miércoles, 18 de diciembre de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 1.3



Olvidemos viejos rencores.

La vez que me rompiste el corazón en mil pedazos queda totalmente olvidada.
Aquella otra en la que me descubriste con tu mejor amiga en nuestra cama… ya ni la recuerdo.

Brindo por las veces que encontramos calor en brazos de otras personas,
y no nos enteramos.

Brindo por esa vez que me dejaste —la última—
cuando te fuiste y te llevaste mis discos.

Brindo también por los buenos momentos.
Por esa vez que firmaste y dijiste “acepto”.
Por aquella otra, cuando el médico nos felicitó.

Brindo por la vez que te canté una serenata desnudo en la puerta de tu casa,
y por todas esas serenatas en la bañadera.

Quisiera brindar por más buenos momentos,
pero la verdad es que fueron muy pocos.

Quisiera tener buenos motivos para no olvidarte nunca,
pero solo tengo malos motivos.
Y por eso brindo.

Porque sos cruelmente inolvidable.
Porque me recordás al apocalipsis.
Porque los momentos a tu lado solo condujeron a la destrucción.

Por eso nunca te voy a olvidar.
Porque vos no me olvidaste.
Y porque no podés hacerlo.

¡Cómo me vas a extrañar!

Ahora que me voy, justo te vengo a encontrar.
Parece como si el destino nos uniera para compartir los peores momentos.

Me hubiese gustado mucho que también hubiéramos compartido las cosas lindas que me pasaron…
pero siempre había una historia con tu hermana, o con el doctor.
Y siempre te creí.

Me hubiese gustado que hubieras estado a mi lado,
en serio.

Pero ahora que sé lo egoísta que sos,
no sabés cuánto me alegra que me hayas dejado,
y que no hubieras estado cuando te necesité.

La verdad es que me parece mentira lo pobre de escrúpulos que sos.
Por eso brindo con vos.
Porque sos asquerosamente inescrupulosa.
Y encima te creí.

Siempre es un placer brindar con tu copa.
Porque siempre tomás y te ponés más caprichosa.

Voy a disfrutar cuando, dentro de un rato, escuche tus gemidos.
Porque me divierte que te excites tanto,
y ni siquiera me des placer.

Siempre fuiste igual.
Nunca vas a conocer los placeres que existen.

Lástima que ya me voy.
Por ahí, con un poco más de tiempo, te hubiese dejado disfrutar de mí.

Pero no valés la pena.
Porque sos caprichosa, egoísta, inescrupulosa,
y me das lástima.

Aunque tengas toda la culpa,
hoy brindo con vos.
Por nosotros.

Porque la vida te sonría.
Y ojalá aprendas muchas cosas.

Que consigas a alguien a quien joder (ahora que me voy).
Porque recibas lo que te merecés.

Mejor dicho…
no te merecés nada.
Así que ni siquiera vas a recibir tu merecido.

Brindo ahora que se está yendo la oscuridad.
Brindo ahora que me cansé de sentir tu aliento agitado.
Ahora que me cansé de escucharte.

Y me voy,
antes de que descubran mi ausencia.
Antes de que puedan detenerme.

Por ahí voy bien.
Donde voy no existe el peligro.
Donde voy, no tengo que preocuparme por el futuro.

Donde voy no existe el egoísmo.
Porque ahí…
solo hay paz.

Porque ahí, no permiten a la gente como vos.

Por eso sé que estoy seguro.
Porque nadie va a volver a engañarme.
Nadie me va a consumir.

De frente a la oscuridad.
Sin más equipaje que lo que puede verse.
Con el viento a favor
y con todos estos tragos…

Emprendo mi rumbo.
Sin palabras de despedida,
brindo por el final del trayecto.
Por una noche que recién termina.

Y por el nuevo día que vendrá,
brindo.


Nota:
Esta es una transcripción de una carta firmada por El Articulador.
Agradecemos a la señora que la trajo hasta nuestra redacción y pedimos a los familiares de la misma que, por favor, se la lleven de aquí, ya que nuestros empleados han contraído heridas profundas en sus zonas genitales desde la llegada de la misma.





El Editor. 


textos poéticos con humor pensamiento crítico filosofía cotidiana
reflexión filosófica literatura independiente microensayo existencial escritor argentino contemporáneo



sábado, 7 de diciembre de 2019

Supersticioso al fin

ESTÁ BIEN TEMER

🧿De niño me asustaban con el “hombre de la bolsa”. Quizás era un señor simpático... nunca lo supe. Desafortunadamente, no llegó. A mí me generaba más curiosidad que miedo:

¿Qué llevaba en la bolsa? ¿Podía usar maleta? ¿Era un hombre sin hogar? ¿Por qué no se quedaba en su casa? ¿Tenía trabajo? ¿Le gustaban las golosinas de chocolate?

Era un niño, me cuestionaba todo, y así fue como nunca lograron asustarme. Todo se resumía en un seco:
Dormite o te doy un chirlo en la cola.

Sin embargo, no puedo negar que tuvo sus efectos secundarios. Crecí creyendo en todo tipo de supersticiones: el mal de ojo, la culebrilla, el empacho, la llorona, el chupacabra, los pitufos asesinos, Mr. T, los juanetes y hasta las patas de gallo.
No era miedo… era otra cosa. No sé, algo inusual, difícil de explicar.

