Él era, o pretendía ser un
joven poeta fértil, de noble corazón y fiel a sus instintos, transcurría su
vida fielmente hacia donde sus versos lo llevaran, de corazón en corazón, de
copa en copa, de sentimientos en sensaciones; poseía la fortuna más grande de
todos los afortunados, la alegría de su corazón, la alegría que le daba la
esperanza de saber que un día encontraría a la musa que desde algún rincón le
inspiraba todos esos versos que él le dedicaba con fascinación, la esperanza de
ver, quizás, algún día, a aquella musa le hizo transformarse en un verdadero
soñador, así fue como se transformó él en el poseedor del más romántico y
sensible corazón, de todos los corazones, de todos los tiempos.
Cuando su estómago le
reclamaba con esa triste música el alimento, él lo silenciaba con los sueños de
su alma, y los versos nuevos que escribiría, cuando el viento de invierno
soplaba muy fuerte, él cambiaba la dirección para no ser arrastrado, y
pretendía que iba hacia donde la vida lo llevara, el frío le servía para
aliviar el calor de su corazón, pero le congelaba sus dedos y no podía
escribir, entonces procuraba soñar con esa semidiosa que él esperaba encontrar;
pero no existía el tiempo en su vida, era lo mismo el día o la noche, a veces
soñaba despierto, y a veces soñaba durmiendo, para él, lo más importante era
soñar y esperar; en la estación de trenes; pasó largo tiempo escribiendo en el
andén, escribía los versos que le regalaría a esa semidiosa que el tren le
traería, así esperaba a cada arribo con ansiedad, encontrar a esa dueña de sus
versos que se bajaría del tren y lo llevaría ahí adonde las semidiosas moran,
para transformarla en suya, su semidiosa personal, y regalarle todos esos
versos que ella le inspiraba, y que a su vez le inspiraría por el resto de su
vida; su juventud transcurrió en esa estación, los años pasaron, vinieron
nuevos tiempos, y con los cambios que estos traen, así cambió, y evolucionó el
resto del mundo.
Repentinamente…una guerra comenzó
y los trenes constantemente traían nuevas almas, pero la semidiosa no llegaba,
y por las noches cuando se escuchaba el estallido tan cercano de las bombas
sobre la ciudad, él en el andén suspiraba y temía por la seguridad de su
semidiosa, el ruido atroz de las balas que se repetía constantemente y el dolor
de la gente que corría cada vez que se baja del tren, lo hacía sentir tan
triste, que con lágrimas en los ojos escribía nuevos versos, y más versos, la
guerra acabo y la semidiosa no llegaba, pero después de toda la violencia que
ya había vivido, la crisis post guerra
asolaba la región, la gente empobrecida y los trabajadores insatisfechos del
ferrocarril, iniciaron un paro de actividades, la gente gritaba por las calles
alzando sus pancartas, pidiendo por su seguridad y su trabajo, y los trenes
inmóviles en la estación. Esto hizo estremecer al joven, que pretendía ser un
poeta fértil, y la desesperación que tenía porque se normalizaran los servicios,
para que la semidiosa pudiera llegar, le hacía sufrir su noble corazón… y con
frecuencia se escuchaban sus lamentos en los baños de la estación.
La crisis poco a poco fue
cesando y los servicios se fueron normalizando paulatinamente, así el volvió a
su lugar, el banco de madera del andén, el puesto de espera, el lugar donde la
semidiosa debería encontrarlo, así fue como un día de lluvia torrencial alguien
lo observó detenidamente y el quiso saber a que se debía la mirada tan profunda
de esta persona, y se miró en un charco que había en el andén, se dio cuenta de
que empezaban a asomarse canas a su cabellera, y enseguida pensó que la
semidiosa quizás no lo reconocería, así fue que se hizo de un sombrero, que alguien
había olvidado en un vagón. Pero los años transcurrían y se llevaron su
juventud, y así como él se fue desgastando, también, se desgastaron sus
vestiduras, y no era propio de un joven que pretendía ser un poeta fértil
esperar a una semidiosa mal vestido, entonces empezó a buscar en las maletas
olvidadas nueva ropa, se probó un traje, un frack, un smoking, y varias prendas
más, hasta que se armó de un vestuario propio de su condición, la de un joven
que pretendía ser un poeta fértil.
