lunes, 29 de julio de 2019

Idealmente en Sociedad

UN HOMBRE QUE BUSCA SU LUGAR EN EL MUNDO


Aunque el terapeuta me lo había prohibido, mi jefe me decía que yo trabajaba de liquidador, y no me gustó, y con esa insatisfacción sobre mis hombros decidí cambiar mi vida; no quisiera vivir insatisfecho durante lo que me quede por vivir, por eso tengo que estudiar posibilidades, tengo que ver como vive el resto del mundo…  

AAl cabo de un mes de viaje anclamos en un puerto oscuro, lúgubre, triste, y me cayó alguna lágrima, así que decidí desembarcar e investigar esta sociedad. Tomé mi bagayo y caminé tierra adentro. Las calles eran de tierra rojiza, transformadas en barro por la lluvia, con un aroma especial: hierbas al amanecer mezcladas con un hedor a sangre vieja, inconfundible y confuso.

La gente me observaba con tristeza, y a mí me embargó la pena. Llegué a la construcción más grande del poblado y pedí hospitalidad con una gran sonrisa, pero solo obtuve alaridos hostiles en un idioma desconocido. Alarmado, continué mi camino.

Durante horas caminé sin entender nada. Las mujeres lavaban sus harapos en un riachuelo, los hombres estaban semidesnudos y presumían sus presas de caza, golpeándose el pecho. Sospeché una competencia ritual por demostrar su destreza. Miré el cielo e imaginé mi futuro en un entorno así: mezcla de dolor y asco. Empecé a correr hacia lo más salvaje de la selva.

Por momentos sentía que me acechaban; escuchaba sonidos nuevos y la ansiedad me dominaba. Descubrí que grandes felinos me rodeaban, con melena, garras respetables y mirada felina: era su cena. Avancé lentamente, hasta que una manda de gacelas se interpuso, salvándome.

Con las piernas temblorosas, dejé que mi cuerpo desfalleciera. Una avioneta pasó cerca, rumbo al sol. Con renovada energía corrí hacia el aeródromo, tomé la nave y empecé a pilotear. Tras horas volando, unos aviones verdes ruidosos se acercaron. En la radio escuché llamadas en otro idioma, luego disparos al despegar. Perdí aire en las llantas y, tras atravesar una nube de humo, tuve que forzar el aterrizaje.

Estrellé la avioneta en una calle en ruinas en medio de un tiroteo. Corrí y me refugié en la única edificación que quedaba en pie, me dormí agotado, con un calor sofocante. Al despertar, estaba atado y amordazado, pero un baldazo de agua me revivió. Observé que unos felinos hubiesen sido más piadosos.

Mis músculos se retorcían, salía humo, y no entendía qué querían de mí. Mandé un cordial saludo a todas las mujeres de la familia del hombre armado. Uno de ellos se comunicó conmigo en mi idioma, explicó mi situación y todos se rieron. Me dieron agua y me dejaron ir. Al salir, el calor me cegó; entonces aparecieron nuevos disparos, quedé sin sombra, y me derrumbé. Miré al cielo e imaginé un futuro triste, violento y abrasador. No podía vivir allí. Me fui al muelle olvidado, robé una embarcación y partí sin rumbo, brújula o carta de navegación.

Dormí varios días en el mar, con la boca reseca. Una señorita rubia, de belleza angelical, me despertó con delicadeza. Nuestros idiomas no coincidían, pero ella usó señas y logramos comunicarnos. Me llevó a una cabaña junto al mar, donde las liebres correteaban y parecía un cuento de hadas. No temí a ninguna bruja, porque, según ella, ya habían sido quemadas siglos atrás.

Pasamos varios días aprendiendo trozos de su idioma, por las mañanas yo recogía leña y ella amasaba queso de cabra con harina y servía vino. Me decía que eso me hacía fuerte y grande, aunque no comprendía muy bien. Por las tardes, ella recogía flores, lavaba ropa en un arroyo y tejía en la cabaña. Aquella noche tranquila, los lobos aullaban, el frío sugería abrigo… ella tenía frío, y me pidió calentar su lecho. Me encontré con su piel suave, su aliento dulce y su cabello dorado. La química, la física y la fisiología hicieron lo suyo. El encuentro fue magnífico, y ella prometió amor eterno.

Por momentos, el lugar parecía perfecto: armonía, belleza, paz. Sin embargo, mi búsqueda continuaba. A la mañana siguiente dejé una carta, tomé mi bagayo y partí.