En mi adolescencia, vivía casi de acuerdo a lo que las supersticiones me dictaban. Si conquistaba una mujer en primavera, la relación sería floreciente. Si era en invierno, seguramente fría. Había otros factores, claro: si se pintaban las uñas de los pies, si sabían hacer tortas fritas, si usaban toallitas perfumadas
Todas las mujeres tenían que superar esos obstáculos invisibles para tenerme en sus brazos.

Lo mismo se aplicaba a la escuela. Si la profesora cumplía años en cierta época, podía ser favorable… o no. Si era de diciembre o agosto, los exámenes cambiaban su suerte. Por ejemplo, si me iba mal en cinco seguidos, el sexto tenía que salir bien, así que planificaba mis materias para esperar la sexta oportunidad.

Después, esto se trasladó a cada trabajo que tuve. Si el nombre de la calle era positivo, podía ir bien. Si la altura del domicilio era nefasta, el resultado sería catastrófico. La numerología importaba: si la suma daba número impar, era fracaso seguro. Si era par y mayor que 6, podía ser digno.

Mi vida estaba regulada por señales. Si me enfermaba con luna llena, temía morir. Así que intentaba enfermarme en otras fases. Ante el primer estornudo, miraba al cielo. Si la luna era favorable, me tiraba en la cama a enfermarme tranquilo. Si no, aguantaba unos días hasta desfallecer con seguridad.

Todo esto, claro, era de gran ayuda para el azar. Empecé a apostar según señales cósmicas: si encontraba una moneda, jugaba al treinta y dos. Si veía una caída, al cincuenta y seis.
Pero los números debían tener un seis o sumar seis, de lo contrario, la derrota era fija. Tenía toda una estrategia cabalística.

Luego descubrí el mundo cibernético. Mandaba cadenas de mails: si las reenviaba a cinco personas, los poderes divinos me protegían. Si no, podía morir esa noche. Así que cada noche, me sentaba a reenviar las cadenas de protección como quien reza.

Después llegaron las redes sociales. Le mandaba mi número a Dwayne Johnson, compartía estados de adivinación, imágenes del hijo de puta de la suerte o de la muerte. Para el caso, era lo mismo.

Hoy, se puede decir que soy un hombre mayor. No me quejo de la vida. Nunca terminé los estudios, no tuve continuidad laboral, no me voy a pensionar. Estoy soltero, y vivo debajo de la autopista. Pero cada día disfruto mi vida.

Y como no soy tonto… fui al templo y me bauticé. Uno nunca sabe.


domingo, 1 de diciembre de 2019

El hombre que da pena



YO TAMBIÉN LA TENGO CHIQUITA


📉No puedo decir que mi problema sea grande, pero puedo afirmar que es serio. Bah... ¿qué problema no lo es? No quiero sonar egoísta, pero el mío puede ser bastante desagradable, y no solo para mí: desafortunadamente, tengo que compartirlo.

La mayoría lo calificaría de “embarazoso”, pero esa palabra no le hace justicia. Más bien, es todo lo opuesto. Puedo decir, sin exagerar, que tengo un problema muy pequeño. No es genético, no es una enfermedad, ni una malformación… es casi una formación.

Ya no me avergüenzo, pero aún siento algo indescriptible. Sí, lo confieso: no tengo un pene, tengo una pena. Sería demasiado generoso llamarlo de otro modo. Es casi imperceptible. La última vez que fui al médico, lo estudiaron con un microscopio.

La primera vez que estuve con una mujer, a oscuras y a punto de experimentar el amor carnal, creyó que la picaba un mosquito en la intimidad. Me arrojó aerosol venenoso (eso sí que arde). Luego me vio desnudo y dijo:
—Te está picando a vos… ¡sos lesbiana!
Y salió corriendo desnuda, gritando, para nunca volver.

Fue doloroso. Con el tiempo me enteré de que en el barrio dudaban si era hombre, mujer, andrógino o engendro. Como nadie se me acercaba, llegó un punto en que tuve necesidades masculinas, y para masturbarme necesitaba una pincita de depilar... y una lupa.

Busqué ayuda por todos lados: hospitales, doctores, Internet. Probé con productos químicos, naturales, incluso con el Flautista de Hamelin. Nada. El mejor cirujano del mundo me dijo que la mejor opción era el cambio de sexo. Un día probé inyectarme uranio... no creció, pero empezó a explotar.

En mi matrimonio, todo fue peor. Cada vez que teníamos relaciones, mi esposa no llegaba al orgasmo... porque le daban cosquillas. Lo intentamos de muchas formas. Hasta que algo cambió: ella empezó a aprovechar ese momento para hablar por teléfono. Cuando yo la miraba a los ojos, decía:
—¿Ya terminaste?
—No había empezado...

Para ella, tener relaciones conmigo era ganar tiempo. Mientras yo estaba “ahí”, ella aprovechaba para hacer otras cosas. Una vez, perdió el escarbadientes y usó mi miembro para limpiarse los dientes. Así fue mi primer sexo oral.

