La espera

LA OBRA MAS LEÍDA EN EUROPA Y SUR DE AFRICA



Él era, o pretendía ser un joven poeta fértil, de noble corazón y fiel a sus instintos, transcurría su vida fielmente hacia donde sus versos lo llevaran, de corazón en corazón, de copa en copa, de sentimientos en sensaciones; poseía la fortuna más grande de todos los afortunados, la alegría de su corazón, la alegría que le daba la esperanza de saber que un día encontraría a la musa que desde algún rincón le inspiraba todos esos versos que él le dedicaba con fascinación, la esperanza de ver, quizás, algún día, a aquella musa le hizo transformarse en un verdadero soñador, así fue como se transformó él en el poseedor del más romántico y sensible corazón, de todos los corazones, de todos los tiempos.
Cuando su estómago le reclamaba con esa triste música el alimento, él lo silenciaba con los sueños de su alma, y los versos nuevos que escribiría, cuando el viento de invierno soplaba muy fuerte, él cambiaba la dirección para no ser arrastrado, y pretendía que iba hacia donde la vida lo llevara, el frío le servía para aliviar el calor de su corazón, pero le congelaba sus dedos y no podía escribir, entonces procuraba soñar con esa semidiosa que él esperaba encontrar; pero no existía el tiempo en su vida, era lo mismo el día o la noche, a veces soñaba despierto, y a veces soñaba durmiendo, para él, lo más importante era soñar y esperar; en la estación de trenes; pasó largo tiempo escribiendo en el andén, escribía los versos que le regalaría a esa semidiosa que el tren le traería, así esperaba a cada arribo con ansiedad, encontrar a esa dueña de sus versos que se bajaría del tren y lo llevaría ahí adonde las semidiosas moran, para transformarla en suya, su semidiosa personal, y regalarle todos esos versos que ella le inspiraba, y que a su vez le inspiraría por el resto de su vida; su juventud transcurrió en esa estación, los años pasaron, vinieron nuevos tiempos, y con los cambios que estos traen, así cambió, y evolucionó el resto del mundo.
Repentinamente…una guerra comenzó y los trenes constantemente traían nuevas almas, pero la semidiosa no llegaba, y por las noches cuando se escuchaba el estallido tan cercano de las bombas sobre la ciudad, él en el andén suspiraba y temía por la seguridad de su semidiosa, el ruido atroz de las balas que se repetía constantemente y el dolor de la gente que corría cada vez que se baja del tren, lo hacía sentir tan triste, que con lágrimas en los ojos escribía nuevos versos, y más versos, la guerra acabo y la semidiosa no llegaba, pero después de toda la violencia que ya había vivido,  la crisis post guerra asolaba la región, la gente empobrecida y los trabajadores insatisfechos del ferrocarril, iniciaron un paro de actividades, la gente gritaba por las calles alzando sus pancartas, pidiendo por su seguridad y su trabajo, y los trenes inmóviles en la estación. Esto hizo estremecer al joven, que pretendía ser un poeta fértil, y la desesperación que tenía porque se normalizaran los servicios, para que la semidiosa pudiera llegar, le hacía sufrir su noble corazón… y con frecuencia se escuchaban sus lamentos en los baños de la estación.

La crisis poco a poco fue cesando y los servicios se fueron normalizando paulatinamente, así el volvió a su lugar, el banco de madera del andén, el puesto de espera, el lugar donde la semidiosa debería encontrarlo, así fue como un día de lluvia torrencial alguien lo observó detenidamente y el quiso saber a que se debía la mirada tan profunda de esta persona, y se miró en un charco que había en el andén, se dio cuenta de que empezaban a asomarse canas a su cabellera, y enseguida pensó que la semidiosa quizás no lo reconocería, así fue que se hizo de un sombrero, que alguien había olvidado en un vagón. Pero los años transcurrían y se llevaron su juventud, y así como él se fue desgastando, también, se desgastaron sus vestiduras, y no era propio de un joven que pretendía ser un poeta fértil esperar a una semidiosa mal vestido, entonces empezó a buscar en las maletas olvidadas nueva ropa, se probó un traje, un frack, un smoking, y varias prendas más, hasta que se armó de un vestuario propio de su condición, la de un joven que pretendía ser un poeta fértil.
