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Colectivo individual
«La palabra nrz, por ejemplo, sugiere la dispersión o las
manchas;
puede significar el
cielo estrellado, un leopardo, una bandada de aves,
la viruela, lo
salpicado, el acto de desparramar o
la fuga que sigue a la derrota.»
El informe de Brodie –
J.L.Borges.
Durante mis viajes tuve
la oportunidad de documentar grandes enigmas del universo. Es por esto que la
academia no encontró a ningún otro miembro mejor calificado para la investigación.
Por otro lado, ninguno de los grandes maestros y profesores creyó en la
posibilidad de realizar el viaje, ni mucho menos en la utilidad de recabar
información en un lugar tan recóndito.
Mis expectativas estaban
más centradas en la aventura del viaje que en lo que debiera documentar. Si
bien era reconocido por viajar constantemente, nunca me había aventurado a una
distancia tan lejana. Pero con la participación de los grandes ingenieros, el
medio de transporte resultó cómodo, veloz y cálido. Apenas pude notar la
distancia cuando ya me encontraba en mi destino.
Al tocar el suelo sentí
una fuerza que me atrajo y mis sentidos se alarmaron, pero las imágenes que mi
vista captaba superaron la alarma.
A primera impresión
parecía ser un hermoso lugar; una frondosa y agradable vegetación en la que
convivían apasionantes seres de distintas especies, algunos eran bípedos, otros
cuadrúpedos y se movían con total libertad por la superficie; sobre ella y por
encima de ella.
Comencé a tomar muestras
y descubrí un líquido interesante, transparente y de textura suave, estaba
presente en el suelo en grandes cantidades; en la vegetación, y también en la
fauna. Es compuesto por varias sustancias, y la particularidad que descubrí fue
que era la principal fuente de vida de este lugar.
Al terminar con este
descubrimiento me adentré por entre la vegetación y luego de un largo andar, un
reflejo en lontananza llamó la atención de mi lente, al acercarme con extremo
cuidado descubrí unas interesantes ruinas que no debían ser más antiguas que la
duración del viaje.
Las estructuras y
construcciones me fascinaron, son poseedoras de un encanto distinto a todo lo
que imaginaba. El manejo de la ingeniería me llenó de esperanza de encontrar
una especie inteligente. Quizás se podría reescribir la historia, y establecer
lazos comerciales, lazos culturales o aprender juntos el camino de la
evolución.
Mis pasos se aceleraron
con ansias en la misma medida en que mi vista se fascinaba, y las ruinas
resultaron desiertas. No podía dejar de buscar esta especie y decidí lanzar el
observador automático, entre sus funciones también tiene la de generar mapas
tridimensionales, mide condiciones atmosféricas y algunos trucos rudimentarios
que pueden darme una orientación un tanto más precisa.
Tomé algunas muestras
para analizarlas en profundidad mientras espero los resultados del aparatito
mágico. De regreso al laboratorio móvil comencé a realizar pruebas a cada
elemento y sucedió que los descubrimientos se presentaban sin la necesidad de
indagar sobre ellos.
Eran una especie inocente.
De grandes convicciones. Creyeron que tenían la capacidad de lidiar con muchas
cosas. Les resultaba placentero esclarecer grandes problemas, algo así como la
vanidad es lo que se les manifestaba con cada uno de sus logros. Para ello
utilizaban una manera de simplificar las cosas.
Según pude constatar en
sus registros, esta especie se regía por códigos de distintos niveles, y sus
líderes se encargaron de darles pautas acerca del comportamiento y modo de vida
que debían utilizar. La propuesta de sus máximos exponentes fue la adaptación
del individuo al hábitat que a este circunda. Es decir, cada individuo de esta
especie debía usar su capacidad de adaptación para poder tener una existencia
armoniosa de forma colectiva.
Luego desarrollaron
distintos métodos para alcanzar el éxito de esta adaptación. Y el que
decidieron utilizar fue la división. Esto les servía para poder vivir. Así sus
límites se fueron desarrollando cada vez más, y creyeron en irracionalidades como la organización del tiempo; inventaron
los ciclos, y el tiempo se medía en segundos, minutos, horas, días, semanas,
años, lustros, décadas, y si uno de ellos gozaba de buena fortuna quizás alcanzaba
a conocer el siglo.
Como parte de la academia
de ciencias me incliné por la interpretación de sus teorías. He encontrado muchos
volúmenes dedicados a este tema. Uno de ellos habla de una ley de gravedad. Al
traducir sus lenguajes descubrí que el correcto uso de ciertos términos era
bastante primitivo todavía. Esta teoría se refiere a la gravitación de los
cuerpos y la atracción entre ellos. Sin embargo, la gravedad como término se refiere
a circunstancias peligrosas, vibraciones por debajo de lo normal o el peso de
un cuerpo. Volviendo a la teoría, me resulta muy interesante que se haya
comprobado una fuerza que atrae los cuerpos hacia sus centros.
Son muchas las
disciplinas que desarrollaron, entre ellas se encuentran muchas que son
parecidas a la de nuestra especie, por ejemplo, las matemáticas, la lógica,
física y algunas otras cuyos propósitos indican una inteligencia con altos
índices de intelecto.
Incluso inventaron
lenguajes para comunicarse. Estos se usaban solamente en alguna región, pero en
las regiones contiguas debían usar otro distinto. Debo mencionar que
evolucionaron bastante en la creación de símbolos para comunicarse, pero ese método
de dividir no les permitió llegar a un uso apropiado de estos símbolos.
También crearon sus
creencias, y así fue que se separaban los seguidores de alguna creencia, y se
enfrentaban con los seguidores de otra. Pero creo que hay algo raro en todo
eso, ya que todas ellas dicen que provienen de un mismo principio, pero este
tema es de una índole más espiritual por lo que trataré de indagar más
profundamente en este tema cuando haga contacto con alguno de ellos.
Se esforzaron tanto en separar
para mantener sus vidas controladas, que esas separaciones provocaron enfrentamientos
muy crueles que crecieron de tal manera que inventaron artefactos a los que
llamaban armas, estos servían para exterminarse entre ellos; y matándose creían
que defendían sus límites, divisiones, y separaciones. Quizás esta creación
separe a esta especie del resto de las que habitan este lugar. Ellos lo llaman «razonamiento». En apariencias, este es
el elemento que los separa de las especies salvajes.
Se separaban incluso
hasta por género. Las hembras creían que podían vivir sin machos, y los machos
creían que podían vivir sin hembras, y así la sociedad se fue modificando y lo
que ellos llamaban civilización estaba compuesta por hombres, mujeres,
mujeres-hombres y hombres-mujeres. Existían más formas de relacionarse entre
ellos mismos, y bajo ningún concepto aceptaban dejar de dividir sus
orientaciones. Es curioso el dato, ya que inventaban mezclas para tener algo
más para continuar dividiendo.
Todo estaba dividido, así
podían organizarse; estas separaciones y enfrentamientos armados influyeron en
las relaciones en las que interactuaban unos con otros, y los que salían
favorecidos en los enfrentamientos se fortalecían cada vez más. Hasta que hubo
un momento en el que un grupo era el que influenciaba las decisiones de los
demás grupos y estos pasaban a usar nuevos códigos de comportamiento. Esto
también era cíclico. Tener el poder de dividir las cosas los hacía sentirse
superiores y cada una de estas pequeñas agrupaciones se encontraba en la
búsqueda constante de llegar a ejercer el poder sobre las demás.
En algún momento parece
que empezaron a darse cuenta de que este sistema de organización no cumplía con
sus expectativas, y como eran conscientes de que el «poder» era cíclico,
intentaron cambiar algunas cosas para poder cumplir con la adaptación, pero como todo estaba dividido, decidieron empezar a
agruparse formando relaciones simbióticas entre agrupaciones distintas. Y estos
nuevos grupos híbridos nuevamente se dividían por las diferencias que ya se
habían encargado de crear con antelación.
Luego creyeron inventar
un sistema al que llamaban democracia, en el cual votaban para elegir a sus líderes
y decisiones importantes dentro del grupo, pero este sistema democrático los
hacía separar incluso entre miembros del mismo grupo.
Desde que abrían los ojos
por primera vez, estos simpáticos seres, aprendían a separar, y poner límites. Les
inculcaban la división como método de organización. Eran sometidos a lo que llamaban
educación; esta consistía en un adoctrinamiento, en parte «formal» y en parte «informal».
Querían creer que esta
instrucción empezaba en el seno familiar, luego asistían a instituciones cuyo
exclusivo objetivo era educar a estos individuos, incluso estos centros
educativos estaban divididos en ciclos. Ellos creyeron que conseguían criterios
de instrucción según etapas previamente divididas de aprendizaje.
Durante gran parte de su
vida ellos asistían a estas instituciones. Creían que teniendo un instrumento
de organización, y de comunicación, solo necesitaban de un ámbito en el cual
poder usarlos, y así estas instituciones, tenían su razón de ser. Al finalizar
este ciclo, cada uno de estos seres se transformaba en un ser colectivo y
estaba apto para interactuar en sociedad, incluso podían influir en las normas
y códigos que rigen sus sociedades.
Debo agregar que no creo
tener el intelecto necesario para comprender esta especie, su comportamiento y
su interacción con su hábitat. Encuentro muchos elementos y artefactos
suficientes como para entender una tecnología superior, con la capacidad de
adaptación para integrar muchos y más mejores elementos a su ecosistema.
He encontrado vestigios
asombrosos que no considero poder entender. En su método divisorio crearon
elementos como «racismo», «terrorismo», «egoísmo», «esclavismo» que suenan
fascinantes pero no consigo traducirlos correctamente, de todas maneras
entiendo que tienen que ver con su adaptación.
El lugar es extenso y un
sonido agudo me avisó que el observador automático regresó para continuar con
mi investigación. Al recogerlo pude observar que su medio ambiente les proveía
todo lo necesario para sus divisiones. Tuvieron alimentación ilimitada a su
alcance, y materiales para construir lo que su necesidad les solicitara. Sus
eruditos le llamaban «recursos naturales».