Caminé horas hasta encontré unas vías de ferrocarril y las seguí hacia el este, recordando cada instante vivido: el bosque y la cabaña eran lo mejor, pero tenía que continuar. Llegué a un poblado antiguo, la estación estaba arruinada. Solo dos personas esperaban: una al oeste, otra al este. Mi intuición me mandó al sol, así que salté al vagón, escapando del guarda.

El paisaje cambió: vegetación diversa, fauna nueva, montañas, aves multicolores junto a mi ventana. Abajo, manadas de equinos y criaturas acuáticas. Hasta un elefante apareció cerca de las vías. El viaje en tren fue de lo más maravilloso, y me entristeció bajar.

Continué a pie hasta un lugar cálido, húmedo, con gente pequeña y hospitalaria, aunque recelosa. Me acerqué, solo escuché onomatopeyas. Ellos me guiaron hasta una edificación escalonada. No conté bien los escalones por la confusión...

Dentro, un niño susurró onomatopeyas, otros aplaudieron, y me ataron a una caña de bambú, transportándome entre cánticos. Me sentí tranquilo pese al riesgo. De pronto apareció un mono gigante, y corrieron aterrorizados, dejándome caer. El mono resultó simpático, me dio sopa en lugar de comerme, luego me cargó. Así continuamos el viaje: yo como equipaje.

Entre lianas y ramas cruzamos la selva, emocionante y peligrosa, hasta llegar a un clan de seres similares. Un golpe en la espalda me sorprendió: habíamos llegado. Me examinaron, olfatearon, y descubrí que una hembra de ojos lindos me había adoptado. Me dejó en una rama con comida, y me dio palmadas en la cabeza como muestra de afecto.

Los días fueron tranquilos. Me adapté a llevar vida de primate: nadar, descansar en copas de árboles, esperar alimentos, dormir en hamaca con la paz de jungla.

Aunque me integré a la perfección, no pertenecía del todo y eso me preocupaba.

Un día corrimos alertados por un sonido ensordecedor. Un macho de mi clan se abrió el pecho y derramó su sangre para que los otros pudieran escapar, aunque ninguno lo consiguió.  La humanidad me rescató otra vez, me curaron en un hospital improvisado, donde reflexioné sobre cuál sociedad le hacía bien a un hombre que busca su destino

Recordé mi hogar en el bosque con la hembra humana, y decidí regresar. El viaje de vuelta fue breve, imaginé todo lo que haría. Al llegar, vi niños jugando, aroma de pan recién horneado, puertas abiertas... hasta que ella apareció con un montañés barbudo con escopeta. Al preguntarle por su promesa, me dijo que aún me amaba, pero que ahora pertenecía al otro. Me sentí estafado, defraudado, sin esperanza, y sin lugar en el mundo.

Sin sociedad otra vez, volví al mundo cruel. Con canas, sin lugar, entendí que la sociedad ideal tal vez solo existió en breves momentos. Quizás no existe una comunidad perfecta, aunque mi esperanza persiste.rmé mi equipaje y me embarqué, no importaba hacia donde, lo único que importaba era que sea con destino a una sociedad distinta, y así, me encontré navegando durante un tiempo; en alta mar me di cuenta de que la tripulación de aquella embarcación también tenía un modo de vida distinto al mío, y por un momento la idea de vivir navegando me sedujo un poco, pero luego razoné que en esa forma de vida no había espacio para el arte, y ya no me gustó ¿Cómo voy a navegar constantemente sin asistir a un concierto en el momento en el que tenga ganas? Mejor sigo buscando… 


jueves, 25 de julio de 2019

Comportamiento Humano Volúmen 0.7

EL TIEMPO, ¿MITO O VERDAD?
        

Solo una estrella.
Porque las demás ya se han ido a dormir.
Solo una estrella me acompaña.
Porque las demás ya se fueron.
Pero yo no.

Hace muchos años que dejé de mirar el reloj.
Y hoy no lo voy a hacer. Porque no.
Porque hace mucho que dejó de importarme la hora.
Y seguramente se detuvo aquel día.
Ese maldito día…
Que tampoco existe porque lo borré de mi calendario.

No me acuerdo si hacía frío o calor.
No recuerdo si fue de noche o de día.
La cuestión fue que estaba ella, con ese vestido…

Bueno, no me acuerdo de qué color era.
Es extraño: no recuerdo los colores.
Quizás no haga diferencia en mi relato.

Como decía, estaba ella con su vestido y estaba yo.
En aquel entonces tenía a mi perro.
Su nombre era… se me olvidó.

Bueno, mi perro entraba en ese momento.
Eso quería decir que ella vendría detrás.
Así que hice todo lo que pude.
Lamentablemente no fue suficiente.