El tiempo seguía transcurriendo y la modernización también le llegó a la estación, lo que antes era oscuro y antiguo comenzó a transformarse en algo moderno, con muchas luces, por todos lados, nuevos carteles y señalizaciones, con molinetes y muchas nuevas cosas, pero a el le llamó la atención la boletería, estaba acostumbrado a esa ventanilla angosta y los simpáticos bigotes del boletero, y a su lado todos los horarios de llegada y salida de los trenes, ahora se encontraba frente a una ventanilla amplia y con un boletero uniformado que le parecía extraño, y unos espejos a los costados, en los que, frustradamente descubrió que su barba estaba desprolija, enseguida se acordó de que su semidiosa estaba por llegar, y no era conveniente que lo encontrara con barba porque quizás no lo reconocería, entonces volvió al andén, a seguir esperando, pero ese día ella tampoco llegó, aprovechó la ocasión para buscar entre las valijas olvidadas una buena navaja para poder afeitarse y estar presentable como corresponde para una semidiosa, pero no todo el mundo llevaba las navajas de afeitar en las valijas, así que tuvo que esperar unos meses hasta encontrarlas, pero si había alguien en el universo que sabía esperar, era ese joven, que pretendía ser un poeta fértil.
Cuando estuvo presentable para que el tren le trajera a esa semidiosa se dio cuenta de que ella tardaba un poco y se preocupó, pensaba que quizás le había pasado algo en el viaje, pero luego razonaba que a una semidiosa como la suya nada malo podía ocurrirle, pero ella seguía tardando y el seguía preocupado, pensaba que si no le había ocurrido nada, entonces había algo más importante que la hacía tardar tanto y más se preocupaba por ella, así sus versos empezaron a entristecer, pero pese a todo él continuaba en el andén esperando por ella, más tarde pensó que ella podía tener un largo viaje y quizás podría dormirse en el vagón, probablemente por esto es que se bajaban todos del tren excepto ella, entonces empezó a revisar todos los vagones, y revisaba también los camarotes, día a día revisaba todos los vagones, pero nunca encontraba a la semidiosa, y los pocos dormidos que si encontraba eran sometidos a un breve cuestionario, les preguntaba desde donde venían, cuantas horas había viajado, si el viaje había sido cómodo, le preguntaba si le hacía falta algo al servicio, pero todos aseguraban una cosa, no haber visto jamás una semidiosa en el viaje, algunos notaban como se transformaba la mirada de aquél, que pretendía ser un poeta fértil y decían que quizás no la habían reconocido, o que no habían prestado demasiada atención a los demás pasajeros.
Un día mientras estaba sentado en el banco de madera del andén, algo le llamó la atención y se volteó para observar, pero no vio a nadie, ni nada que le hiciera sospechar, entonces una leve brisa de ansiedad le hizo pararse y caminar hasta el hall central de la estación, quizás había sido un llamado del tiempo, mientras caminaba observando todo el movimiento de la estación, se detuvo en la boletería y al quedarse enfrentado con aquellos espejos vio que sus ojos estaban arrugados, y se dio cuenta de que ya no era un joven, pero igual pretendía ser un poeta fértil, que esperaba a la semidiosa, pensó que ella estaba tardando demasiado, y nuevamente volvía a pensar en todas esas especulaciones que se formulaba cuando descubría que el tiempo transcurría, pero estaba comenzando a impacientarse ya y lo único que lo tranquilizaba era ir a esperar a ese banco del andén y escribir versos para su amada, así había escrito ya miles de versos, al principio eran inocentes versos de amor, luego fueron versos de amores ausentes, más tarde escribió versos de amores trágicos, también escribió versos de amores enfrentados, versos de amores que el tiempo separa, versos de amores desencontrados, versos de amores en soledad, versos de amores modernos, versos de amores viajeros, versos de amores en el tren, y miles más, miles de versos, y los guardaba en un viejo bolsón que alguien se había olvidado en la estación, siempre lo llevaba a todos lados con él porque ese bolsón contenía lo que le iba a regalar a su semidiosa, entonces lo protegía como si fuera un tesoro, a veces sacaba sus viejos manuscritos arrugados y amarillos y se ponía a leer y a recordar los años de su juventud, pero muchas veces se quedaba sin papel para escribir y usaba las paredes de la estación, de los trenes, y casi todo lo que fuera plano, así toda la estación estaba llena de versos, de ése, que pretendía ser un poeta fértil. Sucedió una noche en la que decidió ir a buscar todos sus manuscritos y sentarse a leer en el banco del andén y mientras leía, un tren atrasado llegó a la estación, se detuvo en su lectura para observar los pasajeros que bajaban y la semidiosa no aparecía, entonces subió al tren cuando ya no bajaba nadie más, y caminó por los vagones esperando despertarla y darle su regalo, pero los asientos se iban acabando y en los camarotes ya no había nadie, la desilusión cada vez se iba acrecentando más, pero él no dejaba que lo venciera y luchaba con su corazón para no perder las esperanzas, pero no encontró a nadie en ese tren, no se quedó conformé y volvió a revisar el tren de punta a punta, y cuando estuvo seguro de que ella no estaba, se sentó al lado de la ventanilla y se puso a observar las estrellas y a imaginarse el encuentro con la dueña de todos sus versos, pensaba que quizás ella también estaría observando las estrellas, pensaba que también ella querría estar con él, pensaba que quizás ella anhelaba los versos que el la había escrito, y finalmente abatido se quedó dormido.
