El asesinato del fiscal Natalio (La verdadera historia de un falso suicidio)

muerte de nisman


Era el tercer trabajo que iba a hacer para la agencia, pero el más importante, y como si no fuera suficiente, también era el más peligroso, tenía que ser una obra de arte, esta era la misión a la que nadie se animaba, por lo que mientras mis compañeros dieron un paso al costado, a mí no me preocupó dar un paso al frente, aunque nunca se supiera el autor, mi obra iba a pasar a la historia.
Pasó muy poco tiempo desde el cambio de autoridades, así es que los agentes teníamos tareas mucho más fáciles, seguir a diputados, jueces, fiscales, empresarios. La idea principal era la de recolectar pruebas de hechos “poco decorosos” para luego chantajearlos, o usarlos para pedir favores, a veces algo de dinero, pero por lo general, solo importaba que permitieran al poder ejecutivo llevar a cabo todas sus estafas.
Lo había tomado como un ascenso, “Jaimito” me tuvo diez años sacando fotocopias y preparando café, y como Don Oscar sabía lo que sentía por “Jaimito” se le ocurrió que me encontraba capacitado para hacer trabajo de campo y me asignó tareas casi personales. Tenía que juntar pruebas para desprestigiar a todos sus enemigos, y los de “la jefa, se puede decir que me tenía de favorito.”
Un día de enero se supo que “Jaimito” y todos los anteriores habían recolectado accidentalmente pruebas para enjuiciar a “la jefa”. No era muy complicado, la gestión anterior estaba investigando el atentado a la mutual de los judíos y por medio de grabaciones, documentos, fotos, movimientos bancarios, habían descubierto que “la jefa” los estaba encubriendo,  entonces le dieron las pruebas al fiscal de la causa, un tal Natalio. Digamos que la tenía bien agarrada, no había forma de que se pudiera escapar, tenían pruebas suficientes como para que pague en esta, y en la próxima vida.
Por medio de unas tretas que solo la jefa conocía, el poder judicial había decidido que el fiscal no iba a avanzar más con la causa del atentado, así fue que le avisaron que iba a quedar excluido, pero el hombre era muy inteligente, decidido, sabía lo que hacía, y sabía hacerlo bien, verdaderamente era un fiscal de película, podía decirse que fue el único que pudo avanzar en una investigación que desde hace veinte años venían obstruyéndola cada vez más.
Entonces Don Oscar armó un operativo, tenía que parecer un suicidio, así que no podíamos usar armas reglamentarias, teníamos muy poco tiempo, el día veinte el fiscal iba a presentar todas las pruebas ante la cámara de diputados y como si fuera poco estaba de vacaciones en el viejo continente y hacía falta traerlo. Si lo suicidábamos en  Europa, la investigación iba a caer en manos de interpol, pero estando acá, todo se resuelve entre camaradas.
Don Oscar sabía que fui el único que se animaba, pero me hacía falta por lo menos un ayudante, así que me pidió que encuentre a alguien que me secundara. Como apoyo, había conseguido la llave del departamento y había preparado todo para que esa noche las cámaras que vigilaban la calle del edificio dejen de funcionar, también iba a preparar una distracción para que pudiera escapar sin que nadie note nada extraño.
Tenía que encontrar un ayudante, así que les pregunté a todos los de la agencia si alguno se animaba, me había olvidado que este país está lleno de cobardes, pero también me acordé que hay gente que por unos papelitos de colores se olvida de sus principios y de su dignidad, así que ofrecí una recompensa, y cuando se presentaron varios “voluntarios” elegí al menos inteligente, uno recomendado por “Don Oscar”, de no me acuerdo que agrupación militante juvenil, de esta manera me aseguraba de poder manipularlo, y si hacía falta hasta podía hacer que también se suicide.
Al parecer, al fiscal no le gustó que lo dejaran fueran del caso, y decidió volver al país solo, obviamente, le mandaron un batería de amenazas de todo tipo, pero era caprichoso, o demasiado valiente. Esa semana apareció en todos los canales de televisión posibles, habló con todos los periodistas que pudo, esa fue la imprudencia, toda la gente supo lo que iba a hacer el día veinte, y “la jefa” se desesperó. Apuraron los planes para el sábado dieciocho.