Ella acababa de traspasar el portal.
Se sacó sus botas de cuero de víbora y caminó hacia la heladera.
Abrió dos cervezas.
Entonces escuchó algo.

Bebió un trago, tomó un cuchillo y caminó muy sigilosamente hacia la habitación.
Dejó su sombrero en el camino,
y sus pies descalzos pisaron, desafortunadamente, una copa rota.

Aguantando el dolor, cayó un minuto sobre la alfombra.
Mi perro comenzó a ladrar.
Y su sangre viajó a través de la alfombra como un río caudaloso.

Entonces me di cuenta.
Tomé mi revólver de debajo de la cama y me escondí detrás de la puerta.

Mi perro asomó el hocico. Ladraba insistentemente.
Ella se armó de valor.
Se puso de pie y entonces encontró más armas.

Con una sonrisa —como solo ella podía tener— arrojó la cartuchera por la ventana con todas las balas.
Bebió otro trago, esta vez más largo.
Se desabrochó la camisa.
Su corpiño también estaba desabrochado.

El perro seguía ladrando.
El calor me hacía transpirar.
Y no sabía con qué me podía encontrar.

En la cabaña, la temperatura era mucho más baja que afuera.
Pero yo seguía sudando.
Y mi perro… mi perro continuaba ladrando.

Entonces hice un gesto, que acompañé con un sonido, en señal de tranquilidad.
Y fue cuando ella entró en el dormitorio.

Se quedó un instante sin moverse, observando la cama.
Agachó la cabeza, cobró valor…
y se arrojó sobre ella.

Entre gritos y forcejeos —y mi perro que continuaba ladrando—,
cerré lentamente la puerta
y le disparé.

El perro paró de ladrar.
Y un grito me dijo:

—¡Es mi hermana! ¡La mataste!

Comprendí entonces lo que había hecho.
No solo la había engañado con su hermana…
sino que también la había matado.

No pude resistir la rabia.
Y maté, entonces, a su hermana también.
Maté al perro.
Y luego disparé a todo lo que hacía ruido.
Como ese maldito reloj.

Prendí fuego el lugar.
Nunca pude olvidar aquello.
Pero ahora no puedo recordar cómo salí de allí.
Solo sé que desperté sin perro, sin mujer y sin cuñada.

Cuando quise saber la hora, me encontré con que el reloj había recibido un disparo.
Y nunca supe qué había pasado…

Hasta hoy.

Porque hoy lo descubrí todo gracias a una pregunta que me hicieron:

—¿Por qué nos mataste?

Supongo que serían sus fantasmas.
Pero como abrí los ojos y no vi nada… comencé a recordar.

Ahora que sé lo que hice,
también sé por qué mi reloj tenía un disparo.

A mí también me persiguieron.
Y me mataron, por todo el mal que les causé a aquellas hermanas.

Ahora soy solo una sombra.
Que vaga eternamente en busca de perdón… y de venganza.

Porque me arrepiento.
Y les pido perdón, hermanas.

Pero mi perro —que nunca lo hará— continúa persiguiéndome.
Ahora se debe estar acercando…
pero ya poco me importa.

Como decía:
no sé la hora.
Seguramente… es hora de morir.

NOTA:
Este artículo llegó a nuestra editorial la semana pasada con un certificado de autenticidad firmado por un escribano.
Nos asustamos mucho cuando reconocimos la firma del articulador.

Hoy… nos llegó otro artículo.

El Editor



reflexión filosófica literatura independiente microensayo existencial escritor argentino contemporáneo textos poéticos con humor pensamiento crítico filosofía cotidiana