Mientras estaba dormido, soñaba con la felicidad que le produciría haber transcurrido toda su vida escribiendo versos, y haber estado esperando en la estación para encontrar a su semidiosa, y la felicidad que le produciría también a ella ser la dueña de tan nobles versos, soñaba con los versos que no había escrito, y que escribiría bajo la luz de la luna al lado de su semidiosa, soñaba con la alegría que le darían sus versos a ella, soñaba con tantas ganas que movía su mano como si estuviese escribiendo, soñaba con tanta felicidad que su labios sonreían, soñaba y no paraba de soñar, ella le daría el título de poeta por todo el trabajo que él había realizado durante toda su vida.
Cuando salió el sol, la luz empezó a molestarle y se despertó, lleno de felicidad por el sueño que había tenido, sonrió, se desperezó y notó que el tren se movía, y que los paisajes quedaban atrás por la ventanilla, de repente su corazón se paralizó, se había quedado dormido en ese asiento y el tren había arrancado, pero él tenía que estar en ese banco esperando a su semidiosa, se desesperó, le brotaban las lágrimas y los nervios le hacían temblar, quería tirarse del tren y volver corriendo a su puesto de espera, los pasajeros trataban de calmarlo y lo agarraban para que no se tire, él preguntaba cuanto hacía que venían viajando, y pedía que lo dejen tirarse, les explicaba que debía esperar a su semidiosa en el andén, que si ella llegaba y no lo encontraba él se desesperaría, que era la mayor catástrofe que podía ocurrirle, pero el guarda del tren y los pasajeros lo dejaron bajarse cuando llegaran a la próxima estación.
El mundo se le derrumbaba, no sabía si había perdido la oportunidad de encontrar a la propietaria de sus versos, el corazón se le desgarraba, los nervios le hacían estremecerse, las lágrimas no lo dejaban ver nada a su alrededor, y no podía controlar la desesperación, sentía ganas de gritar con todas sus fuerzas, pero no podía, sentía que su vida estaba perdida, que ya no había posibilidades, sentía que todo había acabado para él, solo con su bolsón y su frustración se  encontraba en el estribo del tren, custodiado por algunos pasajeros, y el guarda que lo sujetaba para que no cometa alguna locura, el aire del campo fue secando sus lágrimas, y así pudo ver como todos sus sueños quedaban atrás, vio la vida irse, vio todos esos años perdidos, sintió que perdió todo lo que tenía, y mientras observaba los paisajes quedar atrás, el tren fue bajando la velocidad, empezaba a oscurecer, y entraron a una vieja estación que el tiempo había olvidado, lejos estaba de su banco de madera del andén, con su bolsón en el hombro y sin sus ilusiones.