Encendí el observador
automático en el laboratorio y la reproducción analizada mostró que no soy el
primer extranjero en visitar este lugar. Por otro lado me dio la ubicación de restos
inertes de esta especie que parece extinta dispersos por el suelo. No pude
resistir y me dirigí a examinarlos.
Estos restos y sus
vestigios me indican que hubo una enfermedad o un organismo parasitario que
pudo ser la causa de su extinción, pero por otro lado tengo la certeza de que
la desaparición de esta especie se debe a algo más.
En los restos orgánicos
de esta especie encuentro malformaciones dentro de los mismos que alteraron el
funcionamiento de las partes imprescindibles de estos. Ellos llamaron órganos a
cada una de estas partes de su anatomía y encuentro vestigios de lo que pudo
ser un organismo externo que alteró de forma sistemática cada uno de estos
llegando al inevitable cese de sus funciones vitales.
Debo reconocer que esta
es una potencial causa de su desaparición. Pero existen pruebas concluyentes de
que no fue así.
Este lugar tiene un
magnetismo que me atrae. Confieso que sus costumbres me seducen, pero llegando
a las últimas crónicas encontré información valiosísima.
En apariencias, una
civilización de miles de años que genera construcciones para vivir en armonía entre
sus integrantes merece la mayor admiración y un estudio exhaustivo por parte de
la academia. Pero acorde a las últimas crónicas existe una relación entre las vastas
divisiones que llevaron a cabo para lograr la armonía y la individualidad como
resultado de las separaciones. Sucedió que al llegar lo que ellos llamaron
pandemia se vieron tan divididos y separados que no tuvieron la oportunidad de
combatir esta plaga de una forma correcta y el organismo se engrandeció al no
encontrar una resistencia unida y fuerte.
Creo que agregaré como
causa de extinción el individualismo resultado de tantas divisiones. Como
mencionaba antes, las matemáticas estudias las ecuaciones y sus resultados. Y
si se divide y divide y continúa dividiéndose finalmente se llega al menor
resultado, hasta lo llaman simplificar. Pues bien, simplificar es hacer las cosas
simples y este lugar ha llegado a su mínimo valor.
Solo quedan ruinas de
tecnología, no puedo como explicar su extinción, solo puedo afirmar que fueron
una especie inocente.
Rodolfo Gonzalez«La cueva»
Durante todo el trayecto por el
desierto caminamos atados en fila. El hombre que venía delante no paraba de
hablar, y de maldecir. A cada paso se quejaba de su futuro, como si lamentarse
le quitara el dolor que le esperaba. Quizás el sol le hacía delirar, su piel
oscura se estaba tornando colorada, parecía númida. Se le veía de complexión
fuerte y en sus ojos podía observarse un fuego que podía incinerar al faraón y
todo su séquito.
Hablaba como si lo hiciera con
alguien. En su «conversación»
mencionaba verdes prados, un rio de agua fresca y su familia. Las lágrimas que
acudieron a sus ojos no le quitaron su dignidad. Detrás de cada huella que lo
hacía alejarse de su hogar y de su familia me demostraba que era un dolor que
yo desconocía.
Luego de un día completo de
marcha nos hicieron detenernos para descansar. Los guardias estaban exhaustos,
pero había algo que los alarmaba. Uno de ellos comenzó a cortar las cuerdas de
los que ya habían muerto o estaban por hacerlo. El númida se sentó en la arena
y me dirigió una mirada a los ojos para ver mi reacción. No me preocupaba él, pensaba
en que algo estaba por ocurrir y no sabía lo que era.
Sentí una brisa extraña y al
girar a observar el horizonte pude ver que una tormenta de arena se aproximaba.
Volví a cruzar la mirada con el númida y al adivinar sus pensamientos le hice un
gesto de desaprobación. Durante mi niñez había escuchado que existía en la tierra
un sentimiento que todo lo puede, y creo que ese sentimiento es el que poseía a mi compañero de cuerda en ese momento.
La tormenta llegó como si en
verdad fuera un castigo de los dioses. Los guardias protegían a las bestias con
sus cargas y a los condenados nos dejaron atados esperando que la muerte nos
encuentre en la confusión. Sabía que no era mi momento aún, pero escapar en la tormenta no era una opción muy
inteligente; los hombres del faraón conocen bien el desierto, o por lo menos
mejor que el númida y yo.
Pero el númida era fuerte,
decidido, y experto en nudos. Cuando se desató del resto y no lo hizo de mí
dudé de sus intenciones, pero empezamos a correr sin que ningún guardia lo
notara. La falta de aire, y la excesiva arena hicieron que pronto nos
abandonara el deseo de escapar, pero no nos detuvimos. Desafiamos la furia de
los dioses con la poca fuerza que nos quedaba. Nuestros pasos se hundían en la
arena y cuando uno de nosotros caía arrastraba al otro. La carrera no podía
llegar a un final, pero quizás un fin nos podía encontrar.
No era lo que esperaba, pero
entre morir en manos de los guardias y hacerlo por voluntad de los dioses, me
pareció más digno enfrentarme a una divinidad que hacerlo con otro mortal. Y aunque
el desierto era un arma mortal durante las tormentas, también había una
posibilidad infinita que apareció en ese momento.
Sin darnos cuenta, una gruta nos
encontró a nosotros. Entramos y pudimos volver a respirar. Nos tumbamos
extenuados en el suelo por un largo rato. El númida sonreía, y me hizo sonreír
a mí también. Tan pronto como recuperamos el aire nos desatamos el uno del otro
y mientras me acerqué a la entrada mi compañero se adentró en la cueva.
Miraba para ambos lados, no creía
que los guardias nos podían encontrar, pero era mejor estar atento. A veces
miraba para adentro a ver si mi compañero de escape había encontrado algo, pero
solo observaba una especie de reflejo en las rocas, como si algo se moviera.
El silencio desaparecía con cada
silbido agudo que el viento del desierto soplaba sobre la piedra de la cueva. La
luz poca luz que entraba no era suficiente para ver más allá de algunos pasos,
y mi compañero tardaba demasiado en regresar. No podía dejar de hacer guardia
en la entrada para ir tras él. Quizás debía esperar que la tormenta cesara. Pero un soldado nunca deja un compañero
atrás.
Busqué unas rocas medianas y las
acomodé en la entrada como para que hicieran ruido si alguien atravesaba la entrada
y decidí ir en su búsqueda. Pero antes de terminar de la trampa, escuché como
caían rocas desde adentro de la cueva, y sentí temblar el suelo. Ningún hombre
que haya escapado de la furia del faraón merece morir en vano, y mientras
depende de mi propia fuerza mucho menos. Entonces tomé lo que quedaba de
cuerdas y me apuré al rescate.
Ningún dios mortal o inmortal
puede torcer mi destino.
Rodolfo González
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«El juicio»
Los que esperábamos nuestra sentencia fuimos trasladados en
una jaula. En nuestra forzosa peregrinación por las calles, las piedras
encontraban un destino en nuestros cuerpos. La gente aborrecía a los
enjaulados, aun cuando no sabían si en verdad eran culpables de algún acto
ilícito.
Mis compañeros de encierro lloraban y se lamentaban de su
suerte; algunos oraban a sus dioses, otros dejaban un chorro de sus propios
fluidos a medida que avanza la jaula. Sabíamos que había muchas posibilidades
de terminar sirviendo como alimento de las fieras salvajes.
Para los hombres el miedo es algo que no pueden controlar.
Pero en mi tierra el miedo es algo que creamos allí en la montaña cada vez que
nuestras madres dan a luz. Y en esta oportunidad mi sentimiento tenía más que
ver con la curiosidad que con la valentía. Un guerrero mira a la muerte a los
ojos antes de dejar caer su hacha, y esta vez debía enfrentarme a ella sin
armas.
Faltaba poco para llegar, mis compañeros de encierro
desesperaban cada vez más. Uno de ellos me pidió que lo ayudara en su viaje al
más allá, pero no le di importancia. Me preparaba espiritualmente para mi
propio viaje. Recordé el día que mis padres me adoptaron. Era un niño inocente
que esperaba encontrar un hogar cálido. En lugar de eso, me llevaron a las
minas donde me hice hombre.
Peleaba con el resto de los hombres por la comida, muchas
veces pasé hambre. Pero llegué a ser fuerte y nunca más se atrevió nadie a
desear mi ración. Cuando me quisieron reclutar como guardia tuve la oportunidad
de escapar y lo hice. Liberé a los más débiles y aunque se hayan muerto en el
intento, valió la pena sacarlos de ese infierno.
No fue difícil convertirme en soldado, con mis músculos bien
desarrollados nadie sospechaba que era un minero fugado. En batalla fui más
poderoso que diez hombres juntos. Pero nunca me vi a mí mismo como uno de
ellos. Siempre supe que yo no pertenecía a ese lugar. Para ellos soy un
renegado. Pero en mi interior soy un vagabundo que aún no consigue encontrar su
lugar.
Mis recuerdos me decían que estaba listo para morir. Podía
enfrentarme a cualquier juicio sin temor. Cuando nos hicieron bajar en la
«morada venerable» algunos de mis compañeros intentaron escapar y murieron en
el intento, quizás fue lo mejor. Pero para alguien que no tiene nada que perder
escapar no es una solución.
Entré atado de pies y manos pero erguido. El guardia habló
con un hombre anciano vestido con lino que llevaba un cetro en su mano. Cuando
terminaron su charla el anciano me miró con desdén y dio su sentencia.
Pasaría el resto de mi vida como esclavo del faraón. Es
curioso como se enorgullecían de sus tratados jurídicos, pero no eran más que
una farsa para justificar su comportamiento salvaje que no se diferenciaba en
nada al resto de los reinos.
Cuando me quisieron obligar a ponerme de rodillas respondí
que prefería morir de pie. Los guardias me golpearon con todas sus fuerzas,
pero conseguí arrancarle el ojo a uno de ellos antes de caer desmayado.
