jueves, 4 de julio de 2019

Comportamiento Humano Volumen 0.4




EL ARTICUALDOR SOBRE LA COMUNIDAD

En la segunda reunión de la fraternidad, los fundadores decidieron que sus cargos de fundadores vitalicios eran inamovibles. Una cuestión más que obvia. Luego desplegaron un pergamino con los objetivos que deberían acatar.

El primero en la lista era un arquitecto que tenía la intención de reformar los edificios municipales. Este arquitecto consiguió la licitación porque le había dado trabajo a varios hijos de algunos concejales, y ellos “arreglaron” el asunto.

El presidente de la hermandad era un viejo bastante callado, con muchas arrugas. Fumaba su pipa justo antes de decir una palabra y tenía la admiración de todos dentro de la fraternidad.

El vicepresidente era un muchacho de unos 25 años, recién graduado de la carrera de diplomático. Un joven prodigio. La educación que había recibido durante su cuarto de siglo había sido de lo mejor: esos colegios tradicionalistas a los que asistió lo transformaron en un hombre de mundo con apenas 25 años. Su nombre era Antenor G. Tenía la mirada de un muchacho inocente, una sonrisa contagiosa y una energía envidiable.

El presidente le había dicho que era tiempo de lograr su primera victoria, y, dada la situación, deberían emplearse todos los medios necesarios. Así que la primera medida fue crear un folletín, que debía llegar a todos los rincones de la ciudad. En él, se explicaría a la población lo nocivo de la existencia de “estos señores” y la importancia de renovar todos los ámbitos a manos de “nuestros muchachos”.

Por supuesto, todos los miembros quisieron participar. Dispersaron los temas entre ellos y el presidente decretó que la publicación final sería seleccionada por Antenor. Todos redactaron un pequeño párrafo y se lo llevaron.

Todos los miembros habían conseguido su propósito. Todos hablaban de lo mismo. La elección fue difícil para Antenor. Entonces, tuvo una idea: hasta que no se logre reformar el sistema educativo, solo se publicarían artículos con pocas palabras difíciles, para que el grueso de la población pudiera entenderlos.

Muchos quedaron asombrados. Protestaron, argumentando que semejante medida ponía en peligro la seriedad de la fraternidad. Pero el presidente ya lo había decretado.

El segundo decreto fue más simple:

“Se usarán, en esta situación, todos los medios necesarios.”

Muchos se miraron entre sí, pero aceptaron.

Antenor decidió ir a la imprenta a arreglar los detalles de su nuevo folletín. Saludó cordialmente y se fue. El presidente fijó como fecha para la próxima asamblea una semana después de la publicación.

Mientras tanto, la empresa denominada Telepanorama también tuvo una reunión muy importante. El consejo preguntó a qué se debía la asamblea extraordinaria. El gerente de ventas expuso la situación:

—La Fraternidad de esos muchachos puede poner en peligro todos los nuevos emprendimientos en la ciudad.

—¡Qué barbaridad! —exclamó un consejero. Los demás rieron y empezaron a marcharse.

El gerente sonrió sarcásticamente y dijo:

—Rían, manga de imberbes. Deberé solucionar las cosas yo mismo. Como siempre.

Ya caía el sol cuando Antenor entró en una librería.

—Sí, quisiera hablar con el muchacho que se dedica a la diagramación de folletines —dijo.

El encargado le presentó a una muchacha de unos 23 o 24 años. Antenor le explicó cómo quería que quedara el nuevo folleto. Mientras hablaba, la joven iba dibujando en un papel. Cuando él terminó, ella le mostró el diseño y preguntó:

—¿Así le parece bien?

Antenor se sorprendió. Con una leve sonrisa, asintió.

—¿Para cuándo lo necesita?

—Lo más pronto posible.

—¿Para mañana a la noche le parece bien?

Antenor, muy contento con la atención, salió del lugar rumbo al café de todas las noches, donde lo esperaban sus compañeros.