El tiempo seguía
transcurriendo y la modernización también le llegó a la estación, lo que antes
era oscuro y antiguo comenzó a transformarse en algo moderno, con muchas luces,
por todos lados, nuevos carteles y señalizaciones, con molinetes y muchas
nuevas cosas, pero a el le llamó la atención la boletería, estaba acostumbrado
a esa ventanilla angosta y los simpáticos bigotes del boletero, y a su lado
todos los horarios de llegada y salida de los trenes, ahora se encontraba
frente a una ventanilla amplia y con un boletero uniformado que le parecía
extraño, y unos espejos a los costados, en los que, frustradamente descubrió
que su barba estaba desprolija, enseguida se acordó de que su semidiosa estaba
por llegar, y no era conveniente que lo encontrara con barba porque quizás no
lo reconocería, entonces volvió al andén, a seguir esperando, pero ese día ella
tampoco llegó, aprovechó la ocasión para buscar entre las valijas olvidadas una
buena navaja para poder afeitarse y estar presentable como corresponde para una
semidiosa, pero no todo el mundo llevaba las navajas de afeitar en las valijas,
así que tuvo que esperar unos meses hasta encontrarlas, pero si había alguien
en el universo que sabía esperar, era ese joven, que pretendía ser un poeta
fértil.
Cuando estuvo presentable para
que el tren le trajera a esa semidiosa se dio cuenta de que ella tardaba un
poco y se preocupó, pensaba que quizás le había pasado algo en el viaje, pero
luego razonaba que a una semidiosa como la suya nada malo podía ocurrirle, pero
ella seguía tardando y el seguía preocupado, pensaba que si no le había
ocurrido nada, entonces había algo más importante que la hacía tardar tanto y
más se preocupaba por ella, así sus versos empezaron a entristecer, pero pese a
todo él continuaba en el andén esperando por ella, más tarde pensó que ella podía
tener un largo viaje y quizás podría dormirse en el vagón, probablemente por
esto es que se bajaban todos del tren excepto ella, entonces empezó a revisar
todos los vagones, y revisaba también los camarotes, día a día revisaba todos
los vagones, pero nunca encontraba a la semidiosa, y los pocos dormidos que si
encontraba eran sometidos a un breve cuestionario, les preguntaba desde donde
venían, cuantas horas había viajado, si el viaje había sido cómodo, le
preguntaba si le hacía falta algo al servicio, pero todos aseguraban una cosa,
no haber visto jamás una semidiosa en el viaje, algunos notaban como se transformaba
la mirada de aquél, que pretendía ser un poeta fértil y decían que quizás no la
habían reconocido, o que no habían prestado demasiada atención a los demás
pasajeros.
Un día mientras estaba sentado
en el banco de madera del andén, algo le llamó la atención y se volteó para
observar, pero no vio a nadie, ni nada que le hiciera sospechar, entonces una
leve brisa de ansiedad le hizo pararse y caminar hasta el hall central de la
estación, quizás había sido un llamado del tiempo, mientras caminaba observando
todo el movimiento de la estación, se detuvo en la boletería y al quedarse enfrentado
con aquellos espejos vio que sus ojos estaban arrugados, y se dio cuenta de que
ya no era un joven, pero igual pretendía ser un poeta fértil, que esperaba a la
semidiosa, pensó que ella estaba tardando demasiado, y nuevamente volvía a
pensar en todas esas especulaciones que se formulaba cuando descubría que el
tiempo transcurría, pero estaba comenzando a impacientarse ya y lo único que lo
tranquilizaba era ir a esperar a ese banco del andén y escribir versos para su
amada, así había escrito ya miles de versos, al principio eran inocentes versos
de amor, luego fueron versos de amores ausentes, más tarde escribió versos de
amores trágicos, también escribió versos de amores enfrentados, versos de
amores que el tiempo separa, versos de amores desencontrados, versos de amores
en soledad, versos de amores modernos, versos de amores viajeros, versos de
amores en el tren, y miles más, miles de versos, y los guardaba en un viejo bolsón
que alguien se había olvidado en la estación, siempre lo llevaba a todos lados
con él porque ese bolsón contenía lo que le iba a regalar a su semidiosa,
entonces lo protegía como si fuera un tesoro, a veces sacaba sus viejos
manuscritos arrugados y amarillos y se ponía a leer y a recordar los años de su
juventud, pero muchas veces se quedaba sin papel para escribir y usaba las
paredes de la estación, de los trenes, y casi todo lo que fuera plano, así toda
la estación estaba llena de versos, de ése, que pretendía ser un poeta fértil.