Rodolfo Gonzalez
«El puerto»
Luego de atravesar el Sinaí en
una caravana, decidieron dejarme en el puerto de Tiamat. El aire del mar le
devolvió la vida a mis sentidos y mi espíritu se sintió libre. Por las calles
de la ciudad se intercambiaban las culturas y no existían enemigos. Solo eran
comerciantes sin nacionalidad. Fenicios, persas, griegos que bebían
fraternalmente.
Le vendí unas baratijas de mi
bolsa a un sirviente judío y me alcanzó como para sentarme a beber una copa de
vino en la feria. Los productos que se comercializaban eran increíbles, nunca
había visto un mercado así en Hatti. Se vendían especias que en mi tierra
podían encontrarse en forma silvestre, lo que a mi modo de ver era una estafa,
pero pagaban muchísimo por estas hierbas. También había telas de lujo que solo
usaban los reyes, pero para poder preguntar su valor ya te cobraban.
También ofertaban animales
salvajes, bestias colosales a las que nunca me había podido acercar antes. Y
animales salvajes que ni siquiera sabía que existían. Tenían leones, jirafas,
elefantes, hienas, y unos caballos blancos y negros que no parecían muy útiles
para cabalgar, pero al parecer los llevaban por su «belleza».
Mientras bebía mi copa en la
feria observaba maravillas. Y también era observado yo. Los esclavos me miraban
más que sus señores, me di cuenta de que mi vestimenta quizás no era la
apropiada. Llevar despojos de mi ropa hitita podía dar la impresión de que era
un desertor o peor que eso, un espía.
Pregunté el valor de unas ropas
que me parecieron adecuadas y cuando iba a pagar por ellas el vendedor me
preguntó si no iba a regatear. Lo miré asombrado y le respondí con elevada voz
que el precio me parecía un disparate, y le exigí que me haga un descuento de
inmediato. El buen hombre no supo si reír o sacarme a patadas, pero me cobró
menos.
Mi ropa de egipcio me sentaba
bien. Incluso reconozco que cambió la forma en que la gente me miraba al pasar.
Pero mis facciones no se parecían a la de un egipcio. Sospecho que esto me
favorecía, así podían verme como un comerciante más y no correría ningún
riesgo.
Decidí poner a prueba mi teoría y
caminé por la playa. Los esclavos cuidaban los botes. Los sirvientes cuidaban a
los esclavos. Y ambos esperaban por sus amos para volver a sus barcos que se
veían a lo lejos. A velas y a remo, grandes y pequeñas barcazas. Me reposé
sobre la arena y observaba sus figuras. Algunas eran imponentes, me preguntaba
hacia donde se dirigían o de donde
vendrían, y mi imaginación comenzó a mostrarme lugares a los que nunca había
ido antes.
En mi imaginación encontré un
reino en el que las mujeres van a la guerra y luego beben como hombres. Tenían
sus cuerpos fornidos y su cabellera de colores claros. Volvían a sus hogares y
cazaban bestias salvajes para asar en sus hogares. Sus hombres y niños las
esperaban. Entonces pensé que quizás necesitaba una mujer que caliente mi lecho
esa noche y partir en cualquier embarcación que me lleve hacia un lugar en el
que pueda disfrutar de mi bolsa.
Me encaminé hacia el mercado a
vender mis productos para poder comprar la compañía de una bella mujer, y aprovisionarme
a emprender un viaje con rumbo a mi nueva vida.
En el idioma de los egipcios
consulté a varios comerciantes donde podría vender las cosas que llevaba en mi
bolsa y al mostrar los adornos finos y de oro que llevaba todos cambiaban su
mirada y me observaban como si fuera un ladrón. Nadie se atrevía a comprarme.
Pero un esclavo me dijo que su amo quizás se interese en algunas cosas de las
que llevaba.
Me llevó con él y cuando estaba
por venderle todo el oro que llevaba la guardia del faraón vino por mi y me
retuvieron mi bolsa y me llevaron a un calabozo apestoso en donde se
encontraban algunos judíos sin manos, y varios otros hombres azotados.
En ese momento mi vida comenzó a
tomar el rumbo inesperado…
Rodolfo Gonzalez
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«La furia de Ra»
El sol abrasador del desierto
tenía el poder de hacerle perder la compostura a cualquier hombre, pero luego
de lo que había vivido no tenía miedo de la hinchazón. Nadie me encontraría a
tiempo como para hacerme la trepanación, y mucho menos siendo un plebeyo, un
desertor, o un traidor, depende de quién me juzgue.
No podía mirar hacia atrás. Si
volvía del otro lado del Orontes me atraparían y me castigarían de la peor
manera antes de matarme. No podía aspirar ni siquiera a esclavo. Para Hatti un
desertor es peor que una plaga. Y eso no se perdona.
El enemigo fue una mejor opción.
Tomé rumbo hacia el delta. Es preferible ser un extraño que un traidor. Pero
debo encontrar un mercado donde vender estas posesiones. Es demasiado peso para
atravesar las arenas de Amón.
Siempre fui un hombre fuerte.
Gracias a eso sobreviví en las minas, los otros pobres desgraciados estaban
condenados a no volver la luz del sol. El día que escapé me confundieron con
uno de los guardias por mi contextura musculosa. Y eso es lo que mantiene vivo,
mi fuerza.
Mi padre decía que debía aprender
más acerca de la fe y no lo consiguió. Pero
cuando miro hacia adelante y lo único que encuentro es arena y sol, recuerdo
sus palabras y en efecto creo que debería tener alguna deidad a la que apelar
en estos casos. Estas arenas tienen un dueño sobre la tierra y otro en lugar
sagrado. No pienso en detenerme, solo dudo de la forma de llegar.
Luego de varias horas de caminar,
creo que mis pensamientos avanzaron más de lo que mis pasos lo han hecho. Entonces me dejé caer y de rodillas le dije
–Seas quien seas, sí me permites llegar sabré agradecértelo…- pero nadie
respondió, quizás todos los dioses que abundan en este infierno sean solo
cuentos para asustar a los niños.
Intenté ponerme de pie para
continuar y ayudándome con mis manos conseguí dar unos pasos más. Me pareció
escuchar un graznido. Pero el sol no me permitía ver. Me pareció que mis
fuerzas habían llegado a su fin, y volví a caer. Necesitaba descansar, solo
eso, un poco de descanso. Si la furia del faraón no se llevó mi vida, el
desierto tampoco lo iba a conseguir.
Y caí casi extenuado, así como
cuando uno no sabe si está despierto o dormido, como cuando el vino empieza a
subirse a la cabeza y recorre nuestra sangre. Al parecer, me estaba llegando al
corazón, y en ese estado no podía distinguir la realidad de la alucinación.
Solo sé que sentí como me sujetaban y me llevaron volando a un lecho de espuma
celestial, como si estuviese recostado en una nube y atravesara con mi mano
para recoger el agua antes de que lloviera.
Cuando desperté, había un hombre
a mi lado que me dio de beber su agua y
me contó que me habían rescatado de la furia de Ra. Cuando vio la preocupación en
mi mirada me dijo que me calmara, que nadie me había robado. -Tus pertenencias
están a salvo- dijo –vamos hacia el puerto, te dejaremos ahí en la corona roja-
Me daba vergüenza que me llevaran
como un enfermo. Siempre me pude movilizar por mis propios medios. Nunca tuve
ayuda de nadie pero sabía ser agradecido, así fue como al despedirme de la
caravana, le di al hombre que salvó mi vida el más valioso de los objetos que le
había robado a Ramsés. Y me dispuse a construir una nueva vida, ya no tenía que
escapar más.
Rodolfo Gonzalez
«Recuerdo de Qadesh»
P´Ra y Ptah estaban acercándose
con sus poderosos ejércitos para reunirse en el campamento principal. Por lo
que era el momento oportuno para iniciar el ataque. Si esperábamos más estaríamos
muertos antes de cruzar el río.
Para ser un mercenario sin paga,
mi única posibilidad era saquear el campamento enemigo. Muchos compañeros de
armas estaban en la misma situación pero si todos obtenían alguna recompensa,
el rey reclamaría su parte. El problema es que este señor no es mi monarca.
Las órdenes fueron emboscar el
campamento. Embestir con los carros de combate causando la mayor cantidad de
bajas posibles y desmoralizarlos. Y eso fue exactamente lo que hicimos.
En la confusión perdieron la
compostura, y la cobardía se apoderó del mejor ejército de todos los tiempos.
Algunos de ellos esperaban ayuda divina mientras las flechas atravesaban sus
corazones. Otros corrían desesperados. La escaramuza estuvo muy bien organizada.
Siempre nos superaban en número,
en armas y en disciplina. Pero al parecer sus dioses no eran tan poderosos. Esta
estrategia llenó de furia a sus generales que no se esperaban una emboscada
nocturna. La doble hacha fue más poderosa y Astabi
nos llenó de fuerza el espíritu en la batalla. Hasta que la ambición se apoderó
de la batalla.
Los carros de combate no habían
terminado de ingresar al campamento; y los que lo habían hecho se disponían al
saqueo en lugar de a luchar. Mientras que del otro lado del muro construido con
escudos, nuestros compañeros combatían con mayor dificultad pero con valentía.
No me convenía pelear. En la confusión me escondí en una tienda. Hice
un gran pozo, como si estuviera en las minas de anatolia. Y escondí en él todos
los objetos de valor que pude robar. Con lo que guardé podía vivir hasta el
final de mis días sin tener que extraer más metal azul.
Luego tomé un hacha y decidí
escapar. Mientras atravesaba el campamento vi como los Sherdens protegían la tienda
principal. Pero los egipcios parecían decididos a no rendirse. Por un momento
dudé de si le temen más a su faraón que a nuestros guerreros, y a nosotros sí
que nos temen mucho.
Ramsés reorganizó las defensas
mientras yo intentaba librarme de ellos y escapar. El faraón se colocó la khepresh y con su carro de batalla atravesó la lucha encarnizada.
Dio algunos giros por su campamento, y cuando sus soldados lo pudieron ver al
frente de la defensa sintieron un orgullo que les renovó la fuerza para pelear.