En la desesperación, compré vibradores, consoladores, incluso uno con arnés. Pero las instrucciones estaban en chino… me lo puse al revés. Sentí algo increíble. Ella no. Hasta que aprendí a usarlo. Cada vez quería más. Terminé comprando un matafuegos. Ahí se calmó.

Ella me ama, aunque se consiguió dos amantes (porque le daba vergüenza tener solo uno). Nunca me reprochó nada, ni siquiera que salpicara el inodoro. Por eso la amo. Una vez tomé un viagra… me miré y parecía un fósforo. La llamé:
—Mi amor, me tomé un viagra. En cinco minutos llego.
—Te espero en cuatro —me dijo. Tuve que apurarme

Ella siempre decía que yo tenía la silueta de una estatua griega. Le respondía que en la Antigüedad, era bello tener el miembro pequeño. Por eso las estatuas eran así.
Ella sonreía y decía:
—Mi amor... también estaba bien visto tener relaciones entre hombres. Y ni Cupido la tiene tan chiquita.

Harto de la miseria y las burlas, llamé a los del Récord Guinness. Vinieron. Me examinaron. Hicieron todo lo necesario. Pero no pudieron medirlo…
No tenían cómo registrar medidas menores al milímetro.


jueves, 28 de noviembre de 2019

El asesinato del fiscal Natalio (La verdadera historia de una falsa investigación)





Muerte de nisman


⚖️ La noche del fiscal

Era 17 de enero. Esa noche, densa y húmeda, había tentado al azar… y no me hice millonario. Cuando ya no tenía nada en los bolsillos, caminé hasta el Falcon, me puse el uniforme y calcé mis zapatos.
Escuché un poco de cumbia para animarme y salí a dar unos pasos, como buscando consuelo. Las prostitutas eran una tentación a la entrada de la villa —aunque todas eran menores de edad—. Sin detenerme, terminé paseando por el barrio más exclusivo de la ciudad. Me apoyé en la baranda de un dique antiguo y, con ganas, arrojé al agua el libro:
“Método infalible para ganar en el casino”.

El calor era violento. Con la depresión de quien solo le queda el orgullo por su labor, continué con pasos pesados. Hice unos metros… y el azar tenía algo preparado para mí.

Vi a dos masculinos con traje, de corte propio de un servicio secreto, rociando con combustible a un NN (persona no identificada). Me camuflé para estudiarlos y evitar el peligro. Como policía —y orgullo de la fuerza— podría haberlos enfrentado, pero no conocía la situación.

Con precaución, me acerqué y escuché uno decir al NN:

—Te interrumpimos el polvo, pero el fiscal se va feliz.

Sonrió de forma socarrona.

Pensé que el NN era un cabo suelto. Llamé al servicio de emergencia, di la ubicación y corrí unos metros. Miré la fachada: “Torre Le Parc”.

Cuando iba a contactar al comisario, llegó una combi sin patente, de la que descendió el secretario nacional de seguridad, hablando por celular. Varias patrullas lo escoltaban. Aquella era mi oportunidad.

De forma natural y decidida, me acerqué a la combi y descargué junto a la comitiva. Entramos al edificio. En el ascensor, el secretario dijo:

—Acuérdense bien lo que hablamos… Llamaremos a una fiscal amiga que ya está al tanto… cuando llegue, tiene que encontrar el cadáver del fiscal más famoso del país.

Tomó su celular y dijo:

—Ya estamos entrando… quédate tranquila, Cristina, te tengo al tanto…

Al llegar, la puerta estaba cerrada. El secretario exclamó:

—¡Qué pelotudos!
—Vayan a traer un cerrajero de confianza, que no pregunte nada… no quiero tener que bajar a nadie más…

Mientras esperábamos, el secretario continuó hablando:

—No señora, la persona que nos hizo entrar ya no existe… la puerta quedó cerrada desde adentro… ahora viene el cerrajero… conviene que la madre vea que “es normal”, que no tenemos nada que ver…

Se escuchaban gemidos dentro del departamento… al fin, el cerrajero abrió.

El secretario, con tono repulsivo, entró primero al baño. Salió y dijo:

—Todavía se está muriendo el judío este… revisen todo, no quiero ni un post-it que mencione a Irán, ni a la jefa, ni a nadie de su entorno…
—A trabajar —finalizó con un aplauso.

Cada uno tuvo una tarea: revisar la notebook, el celular, los archivos; yo me encargué de guardar pruebas del fiscal agonizante. Mis colegas “limpiaban” la escena, pero el edificio estaba saturado de cámaras de seguridad.
Fotografié las camaras vigilando. Hice señas en código morse con mi encendedor pidiendo ayuda.

Llegaron otra combi y autos. Esperamos. Tomamos café. El secretario no soltaba el celular:

—Cristina: se está muriendo… limpiamos… no dejan cabo suelto… ahora empieza el circo… los iraníes están contentos…
—“Vos me cuidás a mí, yo te cuido a vos…”

Después llegó una mujer mayor (la madre) y el cerrajero entró por la puerta de servicio. Al abrir, todos mostraron asombro y dolor. Llamaron a una ambulancia. Era desgarrador ver a una madre descubriendo esto.