jueves, 18 de julio de 2019

Comportamiento Humano volumen 0.6




LOCURA Y GENIALIDAD

La noche está estrellada: y afuera el aire huele a jazmín, por la tarde estuvo lloviendo, y la humedad en la tierra hace que mis pasos sean más suaves, es demasiado lindo estar aquí afuera, pero tengo que entrar, y no puedo resistir la tentación de quedarme una noche más, solamente el aire puro, la luna y yo, ahí adentro hay algo bueno, algo que quema, algo que se mide tanto en litros, como en graduación, no está del todo mal, se que si entro este instante ya no volverá, y es tan bueno que no quiero perderlo, probablemente me quede aquí, pero el viento seca mis labios, necesito entrar, quizás cuando la luna vuelva a esconderse, entre, siento el aleteo de los insectos a mi alrededor, siento los pasos de las hormigas por entre mis pies, el viento roza mi alma, la luz de la luna se refleja en este charco, los grillos musicalizan este concierto, las ranas hacen los coros, aullidos, las nubes van y vienen, de pronto se abren, de pronto se cierran, cuando se abren, estrellas se caen, cuando se cierran la oscuridad se prende y un mundo mágico invade mis sentidos, me atrapa y me hipnotiza, un reloj que no se escucha, un calendario vacío, a mi lado se abre un camino, yo me sumerjo aún más y lo transito, al cabo de unas horas encuentro peregrinos, las damas lavan sus ropas allí a la orilla del riacho, jinetes apurados, y la despreocupación de sus caballos marcan mis pasos, ahora las trompetas anuncian una entrada triunfal, me acerco y en las puertas de palacio un gracioso guardia me saluda cordialmente y me invita a la celebración, el flamante monarca está festejando la cosecha, los campesinos se mezclan en la algarabía, con él, todos bailan, y muy felices comparten sus copas, el más humilde campesino, y el más noble de la corte están allí, nada les preocupa más que festejar, como espectador o como participante festejo con ellos, las doncellas me saludan al pasar y las ancianas me guiñan sus ojos en complicidad de mis picardías, de pronto la lluvia vuelve y trae con ella mucha más alegría, las gotas en mi rostro me hacen perder la noción, el tiempo, el lugar, y este encanto y esta fiesta, la noche está estrellada, porque las nubes se abrieron una vez más, otra estrella acaba de caer es muy probable que esa estrella haya sido mía, porque ahora el encanto comienza a desaparecer, mis pasos se sienten pesados, el aire ya no huele a jazmín, siento algo que sube dentro mío, es imperativo que llegue adentro, el charco hace que mis pasos se pierdan en un tropiezo, me arrastro pero la desesperación me hace perder el equilibrio, intento levantarme, una y otra vez, los insectos zumban en mis oídos, una estrella se me viene encima me vuelvo a desesperar, comienzo a gritar, nadie me responde, lágrimas acuden a mis ojos, y no consigo ponerme en pie, las hormigas recorren mis manos y todo mi cuerpo, los grillos y las ranas me atormentan con ese endiablado sonido, en medio de este silencio nocturno y de mi soledad, la luz está por aplastarme, me incorporo y emprendo mi camino hacia adentro, pero la lluvia me golpea cada vez más, con un último esfuerzo, me arrojo adentro, me quedo un instante en el piso, y observo mi fortuna al ver como esa estrella, impacta con el maldito charco, respiro un segundo, me doy vuelta y a mi espalda quedó la ventana cerrada, la que una vez fue la salida, y hoy se convirtió en entrada, me pesan mis pasos pero no desisto, solo unos cuantos pasos más, y mi alma encontrará la paz, pero ahora, ahora que estoy adentro encuentro todo vacío, y más lágrimas acuden a mis ojos, empiezo a contener mi desesperación, hasta que por fin encuentro unas gotas, unas pocas, son suficientes para calmarme, pero necesito más, necesito unas copas que me devuelvan mi ser, en algún lugar dejé una botella.

La noche está estrellada,
y afuera el aire huele a jazmín.
Por la tarde estuvo lloviendo, y la humedad en la tierra hace que mis pasos sean más suaves.
Es demasiado lindo estar aquí afuera… pero tengo que entrar.
Y no puedo resistir la tentación de quedarme una noche más.

Solamente el aire puro, la luna y yo.

Ahí adentro hay algo bueno.
Algo que quema.
Algo que se mide tanto en litros como en grados de graduación.
No está del todo mal.
Sé que, si entro, este instante ya no volverá.
Y es tan bueno… que no quiero perderlo.

Probablemente me quede aquí.
Pero el viento seca mis labios.
Necesito entrar.
Quizás, cuando la luna vuelva a esconderse… entre.

Siento el aleteo de los insectos a mi alrededor.
Siento los pasos de las hormigas por entre mis pies.
El viento roza mi alma.
La luz de la luna se refleja en este charco.
Los grillos musicalizan este concierto.
Las ranas hacen los coros.
Aullidos.
Las nubes van y vienen.

De pronto se abren.
De pronto se cierran.
Cuando se abren, estrellas se caen.
Cuando se cierran, la oscuridad se prende.
Y un mundo mágico invade mis sentidos.

Me atrapa. Me hipnotiza.

Un reloj que no se escucha.
Un calendario vacío.
A mi lado se abre un camino.
Yo me sumerjo aún más y lo transito.

Al cabo de unas horas encuentro peregrinos.
Las damas lavan sus ropas a la orilla del riacho.
Jinetes apurados.
Y la despreocupación de sus caballos marca mis pasos.

Ahora las trompetas anuncian una entrada triunfal.
Me acerco.
En las puertas del palacio, un guardia gracioso me saluda cordialmente y me invita a la celebración.