El sábado llegamos temprano al edificio, entré con el coche, y mi compañero “Pancho”, decidí llamarlo así porque es más tonto y arrastrado que el papa, Don Oscar, me dijo que de alguna manera iba a sacar a los custodios para que nadie nos moleste y así fue, al llegar al decimotercer piso no había rastros de ningún animal. Saludé a las cámaras, y mis compañeros de logística me avisaron que ya no estaban transmitiendo.
Entrar fue más fácil de lo que podía imaginarme, a pesar de llevar la llave, le dije a “Pancho” que golpee, y con cualquier excusa, que lo haga salir, mientras yo iba por la puerta de servicio para sorprenderlo desde adentro, entonces “Pancho” golpeó y cuando desde adentro le preguntaron “¿Quien…?”  Él respondió “Los Mormones”, ya había dicho que era un completo idiota, pero le funcionó, el fiscal abrió la puerta, y ahí lo convenció de que era nuevo custodio, y si lo dejaba pasar al baño, así que entró, y me quedé escuchando detrás de la puerta de servicio, cuando escuché risas abrí con mi llave, saqué el arma, “Pancho” golpeó al fiscal, y este cayó. Ya lo teníamos.
Le expliqué que deje de golpear, porque el suicida no se golpea antes de dispararse, si encuentran el cuerpo golpeado, es asesinato, y los culpables que van a ir a prisión, vamos a ser nosotros, y si decíamos que “la jefa” es la autora intelectual del crimen, nosotros íbamos a pasar a ser suicidados en la cárcel. Me quedó mirando por unos momentos, y como a los cinco minutos, se le bajó la adrenalina, pidió perdón, y aunque parecía seguir nervioso, quedó un poco inmóvil.
El fiscal no estaba nada asustado, a pesar de que los mormones no son tan violentos, ya se había dado cuenta de que no era ninguna broma, aunque creía que iba salir vivo. Lo sentamos en una silla y le pedimos que nos de todas las pruebas que tuviera en contra de la jefa, pero en serio era caprichoso, a pesar de tener la mesa y el escritorio lleno de carpetas con todo lo que iba a presentar dos días después, aún decía que no le íbamos a sacar nada, daban ganas de golpearlo, pero no se podía.
Me puse guantes de goma y los anteojos, me senté en la mesa a revisar todos los papeles, y leí uno a uno todos los papeles que encontré. Estaba la presentación que iba a llevar al juzgado, también tenía la presentación que iba a llevar al congreso, tenía anotaciones sueltas, muchas fotos, y transcripciones de audios, y si bien encontré algunas cosas, aún faltaban las pruebas más importantes. En el escritorio tenía más cosas, no creo que pudiera terminar de recolectar toda la información en un día, este hombre era una máquina, verdaderamente era implacable.
“Pancho” hablaba con él, y ya me estaba empezando a arrepentir de haber llevado conmigo a un ser tan estúpido. Escuché que le decía que en Israel la pasan bomba y no paraba de reírse solo. Que Hitler se había suicidado porque le llegó la factura del gas y ya no aguanté más, le dí un puñetazo en la nariz, otro en la boca del estómago y cuando no pudo respirar lo agarré de los pelos y lo amenacé seriamente “¿O se terminan las estupideces, o se termina el estúpido?” y se largó a llorar como una niña.
Mientras el fiscal nos observaba incrédulo, y “Pancho” seguía llorando, ya me estaba poniendo nervioso, llamé entonces a mis compañeros en la central, y creo que ninguno sabía quien era verdaderamente el objetivo. Entonces tampoco les expliqué mucho, solo les hice saber que iba a necesitar tiempo para llevar toda la información, me respondieron en clave: “Proceda a liberar la patria del yugo de la tiranía capitalista”, para los que no conocen el mundo del espionaje en mi país, eso significa, maten al fiscal.
Le ordené a “Pancho” que sirviera whisky para los tres, después de darme un abrazo, se sintió perdonado y cesó en su llanto, me aflojé la corbata, y encendí un cigarrillo, le ofrecí al fiscal, y aunque no quiso fumar, sospeché que el trago le iba a hacer bien, cuando “Pancho” trajo los vasos servidos, le puse algunas gotas de “Ketoral” para darle al fiscal, y mi compañero me interrumpió otra vez con sus estupideces, que lo perdone, que es la primera vez que tenía una misión tan importante, me agradeció, me volvió a abrazar y de un trago, tomó del vaso del fiscal, me dieron ganas de matarlos a los dos y de salir corriendo del país, nunca había visto un hombre tan imbécil, verdaderamente se merece el apodo de “Pancho”.
