mis energías

Bebí un poco de leche con avena y ralladura de hierro.
Lustré mis zapatos hasta ver mis agudizados ojos reflejados en ellos. 

Al hacer el nudo de la corbata, noté que comenzaba a oscurecer.

Estaba preparado, alimenté a mi fiel compañero, encendí el auto, y mientras esperaba que el motor calentara, dije mi oración diaria. Arranqué.

Mientras manejaba, mi mente estaba sensible… me puse a recordar y pensar…

“Es zonzo el cristiano macho cuando el amor lo domina…”, decía José. Y pensé:
Ya es difícil ser uno mismo… y más difícil aún ser parte de una institución tan cuestionada y seguir siéndolo.
¿Habré dejado de ser… para convertirme?

A veces me gusta creer que me convierto. Cada vez que me pongo el uniforme, siento que soy la mejor versión de mí, con más fuerza.

Como aquella noche fría y oscura, donde hasta la luna estaba prófuga, más aún con aquel apagón generalizada que paralizaba las actividades de la ciudad.

Por las calles, solo se veía oscuridad, y de vez en cuando, cuando las ópticas del Falcon me lo permitían, alguien corriendo con alguna caja gigante, otros golpeando a las prostitutas de la estación y quizás algo de sangre que brotaba detrás de algún desafilado cuchillo .

El deber me llamaba. No había tiempo para esas nimiedades. Aceleré hacia la delegación.
Unas cuadras antes, escuché sirenas. Intenté modular por radio, pero la sintonía estaba muerta.

Mis nervios se incendiaron, y mis sentidos se encendieron. Al llegar, vi a la delegación con luces de emergencia, en silencio...
Sentí una presencia maligna. Crucé el portal, tomé mi arma reglamentaria y avancé sigilosamente para defender mi posición.

A medida que me adentraba, sentía una respiración algo confusa. La luz era tenue, solo veía una sombra que se reflejaba en forma ascendente y descente.
Abrí la puerta de golpe… y en la oficina del comisario, encontré personal civil.

Era Sheila, acomodándose la falda para continuar con su trabajo. El comisario no estaba, pero me ofreció un descuento porque no había conseguido quitarse las herpes.
Tomé la billetera, pero me advirtió que no aceptaba tarjeta.
Nos despedimos como buenos amigos: un gran abrazo, una palmada en las nalgas y un puño chocando.

Busqué el termo para unos mates, pero el escritorio del comisario estaba cerrado con llave. Por suerte, me quedaba un cigarrillo.
Fui a fumar al patio, y otra vez, mis sentidos agudos me alertaron de una nueva presencia.

Desenfundé, cuerpo a tierra, como en mis días de academia. Recorrí en silencio los pasillos. Nadie iba a tomar esta fortaleza mientras yo respirara.

En el calabozo, encontré un masculino sentado en una silla. Parecía desmayado. Lo desperté como se despiertan los hombres:
Un golpe seco a mano abierta.

Comenzó a llorar. Otro golpe. Y otro. Y otro más.
Conmigo iba a confesar. Mientras más lloraba, más lo hacía hablar... o sangrar.

De pronto, volvió la luz. Se acabó el apagón. Vi el piso lleno de manchas de sangre, pero aún no tenía mi confesión.
Le di una última que me hizo arder la mano.

En ese instante llegaron mis compañeros. El cornudo de Sánchez traía el trofeo del campeonato interjurisdiccional.
Sepa el diablo cómo llegó a capitán del equipo

Me distraje un segundo. El masculino intentó escapar. De una corrida, se abrazó al comisario.
Todos desenfundamos a la vez. El comisario se emocionó… y también lo abrazó.

Resultó ser su hijo, que estaba de visita, luego de diez años sin verse.
Hecho ya todo un hombre… alto, fornido, prolijo como su padre y con algunas recientes heridas.