El fiscal estaba golpeado, nariz rota, con un orificio de bala en el parietal (atrás hacia adelante). La sangre recorría el baño.
Claramente, fue asesinato por al menos dos personas (para trabar la puerta). En la escena, el forense fingía trabajar mientras contaminaban todo.

Una colaboradora fue a peinarse frente al espejo… con el cadáver presente. El secretario ordenó a la fiscal que se recluyera en la cocina.

Entré al baño, observé el cuerpo y las manchas de sangre. Estaba claro: no fue un accidente.

Nunca había visto tanta corrupción impune. Me dolía el pecho, me avergonzaba.
Pensé en el NN rociado con combustible. No podía dejar las cosas así. Algo debía hacer.

En la cocina, la fiscal jugaba Candy Crush con el celular. Al sentir mi presencia, sus ojos reflejaban un solo deseo: dinero. Entonces escuché por el radio:

—Ya está todo quemado… espero instrucciones… cambio.

Apagué el radio. Sin despeinarse, la fiscal dijo:

—Por mí, no se preocupen…

Todo estaba perdido. La injusticia ganaba… una víctima era el precio de la impunidad. El aparato corrupto había cubierto este asesinato.
Las cámaras de la calle guardaban todo… pruebas estaban ahí, pero alguien tendría que hacerlos pagar.

Supe que la autora intelectual era esa Cristina. Los demás eran cómplices, pero el autor material… desconocido.

Volví a casa sin que nadie notara mi ausencia. Tomé una pastilla relajante, me acosté y dormí…
Esa noche soñé con el fiscal pidiendo ayuda, la fiscal riéndose, el repugnante rocío de cocaína, el NN rogándome socorro.
Fue un sueño doloroso.

Al despertar, encendí la TV:
“El fiscal que investigaba el atentado a la AMIA apareció muerto”.

Corrí a la comisaría y conté todo al comisario. Su respuesta fue:

—Lamento que hayas estado allí…
—Lo mejor ahora es pedir tu traslado al interior, donde no te encuentren más.

Y ahora estoy en un pueblo que no figura en los mapas, donde sólo Dios me conoce. Aquí observo cómo la injusticia continúa… allá, en la capital.



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lunes, 25 de noviembre de 2019

El síndrome de Chacho Alvarez

EL HUMOR QUE NUNCA SE VA...


📚En mi juventud, no fui solo un incomprendido —aunque a la RAE le moleste—. Había aprendido de un señor llamado Voltaire que, cuando las leyes son injustas, lo correcto es desobedecerlas. Y así, por mucho tiempo, me dediqué a estar en contra. Pero en mi época, cualquier engendro podía estar en contra de cualquier cosa, y como yo no iba a ser menos, llegué a estar en contra hasta de estar en contra.

Entraba a la peluquería y decía:
—No me quiero hacer un corte—.
Y luego me lo hacía yo mismo, frente al espejo. Así funcionaba mi vida.

En un momento encontré una mujer que creí podía ser mi compañera. Me hablaba de amor, y entonces, con la voz más rebelde que me salía, le decía con toda convicción:
—No quiero enamorarme—.
Acto seguido, teníamos relaciones extremadamente rebeldes, en contra de todos los mandatos sociales.

Intenté con la música, pero aprendí demasiado. Se puso de moda el punk, y descubrí que no hacía falta saber música para tocar. Luego vino el hip hop, y aprendí que ni siquiera hacía falta tocar para hacer música. No me quedó más remedio que dedicarme a otra cosa.

En mi búsqueda, necesitaba elevar mi mente, aprender lo suficiente como para tener una idea de lo que quería hacer con mi vida. Sabía que mi destino era el arte. Probé con la escultura, pero ni siquiera pude preparar bien el yeso. Intenté con la pintura, pero no me salía ni copiar un dibujo abstracto. Luego vino la danza, y tendría que escribir otra historia para relatar semejante fracaso estrepitoso. Nada de eso era para mí...

Fue entonces que mi padre me dio el mejor consejo de su vida:
—Si no servís para nada, andá al psicólogo a ver qué estupidez tenés—.
No puedo explicar el giro que eso le dio a mi existencia.

Empecé a hacer terapia. Organicé algunas cosas, pensé con claridad, me deshice de malos hábitos, adquirí otros… y en cada sesión llevaba anotado, en mi cuaderno, todo lo que había hecho en la semana. Así descubrí que las letras tenían un atractivo especial para mí. Empecé a leer a los grandes filósofos, tomar notas, razonar, escribir.

Y la luz llegó. Lo que padecía —eso de rebelarme contra la rebelión— no era otra cosa que el Síndrome de Chacho Álvarez. No, no es mi nombre. Ese señor fue el primero. Estaba tan en contra del sistema que fundó un partido político... y luego renunció después de ganar. Todo un ejemplo de liderazgo involutivo.

Así conocí mi pasión por las letras. Devore libros de autores que no solo hicieron historia con sus relatos, novelas, cuentos, obras de teatro, y poesías, sino que además me fascinaron por su vida, su narrativa, su prosa, hasta por las portadas.

Comenzó mi aventura literaria. Escribí de todo: ensayos, textos científicos, tesis, cuentos, poesía, artículos, y hasta novelas. En mis textos había de todo: romance, aventura, acción, comedia, misterio, crimen. Mi mente no tenía límites. No podía parar de crear contenido.

