La noche está estrellada,
y afuera el aire huele a jazmín.
Por la tarde estuvo lloviendo, y la humedad en la tierra hace que mis pasos sean más suaves.
Es demasiado lindo estar aquí afuera… pero tengo que entrar.
Y no puedo resistir la tentación de quedarme una noche más.
Solamente el aire puro, la luna y yo.
Ahí adentro hay algo bueno.
Algo que quema.
Algo que se mide tanto en litros como en grados de graduación.
No está del todo mal.
Sé que, si entro, este instante ya no volverá.
Y es tan bueno… que no quiero perderlo.
Probablemente me quede aquí.
Pero el viento seca mis labios.
Necesito entrar.
Quizás, cuando la luna vuelva a esconderse… entre.
Siento el aleteo de los insectos a mi alrededor.
Siento los pasos de las hormigas por entre mis pies.
El viento roza mi alma.
La luz de la luna se refleja en este charco.
Los grillos musicalizan este concierto.
Las ranas hacen los coros.
Aullidos.
Las nubes van y vienen.
De pronto se abren.
De pronto se cierran.
Cuando se abren, estrellas se caen.
Cuando se cierran, la oscuridad se prende.
Y un mundo mágico invade mis sentidos.
Me atrapa. Me hipnotiza.
Un reloj que no se escucha.
Un calendario vacío.
A mi lado se abre un camino.
Yo me sumerjo aún más y lo transito.
Al cabo de unas horas encuentro peregrinos.
Las damas lavan sus ropas a la orilla del riacho.
Jinetes apurados.
Y la despreocupación de sus caballos marca mis pasos.
Ahora las trompetas anuncian una entrada triunfal.
Me acerco.
En las puertas del palacio, un guardia gracioso me saluda cordialmente y me invita a la celebración.
El flamante monarca está festejando la cosecha.
Los campesinos se mezclan en la algarabía con él.
Todos bailan, y muy felices comparten sus copas.
El más humilde campesino y el más noble de la corte están allí.
Nada les preocupa más que festejar.
Como espectador o como participante, festejo con ellos.
Las doncellas me saludan al pasar.
Y las ancianas me guiñan sus ojos en complicidad con mis picardías.
De pronto, la lluvia vuelve.
Y trae con ella mucha más alegría.
Las gotas en mi rostro me hacen perder la noción:
el tiempo, el lugar, este encanto… esta fiesta.
La noche está estrellada,
porque las nubes se abrieron una vez más.
Otra estrella acaba de caer.
Es muy probable que esa estrella haya sido mía.
Porque ahora el encanto comienza a desaparecer.
Mis pasos se sienten pesados.
El aire ya no huele a jazmín.
Siento algo que sube dentro mío.
Es imperativo llegar adentro.
El charco hace que mis pasos se pierdan en un tropiezo.
Me arrastro.
Pero la desesperación me hace perder el equilibrio.
Intento levantarme una y otra vez.
Los insectos zumban en mis oídos.
Una estrella se me viene encima.
Me vuelvo a desesperar.
Comienzo a gritar.
Nadie me responde.
Lágrimas acuden a mis ojos.
No consigo ponerme en pie.
Las hormigas recorren mis manos, todo mi cuerpo.
Los grillos y las ranas me atormentan con ese endiablado sonido.
En medio de este silencio nocturno, y de mi soledad,
la luz está por aplastarme.
Me incorporo.
Emprendo mi camino hacia adentro.
Pero la lluvia me golpea cada vez más.
Con un último esfuerzo, me arrojo dentro.
Me quedo un instante en el piso.
Observo mi fortuna al ver cómo esa estrella impacta contra el maldito charco.
Respiro un segundo.
Me doy vuelta.
A mi espalda quedó la ventana cerrada:
la que una vez fue la salida,
y hoy se convirtió en la entrada.
Me pesan los pasos, pero no desisto.
Solo unos cuantos más…
y mi alma encontrará la paz.
Pero ahora, ahora que estoy adentro,
encuentro todo vacío.
Más lágrimas acuden a mis ojos.
Empiezo a contener mi desesperación…
hasta que, por fin, encuentro unas gotas.
Unas pocas.
Son suficientes para calmarme.
Pero necesito más.
Necesito unas copas que me devuelvan mi ser.
En algún lugar dejé una botella.
Nota:
En tu memoria. Nunca te olvidaremos.
Los muchachos de siempre.