Esta vez lo agarré de la solapa y le di bofetadas hasta que me hizo doler la mano, no me podía tocar un peor compañero, empezó a llorar otra vez, a pedir por favor que no le pegue más, y encima quería renunciar, era el colmo, para este momento el fiscal se empezó a reír de nosotros, no nos tenía respeto, ni miedo, parecíamos dos idiotas de una película cómica mala de esas de Echarri o Sbaraglia.
Finalmente bebí mi vaso de whisky, me tomé unos momentos para tranquilizarme y no seguir perdiendo los estribos, mientras el miserable “Pancho” continuaba pasando vergüenza en la alfombra del living, le pedí que me diera el arma para terminar con todo y largarnos, pero no, el muy imbécil tenía que superarse, no había traído armas porque era vegano, y estaba en contra de matar…
Saqué mi reglamentaria decidido a volarle la tapa de la sesos, el fiscal se asustó, “Pancho” rogaba para que no lo mate, y cuando estaba por apretar el gatillo, desde su silla, inmóvil, me pidió que me tranquilizara, que tome otro whisky y que hablemos, y no pude más que sentir admiración, el fiscal, sabiendo que estaba a punto de morir, aunque sea a manos de un par de ineptos, aún intentaba salvar una vida.
Del asombro que sentí, me senté a su lado y bebimos whisky juntos aunque se lo notaba nervioso, seguía siendo inteligente, se había dado cuenta de que a “Pancho” me lo habían “encajado” a propósito, mencionó a Don Oscar, “la jefa”, y antes de que me diera cuenta de lo que pasaba, él ya sabía lo que estaba sucediendo, me hizo ver que tarde o temprano me iban a agarrar, y que la muerte de él no iba a ser en vano, el atentado se iba a esclarecer, y mi estúpido ayudante íbamos a terminar presos.
Con toda franqueza me comentó que las pruebas no estaban en el departamento, que había copia de todo, y que nadie podía parar lo que se venía, de todo lo que había encontrado, faltaban archivos que estaban encriptados que ni él podía descubrir, que tenía un pibe experto en computación que era el único que podía desencriptar los archivos, pero que ni siquiera sabía de que se trataba lo que había en esos archivos. Mientras él hablaba, “Pancho” ya se había calmado, yo seguía escuchando atentamente, y admiraba la firmeza de su voz, la mirada inquisidora, verdaderamente me causaba mucha admiración, pero no quería que lo notase, así que le respondí que solo necesitaba un arma que no sea la mía para dispararle, y él, demostrando la mayor de las grandezas que pude ver en este mundo, me respondió: -Dame el celular y te consigo un arma-.
Sin quitarme los guantes tomé el celular, estaba en vibrador, tenía muchas llamadas, revisé algunas, y casi todas eran de la familia, cargué mi arma, se la puse en la cabeza y le di el celular, llamó a uno de sus contactos, y más crecía mi admiración por ese hombre. El teléfono sonaba, pero no lo atendió, creo que llamó a “Jaimito”, no estoy seguro, pero si hablaba con él, no me iba a quedar más remedio que usar mi arma, y llenar el departamento de sangre.
Entonces cambió de número, llamó a un pibe que tenía lo tenía como “Diego” en su agenda, este muchacho sí respondió, y con mucha calma, y aun insistiéndole un poco le pidió que le preste un arma, el otro muchacho no dudó mucho, pero el fiscal, tampoco lo dejó dudar, casi no le dio opción a que lo pensara, era muy hábil usando el lenguaje y los argumentos, creo si hablaba con “Pancho” hasta podía convencerlo de lo que se le antojara.
Y así, no nos quedó más remedio que esperar a que trajeran el arma. El pibe venía desde la zona oeste, lo que nos daba bastante tiempo, no sabía si iba a aguantar a “Pancho”, o si me iba a arrepentir, eran demasiadas cosas fuera de control, contratiempos inesperados, y como si fuera poco todo esto, también me había tocado un inútil en el que no podía tener confianza. Por un momento pensé en darle las gotas esperar a que se adormeciera y terminar con el trabajo, pero tenía que atenerme al plan lo más que pudiera, aunque el plan ya estaba fuera de control.