Me faltaba algo más: concursos. Me presenté en la editorial Losada, Bruguera, Argolla... en casi todos los concursos, algo mío estaba ahí. Recibí comentarios variados: “Genio”, “Trovador”, “Imberbe”, “Ingnoto”, y mi favorito: “Tomatelas”. Para mí fue suficiente.

A pesar de todo eso, no gané ni uno, ni por sorteo. Los concursos no eran aptos para mis escritos. Pero yo ya estaba enamorado de las letras. La literatura era mi vida. Era lo mejor que me había pasado. No podía concebir la existencia sin las letras. Y como no las quise abandonar...
Me hice crítico literario.

jueves, 17 de octubre de 2019

Ritual





El viento silvaba con toda su fuerza en la oscura y tormentosa noche, el cielo parecía estar más bajo que el mismo suelo y los truenos hacían temblar cada milímetro del suelo que pisaba, la lluvia de gotas grandes, gruesas y pesadas golpeaban mi espalda, parecía que tierra y agua eran lo mismo, no podía verse a mas de unos centímetros de distancia, y sin más luz que la que los rayos daban, sólo podía observar sombras, sombra de humo, sombra de una casa abandonada, sombra de siluetas, sombra de maldad, sombras de un ritual…
Cómo si esa misma noche fuera la última noche de la historia, decidí que no podía perder nada entrando en esa casa, luché contra el viento, contra la lluvia, y al fin llegué al portal, la puerta estaba abierta, y parecía deshabitada, pero para mi sorpresa, si  podía perderlo todo,
En su interior, estos seres parecían no temer a recitar versos en una lengua ininteligible, mientras el viento hacía flamear los harapos con los que se cubrían, y sus voces sonaban en forma coral, como si el viento soplara en sus cuerdas vocales en dirección opuesta, y el viento continuaba, cada vez con más fuerza, hasta las maderas en el piso se desprendían, las tejas iban desapareciendo una a una dejando que el cielo, el viento y el techo se fusionaran en una nada de otra dimensión.
Uno de ellos dio un estrepitoso alarido, y entre las penumbras pude verlo como se clavaba un puñal en su pecho, y como si no sintiera dolor alguno lo revolvía dentro suyo como si quisiera agrandar la herida, mientras disfrutaba del dolor y sufría a la vez, en una mezcla de llanto con carcajada.
Inmediatamente  una hoguera  se encendió mágicamente, pero no se veía mas que la brasa al rojo infernal, quizás el viento no dejaba que las llamas puedan extenderse, pero permitió que descubriera un altar, y una ofrenda, y con la iluminación que los rayos me proporcionaban continué observando el ritual y paralizado ante lo que mis ojos veían y el resto de mis sentidos percibían, no podía más que continuar viendo como retorciéndose y gritando una palabra extraña como “Necrus nectus”  se elevaba mientras parecía estar perdiendo su alma.
 El resto de ellos coreaba sin cesar, y en un baile maléfico agitaban sus siluetas, a la vez que el cuchillo iba desintegrándose dentro del corazón de ese inhumano ser que continuaba levitando y gritando.
No podía perder la razón en un momento así,  pero tampoco podía quedarme inmóvil, necesitaba hacer algo, mi corazón me decía que haga algo, mis sentidos me pedían acción, esto no estaba bien, algo andaba muy mal, no podía perder la oportunidad, mientras el rayo más potente de la historia caía a escasos metros golpeando con su furia el suelo, y castigando toda forma de vida,  me abalancé sobre ellos y tomé la cabra para evitar el sacrificio, ellos no me prestaron atención,  entonces decidido a escapar y dejar que el fuego los consuma, con toda mi fuerza volqué el fuego de esa hoguera de una patada y me dispuse a escapar con el animal en brazos, pero fui muy iluso…
Intenté con todas mis fuerzas arruinar el ritual, pero una fuerza ajena inmovilizó todos mis músculos y por más voluntad que pusiera, no podía moverme, mis sentidos no me respondían, a duras penas podía respirar, y sentir como mi corazón quería salir de mi pecho como si lo estuvieran extrayendo, pronto comencé a sentir dolor, y más dolor, y más, sentía que mis ojos querían salir de sus órbitas, sentía que se me desgarraban cada uno de mis miembros, pero siempre fui bueno soportando el dolor, y soporté y soporté aunque caí de rodillas en el altar luchando contra esa fuerza que me inmovilizaba hasta que comencé a ver el puñal que se había desvanecido en el pecho de ese ser inhumano, dentro mio, justo en mi pecho, como si alguien me sujetase, y alguien más me apuñalara, pero no había nadie, sólo sombras, sombras de siluetas, sombra de maldad, sombras poderosas.
No pude más que gritar desgarradoramente y lancé desde muy dentro mio un alarido sordo que retumbó junto al eco del trueno que acompañó mi voz “¡Necrus nectus al infierno!”
El viento desapareció, la tormenta de dispersó, las brasas se congelaron, mis músculos comenzaron a responderme, y a mi alrededor solo se divisaban los harapos que antes flameaban, tirados en el suelo, un crujido de maderas me alertó de un nuevo peligro, y de un salto comencé a correr de la estancia, a la vez la construcción comenzó a derrumbarse, y cuando me alejé lo suficiente, miré hacia atrás, se escuchaban nuevamente los alaridos, se veía una llama rodeando la figura de ese inhumano ser, se veían rayos atravesándolo, y el sol comenzó a irradiarle sus rayos, mientras seguía gritando con desesperación, y aunque parezca increíble, observé como su fantasmagórica figura abandonaba su cuerpo mortal en un desfile de almas hacia lo que aparentaba ser la puerta al infierno…
He intentado explicarme estos sucesos una y otra vez, he sido prudente en cuanto a comentarlo, he intentado calmar mis pesadillas, y encontrar otra respuesta para la cicatriz que llevo en el pecho, aún no consigo encontrar una respuesta lógica, lo único que logré fue acariciarle la barba a otro ser.

