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De principio a fin
Comportamiento Humano Volúmen 1.3
El día del diabetonto
Estaba tratando de
conseguir más clientes a los que les pudiera ofrecer mis servicios
profesionales, para esto necesitaba hacer mercadeo, o Markenting, si en lugar de ser un simple profesional fuese un businessman. Traté de promover mis
servicios en redes sociales, y noté que me sugerían «Conejos semanales», de inmediato se me ocurrieron un montón de
recetas culinarias, pero al retroceder en mi cerebro pude darme cuenta de que
me fallaban los ojos y de que mi mente se había dejado engañar, lo que en
verdad decía era “Consejos semanales”.
Creí, por un momento,
que el «alzheimer» estaba tocando a
mi puerta, que la vorágine de la vida monótona, me estaba afectando. La
paternidad, la crisis laboral, la mediana edad, todas esas cosas que son
importantísimas en la vida de un ser subjetivo que vive en un mundo ficticio, o
en un país que dejó de ser el suyo (aunque me haya quedado sin nacionalidad) ya
estaban haciendo efecto.
La cuestión fue que de
tanto aprender lo que no debía hacer, se me ocurrió buscar el diagnóstico más
lógico. Tenía pegado un imán que me habían dado en la farmacia y acudí a ell; pedí «Sildenafil
pediátrico» y que me midan la glucosa, luego necesitaba una mujer dispuesta
a caer en mis encantos…
La medición
cuadruplicaba los estándares establecidos, es decir, en lugar de sangre, por
mis venas corría azúcar, no estaba tan errada esa chica de la escuela que
aseguraba que yo era muy dulce, pero esa es otra historia…
Así confirmé todo, y le
di lógica a lo que estaba viviendo. En mi desesperación por encontrar un lugar
para «miccionar», recordé que ahora
también soy un enemigo del estado, y muy posiblemente, me convierta en una
carga para mis enemigos.
El doctor me explicó
que la «diabetes melittus» es una
enfermedad autoinmune que impide obtener la glucosa de la sangre a través de la
insulina, y que esto hace que no se pueda transformar en energía. En resumen,
el páncreas no trabaja, porque mi sistema inmune lo quiere asesinar, y esto
trae otro remolino de situaciones absurdas.
Ya había mencionado que
no me produce energía, entonces el cansancio crónico no se debe a la cantidad
de esfuerzo psíquico, físico y tétrico de todos los días. Con esto comprobé que
la enfermedad es peor que estar casado. Todo este tiempo creí que ella me
sacaba las energías…
También mencioné el
problema de la visión, resulta algo así como si las pupilas se dilataran y
contrajeran solas, es parecido a tener la visión como un borracho con miopía,
de pronto ves de cerca, de pronto no se ve más, de pronto ves de lejos, y de
repente te chocas con algo, incluso hasta se puede perder la visión por
completo, y pasar a ser un nuevo no vidente. No es tan preocupante… ya se sabe
que «ojos que no ven…corazón que no siente».
En esta parte es un
poco más poética la enfermedad; la chica de la escuela que mencionaba antes,
fue la que me rompió el corazón, pero al parecer, esta enfermedad trae
trastornos cardíacos mucho peores, como si le dejaran desconectado el corazón a
uno, y no tuviera batería de emergencia. Y es en donde se me derrumbó la teoría
del refrán… el corazón sí siente, a pesar de lo que opinen los ojos.
Y como si no fuera poco,
la sangre está contaminada. Es decir, en lugar de sangre, el corazón me bombea
azúcar. Y como hace falta sangre para cicatrizar o combatir infecciones, estoy
en serios problemas. Siempre quise tener una venganza con los mosquitos, pero
parece que son inmunes al azúcar
Esto es mucho más
interesante todavía, cuando no le llega agua al tanque, por los grifos no sale
nada líquido. Lo mismo pasa con el cerebro, parece ser que trae trastornos de
personalidad. Algo así como alterando la
cordura, yo diría que hace que aflore el carácter más sobresaliente, si una persona es triste se vuelve depresiva, si es
irritable le causa ira. Estoy seguro de que todavía no estoy en ese punto
porque si lo estuviera, seguramente me hubiese sentado a escribir.
Lo peor de todo es que
causa una sed infernal, excesiva. Bebes y bebes sin poder parar, y una botella,
y al sanitario, y otra botella, y se transforma en un círculo vicioso, en donde
no se puede parar de tomar para luego tener que ir a deshidratar y seguir
bebiendo, como el chiste de Manolo y la luz de giro en la rotonda.
La vida con diabetes es
una terrible tortura, no se puede terminar una labor, no se puede descansar, no
se puede dormir, encima trae pérdida de peso y un hambre atroz que te persigue
todo el día por cada lugar que vayas.
Pero no soy tonto. Debo
tomar medidas. El tratamiento consiste en poner atención a la alimentación. Se
suprimen las pastas de los domingos. Nada de probar la «pomarola» con el trozo de pan. Se le dice adiós a los helados en la costanera.