Muwatalli era aguerrido y
despiadado, pero a Ramsés le tenía respeto, así que cuando él también lo vio
defendiendo a sus hombres, ordenó la retirada. Para ese momento era imposible
quitar nuestros carros. Los cadáveres no permitían el paso. Ramsés tendría
venganza…
Se lanzó al ataque acompañado por
su león adiestrado y no dejó a nadie con vida. No me quedó más alternativa que
camuflarme con los muertos a la orilla del río y esperar el desenlace. Al
amanecer el faraón asesinaba de a diez a
los cobardes como castigo por no pelear con dignidad.
Después de que Muwatalli le
ofreciera una tregua se calmó y marchó. Yo salí de la putrefacción de los
cadáveres en el río. Busqué mi tesoro y emprendí mi viaje. Entonces observé
como la arena se teñía de sangre y maldije a Ramsés y su maldito gato.
Rodolfo Gonzalez
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«Esposo o amante»
Hoy va a encontrarse con su amante. Lo sé. No puedo culparla, ella encontró motivos para ser feliz en él. Lo intenté siempre, pero soy demasiado bruto… Nunca le regalé flores, ni le dije cosas dulces. Puedo asegurar que fallé como hombre ante ella.
No es que no notara sus cambios de peinado, ni sus vestidos, ni mensajes románticos, pero crecí así, con mucha amargura, no estaba preparado para una mujer tan buena, ella es maravillosa. Y yo ni siquiera había terminado la primaria…
Hace muchos años comenzó a apagarse su felicidad, también noté eso. Descuidó su imagen… Dejó de depilarse hasta las piernas, llegaba la noche y se dormía después de dar mil vueltas. Se sentía sola, y yo no supe qué hacer por ella…
Hace unos meses vi el cambio, un día estuvo más contenta. De pronto comenzó a decorar con flores el hogar, y nuevamente comenzó a cuidar su imagen. Se maquillaba y volvió a depilarse. Comenzó a vestirse con vestidos de colores alegres, y después de mucho tiempo las sonrisas se hicieron frecuentes en sus labios. La miraba y me sentía feliz. Pero no sabía expresarle mi alegría.
Por las noches se escuchaba que manipulaba papeles y la vi leyendo cartas. Ella me decía que leía porque no podía dormir. Hubiese dado todo por su felicidad pero no sirvo para esas cosas, me dedico a trabajar, comer y dormir, soy un completo inútil.
No puedo reprocharle nada. Esta tarde cuando llegue a su encuentro, él la va a esperar con una rosa en el ojal, de esa manera lo va a reconocer. Y yo voy a estar ahí, para pedirle perdón por tanto dolor y explicarle que aprendí a escribir para mandarle todas esas cartas de amor y hacerla feliz.
Rodolfo Gonzalez
«Juego fácil»
Sacudió las caderas hasta quedar enfrentada a mí, las miradas del salón la siguieron sin disimular. Cuando la tuve tan cerca pude sentir el sabor de sus labios, pero en un amague me susurró al oído, me mostró a mi oponente y acepté la apuesta. Siempre fui el mejor, y si tenía algún motivo era aún mejor.
Le pedí que me traiga unos tragos y que tome lo que necesite.
El pobre inocente pretendía intimidarme con su mirada, me dio lástima y lo dejé abrir el juego. Cuando perdió el turno no se imaginó que también perdería a la chica.
El pobre inocente pretendía intimidarme con su mirada, me dio lástima y lo dejé abrir el juego. Cuando perdió el turno no se imaginó que también perdería a la chica.
El ambiente se respiraba difícil, pero tenía el pulso firme y mi reputación me protegía. La bola 8 entró con furia en la tronera de la esquina.
Mi premio fue ella. Llevé mi trofeo hasta mi cueva, mientras viajaba en la moto sentí que no llevaba el viento en las velas, pero no le di importancia.
Llegamos y con el cristal de mi foto de graduación picó el último gramo. Lo que hicimos esa noche hizo que satanás tuviera vergüenza, ella placer, y yo una tremenda resaca.
Cuando me desperté el departamento estaba vació, no tenía ni siquiera mi ropa interior, comprendí entonces que no siempre es bueno ganar y a veces es peligroso ser el mejor.
Rodolfo Gonzalez
«El museo»
Los artistas vemos el universo de un modo distinto aunque
solo seamos humanos. Nuestra cosmovisión es la pluralidad de pasiones de los críticos
y los amantes del arte.
Soy un bohemio que construye sin lógica ni razón... La
fuerza que me impulsa proviene del sístole y diástole de mi corazón.
La inauguración de mi primer muestra como artista novel no
podía fallar por nada, todo debía estar perfecto y consagrarme.
El éxito llegó ese mismo día cuando la «jet set» de la ciudad bebía champagne admirando mis obras y se
disputaba cada pintura con mi firma.
Po eso fui el primer defensor de la magnificencia. Cuando el
barman derramó el exquisito «Satanás» y todo se llenó de humo... Hasta que las
llamas transformaron mis pinturas en cenizas.
Y fue espectacular, magnífico, ideal. Arte con energía...
Rodolfo Gonzalez
Cumplir el sueño eterno
Ya no sabía que hacía de mi vida,
no era dueño de mi comportamiento.
Esperando ansioso tu mirada…
que era la dueña de este sentimiento.
Antes del cigarro y de la barra,
salir de noche, volver de madrugada,
bebiendo sin culpa en la farra;
ya era mía tu alma, aún no arrugada.
Destino infame, inescrupuloso, ruin,
todo una vida, años de querer huir.
Fantasía eterna que no tiene fin
encontrarte desnuda para poder vivir.
Amor inconsciente en noches de sudor,
mañanas vacías de robot a control.
Sueños sin censura, adentro tuyo
ardor
tu piel y la mía, la sombra de un
farol.
Besos, calor, fuego, pasión, ternura,
todo nacía y moría antes del
amanecer.
Sueños recurrentes, o dulce tortura,
se apoderan de mis noches, bella
mujer.
Desilusión persistente en mis años
cumplir el sueño de mi vida nefasta.
Consuelo o ilusión sin desengaños
cumplir el sueño de mi muerte me
basta.
Besarte en el pecho, sentirte en el
alma
sacarte la ropa, que te sientas
amada.
hacerte tan mía... encontrar la calma,
beber de tus labios, y verte
embriagada.
Escucharte nombrarme dormida,
Sentir tus manos en caricias
calientes,
apoderándote de mi cuerpo decidida,
estallándome en tu cuerpo ardiente.
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Crónica para un amigo
Todo esto fue una idea de mi
editor, me propuso que escriba una crónica sobre distintos autores, como para
animar a distintos lectores a leerlos y de alguna forma, fomentar la lectura.
Por supuesto que me dio libertad de escribir sobre mis autores favoritos, ya
que él sabía que eran muy variados. Ya llevo algunos años escribiendo estos artículos, algunos parecen ensayos, otro
cuentos, quizás alguna parezca una fábula, pero siempre está presente un mínimo
de homenaje.
Y cuando parecía que ya no tenía
más autores que admirar, encontré uno nuevo. Por supuesto que estos artículos
son subjetivos, quizás si escribiera sobre deportistas sea más objetivo, pero ¿Cómo
puedo serlo con gente a la que admiro?
Su origen es oriental, pero de
este lado, más cercano que medianamente lejano, y tiene una elegancia en las
letras que pocos en la historia de la literatura universal han conseguido
antes. Es destacable en sus historias la búsqueda de la oración perfecta, la
palabra puntual, el recurso divino, que se sucede en su narrativa como si fuera
un poeta de la narración o el artista del arte en sí mismo.
Describe con un adjetivo un
verbo, como si el sustantivo fuera una rosa, el texto el rosal, y el libro
entero fuera un jardín, y como si fuera un jardinero profesional te lleva de
paseo por un paisaje frondoso de imágenes profundas y elocuentes que te
absorben hasta el punto de no querer dejar de disfrutar el paisaje que él
construyó con tanta pasión.
Las circunstancias y tecnologías
me brindaron los medios necesarios para acortar las distancias y poder «Conocer» de una forma, aunque sea
efímera, al hombre que orquestaba como una sinfonía sin más batuta que una
pluma en su puño y letra. Tenía la humildad suficiente, como Sócrates cuando
dijo que era más sabio que los “sofistas”, era agradable y simpático, y la
lluvia sonaba de fondo en nuestra primera entrevista.
Me contó de sus autores favoritos
e intereses literarios en los que coincidimos de inmediato, y me invitó a su ermitaña
privacidad… Accedí con gusto. Una vez en ella descubrí que él podía convertirse
en lo que fue, un hermano mayor, padrino de inspiración, y amigo.
Sus narraciones tenían una mezcla
de historia, con aventuras personales, y una gran imaginación, como si hubiese
vivido sucesos grandiosos que nunca existieron, en los que él sí había
intervenido, digamos que era una súper héroe sin tiempo ni lugar, pero a su
vez, todos los tiempos y todos los lugares. Era testigo de maravillas que nunca
existieron, y artífice de las de las que debieron existir.
Me llevó de paseo por una
tragedia, me hizo reflexionar en la ciencia ficción, me dio un arma para poder
luchar, y me dijo sin decirlo que aprendiera de mi propia humildad.
Supe de alguna musa que me dejó
conocer y de la obra que le hizo crear, supe de sus dolencias y de su forma de llevar,
de su soledad en el “destierro”, de su afanosa bondad, de cómo acompaña en la
distancia al que necesite de su amistad, y supe disfrutar de todo lo que
compartió sin necesidad y sin nada que esperar.
Cuando era más joven siempre
había querido compartir una charla con alguno de mis autores favoritos, pero
nací tarde para Dumas, para Quiroga, para Borges, y para alguno más, quizás no
hubiere encontrado las palabras para entrevistarlos a ellos, pero la vida me
dio un regalo inesperado, que fue compartir esta amistad con uno de mis autores
favoritos, que está vivo, y que él me regala las palabras que yo no puedo
encontrar.
