Sigo escribiendo porque, la verdad, ya nada puede saciar esta sed.
La sed de encontrar nuevos horizontes, en los cuales no existan aquellos factores perjudiciales del ecosistema, y que solo favorecen el exterminio, la autodestrucción masiva de todas las especies, empezando por una sola: la raza humana.
¿Adónde fue a parar la música?
¿Qué fue de aquella revolución del amor?
La verdad es que nada de aquello parece haber servido en absoluto.
Los resultados solo demuestran cuán equivocados estaban.
Y, en tal caso, los poseedores de la verdad y las soluciones no eran otros que los atacados injustamente por esa manía absurda de creer que la libertad es solo libertinaje.
¿Por qué, si alguien que sabe mucho más que vos te pide que no elijas, vos igual elegís?
Hace años se descubrió que las caretas son de uso común, y ya no esconden nada.
Ni nadie.
Y solo me queda sentir lástima por quienes las usan…
En el extremo caso de que deba prestarles atención.
A veces me duele.
A veces me molesta.
A veces no existe.
A veces…
Pero nosotros no elegimos ser seres superiores, ni iluminados.
Apenas tomamos un par de decisiones —en su mayoría erradas—, y a falta de quien las tome por nosotros, nos convertimos en una suerte de cerebros mágicos, degenerados, poetas, absurdos… y tomatelas.
Ellos dependen tanto de nosotros como… ¿nosotros de ellos?
¿Realmente dependemos de ellos?
La verdad es que los iluminados vivimos en nuestro mundo paralelo, que por casualidad se mezcla, muchas veces, con el de ellos.
Y esa marginalidad a veces es por opción. A veces es porque sí. ¿Y qué?
“Fui a las puertas del Edén y encontré todo muy bien.”
Llegué tan lejos como espacio conquistaron.
Estuve tan cerca como diminuta la distancia puede ser.
Arriba, muy arriba, hacia el sol.
Y profundo, tan profundo como el peso de la gravedad nos puede llevar un domingo cualquiera.
¿La levedad se logra ingiriendo levadura?
¿Se logra?
Es más fácil conseguir hielo en el infierno que no vivir en él y pisar el suelo de los mortales.
Los contactos están gastados.
La tristeza es eso que sentimos cuando llueven margaritas.
Una docena de rosas es solo eso.
Estar preparados es de boy scouts.
Y aquí no hay ni boys, ni scouts.
Quizás un Clint Eastwood.
Quizás un John Wayne.
Quizás un periodista al mediodía.
Los temas más profundos son los que menos conocemos.
Pero la profundidad es nuestro hábitat.
La miseria, una bicoca.
La pobreza, una vergüenza.
Y el viejo loco… es el viejo cuento del plato de madera.
Como explicaciones escasean —tanto como sabios o intelectuales—, el de todas las noches iluminará a continuación esa bola de grasa que les duele cuando las cuentas no cierran.
No tengo dinero.
No tengo auto.
No tengo relojes costosos.
Pero soy rockero, vieja.
No soy drogadicto.
No soy alcohólico.
No soy homosexual.
Y soy un santo.
Mi chamuyo es elegante.
Mis promesas, imprudentes.
Y esa seca rubia es mi pan tostado al desayuno (que no es lo mismo que ser Salvador, Guadalajara o Beirut).
Por fortuna, estoy completamente en mis seis sentidos.
Por desgracia, perdí la acidez estomacal, el asco, la resaca, el frío, el calor…
Y muy infortunadamente para todos, el sueño.
Que el viejo Santa sea el Papá Noel del capitalismo.
Y que aquí, en el subdesarrollo, siga siendo Papá Noel el que nos alegra una noche y nos regala los motivos para festejar cuando no los tenemos.
Que no se me pase el estofado.
Que no se me sequen las manos.
Y que el sudor no me consuma.
¡Qué alegría! ¡Si soy más ángel que el Lucifer!
Nota:
Este artículo ha llegado a nuestra editorial firmado por el articulador.
El remitente está borroneado, y solo se puede leer una frase más o menos así:
“M nt d oca.”
EL EDITOR
reflexión filosófica literatura independiente microensayo existencial escritor argentino contemporáneo
textos poéticos con humor pensamiento crítico filosofía cotidiana
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