Nada de ir al campo a comer tortas fritas con dulce de leche, ni tomar
chocolate caliente, ni té con miel para la tos; la dieta es una verdadera porquería…
Lo que es fundamental
como un sombrero, es el puré de calabaza: el manjar de cada día, sopa de
verduras… Pero no, llega el verano, es época de ensaladas, así que más
verduras, pero frescas. Se puede comer res, cerdo, pollo o algún otro bicho de
granja, y de postre, fruta: manzana, pera y… nada más.
Pero hace mucho calor
este verano, entonces me tomo una botella de algo sin azúcar, ni edulcorante
derivado del azúcar; pero no se me va el calor, me tomo otra botella, y ahora
ya estoy dudando… No sé si tengo sed o se me subió el azúcar otra vez. Voy
corriendo a buscar una estación de servicio o local de comidas rápidas, y
cuando salgo aliviado del sanitario, no sé si tengo sed porque me dio calor con
la corrida, o porque la maldita glucosa tiene una fiesta en mis venas.
Llego a casa y la bolsa
de verduras que compré en el mercado parece un ramo de flores robadas de un cementerio.
Las pongo en la heladera igual. Agarro el aparatito para medirme y cuando me
pincho el dedo me empieza a sangrar como un colador de la cantidad de agujeros
sin cicatrizar que tengo, me quiero apurar a meter la sangre en la tirita y me
pongo a rezarle a todos los santos que recuerdo, incluso un «Guajira» a Santana, el aparatito dice «254»,
y el médico me dijo que con ese valor tengo que ir al hospital.
De pronto se escuchan
los gritos de las niñas y la madre persiguiéndolas por detrás, entonces me
pincho con la jeringa de insulina una dosis más potente y salgo a defender las
travesuras de mis pequeñas.
Ya es hora de hacer
ejercicio. Eso me ayuda a más o menos, tener un poco de equilibrio en los
niveles de glucosa. Me preparo en el garaje, pongo la música de «Rocky», agarro las pesas y a la tercer
levantada se me empiezan a caer lágrimas por donde antes sudaba, el cansancio
me quiere ganar otra vez, sigo con la última fuerza que me queda hasta que los
ojos se me ponen rojos y me duelen hasta los pelos de la nariz, y ya no puedo ni
girar el grifo de la ducha…
Llegó la hora de la
cena. El arte culinario, mi favorito. Uno de los grandes placeres del universo,
lavo las verduras y las preparo con todo el amor del mundo. Aceite de oliva,
pimienta, sal, y mientras los bifes se cocinan consumo un poco de ají en
vinagre como la nutricionista dijo. Se sientan todos a la mesa y el primer
comentario es: «¿Dónde están las papas fritas?»
Al final no es tan
difícil vivir con esta enfermedad, solamente hay que acostumbrarse a vivir sin
hidratos de carbono, que todavía no me puedo imaginar cómo llega eso a meterse
dentro de una pizza, pero… la nutricionista dijo que no; solamente hay que respetar
las cuatro comidas, desayuno, almuerzo, merienda y cena, como si en un día tuviera
tiempo para todo eso.
Ya se hizo de
noche y tengo que tratar de descansar;
después de bañarme, tomo un libro y a la cama: «En una mancha del lugar, de
nombre cuyo no quiero nombrarle, no ha mucho tiempo que vivía un gordo de los
de panza en astillero, grada antigua, rocín flaco y galgo comedor…» y ya veo
cualquier cosa. Entonces pongo una película y mi esposa se acuesta a mi lado,
empiezo a sentir calor, y más calor, y el corazón que quiere salir del pecho y
me empieza a temblar todo el cuerpo, me levanto corriendo y saltando. Cuando
agarro el aparatito no puedo tener el dedo quieto, después de varios intentos
consigo pincharlo, y la endemoniada tirita que no se queda quieta. Tengo que
apretarme hasta que desparramo sangre por todos lados. Por fortuna le cae una
gota a la tira y el aparatito marca «cuarenta y cinco». Necesito algo dulce con
urgencia. No encuentro nada dulce. No compro cosas dulces. Entonces me acuerdo
del cacao. Un vaso de leche con cacao ¡Eso sí! Al terminar el vaso, me siento
en el sillón a esperar que se normalicen los valores según los estándares
establecidos.
Cuando dejo de temblar,
tengo que limpiar el desparramo de leche y cacao que hice por toda la cocina y
vuelvo a la cama. Parece que mi mujer está soñando con el galán de su novela, sonríe
y se acaricia como si sus manos fuesen las de su amante, es una noche calurosa,
me da un beso, y otro, y me empieza a acariciar, y con toda su dulzura se me
acerca más y más, y ¡No!, la nutricionista me dijo que cosas dulces no. Agarro
la almohada y me voy a dormir al sofá.
Mañana cuando me
despierte mandaré a hacer tarjetas para repartir entre la gente del
supermercado, esto del marketing y
los conejos parecen perjudiciales para la salud…
Supersticioso al fin
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