lunes, 14 de octubre de 2019

Esclavo en tu corazón






El Articulador - Esclavo en tu corazón.


Quiero atravesar tu corazón
Alguna noche calor…
Quiero besarte con pasión,
Y acariciarte con amor.
Quiero tenerte en mis acordes
Y en tus ojos poderme ver,
Quiero rimar la sensación
De tenerte en mi corazón.
Quiero escuchar de noche
Muy cerca mio tu respiración…
Quiero decirte lo que siento
Pero seguro lo sabes
Quiero, si no puedo ser dueño…
Esclavo en tu corazón
Quiero dejar de escuchar
Mis pisadas sobre hojas secas
Quiero verte entre rosas
Florecer en un jardín en primavera.
Quiero quererte una vez mas
Quiero muchas cosas es verdad…
En especial… tu amor


jueves, 10 de octubre de 2019

Murria



Calmando mi altrofagia
Con decepciones inefables,
Asoma de a poco esta disforia
Este demencial conticinio.

En mi corazón la selenofilia,
Y su infernal limerencia
Como si no lo supiera…
Aunque deleznable parezca.

Sin más recuerdo dentro mío
Que una flor en el hojal,
Como lápida en la recoleta
Y un epitafio sin terminar.

En el arrabal una milonga triste,
Y una pebeta con una cadera firme,
Los tamangos bien lustrados,
Y un salón de fiesta silencioso.

Un gastado “hasta siempre”,
Con mucho eco y sin respuesta,
En donde “taita” ilumina
La oscuridad de esta estrella.

jueves, 29 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 1.2




Otra noche más.

Continúa la luna llena y la lluvia terminó.
Sigo esperando al sol… pero hoy parece que no quiere venir.
Parece que tendré que ir a buscarlo.

No tengo ganas.

En el mundo hace falta un poco de oscuridad.
Vendría bien respirar en las tinieblas.
Probablemente, algunos así se den cuenta de lo valiosa que puede ser una estrella.

Por otro lado, me resulta agradable la idea de que el sol se apague.
Siempre creí que el sol era eterno, lo único eterno en este mundo.
Hoy… dudo.

Otra vez estoy equivocado.
Otra vez, mis palabras son en vano.
Otra vez…

Y sigo siendo el mismo.

¡Cuántas copas!
¡Cuántos corazones!
Uno nunca está eximido de tales situaciones, por graciosas y/o trágicas que parezcan.

La cuestión es que el sol no viene,
y yo sigo marchándome.

Nunca tuve que preocuparme por cuál iba a ser mi destino.
Pero hoy el sol no está,
y mis pasos no son como los de antes.
Hoy no veo hacia dónde voy.
Hoy no sé cuál es el juego.
Hoy no sé cuál es el tiempo.

Pero si lo pienso… no tendría sentido.
Si lo pienso, dejaría de ser mi naturaleza.

La vida es corta,
y hay que vivir hoy para morir mañana.

Pero si pienso,
mis pasos no serían firmes.

No puedo quedarme.
Sé que no debo.
Y quiero marcharme.
Pero sé que no puedo.

Y aún así, continúo mi camino.

No sé cuándo,
pero camino.

Mis sentidos se sumergen.
Y voy.
Hacia… no veo cuándo.
Ni dónde.

Solo voy dejando atrás el pasado.

Siento que me atrapa, que me tira hacia atrás,
pero mi fuerza todavía no es escasa.
Y luchando, consigo continuar.
Más lento, pero aún así… sigo.

Mis palabras fueron en vano.
No puedo permitir que mis pasos también lo sean.

Siento calor, aunque el sol no esté.
Siento fiebre.
Y es lo que mejor siento.

Mis sentidos no reconocen estas nuevas sensaciones desde que el sol no está.
Creo que estoy cayendo.

Pero siento viento.
Siento humedad.
Siento llegar olas.
Siento que me empujan.
Siento despertar…
pero sigo sintiendo que me caigo.

Por momentos, me siento levitar.
Por momentos, me siento acostado.
Y no sé.
Y no veo qué está sucediendo.

No logro imaginar ningún suceso que tenga que ver con todo esto.

Quizás, si me sereno, logre entender que este sea mi destino.
Quizás este sea el lugar que me corresponde.
Quizás, en la pista de la vida, esta sea la recta.

Este es el lugar adonde me llevó mi camino.

Probablemente, deba quedarme aquí.
No puedo escapar.
No debo.
No quiero.