Sus palabras sisean cuando no
lleva puesta la prótesis dental, y suenan resignadas cuando mencionan la
verdad. Estudia sin parar y se supera cada día más, dejando un rinconcito para
los que lo seguimos de a poco muy por detrás.
El cautiverio marcó algunas cosas
de su personalidad, eso en cualquier ser humano puede ser normal. Pero no en
todos los casos este suceso mejora su don de nacimiento, así es como él
demuestra en cada trazo de su pluma su superioridad. Por supuesto siempre con
humildad.
Entre agradecer a quien me dio la
vida, quizás alguna oportunidad, un instante de felicidad y haber leído su
obra. Agradezco infinitamente hasta más allá de las estrellas, ser testigo de
la fantasía que emana desde su perspectiva tan especial.
Podría haber hecho más de lo
mismo, ser uno más, marcar el paso, seguir el ritmo. Podría y no lo hizo. Y por
eso es el más especial. Quisiera frotar la lámpara y pedir con toda la fuerza
de mi corazón, que nunca se acaben las páginas que él pueda crear. Que perdure
en la eternidad aunque no lo pueda comprobar, que mis hijos lean y aprendan lo
que solo él, con sus palabras puede enseñar.
Sé que no soy el único, pero
también tengo la certeza de entender mejor que nadie lo que produce. En el
mundo hay muy pocos «iluminados» que
perduran. Así como Fiodor en su momento, Jules en aquél tiempo, hoy le tocó a
él marcar el rumbo del futuro de las letras… de los que inventan y alimentan nuestros
sueños.
¡Gracias Alvaro!
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Comportamiento Humano Volumen 1.6
Indiscutiblemente: Venimos alimentándonos de problemas
existenciales. Durante miles de años fuimos incapaces como especie, de sugerir
una idea original. Fracasos, derrotas,
humillaciones “¿Si pudiera viajar en el tiempo?”
Alguna vez nos preguntamos si podíamos viajar en el
tiempo, vos también te lo preguntaste, lo pensaste, y por eso tengo hoy esta
idea lógica.
El viaje a través del tiempo es posible, sí, se puede
viajar a través del tiempo hacia el futuro, es verdad, el mas grande físico de
todos los tiempos probó que viajando a la velocidad de la luz (300.000Km./s.)
el tiempo se detiene, en base a esto podemos suspender el tiempo, solo nos falta
fijar el punto de destino.
Sabiendo que a 300.001 Km./s hemos viajado al futuro,
tendríamos que conseguir los datos suficientes para poder manipular el destino,
por lo que por lógica hemos conseguido viajar al futuro.
De esta manera, podríamos tener acceso, a información
que nos urge, aunque sea de curiosos. Por otra parte, el viaje hacia el pasado
es un poco más complicado, a saber: Sabemos que el tiempo se puede detener,
pero no volver hacia atrás, por lo que podríamos suponer que se puede viajar a
un pasado futuro, es decir, a un pasado a partir de un presente.
Esto quiere decir que si podemos detener el tiempo, y
dejarlo detenido 20 años de nuestro presente, el viajero del tiempo, tendrá 20 años menos, al momento de volver a
su velocidad crucero, pero se encontrará en un futuro.
Lógicamente esto sería igual que viajar al futuro pero
más lento, o por lo menos esto es lo que la lógica nos indica, este gran sabio
del siglo XX afirmaba que si se viaja en el tiempo la masa se deforma, es decir,
que no se llega. Se puede viajar al futuro pero no se puede llegar.
De todas maneras si lo tomamos con un poco más de
pasión podríamos decir que se trata simplemente del envejecimiento, se trataría
de que se puede viajar en el tiempo, pero el tiempo existe para todos, lo que
nos indica que si se trata de enviar un objeto orgánico (que tiene o tuvo
vida), este objeto llegaría a su destino «deformado» o sea: envejecido, por lo
cual el viaje a través del tiempo es solo parcial.
Pero ¿Qué pasaría si se tratara de enviar algún objeto
inorgánico a través del tiempo? Algo que no se gaste ni envejezca, por ejemplo
un elemento mineral.
Se sabe que las rocas se gastan por la acción de los
vientos, lluvias, etc, pero una roca protegida de todo esto, jamás de
deterioraría, y mucho menos si se encuentra en un viaje al futuro ¿El Oro? No
se gastaría, ni sufriría ningún cambio, por lo que no habría un lugar más
seguro para guardarlo que el tiempo.
Por supuesto que todo esto es hablando dentro de la
lógica conocida hasta este momento, todos sabemos, sin necesidad de lógica, que
si se pudiera viajar en el tiempo hacia el pasado, ya nos habrían venido a
visitar, y por supuesto no lo hicieron.
Y el viaje al futuro es difícil de experimentar porque
en el caso de que si se pasa un segundo en el calculo del destino, la gente del
futuro no sería contemporánea con la actual y no habría pruebas suficientes en
el presente.
O por el simple hecho de que si se logra, no se podría
volver y no habría manera de saber si se tuvo éxito, salvo en el caso de que se
consiga viajar hacia un futuro inmediato, obviamente, 10, 15, 30 años, no más.
Claro está, esto solo es un poco de lógica actual,
pasión de la mas pura, y la mejor predisposición. A falta de la construcción
podemos agregar que si este es su caso, si este es su problema existencial,
usted esta sentenciado, y por lógica, usted no tiene remedio. No siga
sufriendo, intentando y fracasando, porque en este planeta nada es lo que
parece ser, y no quedan muchas moralejas por desarrollar, simplemente que los
años van y vienen y lo que somos y hacemos va en la eternidad, pero acostúmbrese,
usted seguirá en este tiempo.
Aunque aquél inglés haya dicho que cuando lo lógico
sea ilógico probablemente lo ilógico sea lo más lógico, pero ese es otro tema
que deberán solucionar entre ustedes, porque como decía, en este planeta nada
es lo que parece ser, incluso hasta la pasión es de cotillón.
Este artículo ha llegado a este editorial con la firma
de mi muy querido Articulador, lo cual nos deja saber que el hombre es fuerte
como un Roble, debajo de su firma está la fecha 24 de Septiembre de 3042.
El Editor.
La piel de Taguá
«No hay nadie que antes de entregar el alma no eche de menos
tres cosas:
no haber podido gozar
por completo lo que había ganado durante su vida,
no haber podido alcanzar
lo que había esperado con constancia,
y no haber podido
realizar un proyecto largamente pensado»
Las mil y una noches.
Al poco de finalizar la «gran guerra», no le gustaba estar bajo
la «tutela» de los británicos. Para
alguien nacido en la histórica «medialuna
fértil» esta posibilidad no tenía razón de ser. Pero necesitaba algodón
para continuar con sus negocios, y los nuevos tratados comerciales, no eran
nada favorables. Por suerte para él, encontró otra Mesopotamia al otro lado del
mundo, y como le habían recomendado… muy rica en algodón. Preparó su equipaje y
se embarcó, cruzó el atlántico y se liberó de las tensiones de su nación, el
aire del mar era en verdad terapéutico. Al llegar a América cambió de barco, y
se adentró por un frondoso río de agua color marrón. Nunca había visto un
espectáculo así, la vegetación comenzó a invadir el paisaje, y el hombre se
sintió un aventurero. Desembarcó bien adentro. Y se presentó en un pueblito
olvidado por el tiempo.
«El turco», como lo apodaron los lugareños, se hospedó en una
estancia. Y hasta allí acudían como si fueran peregrinos los habitantes de la
región. Le llevaban regalos como si fueran ofrendas para sobornar al
extranjero. Le llevaban comidas, postres, productos artesanales, como telas y
quesos de cabra. De esta manera, «el
turco» comenzó a sentirse querido por la gente, pero la cosecha tardaba y al
pobre hombre le pesaba la soledad y la necesidad de una compañía femenina.
Como suele hacerse en estos
parajes, el fin de semana se organizaban festines. Un asado con cuero, mucho
chamamé, y baile. Pero como tenían un invitado especial decidieron hacer una especie de celebración para agasajarlo en
el salón de la estancia. El hombre apareció vestido con atuendos autóctonos.
Colgó las túnicas y turbantes y andaba
de alpargatas, bombacha de gaucho, camiseta blanca y pañuelo al cuello. En un
principio fue muy festejado por los concurrentes, hasta recibió un gran aplauso
generalizado, y entre baile, asado y ajetreo al hombre se le empezó a notar que
en su entrepierna se manifestaba la necesidad de estar con una mujer. Algunas
se avergonzaron, otras más picaronas murmuraban entre ellas, y la muchachada de
inmediato recordó que el pobre hombre estaba solo, y como dice en las sagradas
escrituras: «No es bueno que el hombre
esté solo…»
Para resolver la situación alguien
dijo de llamar a una prostituta, pero en el poblado nadie ejercía la profesión…
Para ir a buscar alguna a la ciudad necesitaban de dos o tres días a caballo, y
decidieron buscar alguna voluntaria. Luego se les ocurrió hacer un sorteo entre
las solteras, pero las pocas que quedaban, ya estaban negociadas para casarse,
lo que suponía un obstáculo… Nadie quiso hacerle el favor, ni tampoco poner en
duda el honor de ninguna muchacha.
Al dueño de la estancia, Don
Fulgencio. Se le vino a la mente pedir ayuda, pero no tan lejos. Cruzando el «río muerto» se encontraba la tribu de
los «qom» o «Tobas», como eran conocidos. Ensilló unos caballos y partió con
unos peones de confianza, no era mucho el trayecto, solo unas cuantas leguas.
Por lo que al cabo de unas horas el estanciero pidió tener un encuentro con el
«lataxala», que administraba la
tribu. Le ofreció maíz, batatas, porotos, vacas y todo lo que se le vino a la
mente, pero el cacique se ofendió y no quiso acceder.
Cuando emprendió la vuelta, creía
que si no mantenía a su huésped contento, este quizás se canse y decida
marcharse, no podía dejar pasar la oportunidad de concretar este negocio. Por
lo que en su frustración de volver sin ayuda, se le vino a la mente una idea
asombrosa… «La Teresita».