El flamante monarca está festejando la cosecha.
Los campesinos se mezclan en la algarabía con él.
Todos bailan, y muy felices comparten sus copas.

El más humilde campesino y el más noble de la corte están allí.
Nada les preocupa más que festejar.

Como espectador o como participante, festejo con ellos.
Las doncellas me saludan al pasar.
Y las ancianas me guiñan sus ojos en complicidad con mis picardías.

De pronto, la lluvia vuelve.
Y trae con ella mucha más alegría.
Las gotas en mi rostro me hacen perder la noción:
el tiempo, el lugar, este encanto… esta fiesta.

La noche está estrellada,
porque las nubes se abrieron una vez más.
Otra estrella acaba de caer.
Es muy probable que esa estrella haya sido mía.

Porque ahora el encanto comienza a desaparecer.
Mis pasos se sienten pesados.
El aire ya no huele a jazmín.

Siento algo que sube dentro mío.
Es imperativo llegar adentro.

El charco hace que mis pasos se pierdan en un tropiezo.
Me arrastro.
Pero la desesperación me hace perder el equilibrio.
Intento levantarme una y otra vez.

Los insectos zumban en mis oídos.
Una estrella se me viene encima.
Me vuelvo a desesperar.

Comienzo a gritar.
Nadie me responde.
Lágrimas acuden a mis ojos.
No consigo ponerme en pie.

Las hormigas recorren mis manos, todo mi cuerpo.
Los grillos y las ranas me atormentan con ese endiablado sonido.

En medio de este silencio nocturno, y de mi soledad,
la luz está por aplastarme.

Me incorporo.
Emprendo mi camino hacia adentro.
Pero la lluvia me golpea cada vez más.

Con un último esfuerzo, me arrojo dentro.
Me quedo un instante en el piso.

Observo mi fortuna al ver cómo esa estrella impacta contra el maldito charco.
Respiro un segundo.
Me doy vuelta.

A mi espalda quedó la ventana cerrada:
la que una vez fue la salida,
y hoy se convirtió en la entrada.

Me pesan los pasos, pero no desisto.
Solo unos cuantos más…
y mi alma encontrará la paz.

Pero ahora, ahora que estoy adentro,
encuentro todo vacío.

Más lágrimas acuden a mis ojos.
Empiezo a contener mi desesperación…
hasta que, por fin, encuentro unas gotas.
Unas pocas.

Son suficientes para calmarme.

Pero necesito más.
Necesito unas copas que me devuelvan mi ser.

En algún lugar dejé una botella.

Nota:
En tu memoria. Nunca te olvidaremos.
Los muchachos de siempre.



reflexión filosófica literatura independiente microensayo existencial escritor argentino contemporáneo textos poéticos con humor pensamiento crítico filosofía cotidiana

jueves, 11 de julio de 2019

Comportamiento Humano volumen 0.5


LA LÓGICA DEJA LA RAZÓN POR LA ILÓGICA

   Debo seguir.

Porque escribir es lo único que me queda.
Solo somos mi música, mis palabras y yo.

Ahora me acuerdo qué bien le puso de título:

“Crónica de una soledad compartida”,
aquella novela.

En algún papelucho dice que nací a las 4:00 de la mañana, y desde que me enteré me pregunto si eso tiene algo que ver con este insomnio que parece perseguirme a través de los años.

No encuentro explicación al porqué de mi violencia las noches de luna llena.
Siempre me pregunto si mi horario de nacimiento tiene algo que ver.
Por supuesto que todavía no tengo la respuesta, pero si la tuviera…
¿Qué podría hacer para cambiarlo?

Es otro de esos grandes misterios que no vale la pena develar.

Por otro lado, creo saber que mi soledad está relacionada con estos sucesos.
La luna reina con todo su esplendor por la noche… pero sola.
O algo por el estilo.

Honestamente, no me preocupa demasiado.
Siempre me resultó honesto ser yo mismo.
Pero la verdad es que casi nunca logré serlo.
Siempre fue difícil poder ser lo que soy.

Hay algo en mi personalidad que no es bien visto por casi nadie: mi frontalidad.
Por lo general, siempre terminó hiriendo a mucha gente.
Y la verdad es que más que frontal, creo que debo ser muy cruel.

La parte divertida es que cada vez que intenté ser cruel… no tuve éxito.
Y, sin darme cuenta, causé muchísimas heridas.

Podría decirse que soy un fracasado a propósito.
Y un ganador sin darme cuenta.

Pero ¡qué crueldad!