No puedo dejar que mis pasos sean en vano,
como lo fueron mis palabras,
y todos esos corazones,
y todas esas copas,
y todo aquello…
y todo esto.

Para el caso, quizás sea lo mismo.

Mi intuición me dice que todavía me estoy yendo.
Eso quiere decir que todavía no me fui.
Eso significa que debo andar por ahí.

Y el sol que se apagó…
quizás deba irme con él.
Y apagarme yo también.

Quizás este lugar necesite nuestra ausencia.
Porque para conocer la oscuridad,
solo hay que transitarla.

Y para conocer el sol,
solo hay que levantar la vista.

Habrá muchos que lo hagan.
Habrá muchos que transiten por las tinieblas.
Y habrá muchos que levanten la mirada.

Pero los que no encuentren nada,
ni por aquí,
ni por allí,
correrán la misma suerte que me tocó a mí.

La desilusión traerá fatalidad.
Y la fatalidad, desilusiones.

Y eso durará muchos pasos,
porque se suceden entre sí.
Las idas de unos son las venidas de otros.

Y el que llega aquí,
es el que se fue de allá.

Por eso sé que debe haber alguien que llegue en este momento.
Porque allá lejos veo una luz.
Porque allá lejos me están llamando.
Porque ahí… hay una cruz con mi nombre.


Ese debe ser mi lugar.

Está marcado.
Está reservado.

No puedo dejar mi lugar vacío.
Porque mis pasos no son en vano.
Porque mis palabras lo fueron alguna vez…
pero nunca más serán en vano.

Porque ahora estoy en la recta.
Y no veo a nadie cerca.
Miro detrás de mis hombros
y observo que, a algunas cabezas, me sigue muy desesperada mi soledad.

Esta vez lo lamento…
pero no voy a esperar a que me alcance.

Porque ya esperé demasiado.
Porque ahora mi fuerza parece estar abandonándome.
Y mi último esfuerzo es para este paso.

Mucha luz.
Un cartel de bienvenida.

Y creo que ya llegué.

Nota:
Mi más sentido pésame.


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lunes, 26 de agosto de 2019

Fierro, El crimen del pizarrón cuadriculado






📏Después de varios días pude calmar el insomnio, por fin había descansado lo suficiente. Estaba de muy buen humor, y parecía que sería otra noche tranquila. Pero, como no podía ser de otra forma, camino a la jefatura, me modularon un 33-12.

Respondí inmediatamente, pedí la ubicación y acudí al lugar. Era un edificio de departamentos de esos que sorteaban en los años mozos de mi abuelo. Subí al segundo piso por una escalera húmeda con paso firme y pesado.

Busqué la puerta, golpeé. No obtuve respuesta. Se oía el ruido de los televisores de todo el piso, pero detrás de esa puerta, ningún sonido. La luz del palier titiló, y luego… todo quedó a oscuras y en silencio. Como en una película de suspenso.

Mis sentidos se encendieron. Mis instintos se incendiaron.
Tomé mi arma reglamentaria, me preparé para entrar en combate, como en aquellos días de guerra, ese día frío de mucho viento en el desembarco de… bueno, eso es otra historia.

Quité el seguro, agudicé el oído. Se oía un suspiro mezclado con gemido.
Una patada. Otra. Tres. Derribé la puerta.

Irrumpí en la estancia. A la luz de la penumbra, vi a un masculino en el piso, haciendo un gesto obsceno y exhalando su último suspiro.

Corrí por las habitaciones, registré el lugar. No había nadie más. Volví al living, me persigné y elevé una plegaria.

En ese instante, volvió la corriente eléctrica. Un viento diabólico sacudió las cortinas. Las puertas y ventanas se cerraron de golpe.

El masculino llevaba un saco a cuadros. A su lado, una mancha de sangre fresca.
Me puse los guantes. Un escalofrío me recorrió la médula. Revisé sus bolsillos: sin identificación. Solo un llavero con una llave y un colgante con el símbolo “+”.

Miré el reloj de la chimenea: decorado con un señor de rulos sacando la lengua. Las agujas detenidas a las 22:01. Como en las películas policiales, ya tengo la hora de la muerte.

En una pared, un pizarrón gigante. Olor a tiza impregnando el aire. En él, una fórmula:

(x + a)(z + b) = + (a + b)x + ab

En la pared de enfrente, una biblioteca con títulos varios:
Lógica, Matemáticas, Sexo Tétrico, Sexo Tántrico, Sexo y Tríos.

Me acerqué al cuerpo. Aroma a alcohol y frutillas. Probablemente daiquiri.

Aproximadamente 80 kilos, 1.75 m de estatura.
Anteojos con aumento fuerte. Le desabroché la camisa: sin signos de violencia.
Bajé sus pantalones. Sus paños menores.
Nada fuera de lugar… salvo un tatuaje del símbolo “π” en la nalga izquierda, por la ubicación sería negativo.

Me senté en su escritorio. Revisé los papeles: todos con números. Claramente, esa era una obsesión.

Busqué en los cajones. Encontré un cuaderno a rayas, sin uso. El único sin escribir. El resto: cuadriculados y llenos.