Seguramente su orgullo. El futuro de la fuerza.
Lo que todo comisario desea: un hijo que se convierta en el alumno que vence al maestro.

El comisario que sigue su rumbo en la política 

Pero si no me interrumpían…
Seguro confesaba sus verdaderas intenciones.


jueves, 1 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 0.8


LA MENTIRA Y LA VERDAD JUEGAN Y SE DAN LA MANO

El espejo y el yo perdido

Me vi en un espejo y descubrí que yo no era yo, o al menos lo que veía no me convencía. Ese reflejo parecía yo, pero algo en él no cuadraba. Me pregunté: si ese era yo, entonces quién soy realmente.

El dilema de la identidad

Toda mi vida supe que llegué a la tierra con fines justos. No creo ser un simple reflejo, pero hoy estoy convencido de que tampoco soy realmente yo. Al principio esa idea me molestaba; sin embargo, al descubrir que alguien más también puede ser yo, hallé cierta tranquilidad.

Moneda y cruz: metáfora de nuestra dualidad

Una vez escuché que somos como una moneda: en un lado, la cara —lo visible—; en el otro, la cruz —lo oculto—. Esa cruz en la espalda quizá es para que nadie la vea. ¿Qué guarda esa cruz que permanece oculta? Yo prefiero no comentar, pero sé que incluso los héroes llevan cruces, y si ellos las llevan, los terrícolas también —la historia de la creación está ligada a esa cruz invisible.

La cruz en el pecho y la revolución

Hubo un tiempo en que los humanos llevaban la cruz en el pecho. Fueron siglos de revolución: creyeron que ese era el lugar correcto, y llegaron a la guerra con la cruz al frente. Pero sin rostro, solo la cruz, perdieron identidad. El enemigo los venció. La guerra fue breve, pero las consecuencias perduraron muchos siglos. Hoy, sus efectos siguen visibles: llevar la cruz al frente, aunque discreto y decente, no conduce a nada. La historia lo demuestra.

 Historia vs. verdad

La historia puede ser tragicómica, pero no necesariamente real. Los medios, la distorsión de la información, malas interpretaciones y opiniones ignorantes crean una gran mentira. Quizás apenas un 1 % de eso sea verdad. Si sumas los años y el indiscriminado “manoseo” de la información, obtienes una mentira miserable, que se transforma con el tiempo en otra mentira. La paradoja del mentir

Decir “uno miente” puede ser en sí una mentira. Como cuando una terrícola dice:

“Fui a llevar melocotones, no, miento, fui…”

Si dice la verdad, está mintiendo; si miente, podría estar diciendo la verdad. Esto revela falta de cultura, escasez de lenguas y ausencia de comunicación sincera.

La lógica de lo ilógico

Cuando lo lógico deja de serlo, lo ilógico se convierte en lo más lógico. Así sucede con lo inesperado: los aviones vuelan, pero los terrícolas no. Las plumas de las “alas de la libertad” están robadas.

 Rumores, prejuicios y conspiraciones

Se dice que los judíos han vendido a toda su raza, menos a alemanes y musulmanes, a quienes “regalan”. Se rumorea que pronto venderán a los humanos. Estas ideas crean odio y miedo, construidos sobre mentiras o verdades a medias. Al final, la verdad se disemina entre silbidos, dudas y contradicciones (extraoficialmente, se rumorea que no pudieron venderse ellos mismos, porque los compradores consideraron que, regalados, ya eran demasiado costosos).


Conclusión: ¿quién soy yo?

  • Nuestra identidad es un reflejo complejo, tanto visible como oculto.

  • La historia y los símbolos (como la cruz) pueden ocultar más de lo que revelan.

  • La verdad está atrapada en interpretaciones, mentiras y barreras culturales.

  • La pregunta fundamental sigue abierta: ¿Quién soy yo?



Nota: Agradecemos las cartas, pero no podemos mencionar la identidad de El Articulador, para mayor información consúltese usted mismo.

El Editor.


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