A veces me asombro de mí mismo, y no entiendo qué quedó de aquel soñador, impulsivo y romántico que alguna vez fui.
Cada día me convenzo más de que soy lo que el destino ha hecho de mí.
Ni más, ni menos.

Creo estar condenado.
Pero mi condena es mucho más dura que cualquier otra.
Pueden quejarse de los trabajos comunitarios, pueden quejarse de los trabajos forzados, pueden quejarse de las minas, pueden quejarse de la cadena perpetua, e incluso de la pena de muerte…

Pero yo estoy condenado a la vida.

Y quienes la conocen, saben que es peor.

No estoy hablando de autodestructividad.
Estoy hablando de vivir. Y de morir.


Siempre fui un tipo que buscó verdades.
Inocente de mí, que nunca busqué los hechos.
Las verdades, en realidad, son una sola.
Sí, solo hay una verdad. No hay dos, ni tres: una sola.
Y nadie la tiene.

En cambio, muchos tenemos muchas mentiras.
Mentiras que creemos verdades.
Y no son otra cosa que miserables mentiras.
Que no podemos esconder.
Porque somos mentirosos por naturaleza.

Y nunca dejaremos de decir nuestras verdades,
que en realidad son una mentira.

Como la verdad es que estoy mintiendo, probablemente diga la verdad.
Es decir: menos por menos...
¿Cómo puede ser que el resultado sea positivo?

Y como no tengo respuestas, y solo tengo música, palabras y soledad, lo único que puedo contar (en voz baja) es que:

Los grandes misterios solo tienen una simple solución.

Y el tren que pasa todos los días a las 23:00 horas por la estación 25 de Mayo… nunca pasó cada 24 horas.

No se dejen engañar.

Podría argumentar cualquier cantidad de barbaridades.
Pero solo voy a nombrar una:

La verdad de todas las mentiras
es que detrás de una mentira
se asoma el reflejo de una verdad.

(¡Chico listo!)

Pero esa verdad está relacionada con el estado sexual de una criatura que no se sabe cuál es su naturaleza.

La verdad es que las religiones no esconden mentiras.
Somos nosotros quienes llevamos las mentiras dentro.

Y una mentira es que todas las religiones tengan la verdad.
Y esa criatura —¿insatisfecha?— está manejando el estado moral, el tiempo, y otras cosas importantes.
Por ejemplo:

  • Que todas las mujeres aman eternamente… hasta que dejan de amar.

  • Que los hombres juran honorablemente… hasta que pierden el honor.

  • Que el viejo Belcebú camina los domingos por las calles de nuestro barrio…
    y no lo descubre nadie.

Llevamos a nuestros niños de la mano mientras él nos acecha.

Dicen los hombres:
“Amén.”
Y por otra parte…
el verano acabó y la primavera ya no volvió.

Si me hubiese enojado en París, alrededor del 1600, diría:
“¡Diantres!”

Pero me enojé mucho antes.
Y aún sigo enojado, tanto tiempo después.   




reflexión filosófica  literatura independiente microensayo existencial  escritor argentino contemporáneo textos poéticos con humor


jueves, 4 de julio de 2019

Comportamiento Humano Volumen 0.4




EL ARTICUALDOR SOBRE LA COMUNIDAD

En la segunda reunión de la fraternidad, los fundadores decidieron que sus cargos de fundadores vitalicios eran inamovibles. Una cuestión más que obvia. Luego desplegaron un pergamino con los objetivos que deberían acatar.

El primero en la lista era un arquitecto que tenía la intención de reformar los edificios municipales. Este arquitecto consiguió la licitación porque le había dado trabajo a varios hijos de algunos concejales, y ellos “arreglaron” el asunto.

El presidente de la hermandad era un viejo bastante callado, con muchas arrugas. Fumaba su pipa justo antes de decir una palabra y tenía la admiración de todos dentro de la fraternidad.

El vicepresidente era un muchacho de unos 25 años, recién graduado de la carrera de diplomático. Un joven prodigio. La educación que había recibido durante su cuarto de siglo había sido de lo mejor: esos colegios tradicionalistas a los que asistió lo transformaron en un hombre de mundo con apenas 25 años. Su nombre era Antenor G. Tenía la mirada de un muchacho inocente, una sonrisa contagiosa y una energía envidiable.

El presidente le había dicho que era tiempo de lograr su primera victoria, y, dada la situación, deberían emplearse todos los medios necesarios. Así que la primera medida fue crear un folletín, que debía llegar a todos los rincones de la ciudad. En él, se explicaría a la población lo nocivo de la existencia de “estos señores” y la importancia de renovar todos los ámbitos a manos de “nuestros muchachos”.