Como su nombre lo indica, había
nacido el primer día de octubre, y sus padres que eran fervientes católicos, la llamaron Teresita. La
niña se crió en un ambiente muy riguroso, pero tenía un problema que nadie pudo
resolver. Sufría delo que ellos llamaron «Fiebre
vaginal», ya que para esa época, nadie hablaba de este tipo de trastornos.
«La Teresita» tenía un récord, desde que se hizo señorita a los
once años, había tenido relaciones con los hijos de todos los vecinos. Luego con
sus padres, con algunas niñas, y hasta
el párroco dejó colgada la sotana por unos minutos. Algunos vecinos aseguraban que en varias oportunidades a la niña
la encontraron viéndole la cara a dios con algunos animales. Las malas lenguas
decían que cuando no encontraba ningún ser vivo se calmaba usando las cañas de
pescar, porque sus manos eran muy delgadas y los dedos ya no los sentía. En la
pulpería murmuraban que se compraba barras de jabón y les daba la forma. Pero
todos aseguraban que alguien lo había visto, y nadie sostuvo haberlo visto.
Sus padres no soportaban la
vergüenza y trataban de que por lo menos nadie contara las aventuras de su
hija, pero cuando la noticia no pudo
taparse más, y antes de asesinar a la niña, buscaron soluciones. Primero fueron
a ver al herrero, y este les fabricó un arnés para la zona del pubis con un
candado, pero hacía mucho ruido, y se oxidaba muy rápido, por lo que la nena se
lastimaba la entrepierna. Como esto funcionaba a medias hablaron con el cura y la exorcizaron, pero tampoco dio resultados
positivos. Y como no funcionaba nada, la llevaron con Grismilda, «la
curandera». Esta le lavaba esa zona con vinagre y sal, luego le hacía
meterse hojas de ruda mezcladas con limón, y para cuando el deseo fuera
irrefrenable tenía que ponerse un algodón impregnado con un brebaje de hojas de
quebracho, y demás «remedios»
caseros.
Cuando nada pudo curar su mal, la
solución definitiva fue llevarla a una cabaña alejada, bien adentro del monte,
donde nunca más fue nadie del pueblo.
Sus padres no soportaron la
vergüenza, vendieron lo que tenían y se marcharon a la capital. «La Teresita» se
quedó cuatro años viviendo sola. Un tío lejano le llevaba algunos víveres una
vez por semana. Y así fue como en su soledad, se convirtió en mujer.
Hasta allí fue la gente del pueblo
a buscarla. Cuando iban llegando, vieron cómo se alejaba un paisano al que
nadie conocía, y «la Teresita» los recibió con algo de desprecio. Todavía les
guardaba rencor por el destierro. Tras escuchar el pedido de sus antiguos
vecinos amantes, ella pidió algo a
cambio, que la dejaran volver a vivir en el pueblo, una cabaña amplia, y que le
llevaran alimentos de por vida.
Los vecinos pensaron que si
aceptaban «el turco» podía hacerse
cargo de las demandas de «la Teresita»,
así que no dudaron en acceder a sus demandas. Después de todo, el pueblo
necesitaba tener contento al hombre…
La subieron al caballo, pasaron
por la farmacia a comprar una barra de jabón y fueron a prepararla. La lavaron
bien en las zonas que necesitaban, la perfumaron, la vistieron como si fuera
una muñeca y la llevaron a la habitación donde «el
turco» no esperaba tener semejante regalo.
Cuando la puerta de la habitación
se abrió, «la Teresita» dio un paso
sin dudas y sin miedos, el hombre mostró una sonrisa libidinosa debajo de sus
bigotes y se abalanzó sobre ella. Por un momento «La Teresita» se dejó llevar, pero el hombre se movía con mucha
brutalidad, y lo que parecía que iba a ser placentero, se estaba tornando
doloroso.
Para ser honestos, aún con sus «inocentes» quince años, «la Teresita» tenía más experiencia que
«el turco», así fue que le hizo creer
que él tenía el control, y al cabo de unos minutos, el tiempo que aguantó la
necesidad, se manifestó sorpresivamente. Y con un quejido muy agudo, el hombre
quedó al fin se liberó. «La Teresita» aprovechó la situación para tomar las riendas.
Ató al hombre por las muñecas al respaldo de la cama, y recorriendo suavemente
su cuerpo con unos besos apasionados, también lo ató de los tobillos. Y así pudo
dejar descargar la fiebre que la recorría por dentro.
Empezó haciendo volver en sí la
parte que más necesitaba. Con ayuda de un poco de saliva y sus labios gruesos,
no tardó en conseguirlo. Luego descargó con excesiva pasión la lujuria que estuvo
acumulado durante tanto tiempo en la soledad del monte, por un lado o por el
otro conseguió que el hombre la poseyera, de frente y de espaldas, de rodillas
o en cuclillas, y cuando «el turco» estaba
por estallar, ella cambiaba de posición. Llegó un momento que el hombre ya no
entendía más nada y se encontraba embriagado y extasiado de tanto ajetreo. Así
rendido, ella lo levantó y lo ató de una viga que cruzaba la habitación y
continuó abusando de él, pero esta vez de pie, hasta que llegó la luz del sol.
Los vecinos escuchaban raros
sonidos provenientes de la habitación y creían que se trataba de palabras en árabe, nadie imaginaba que un
hombre pudiera gemir tanto, y durante tantas horas, pero de pronto, los que aún
estaban despiertos observaron como «la Teresita»
bajó las escaleras y pidió mate y pan con chicharrones para desayunar.
Poco a poco comenzaron a
despertarse y nadie se atrevió a preguntarle cómo había pasado la velada. Se vivió un desayuno con extrema tensión. El
mate se hacía largo en cada ronda, y el pan con chicharrón, no acababa de ser
digerido, de pronto, los peones se miraban entre ellos y miraban a «la Teresita ». Las mujeres notaban que
la piel de ella presentaba un color rosado y sonrieron con picardía.
Fulgencio, que era el dueño de la
estancia, decidió romper el silencio:
-Nadie ha dicho buenos días…-
Y como un coro, todos lo dijeron
a la vez, excepto Teresita que dijo:
-Buenos días, y mejor noche, ya
tengo que terminar el desayuno, dejé al hombre esperando para seguir-
Los que estaban escuchando se
alarmaron de inmediato, pero Fulgencio, adelantándose, le pidió que se acostara
y descansara… -En seguida me ocupo de llevarle el desayuno al patrón, usted
descanse algo mujer, ya seguirán con la suyo más tarde…-
Fulgencio le pidió a doña Rosa,
su mujer, que le llevara el desayuno al pobre hombre –Debe estar agotado
después de la noche que se pasó con «la
Teresita», llévale el desayuno, que recupere algo de energía…- y sonrió
picaronamente.
Cuando doña Rosa golpeó la puerta
de la habitación, no entendió la respuesta del hombre, pero supuso que estaba
despierto y entró, cuando lo vio desnudo atado a la viga gritó y tiró la
bandeja, por lo tanto, en escasos
segundos todos acudieron en su ayuda. Al ver la situación, Don Fulgencio hizo
salir a todos los que se presentaron en la habitación, y empezó a desatar al
hombre. Lo observaba con asombro, nunca había visto a ningún hombre con tantas
marcas de uñas, ni tan lastimado. Cuando lo sentó se puso los anteojos y
observó con atención el morado miembro
varonil, con marcas de dientes y colgando como si fuera una fruta pudriéndose en
la rama de árbol…
«El turco» durmió casi todo el día, y al anochecer cuando abrió los
ojos ya estaba enamorado, «la Teresita»
le ablandó el corazón y no podía pensar en otra cosa, de inmediato la mandó a
llamar, y las noches se hicieron cada vez más fogosas y más largas, «el turco» encontró la felicidad en la
llanura chaqueña.
El tiempo pasó apresurado y para
el momento de la cosecha «el turco»
había perdido unos notables quince kilos, la ropa le quedaba holgada, y hasta los
bigotes le quedaron grandes. «La
Teresita» también era feliz, parecía que la vida le concedió una segunda
oportunidad y que su «problema» a los
ojos de su hombre era su mayor cualidad.
Pero en poco tiempo, sucedió lo
inevitable… A «la Teresita» le
crecieron los pechos y las caderas, estaba en la dulce espera... El pueblo
entero festejó la noticia, aunque resultara imposible de creer, la gente se
contentaba porque de alguna u otra manera, «el
turco» era ahora el responsable de los actos de su esposa. Creyeron que se
la llevaría a algún país árabe.
«El turco» hizo los arreglos para mandar el algodón, primero en
tren a la capital y luego en barco hasta el golfo pérsico. Luego se ocupó de
comprar pasajes de barco para él y «la
Teresita», y cuando tuvo todo listo volvió al pueblo a buscar a su mujer y
prepararse para el viaje.
En «su» idioma, esa mezcla de castellano con árabe, intentaron ponerse
de acuerdo, pero según los cálculos, el retoño iba a nacer en alta mar, por lo
que ella le suplicó que esperaran al nacimiento para partir. Le pidió y rogó
que no la hiciera parir en el mar, le daba miedo. Pero «el turco» no estaba muy convencido de la idea. «La Teresita» se encargó de convencerlo
esa misma noche, y bien convencido quedó.
Don Fulgencio consiguió vender la cosecha de algodón al empresario, los
peones cobraron su salario, saldaron sus deudas y organizaron un festejo; había
resultado un año próspero. Con lo recaudado, Fulgencio invirtió más para la
próxima cosecha, compró un camión y les regaló un rico buey viejo que ya no iba
a llegar al próximo año, para asar en el festejo. Esa noche bebieron, y
comieron como si fuera su última noche, incluido «el turco» que ya casi no recordaba su religión…
Esa misma noche, mientras la
gente del pequeño pueblo descansaba luego de la gran fiesta, muy sigilosamente llegó
la venganza. El cacique se sintió herido
en su orgullo, y el rencor lo llevó a tomar medidas drásticas. No era
solo por la ofensa, otro motivo lo impulsaba…
Defendidos por la oscuridad entraron
en la estancia, atacando con violencia a todo lo que se movía, pero los peones de
Fulgencio eran diestros con sus facones, y gracias al «taita» y a pesar de haber bebido la última gota de la última
damajuana, ninguno encontró se encontró
con la parca. Los tobas eran muchos más que los peones, pero poco a poco
comenzaron a replegarse, y cuando el último de ellos logró montar su caballo,
desaparecieron por el monte.