El tren detuvo su marcha, la vieja locomotora, hizo un silbido agudo, y con todo el peso del dolor, ese poeta que pretendía ser fértil, bajo del tren, nadie más bajó, solo él y su desesperación, al apoyar el pie en esa estación sintió que su vida ya no tenía sentido, miró todo a su alrededor; vio alejarse el tren, y lo maldijo por su maldad, en la estación todo era antiguo, no había nadie, por ningún lado, solo había un andén, el piso era de pequeños caracoles de vaya a saber uno donde, todo estaba pintado de color anaranjado con detalles en azul, delgadas columnas sostenían un cobertizo de tejas azules, no tenía idea de donde se encontraba, la desesperación le hizo perder la orientación, y suponía que estaría en algún pueblo bien alejado de alguna provincia bien alejada, cuando empezó a sentir el efecto del invierno crudo provincial, decidió caminar, intentó buscar información acerca de donde se encontraba, pero el nombre de la estación, no lo conocía, no había tampoco información de los horarios de los trenes, parecía una estación realmente olvidada, pero hacía cada vez más frío, caminó para refugiarse un poco, pero en un lugar alejado y desconocido, tan desierto como esa estación, es difícil encontrar refugio, se sentó en un banco de madera anaranjado a esperar que el tren vuelva a buscarlo, para ir otra vez a esperar a su semidiosa, pasó unos instantes temblando en ese banco, mientras el viento soplaba con todas sus fuerzas, la noche oscura se oscureció aún más, solo había un farol encendido en esa vieja estación.

Después de un momento de mucho viento, el cielo empezó a despejarse, empezaron a verse algunas estrellas, el viento se fue a dormir de a poco, pero el frío no, él miraba las estrellas y se le caían algunas lágrimas, y en el silencio lejano provincial sintió unos pasos que se aproximaban, luego, de a poco, comenzó a observar una silueta que se acercaba, era una mujer delgada, de aspecto tímido, vestida a la época, él no se movió para nada, pero la veía venir, ella pasó a su lado y notó que ese poeta que pretendía ser fértil temblaba de frío, pero siguió sus pasos, abrió una pequeña ventanilla de la estación, recogió un sobre, y volvió caminando hacia donde él temblaba, un poco de nervios y un poco de frío, ella lo miró, y el también a ella, la señorita saludó cortésmente con un movimiento de cabeza, y entonces el le preguntó como se llamaba ese lejano pueblo, ella se sorprendió, pero sin temor se sentó a su lado, él se sintió un poco incómodo, entonces ella le explicó con detalles donde se encontraba exactamente, luego él le preguntó a cuantas horas de viaje en tren se encontraba, y ella le explicó que depende del tren, porque hay uno que tarda más que otro, y que el que tarda menos también pasa menos veces por ahí, ella, entonces, le pidió que por favor le explique a que se debían sus preguntas, entonces él tomó aliento y le dijo que el estaba esperando a alguien en el andén, y que como ese alguien no llegaba se subió al tren a verificar la ausencia, y se quedó dormido accidentalmente, y por eso se encontraba perdido, ella sonrió inocentemente, pero a él de repente le cambió su semblante, y ella al notarlo se puso seria nuevamente, luego él sonrió, se había dado cuenta de algo muy particular, ella también lo hizo, y empezaron a charlar, de a poco su corazón empezó a apaciguarse, los nervios empezaron a ceder, y la compañía de esa mujer le había servido para calmar su desesperación, la noche empezaba a terminar, se veía desde lejos, en el horizonte como empezaba a llegar el sol, las aves de la estación se despertaron y empezaron a cantar sobre las tejas, y pronto se empezó a poblar la estación, los viajeros los observaban a ellos dos detenidamente y murmuraban, pasó un vendedor ambulante y ellos le pidieron café, pero él ingenuamente revisaba sus bolsillos hasta que se acordó que nunca había tenido monedas en ellos, entonces la señorita invitó el café de los dos, pronto notaron a toda la gente en el andén, y se dieron cuenta de que hablaban de ellos, entonces, ella le explicó que en ese pueblo, es normal que murmuren cosas de una persona que hable con un extraño, a esas horas de la madrugada, y él tímidamente quiso pedir disculpas por comprometerla… el suelo empezó a temblar, era el tren que se aproximaba, la gente preparaba sus valijas para cargarlas en su viaje, y él se paró para emprender el regreso, pero ella reaccionó, ya no eran extraños, después de todo, habían pasado casi toda la noche hablando, pero no se habían presentado, ella se lo recordó y él le dijo tímidamente que ya se conocían, y ella decidida le confesó el gusto que había tenido de haber hablado con él, en ese banco, se saludaron mientras el tren se detuvo en la estación y entonces ella le dijo “A propósito, mi nombre es Erato”.