Por supuesto, todos los miembros quisieron participar. Dispersaron los temas entre ellos y el presidente decretó que la publicación final sería seleccionada por Antenor. Todos redactaron un pequeño párrafo y se lo llevaron.

Todos los miembros habían conseguido su propósito. Todos hablaban de lo mismo. La elección fue difícil para Antenor. Entonces, tuvo una idea: hasta que no se logre reformar el sistema educativo, solo se publicarían artículos con pocas palabras difíciles, para que el grueso de la población pudiera entenderlos.

Muchos quedaron asombrados. Protestaron, argumentando que semejante medida ponía en peligro la seriedad de la fraternidad. Pero el presidente ya lo había decretado.

El segundo decreto fue más simple:

“Se usarán, en esta situación, todos los medios necesarios.”

Muchos se miraron entre sí, pero aceptaron.

Antenor decidió ir a la imprenta a arreglar los detalles de su nuevo folletín. Saludó cordialmente y se fue. El presidente fijó como fecha para la próxima asamblea una semana después de la publicación.

Mientras tanto, la empresa denominada Telepanorama también tuvo una reunión muy importante. El consejo preguntó a qué se debía la asamblea extraordinaria. El gerente de ventas expuso la situación:

—La Fraternidad de esos muchachos puede poner en peligro todos los nuevos emprendimientos en la ciudad.

—¡Qué barbaridad! —exclamó un consejero. Los demás rieron y empezaron a marcharse.

El gerente sonrió sarcásticamente y dijo:

—Rían, manga de imberbes. Deberé solucionar las cosas yo mismo. Como siempre.

Ya caía el sol cuando Antenor entró en una librería.

—Sí, quisiera hablar con el muchacho que se dedica a la diagramación de folletines —dijo.

El encargado le presentó a una muchacha de unos 23 o 24 años. Antenor le explicó cómo quería que quedara el nuevo folleto. Mientras hablaba, la joven iba dibujando en un papel. Cuando él terminó, ella le mostró el diseño y preguntó:

—¿Así le parece bien?

Antenor se sorprendió. Con una leve sonrisa, asintió.

—¿Para cuándo lo necesita?

—Lo más pronto posible.

—¿Para mañana a la noche le parece bien?

Antenor, muy contento con la atención, salió del lugar rumbo al café de todas las noches, donde lo esperaban sus compañeros.

El nuevo emprendimiento cambiaría su vida. Pero él estaba formalmente preparado para eso. Además, contaba con el apoyo de muchísimos colegas.

La próxima asamblea sería fundamental para mucha gente. Por eso Antenor consiguió el folletín tan rápidamente y comenzó a distribuirlo: en clubes, cafés, centros estudiantiles, hospitales, fábricas, y en todo lugar donde hubiera un hombre.

El folleto anunciaba y denunciaba.
Se había vuelto complicado en la ciudad no encontrarse con alguien que no recomiende su lectura.
A los siete días tuvo lugar la tercera asamblea.

Acudieron todos los participantes. Muy ansiosos.
Al caer el sol, comenzó.

El primer comentario fue bastante discutido. Un joven que venía de una empresa petrolera levantó la voz:

—Es realmente absurda la seriedad de esta agrupación. Todavía no se dan cuenta de lo que son capaces de lograr. Pero en lugar de eso, arrancan cometiendo errores. Primer paso, primer tropiezo. Así que, por el bien de esta fraternidad —y creo que no hablo solo por mí—, pido que se renueven inmediatamente las autoridades.

El presidente observaba tranquilo el ambiente. Griterío, discusiones, alboroto. Llevó la pipa a sus labios y la mantuvo unos segundos. De pronto, todos se callaron. Sabían que iba a hablar.

El anciano despidió el humo y dijo:

—Estoy totalmente de acuerdo con usted. Hay que cambiar autoridades cuanto antes. Parece mentira que en tan poco tiempo ya se haya cometido un error del que ni siquiera me he dado cuenta. Sugiero que votemos.

Todos se quedaron impresionados.
Un muchacho preguntó:

—¿Cuál fue el error, presidente?

El viejo señaló con la pipa al joven petrolero. Este, algo asustado, respondió:

—Salió a la calle el primer número del folletín. Llegó a todos lados. Pero… no decía nuestro nombre. Nadie sabe que estamos aquí.

Entonces el presidente señaló a Antenor y dijo:

—Quizás algunos de ustedes sean muy chicos todavía. Quizás tengan poca experiencia. Pero creo que todos merecen, al menos, una oportunidad. Así que, para todos los aquí presentes, Antenor va a tomar la palabra.