Todo pasó muy rápido, aún reinaba
la confusión. Fulgencio calmó a su gente, que no paraba de quejarse. Los peones
que estaban afuera le avisaron que no se habían robado nada, Fulgencio parecía
confundido ordenó a Doña Rosa que atendiera a los heridos y el resto decidió
hacer guardia hasta el amanecer. Pero el día a estaba clareando y no faltaba
mucho para el desayuno, así que cuando terminó de poner vendas, Doña Rosa fue a
llevarle el desayuno a «la Teresita» y
cuando «el turco» abrió la puerta,
Doña Rosa lo entendió todo.
Cuando el cacique y sus hombres
llegaron a lo más profundo del monte, las mujeres esperaban su llegada con una
gran hoguera. Bajaron a «la Teresita»
y la llevaron frente al «lataxala» y
este notó el embarazo, se enojó y profirió palabras como «iatedewa» «chivaxaic» «yasaqaget», con la rabia que tenía nadie
entendía las palabras que salían de su boca, lo mejor que entendieron fue que
la prendan fuego, que la intercambien o que se lleven esa mujer que se acuesta
con todos.
El «pio'oxonak» intervino, habló a la multitud y les explicó que dentro de la «chivaxaic»,
había una alma fuerte, no es bueno quemarla, ni matarla. Les recomendó que la
dejen en sus manos. Él sabía solucionar la situación, así que le hizo unas
pintadas en su cuerpo, y la llevó caminando por el monte en la oscuridad hasta
que «la Teresita» se encontró caminando sola.
En este pueblo
no se conocían muchas cosas, entre ellas la furia de «el turco». Fulgencio no
sabía como calmarlo, y el hombre creía que «Alá» lo había castigado por beber
vino… el pobre gritaba, lloraba, maldecía todo junto, aunque nadie entendiera
lo que él decía. Las paredes temblaban con cada grito del árabe, y todos entendieron
que necesitaba ir tras su mujer, quizás hasta quería venganza.
Los hombres y
algunas mujeres se ofrecieron como voluntarios, ensillaron los caballos, se
armaron todo lo que pudieron y después de rezar un «Padre nuestro»
partieron hacia el monte, cruzaron el «rio muerto» y esperaban
encontrarse pronto con la tribu, pero no encontraron ni rastros. Los tobas se
habían escapado cubriendo sus huellas. Los hombres de Fulgencio y «el turco» no
se dieron por vencidos con facilidad se adentraron más y más, hasta que
oscureció, no podían continuar la búsqueda en la noche así que acamparon.
Fulgencio le explicó al pobre hombre que por algo le llamaban «el
impenetrable» a ese bosque, así que les convenía dejar marcas y volver para
que no vuelvan a atacar la estancia.
En el regreso
pasaron por una cabaña perdida, en la que aún se veía lo que quedaba de una
hoguera, y decidieron acercarse. Dentro de la cabaña se escuchó el ruido de los
caballos y Grismilda salió a recibir a los hombres de Fulgencio con un farol en
la mano. Al tener al hombre en frente le explicó:
-La gente del
bosque no quiere mujeres embarazadas, no necesitan más bocas para alimentar,
pero ustedes le robaron la mujer que atendía a todos los hombres de la tribu,
eso no se le hace a los vecinos- todos se miraban entre ellos, pero «el turco»
no entendía una sola palabra, entonces la mujer siguió…
-Me la dejaron
acá cerca, llévense a la pobre niña, está sana, pero no le hicieron nada, ya
falta poco para que nazca la criatura, si quieren tráiganla a parir, parece que
no está en buena posición-
La futura
madre subió llorando al caballo con «el turco» que le agradeció a la
mujer por las palabras que no había entendido. Fulgencio le tiró varias monedas
y como los caballos estaban nerviosos, galoparon por el monte con la esperanza
de que la estancia estuviera como la habían dejado.
Encontraron todo en su lugar, y
por unos meses más hubo paz. Hasta el día en que «la Teresita» tuvo contracciones, el parto era inminente. Ella le
pidió que fuera a buscar a Grismilda, «la curandera», pero «el turco» le entendió al revés y la llevó a ella hasta la cabaña
de Grismilda.
Al sentir los caballos que se
aproximaban, Grismilda salió a recibir a los visitantes con una gallina
degollada en una mano y una pequeña hacha en la otra. Le preguntaron si podía
asistir el parto, y a cambio, ella pidió una yunta de gallos colorados y una
yarará viva. «El turco» mandó a uno
de los peones a que fuera por el mandado, y la curandera suspendió el ritual
que estaba haciendo, para comenzar el trabajo de parto.
Desde que había vuelto de la
cueva de Salamanca, Grismilda no era la misma, pero aún sin tener iris en
ninguno de sus ojos, su vista era mejor que la de un lince. Le dio una infusión
de hierbas a la futura madre y tras hacer un poco de fuerza, se sentó al pie de
la cama y comenzó a cantar. El ritmo de su canción se fue acelerando a la vez
que los quejidos de «la Teresita», la
curandera interrumpí su canto lanzando eructos largos y ruidosos, con un sonido
vacío hasta que en un momento el establo quedó en silencio y un llanto al fin
calmó la ansiedad del futuro padre que esperaba afuera.
«El turco» apuró el paso y se hizo presente en el establo donde
estaba pariendo su mujer. La curandera
ya tenía al bebé envuelto en una piel de taguá. Al observar la situación, el
hombre pareció enternecerse, miraba sus rosadas manos, contaba sus diminutos
dedos, estudiaba sus facciones, y al ver que era normal, se pudo tranquilizar. Entonces
miró a su mujer que yacía casi desmayada, pero Grismilda pudo presentir lo que
se acercaba y decidió dejarlos a solas. Lanzando un último eructo vacío, el
piso de madera resonaba tras el pesado pasos de la curandera que se alejaba.
Con la poca fuerza que le quedaba, «La Teresita» le pidió que le diera la
nena en brazos. «El turco» comenzó a
inyectarse en furia, sus ojos se pusieron colorados de rabia, le quitó la piel
que la envolvía y al ver que era una niña comenzó a gritar en árabe, la arrojó
en un balde con sangre del ritual que habían interrumpido, salió corriendo, montó
el caballo y desapareció sin decir nada.
Grismilda recibió sus gallos
colorados y su yarará, se sentó en su mecedora y preguntó si podía quedarse con
el cuerpo de la mujer y de la guacha; nadie le respondió. Los caballos galoparon
alejándose, y una sonrisa diabólica se dibujó en los labios de la curandera.
Dentro del establo se escuchaban
los gritos desgarradores de «la Teresita».
No se supo si lloraba por perder su familia o por el ritual que Grismilda estaba
practicando. Lo que sí es cierto es que largas horas continuó ahogando su dolor,
y cuando la noche sin luna había oscurecido la llanura, el súbito silencio se
apoderó del lugar como si hubiese sido la orden del propio «Mandinga».
Grismilda se quedó en su silla
mecedora durante varias horas fumando de su pipa. En el monte no se escuchaban
ni los animales salvajes. Pero ella estaba acostumbrada a las noches en soledad
en el medio de la nada. Entonces cuando su pipa la llevó a conseguir la
conexión con el espíritu del monte, se puso de pie y caminó hacia el establo.
Sin encender el farol, tomó una
cuerda, sujetó de pies y manos a «la Teresita» y la arrastró hasta el frente de
su casa, luego la ató a la rama de un árbol y encendió una hoguera. Volvió al
establo y regresó con el balde ensangrentado y retiró al bebé, volvió a
envolverlo con la piel de taguá y lo dejó entre las hojas del suelo, luego
avivó las llamas con más leñas, y se sentó el suelo con el balde lleno de
sangre, le agregó algunas hierbas, y mientras revolvía la mezcla dijo algunas
palabras ininteligibles durante un largo rato. Las llamas de la hoguera
llegaron a la altura de una persona, y la mezcla en el balde estaba terminada.
Grismilda se puso de pie, arrojó el contenido del balde en el fuego, y luego
escupió sobre la mezcla.
Ya estaba clareando el día cuando
el fuego se apagó y una densa niebla se presentó en el monte, Grismilda entró
en su morada y se volvieron a escuchar unos eructos vacíos, luego de un rato
cambió los eructos por un ronquido violento hasta que el gallo decidió
despertarla anunciando de forma tardía la mañana.
Al abrir la puerta, Grismilda se
dio cuenta de que la había visitado el «pio'oxonak», la niebla había desaparecido y en lugar de «la Teresita» había varias
bolsas de arpillera con granos de «oltañi» y «avagha», así era
como la tribu toba llamaba al maíz y a los porotos, decidió entrar las bolsas a
su casa, y luego se sentó en la mecedora con el mate. Mientras cebaba no le
quitaba la vista al bebé ensangrentado envuelto en la piel, apoyado sobre las
hojas. Debajo de una fina lluvia, mientras se escuchaba un pequeño llanto.
Grismilda dudó
un momento, se había puesto nerviosa. La humedad le hacía hinchar sus pies, y
se irritaba más fácilmente. Con un movimiento brusco se puso de pie, y fue por
la pequeña, la entró en su hogar, y la alimentó con un poco de leche. De
inmediato cesó el llanto, y también la lluvia. «La curandera» observó
detenidamente a la pequeña, y decidió quedársela momentáneamente, la niña había
salvado su vida…
«El turco»
subió al barco en la capital y decidió dejar el pasado en su lugar, pero los
días se sucedían y el mar no le daba la calma que sintió cuando había partido
de su hogar el año anterior. Su familia ya había recibido suficiente algodón
para satisfacer a los comerciantes de medio oriente. Y en su corazón sentía un
vacío. En la estancia había aprendido que «Es zonzo en el cristiano macho
cuando el amor lo domina» y de inmediato lo comprendió. Estaba en verdad enamorado,
y su fe no era tan fuerte. Decidió emprender la vuelta y buscar a su mujer.
