lunes, 1 de julio de 2019

Esférica Princesa Cruel





Hoy es un día de sol, y bueno... se supone que para algunos eso es bueno, y para muchos no. La cuestión está en encontrar el equilibrio y el respeto mutuo. Pero lo más importante de todo es que, al despertarme, intenté escuchar un poco de música. Sin éxito, no me quedó más remedio que hacer uso de la tecnología para buscar alguna canción.

Entonces, apareció frente a mí el Messenger, ese maldito programa cursi que usamos los soñadores. Allí encontré un mensaje de una mujer. Ahora bien, en este punto tengo que detenerme: para bien o para mal —o como dice esa canción de Paz Martínez—, el hecho es que esta hembra terrícola es un signo de interrogación, un signo de admiración, un punto y coma, una diéresis, y hasta una onomatopeya.

De más está decir que la objetividad, que en este caso está en manos de un ser accidentalmente subjetivo, puede convertirse en una derivada, una parábola, o cualquier tipo de función matemática de esas incomprensibles de tan lógicas que resultan.

Una hembra, una canción y un ser subjetivo... de más está decir que las explosiones y las interrogaciones son corrientes en estas historias. Pero esa poesía que entre ellos (casi) existió, resultó ser un reflejo, y por lo tanto, la química, la física y la gravedad entraron en contacto y se fusionaron. Porque un reflejo no es más que una consecuencia.

Y cuando no alcanzan la astrología, la astronomía y demás astros, siempre existirá una canción. Así, esta canción: Una poesía que descubre que el desengaño puede ser anterior a la ilusión y comenzar donde todo debería terminar. (No hay mejor definición de la situación.)

Entre ella y él —la hembra terrícola y el ser subjetivo— millones de obstáculos, desilusiones, encuentros y encrucijadas.

Alguna vez se dijo que para entenderse no hace falta hablar el mismo idioma. Que el cielo no existiría si no existiera el infierno. Y millones de metáforas que durante años los poetas explotaron. Pero en definitiva, los caminos siguen siendo dos: pelear contra la naturaleza o seguir adelante en la medida en que la fe lo permita, hacia el camino opuesto.

Digamos que de algún modo, o de otro, el final siempre se puede encontrar. El fin existe, tiene su razón de ser en todas las direcciones. Pero los comienzos, los principios, nunca sabemos en qué dirección están, o si los vamos a aceptar.

Así que, entre una mala obra de teatro y una partida de bingo, no hay quien garantice que algo malo no ocurra. Si a uno le sobran escrúpulos, a otro probablemente le falten.

Finalmente, existen. Los dos. La hembra terrícola y el ser accidentalmente subjetivo. Están cerca. Y aunque la fusión y la resistencia sean fuertes —aunque los astros no funcionen—, algo ocurre.


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