jueves, 11 de julio de 2019

Comportamiento Humano volumen 0.5


LA LÓGICA DEJA LA RAZÓN POR LA ILÓGICA

   Debo seguir.

Porque escribir es lo único que me queda.
Solo somos mi música, mis palabras y yo.

Ahora me acuerdo qué bien le puso de título:

“Crónica de una soledad compartida”,
aquella novela.

En algún papelucho dice que nací a las 4:00 de la mañana, y desde que me enteré me pregunto si eso tiene algo que ver con este insomnio que parece perseguirme a través de los años.

No encuentro explicación al porqué de mi violencia las noches de luna llena.
Siempre me pregunto si mi horario de nacimiento tiene algo que ver.
Por supuesto que todavía no tengo la respuesta, pero si la tuviera…
¿Qué podría hacer para cambiarlo?

Es otro de esos grandes misterios que no vale la pena develar.

Por otro lado, creo saber que mi soledad está relacionada con estos sucesos.
La luna reina con todo su esplendor por la noche… pero sola.
O algo por el estilo.

Honestamente, no me preocupa demasiado.
Siempre me resultó honesto ser yo mismo.
Pero la verdad es que casi nunca logré serlo.
Siempre fue difícil poder ser lo que soy.

Hay algo en mi personalidad que no es bien visto por casi nadie: mi frontalidad.
Por lo general, siempre terminó hiriendo a mucha gente.
Y la verdad es que más que frontal, creo que debo ser muy cruel.

La parte divertida es que cada vez que intenté ser cruel… no tuve éxito.
Y, sin darme cuenta, causé muchísimas heridas.

Podría decirse que soy un fracasado a propósito.
Y un ganador sin darme cuenta.

Pero ¡qué crueldad!

A veces me asombro de mí mismo, y no entiendo qué quedó de aquel soñador, impulsivo y romántico que alguna vez fui.
Cada día me convenzo más de que soy lo que el destino ha hecho de mí.
Ni más, ni menos.

Creo estar condenado.
Pero mi condena es mucho más dura que cualquier otra.
Pueden quejarse de los trabajos comunitarios, pueden quejarse de los trabajos forzados, pueden quejarse de las minas, pueden quejarse de la cadena perpetua, e incluso de la pena de muerte…

Pero yo estoy condenado a la vida.

Y quienes la conocen, saben que es peor.

No estoy hablando de autodestructividad.
Estoy hablando de vivir. Y de morir.


Siempre fui un tipo que buscó verdades.
Inocente de mí, que nunca busqué los hechos.
Las verdades, en realidad, son una sola.
Sí, solo hay una verdad. No hay dos, ni tres: una sola.
Y nadie la tiene.

En cambio, muchos tenemos muchas mentiras.
Mentiras que creemos verdades.
Y no son otra cosa que miserables mentiras.
Que no podemos esconder.
Porque somos mentirosos por naturaleza.

Y nunca dejaremos de decir nuestras verdades,
que en realidad son una mentira.

Como la verdad es que estoy mintiendo, probablemente diga la verdad.
Es decir: menos por menos...
¿Cómo puede ser que el resultado sea positivo?

Y como no tengo respuestas, y solo tengo música, palabras y soledad, lo único que puedo contar (en voz baja) es que:

Los grandes misterios solo tienen una simple solución.

Y el tren que pasa todos los días a las 23:00 horas por la estación 25 de Mayo… nunca pasó cada 24 horas.

No se dejen engañar.

Podría argumentar cualquier cantidad de barbaridades.
Pero solo voy a nombrar una:

La verdad de todas las mentiras
es que detrás de una mentira
se asoma el reflejo de una verdad.

(¡Chico listo!)

Pero esa verdad está relacionada con el estado sexual de una criatura que no se sabe cuál es su naturaleza.

La verdad es que las religiones no esconden mentiras.
Somos nosotros quienes llevamos las mentiras dentro.

Y una mentira es que todas las religiones tengan la verdad.
Y esa criatura —¿insatisfecha?— está manejando el estado moral, el tiempo, y otras cosas importantes.
Por ejemplo:

  • Que todas las mujeres aman eternamente… hasta que dejan de amar.

  • Que los hombres juran honorablemente… hasta que pierden el honor.

  • Que el viejo Belcebú camina los domingos por las calles de nuestro barrio…
    y no lo descubre nadie.

Llevamos a nuestros niños de la mano mientras él nos acecha.

Dicen los hombres:
“Amén.”
Y por otra parte…
el verano acabó y la primavera ya no volvió.

Si me hubiese enojado en París, alrededor del 1600, diría:
“¡Diantres!”

Pero me enojé mucho antes.
Y aún sigo enojado, tanto tiempo después.   




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