Antenor se puso de pie:

—Ante todo, quiero decirles que, como encargado del folletín, les agradezco su participación.
Y si les debo una explicación, como parece, quiero decirles que nosotros podemos tranquilamente usar nuestro nombre para publicar artículos cada semana.
Pero no estamos acá para publicar artículos.

Ese folletín fue solo una prueba para ver cuán de acuerdo con nosotros está nuestra población.
Ese es el tema que hoy deberíamos estar discutiendo.

No podemos publicar nuestro nombre porque hay un riesgo muy grande que no todos en esta sala están dispuestos a correr.

Además, vanagloriarse de algo tan mínimo me resulta totalmente repugnante.

Nosotros no somos un organismo oficial.
No dependemos más que de nosotros mismos.
No le rendimos cuentas a nadie.
Y solo ese “nadie” es nuestro enemigo.

Por eso elegimos el cuatro de copas: por su insignificancia.
Porque ellos dirán “hasta tienen complejo de inferioridad”.
Pero si esto fuera un juego, como en todo, estoy seguro de que ganaría el más inteligente.
Y también habría un vanidoso.
El que se va con el rabo entre las patas.
Eso es todo.

El joven de la petrolera, ofendido, se marchó.

Pero los demás miraron con admiración a Antenor.
Se sintieron orgullosos de pertenecer a una agrupación semejante.

El anciano miró a Antenor unos segundos… y sonrió.
La asamblea continuó durante la noche.
Encargaron a algunos que fueran por aperitivos.
Y volvieron lo más rápido posible.

La reunión recién comenzaba.
Y ya era hora de poner los tantos en la mesa.



reflexión filosófica literatura independiente  microensayo existencial
escritor argentino contemporáneo textos poéticos con humor pensamiento crítico filosofía cotidiana


lunes, 1 de julio de 2019

Esférica Princesa Cruel


AMOR TECNOLÓGICO

Hoy es un día de sol, y bueno... se supone que para algunos eso es bueno, y para muchos no. La cuestión está en encontrar el equilibrio y el respeto mutuo. Pero lo más importante de todo es que, al despertarme, intenté escuchar un poco de música. Sin éxito, no me quedó más remedio que hacer uso de la tecnología para buscar alguna canción.

Entonces, apareció frente a mí el Messenger, ese maldito programa cursi que usamos los soñadores. Allí encontré un mensaje de una mujer. Ahora bien, en este punto tengo que detenerme: para bien o para mal —o como dice esa canción de Paz Martínez—, el hecho es que esta hembra terrícola es un signo de interrogación, un signo de admiración, un punto y coma, una diéresis, y hasta una onomatopeya.

De más está decir que la objetividad, que en este caso está en manos de un ser accidentalmente subjetivo, puede convertirse en una derivada, una parábola, o cualquier tipo de función matemática de esas incomprensibles de tan lógicas que resultan.

Una hembra, una canción y un ser subjetivo... de más está decir que las explosiones y las interrogaciones son corrientes en estas historias. Pero esa poesía que entre ellos (casi) existió, resultó ser un reflejo, y por lo tanto, la química, la física y la gravedad entraron en contacto y se fusionaron. Porque un reflejo no es más que una consecuencia.

Y cuando no alcanzan la astrología, la astronomía y demás astros, siempre existirá una canción. Así, esta canción: Una poesía que descubre que el desengaño puede ser anterior a la ilusión y comenzar donde todo debería terminar. (No hay mejor definición de la situación.)

Entre ella y él —la hembra terrícola y el ser subjetivo— millones de obstáculos, desilusiones, encuentros y encrucijadas.

Alguna vez se dijo que para entenderse no hace falta hablar el mismo idioma. Que el cielo no existiría si no existiera el infierno. Y millones de metáforas que durante años los poetas explotaron. Pero en definitiva, los caminos siguen siendo dos: pelear contra la naturaleza o seguir adelante en la medida en que la fe lo permita, hacia el camino opuesto.

Digamos que de algún modo, o de otro, el final siempre se puede encontrar. El fin existe, tiene su razón de ser en todas las direcciones. Pero los comienzos, los principios, nunca sabemos en qué dirección están, o si los vamos a aceptar.

Así que, entre una mala obra de teatro y una partida de bingo, no hay quien garantice que algo malo no ocurra. Si a uno le sobran escrúpulos, a otro probablemente le falten.

Finalmente, existen. Los dos. La hembra terrícola y el ser accidentalmente subjetivo. Están cerca. Y aunque la fusión y la resistencia sean fuertes —aunque los astros no funcionen—, algo ocurre.


Invitar café
Volver a página anterior
Seguir leyendo