En la habitación, una cama de dos plazas. Deshecha. Sábanas a cuadros, revueltas.
Con luz ultravioleta, no encontré rastros.
Abrí el placard: trajes iguales, todos a cuadros, corbatas a cuadros, pantalones a cuadros.

Revisé los bolsillos. Vacíos.
Hasta que apareció lo que me faltaba: el maletín de cuero a cuadros, con hebilla cruzada.

Adentro, más cuadernos cuadriculados, más libros.
Y la clave: una hebilla que decía “Profesor de Matemáticas”.

Entonces recordé las palabras de Don Miguel:

“Solo queda al desgraciao lamentar el bien perdido…”

Y lo entendí todo.

El misterio estaba resuelto. El hombre era un profesor de matemáticas.

Eso era todo lo que necesitaba.
Ya podía elaborar mi hipótesis: el cuerpo en el piso, la sangre, el silencio, los cuadros…
El profesor de matemáticas murió en un ajuste de cuentas

…o quizás murió porque tenía demasiados problemas.


jueves, 22 de agosto de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 1.1





Cantar es llamar desesperado.

Es pedir algo que uno quiere… y que no se anima a decir.
Por eso se canta: para pedir sin decir.
Es ser disimulado.
Es más violento.
Es más eufórico.
Es más romántico.
Es muchas cosas más.

Pero, en realidad, el que pide no es uno.
El que canta no es el que quiere.
Y el que quiere no es el que pide.

Esa es la única razón, más o menos decente, que se me ocurre para explicar por qué los buenos muchachos censuraron a diestra y siniestra la música capaz de decir cosas que, simbólicamente, no convienen a la denominada “masa”.

Pero como toda masa… esta se deforma.


Los años transcurren sin cesar.
La música también se deforma.
La censura se deforma.

Y lo único que no se deforma finalmente… es el sol.

Antes, la rebeldía se expresaba con música.
Un medio alegre, si se quiere.
Pero esa alegría se fue transformando: en rabia, en euforia…
Y hoy esa rebeldía, finalmente, se transformó de tan grosera manera, que la libertad —antes buscada con tanto esmero— hoy es regalada.

Y los que creen que son libres por poder expresarse cantando…
no son más que inofensivos pobres muchachos, que no pueden rebelarse.

No depende de ellos.
Si a “X” le regalan su libertad para que esta lo mantenga ocupado, y no le preste atención al dedo que le meten a su madre…
en realidad, no ganó su libertad.
Es solo una simple, vulgar y pobre marioneta.
Causa lástima.
A ellos.
Y asco a nosotros.

A los que comenzamos el arte de la rebelión.
A los que luchamos tanto…
que, finalmente, gracias a tanta traición, fue en vano.

Las melodías hablaban.
Las letras solían cultivar.
Tantos sentimientos que no cabían en un solo corazón.

Pero siempre fue así:
el hombre es inteligente,
la masa es tonta.
Y los hombres que quedaron…
quedaron solos,
abatidos
y sin ganas.

La masa continúa.
Es eterna.
Eternamente tonta.

¿Qué dirían aquellos?
¿Qué fue de todos nosotros?
¿Para qué?

Hace muchos siglos —como diría mi anciano padre—
“Allá lejos y hace tiempo”,
se acostumbraba a festejar las cosechas con una suerte de baile generalizado:
pompas, caravanas, alcohol en exceso, muchas mujeres y música popular.

Eso, finalmente, mutó en comparsas.
Para nuestros ancestros.
Y en murgas… para la masa.

Hoy en día es común ver padres que inculcan a sus hijos a participar en tal tipo de denigración humana.
Como los tiempos cambian, y ya no hay cosechas para festejar,
mal aprovechan la ocasión para pretender que manifiestan contra una ideología y/o... ellos sabrán qué.

Esta pseudo-manifestación ha degenerado, inevitablemente.
Y resulta muy difícil encontrar ya medios auténticos de manifestación popular,
que puedan identificar a un sector verdaderamente digno de manifestarse.

Así que ahora, nosotros nos encontramos atrapados en la vereda del medio.
La que no pertenece ni a aquí, ni a allí.
Vivimos manejados por el comportamiento de ellos,
y por la risa y la satisfacción de los otros.

El mensaje es verdaderamente muy simple:
de ninguna manera pueden manosear nuestros medios
cuando realmente no son auténticos.

No son como nosotros.
No son originales.
No son rebeldes.

Y gracias a ustedes,
ellos continúan riéndose.

Es mejor morir estando en contra,
que pertenecer a un movimiento indigno.

Y es por eso que esperamos que se pudran.
Porque jamás serán como nosotros.

Y fue así.
Porque Él lo quiso.
Porque “hubo pueblos y países, y hubo hombres con memoria”.


Moraleja: hoy tiene ausente.

La palabra “moraleja” deriva de moral,
pero esta situación carece totalmente de moralidad.

Hay muy pocas cosas razonables y aprovechables.
Ejemplo:

“El fin justifica los medios.”

Pero los medios nunca, de ninguna manera, pueden ser los fines.

El dinero es un medio, no un fin.
Un medio para determinado fin.

Parece que el fin fuera el medio
y que el medio sea un fin…
Es como nunca acabar.

Y como dice el refrán:

“Quien mal anda, mal acaba.”

 

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