El nuevo emprendimiento cambiaría su vida. Pero él estaba formalmente preparado para eso. Además, contaba con el apoyo de muchísimos colegas.

La próxima asamblea sería fundamental para mucha gente. Por eso Antenor consiguió el folletín tan rápidamente y comenzó a distribuirlo: en clubes, cafés, centros estudiantiles, hospitales, fábricas, y en todo lugar donde hubiera un hombre.

El folleto anunciaba y denunciaba.
Se había vuelto complicado en la ciudad no encontrarse con alguien que no recomiende su lectura.
A los siete días tuvo lugar la tercera asamblea.

Acudieron todos los participantes. Muy ansiosos.
Al caer el sol, comenzó.

El primer comentario fue bastante discutido. Un joven que venía de una empresa petrolera levantó la voz:

—Es realmente absurda la seriedad de esta agrupación. Todavía no se dan cuenta de lo que son capaces de lograr. Pero en lugar de eso, arrancan cometiendo errores. Primer paso, primer tropiezo. Así que, por el bien de esta fraternidad —y creo que no hablo solo por mí—, pido que se renueven inmediatamente las autoridades.

El presidente observaba tranquilo el ambiente. Griterío, discusiones, alboroto. Llevó la pipa a sus labios y la mantuvo unos segundos. De pronto, todos se callaron. Sabían que iba a hablar.

El anciano despidió el humo y dijo:

—Estoy totalmente de acuerdo con usted. Hay que cambiar autoridades cuanto antes. Parece mentira que en tan poco tiempo ya se haya cometido un error del que ni siquiera me he dado cuenta. Sugiero que votemos.

Todos se quedaron impresionados.
Un muchacho preguntó:

—¿Cuál fue el error, presidente?

El viejo señaló con la pipa al joven petrolero. Este, algo asustado, respondió:

—Salió a la calle el primer número del folletín. Llegó a todos lados. Pero… no decía nuestro nombre. Nadie sabe que estamos aquí.

Entonces el presidente señaló a Antenor y dijo:

—Quizás algunos de ustedes sean muy chicos todavía. Quizás tengan poca experiencia. Pero creo que todos merecen, al menos, una oportunidad. Así que, para todos los aquí presentes, Antenor va a tomar la palabra.

Antenor se puso de pie:

—Ante todo, quiero decirles que, como encargado del folletín, les agradezco su participación.
Y si les debo una explicación, como parece, quiero decirles que nosotros podemos tranquilamente usar nuestro nombre para publicar artículos cada semana.
Pero no estamos acá para publicar artículos.

Ese folletín fue solo una prueba para ver cuán de acuerdo con nosotros está nuestra población.
Ese es el tema que hoy deberíamos estar discutiendo.

No podemos publicar nuestro nombre porque hay un riesgo muy grande que no todos en esta sala están dispuestos a correr.

Además, vanagloriarse de algo tan mínimo me resulta totalmente repugnante.

Nosotros no somos un organismo oficial.
No dependemos más que de nosotros mismos.
No le rendimos cuentas a nadie.
Y solo ese “nadie” es nuestro enemigo.

Por eso elegimos el cuatro de copas: por su insignificancia.
Porque ellos dirán “hasta tienen complejo de inferioridad”.
Pero si esto fuera un juego, como en todo, estoy seguro de que ganaría el más inteligente.
Y también habría un vanidoso.
El que se va con el rabo entre las patas.
Eso es todo.

El joven de la petrolera, ofendido, se marchó.

Pero los demás miraron con admiración a Antenor.
Se sintieron orgullosos de pertenecer a una agrupación semejante.

El anciano miró a Antenor unos segundos… y sonrió.
La asamblea continuó durante la noche.
Encargaron a algunos que fueran por aperitivos.
Y volvieron lo más rápido posible.

La reunión recién comenzaba.
Y ya era hora de poner los tantos en la mesa.



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