Sucedió una noche en la que decidió ir a buscar todos sus manuscritos y
sentarse a leer en el banco del andén y mientras leía, un tren atrasado llegó a
la estación, se detuvo en su lectura para observar los pasajeros que bajaban y
la semidiosa no aparecía, entonces subió al tren cuando ya no bajaba nadie más,
y caminó por los vagones esperando despertarla y darle su regalo, pero los
asientos se iban acabando y en los camarotes ya no había nadie, la desilusión
cada vez se iba acrecentando más, pero él no dejaba que lo venciera y luchaba
con su corazón para no perder las esperanzas, pero no encontró a nadie en ese
tren, no se quedó conformé y volvió a revisar el tren de punta a punta, y
cuando estuvo seguro de que ella no estaba, se sentó al lado de la ventanilla y
se puso a observar las estrellas y a imaginarse el encuentro con la dueña de
todos sus versos, pensaba que quizás ella también estaría observando las
estrellas, pensaba que también ella querría estar con él, pensaba que quizás
ella anhelaba los versos que el la había escrito, y finalmente abatido se quedó
dormido.
Mientras estaba dormido,
soñaba con la felicidad que le produciría haber transcurrido toda su vida
escribiendo versos, y haber estado esperando en la estación para encontrar a su
semidiosa, y la felicidad que le produciría también a ella ser la dueña de tan
nobles versos, soñaba con los versos que no había escrito, y que escribiría
bajo la luz de la luna al lado de su semidiosa, soñaba con la alegría que le
darían sus versos a ella, soñaba con tantas ganas que movía su mano como si
estuviese escribiendo, soñaba con tanta felicidad que su labios sonreían,
soñaba y no paraba de soñar, ella le daría el título de poeta por todo el
trabajo que él había realizado durante toda su vida.
Cuando salió el sol, la luz
empezó a molestarle y se despertó, lleno de felicidad por el sueño que había
tenido, sonrió, se desperezó y notó que el tren se movía, y que los paisajes
quedaban atrás por la ventanilla, de repente su corazón se paralizó, se había
quedado dormido en ese asiento y el tren había arrancado, pero él tenía que
estar en ese banco esperando a su semidiosa, se desesperó, le brotaban las
lágrimas y los nervios le hacían temblar, quería tirarse del tren y volver corriendo
a su puesto de espera, los pasajeros trataban de calmarlo y lo agarraban para
que no se tire, él preguntaba cuanto hacía que venían viajando, y pedía que lo
dejen tirarse, les explicaba que debía esperar a su semidiosa en el andén, que
si ella llegaba y no lo encontraba él se desesperaría, que era la mayor
catástrofe que podía ocurrirle, pero el guarda del tren y los pasajeros lo
dejaron bajarse cuando llegaran a la próxima estación.
El mundo se le derrumbaba, no
sabía si había perdido la oportunidad de encontrar a la propietaria de sus
versos, el corazón se le desgarraba, los nervios le hacían estremecerse, las lágrimas
no lo dejaban ver nada a su alrededor, y no podía controlar la desesperación,
sentía ganas de gritar con todas sus fuerzas, pero no podía, sentía que su vida
estaba perdida, que ya no había posibilidades, sentía que todo había acabado
para él, solo con su bolsón y su frustración se encontraba en el estribo del tren, custodiado
por algunos pasajeros, y el guarda que lo sujetaba para que no cometa alguna
locura, el aire del campo fue secando sus lágrimas, y así pudo ver como todos sus
sueños quedaban atrás, vio la vida irse, vio todos esos años perdidos, sintió
que perdió todo lo que tenía, y mientras observaba los paisajes quedar atrás,
el tren fue bajando la velocidad, empezaba a oscurecer, y entraron a una vieja
estación que el tiempo había olvidado, lejos estaba de su banco de madera del
andén, con su bolsón en el hombro y sin sus ilusiones.