Lo dejaron en
un bote en la inmensidad del mar, y comenzó a remar. Gracias a la corriente
marina no debió hacer un gran esfuerzo. Al amanecer del día siguiente un barco
de gran eslora pasó a su lado y fue «rescatado». Con la esperanza que invadía
su corazón, podía verse la figura de su mujer en sus ojos.
Los marineros
no podían creer la historia que «el turco» les contaba, más de uno se
emocionó hasta las lágrimas, hasta el capitán… Al anochecer del siguiente día,
podían divisar la luz del faro, así que el hombre se impacientaba y los nervios
lo carcomían, entonces el capitán le dio de beber unas copas, y el hombre se
negó, pero bebió algunos sorbos.
Al amanecer se
despidió de sus nuevos amigos, y se encaminó hacia el monte, a la estancia de
Fulgencio. Navegó nuevamente el rio Paraná, y le dio unas monedas al barquero
para que apurara el viaje, así que ahorraron la mitad del tiempo en llegar. Se
llevó el mejor caballo de «la posta» y
en unas horas se presentó nuevamente ante Doña Rosa, le dio un abrazo que la
levantó del suelo, y Fulgencio se alegró de verlo nuevamente.
Los peones
salieron a recibirlo, todos estaban contentos. Amagaron con abrir una
damajuana, pero «el turco» no quiso saber nada de ponerse a beber.
Cuando habían salido todos en la estancia, el hombre preguntó por su mujer, los
hombres se miraron entre ellos, y nadie se animaba a decir nada. El silencio
sepulcral pareció eterno en ese momento, pero Fulgencio fue el encargado de
explicarle…
-«La
Teresita» no ha vuelto… desde el día en que nació la «gurisa» que
nadie la ha visto… perdóneme turco… no sé que decirle…-
Una sensación
indescriptible recorrió al pobre hombre, la culpa lo carcomía y la rabia lo
hacía temblar. «El turco» ya no era el dueño de sus actos. Golpeaba con
furia la madera de la tranquera, y sus manos ensangrentadas salpicaban a los
presentes, que de inmediato se le abalanzaron y lo sujetaron tratando de que se
calme. Doña Rosa le preparó una infusión que el hombre bebió a la fuerza. Así
por fin lo durmieron.
Mientras «el
turco» dormía, Don Fulgencio mandó a uno de sus peones a la cabaña de
Grismilda a que averigüe lo que pudiera de «la Teresita»…
-«Chicho»
a «la curandera» ahora mismo, si las encuentras… las traes…-
Chicho salió
al galope y no tardó en llegar a la cabaña de Grismilda. Dejó su caballo y golpeó
sus manos como para avisar que estaba esperando un recibimiento, pero nadie
abrió la puerta. Fulgencio eligió que Chicho fuera el encargado de la misión
porque lo conocía muy bien, sabía que era el hombre más insistente que tenía,
por eso mismo fue que Chicho escondió el caballo en el monte y esperó en
silencio el regreso de «la curandera».
Luego de unas
horas, la anciana llegaba con pesados pasos, arrastraba unas bolsas con flores,
hierbas y raíces que recogía en el monte, se le notaba que le faltaba el aire
para llegar. Chicho pensó que la situación era ventajosa para él, y se encaminó
a cruzarle el paso. Tomó sus bolsas y la ayudó a llegar a su puerta, entonces
la interrogó sobre la mujer y la niña, pero Grismilda le advirtió:
-Lo último que
supe es que se fue con la tribu del monte, hace unos días ya, seguramente las
habrán sacrificado…-
Lanzó su
eructo característico y entró en su hogar, sacó a la niña de una de las bolsas
y la dejó con su piel de taguá, en el suelo. Entonces la niña quiso llorar y
cuando lo hizo, un trueno escondió su llanto de los oídos de Chicho. El cielo se
oscureció de pronto, y una tormenta descargó su furia en el monte.
Chicho
atravesó la furia de la tormenta al galope. Las ramas de los árboles se le
venían encima y varias veces tuvo que usar su destreza de jinete para no caer
de la montura. El viento arrancó de raíz los troncos y arbustos, parecía una
tormenta del demonio, pero al llegar a la estancia, Doña Rosa lo esperaba con
mates bien calientes, entonces se emponchó como para abrigarse un poco, y dijo con
un tono agitado:
-Las tienen
los tobas…-
Grismilda tuvo
una visión, en ella pudo ver que aquél hombre de bigotes que llegaba con arena
de oriente había vuelto a reclamar lo que a su entender le correspondía, pero
la visión era confusa. El hombre tiene posibilidades de éxito pero no por
completo, había algo entre ellos que no estaba bien, entonces llevó su mirada a
la niña, y comprendió que era esta pequeña criatura quien llevaba el poder de
decidir el futuro de su familia. Por primera vez en su vida «la curandera»
sintió miedo.
Necesitaba
deshacerse de la niña, pero no podía dejarla en un lugar donde la encontraran. Pensó
en llevarla lo más lejos que pudiera y entregarla a alguien que nunca más fuera
a encontrarse con ella. Viajar con la niña era engorroso y lento, necesitaba
algún viajero que quisiera llevársela lejos, quizás venderla era otra opción. «La
curandera» tenía como nunca antes, y no pudo hacer otra cosa, más que
cargar su carreta y emprender el viaje hacia el norte, escapando del hombre de
oriente, y de los indios tobas.
En la
estancia, «el turco» se había despertado tranquilo y decidido. Cargó el
sulky con escopetas, machetes y hachas, preparó tres caballos y se dispuso a
partir para buscar a «la Teresita».
Fulgencio no lo dudó, además de su relación de comerciante, le había tomado
cariño al hombre, y se unió a la expedición con sus peones.
Llegaron hasta
la orilla de lo que se denomina «el impenetrable» y «el turco»
detuvo la marcha, tomó un hacha y comenzó a golpear con furia sobre el tronco
de un árbol. El resto de los hombres se quedaron viéndolo, y miraban a
Fulgencio esperando sus palabras. Él también se asombró, pero pensó que «el
turco» quizás necesitaba descargar su furia. Desmontó con tranquilidad y le
ordenó a sus hombres que ajusten sus monturas, y que le ceben unos mates.
Se acercó
hasta «el turco» con el mate en su mano y le explicó que ese árbol se
llama quebracho, justamente porque quiebra las hachas. «El turco» comenzó a
reír rieron juntos un buen rato. Cuando
se calmaron Fulgencio le explicó que no hacía falta talar el bosque. Los tobas
podían escuchar los golpes y escapar, será más conveniente usar el cobijo de
los árboles para camuflarse y agarrarlos por sorpresa.
Entonces continuaron
su marcha, despacio. Hicieron un reconocimiento del terreno, fueron y
volvieron, hasta que uno de los peones encontró a una mujer de la tribu y la
siguió a una buena distancia, cuando encontró la aldea de la tribu, volvió a
buscar a Fulgencio, haciendo marcas en los árboles para no perderse.
Al llegar el
peón, «el turco» tuvo la sensación de que este hombre traía buenas
noticias y esperó a que hable. Cuando entendió la palabra aldea, se levantó del
tronco en el que estaba sentado, y se reanudó la marcha.
Con mucho
cuidado de no ser oídos y como si fueran fantasmas atravesando el pantano del
bosque llegaron hasta la aldea cubiertos por la oscuridad de la noche y la
densa niebla que no permitía ver más allá de pocos centímetros. Un alarido
desgarrador desde la garganta del «pio'oxonak» pudo escucharse hasta en las puertas del infierno
-¡Nleguaxa!»
-
Y a la alarma de muerte del hechicero, los
peones de Fulgencio se transformaron en demonios. A chuza y facón, a
escopetazos, y hasta con sus propias manos, dieron muerte a todos los tobas que
no entendían lo que estaba ocurriendo. En pocos minutos solo podía escucharse
el llanto de las mujeres y el agonizar de los heridos. El pantano se cubrió de
sangre toba y «el turco» rescató a su mujer de la tienda del hechicero.
Ella lo miró a los ojos que brillaban más aún en la oscuridad, y agradeció al «Señor», a la «Virgen»,
y a todos los santos en los que ya no creía.
Algunas tobas
corrieron como nunca, algunas dejaron atrás a sus niños, pero unos pocos
lograron escapar hasta la provincia de Santiago del estero y nunca más
volvieron. «La Teresita» regresó a la estancia con los peones, Fulgencio y «el
turco». Luego de velar la noche entera, el hombre le preguntó a «la Teresita»
por la niña. La mujer no supo que responder a su hombre y se largó en llanto.
Llegando a
Puerto Iguazú había un hogar de niños que había pertenecido a las antiguas
misiones jesuitas. En el lugar una vieja con ojo de vidrio y muy malos modales
escupe al costado de la puerta…
-Te doy cien
pesos por la niña-
-¿A cuánto la
vendes?- le respondió Grismilda.
-No es asunto
tuyo, ahora vete, hoy mismo la vendo y nunca más regreses por ella-
Con lo que
ganó por la venta de la niña, Grismilda compró una bicicleta porque ya era muy
vieja para montar. Algunos dicen que se quedó viviendo en la selva misionera y
estafando a los pobladores hasta que murió. Otros sostienen que el diablo
decidió cobrarle una deuda y le mandó unas víboras para que la muerdan y apurar
el encuentro.
Pero la niña
fue comprada por una familia aristocrática de la capital. Recibió cariño y
educación hasta que comenzó a demostrar poderes que estaban más allá de la
comprensión de sus padres. Nunca supieron que el primer alimento de la niña fue
la sangre envenenada de los gallos de Grismilda. Pero esa es otra historia…
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Invitar cafe
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