jueves, 22 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 1.1



Cantar es llamar desesperado.

Es pedir algo que uno quiere… y que no se anima a decir.
Por eso se canta: para pedir sin decir.
Es ser disimulado.
Es más violento.
Es más eufórico.
Es más romántico.
Es muchas cosas más.

Pero, en realidad, el que pide no es uno.
El que canta no es el que quiere.
Y el que quiere no es el que pide.


Esa es la única razón, más o menos decente, que se me ocurre para explicar por qué los buenos muchachos censuraron a diestra y siniestra la música capaz de decir cosas que, simbólicamente, no convienen a la denominada “masa”.

Pero como toda masa… esta se deforma.


Los años transcurren sin cesar.
La música también se deforma.
La censura se deforma.

Y lo único que no se deforma finalmente… es el sol.


Antes, la rebeldía se expresaba con música.
Un medio alegre, si se quiere.
Pero esa alegría se fue transformando: en rabia, en euforia…
Y hoy esa rebeldía, finalmente, se transformó de tan grosera manera, que la libertad —antes buscada con tanto esmero— hoy es regalada.


Y los que creen que son libres por poder expresarse cantando…
no son más que inofensivos pobres muchachos, que no pueden rebelarse.

No depende de ellos.
Si a “X” le regalan su libertad para que esta lo mantenga ocupado, y no le preste atención al dedo que le meten a su madre…
en realidad, no ganó su libertad.
Es solo una simple, vulgar y pobre marioneta.
Causa lástima.
A ellos.
Y asco a nosotros.


A los que comenzamos el arte de la rebelión.
A los que luchamos tanto…
que, finalmente, gracias a tanta traición, fue en vano.


Las melodías hablaban.
Las letras solían cultivar.
Tantos sentimientos que no cabían en un solo corazón.

Pero siempre fue así:
el hombre es inteligente,
la masa es tonta.
Y los hombres que quedaron…
quedaron solos,
abatidos
y sin ganas.


La masa continúa.
Es eterna.
Eternamente tonta.


¿Qué dirían aquellos?
¿Qué fue de todos nosotros?
¿Para qué?


Hace muchos siglos —como diría mi anciano padre—
“Allá lejos y hace tiempo”,
se acostumbraba a festejar las cosechas con una suerte de baile generalizado:
pompas, caravanas, alcohol en exceso, muchas mujeres y música popular.

Eso, finalmente, mutó en comparsas.
Para nuestros ancestros.
Y en murgas… para la masa.


Hoy en día es común ver padres que inculcan a sus hijos a participar en tal tipo de denigración humana.
Como los tiempos cambian, y ya no hay cosechas para festejar,
mal aprovechan la ocasión para pretender que manifiestan contra una ideología y/o... ellos sabrán qué.


Esta pseudo-manifestación ha degenerado, inevitablemente.
Y resulta muy difícil encontrar ya medios auténticos de manifestación popular,
que puedan identificar a un sector verdaderamente digno de manifestarse.


Así que ahora, nosotros nos encontramos atrapados en la vereda del medio.
La que no pertenece ni a aquí, ni a allí.
Vivimos manejados por el comportamiento de ellos,
y por la risa y la satisfacción de los otros.


El mensaje es verdaderamente muy simple:
de ninguna manera pueden manosear nuestros medios
cuando realmente no son auténticos.

No son como nosotros.
No son originales.
No son rebeldes.


Y gracias a ustedes,
ellos continúan riéndose.


Es mejor morir estando en contra,
que pertenecer a un movimiento indigno.

Y es por eso que esperamos que se pudran.
Porque jamás serán como nosotros.

Y fue así.
Porque Él lo quiso.
Porque “hubo pueblos y países, y hubo hombres con memoria”.


Moraleja: hoy tiene ausente.

La palabra “moraleja” deriva de moral,
pero esta situación carece totalmente de moralidad.


Hay muy pocas cosas razonables y aprovechables.
Ejemplo:

“El fin justifica los medios.”

Pero los medios nunca, de ninguna manera, pueden ser los fines.


El dinero es un medio, no un fin.
Un medio para determinado fin.

Parece que el fin fuera el medio
y que el medio sea un fin…
Es como nunca acabar.


Y como dice el refrán:

“Quien mal anda, mal acaba.”

 

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