El tren detuvo su marcha, la
vieja locomotora, hizo un silbido agudo, y con todo el peso del dolor, ese
poeta que pretendía ser fértil, bajo del tren, nadie más bajó, solo él y su
desesperación, al apoyar el pie en esa estación sintió que su vida ya no tenía
sentido, miró todo a su alrededor; vio alejarse el tren, y lo maldijo por su
maldad, en la estación todo era antiguo, no había nadie, por ningún lado, solo
había un andén, el piso era de pequeños caracoles de vaya a saber uno donde, todo
estaba pintado de color anaranjado con detalles en azul, delgadas columnas
sostenían un cobertizo de tejas azules, no tenía idea de donde se encontraba,
la desesperación le hizo perder la orientación, y suponía que estaría en algún
pueblo bien alejado de alguna provincia bien alejada, cuando empezó a sentir el
efecto del invierno crudo provincial, decidió caminar, intentó buscar
información acerca de donde se encontraba, pero el nombre de la estación, no lo
conocía, no había tampoco información de los horarios de los trenes, parecía
una estación realmente olvidada, pero hacía cada vez más frío, caminó para
refugiarse un poco, pero en un lugar alejado y desconocido, tan desierto como
esa estación, es difícil encontrar refugio, se sentó en un banco de madera
anaranjado a esperar que el tren vuelva a buscarlo, para ir otra vez a esperar
a su semidiosa, pasó unos instantes temblando en ese banco, mientras el viento
soplaba con todas sus fuerzas, la noche oscura se oscureció aún más, solo había
un farol encendido en esa vieja estación.
Después de un momento de mucho
viento, el cielo empezó a despejarse, empezaron a verse algunas estrellas, el
viento se fue a dormir de a poco, pero el frío no, él miraba las estrellas y se
le caían algunas lágrimas, y en el silencio lejano provincial sintió unos pasos
que se aproximaban, luego, de a poco, comenzó a observar una silueta que se
acercaba, era una mujer delgada, de aspecto tímido, vestida a la época, él no
se movió para nada, pero la veía venir, ella pasó a su lado y notó que ese
poeta que pretendía ser fértil temblaba de frío, pero siguió sus pasos, abrió
una pequeña ventanilla de la estación, recogió un sobre, y volvió caminando
hacia donde él temblaba, un poco de nervios y un poco de frío, ella lo miró, y
el también a ella, la señorita saludó cortésmente con un movimiento de cabeza,
y entonces el le preguntó como se llamaba ese lejano pueblo, ella se
sorprendió, pero sin temor se sentó a su lado, él se sintió un poco incómodo, entonces
ella le explicó con detalles donde se encontraba exactamente, luego él le
preguntó a cuantas horas de viaje en tren se encontraba, y ella le explicó que
depende del tren, porque hay uno que tarda más que otro, y que el que tarda
menos también pasa menos veces por ahí, ella, entonces, le pidió que por favor
le explique a que se debían sus preguntas, entonces él tomó aliento y le dijo
que el estaba esperando a alguien en el andén, y que como ese alguien no
llegaba se subió al tren a verificar la ausencia, y se quedó dormido
accidentalmente, y por eso se encontraba perdido, ella sonrió inocentemente, pero
a él de repente le cambió su semblante, y ella al notarlo se puso seria
nuevamente, luego él sonrió, se había dado cuenta de algo muy particular, ella
también lo hizo, y empezaron a charlar, de a poco su corazón empezó a
apaciguarse, los nervios empezaron a ceder, y la compañía de esa mujer le había
servido para calmar su desesperación, la noche empezaba a terminar, se veía
desde lejos, en el horizonte como empezaba a llegar el sol, las aves de la
estación se despertaron y empezaron a cantar sobre las tejas, y pronto se
empezó a poblar la estación, los viajeros los observaban a ellos dos
detenidamente y murmuraban, pasó un vendedor ambulante y ellos le pidieron
café, pero él ingenuamente revisaba sus bolsillos hasta que se acordó que nunca
había tenido monedas en ellos, entonces la señorita invitó el café de los dos, pronto
notaron a toda la gente en el andén, y se dieron cuenta de que hablaban de
ellos, entonces, ella le explicó que en ese pueblo, es normal que murmuren cosas
de una persona que hable con un extraño, a esas horas de la madrugada, y él
tímidamente quiso pedir disculpas por comprometerla… el suelo empezó a temblar,
era el tren que se aproximaba, la gente preparaba sus valijas para cargarlas en
su viaje, y él se paró para emprender el regreso, pero ella reaccionó, ya no
eran extraños, después de todo, habían pasado casi toda la noche hablando, pero
no se habían presentado, ella se lo recordó y él le dijo tímidamente que ya se
conocían, y ella decidida le confesó el gusto que había tenido de haber hablado
con él, en ese banco, se saludaron mientras el tren se detuvo en la estación y
entonces ella le dijo “A propósito, mi nombre es Erato”.