A “Pancho” le había empezado a hacer efecto el whisky con Ketoral, y se comportaba como un drogadicto de los que trabaja en el congreso, empezó a tener delirios, repetía como un loro algo de la patria grande, la patria es el otro, el general vive, Néstor no murió, y demás burradas de militante. Verdaderamente me daba algo de pena, ese pibe no servía ni para cadáver, era demasiado inútil, sospecho que hasta su coeficiente intelectual era nulo, de vez en cuando volvía a llorar y se quejaba de la dictadura, me tenía la paciencia muy agotada.
El fiscal continuaba observando, por momentos hasta se reía de las monerías de mi ayudante, y creo que no perdía la fe en salir vivo de todo esto, pero no podía descifrar cual era el plan que tenía, me pidió otro trago de whisky, y nos dijo que cuando llegue Diego, él se iba a encargar de que deje el arma y se vaya rápido, mientras, podía dejar dormir a “Pancho” y muy cortésmente me pidió que prepare café.
En el transcurso de la tarde, los de la central me llamaron para ver si ya estaba cumplida la misión, tuve que explicarle los contratiempos, y como sospechaba que Don Oscar estaba escuchando, mencioné indirectamente las faltas de mi compañero, como para que notara que ya sabía que me lo habían encajado a propósito, y también les hice saber que la misión la iba a completar, pero que era bastante difícil que salga que la habían planeado, por lo que todo lo que vaya a improvisar queda a mi criterio, y no esperaba aceptar nuevas órdenes de nadie.
Después de tomar el café, estábamos todos más “resignados”, bueno, todos no, el fiscal y yo, “Pancho” no tenía noción de nada estando normal, y en ese momento, bajo los efectos del “Ketoral”, mucho menos, en menos de lo que esperábamos, llegó “Diego”, escuché que había alguien más con él, quizás escuché la voz de uno de los custodios, pero cuando el pibe entró, sentí el ascensor que se iba nuevamente del piso, y con él se iba esa voz.
El muchacho, no tenía mucha noción de armas, pero permanentemente observaba al fiscal, era como que notaba que algo andaba mal, mientras le explicaba como usar el arma, se interrumpía solo preguntando por la vestimenta del fiscal, como si no fuese normal vestirse con bermudas y camiseta blanca… Desde mi posición  podía dispararle a ambos, y parece que el fiscal sabía que sentía muchas ganas de terminar con el operativo lo más rápido posible. Y aun así, habló algunas cosas como para que el muchacho no sospechara más, hasta que “Pancho” quizás arruinaba todo con uno de sus ronquidos, el pibe pareció no notar nada, pero el fiscal lo escuchó muy bien, entonces se deshizo de “Diego”, y volvimos a quedar los tres nuevamente.
A este momento ya no había ni marcha atrás, ni arrepentimientos, ni perdones ni rencores, cuando sea el momento, lo único que puedo decir en mi defensa, es que estaba cumpliendo con mi trabajo, como si eso pudiera justificar mi comportamiento, y lo que era peor, es que me estaba convirtiendo en uno de ellos, no estaba cumpliendo con mi obligación, solamente estaba cumpliendo los caprichos de “la jefa”, uno de los tantos, como si en doce años no hubiese tenido tiempo de hacer todas las maldades que pudo, como si no fuese suficiente tener conciencia de que hizo pasar hambre a todo su pueblo, ahora también necesita quitar más vidas, se cree Cleopatra, Catalina “La grande”, y no es mejor que una babosa, y necesita de mí, para sentirse importante, y yo necesitaba perder mi dignidad para que ella consiguiera su propósito.  
Tuve la idea de que “Pancho” podía servir para algo y decidí revisarle sus bolsillos, y no me equivocaba, tenía una bolsita con cocaína, la misma que le llevaba todos los días al congreso a todos los partidarios de “la jefa”, y con mi falta de experiencia, me pude meter un par de líneas sin problemas, así iba a tener el valor que estaba perdiendo minuto a minuto, y podría continuar con la misión.
Le ofrecí al fiscal su último deseo, y suspiró, su respuesta no me pareció para nada extraña, me pidió que le haga saber al mundo que, como dicen ellos, su última frase fue: “Será justicia”. “Pancho” empezaba a despabilarse, y prometió no hacer más chistes sobre judíos, me dijo que él iba a hablar con “Maxi”, el hijo de “la jefa”, para que nos perdone, pero que no lo matemos, insistía de una forma exasperante, decía que tenía cara de buena persona, que seguro le da monedas a los mendigos cuando toma el tren, y que le debe dejar el vuelto a los bolivianos de la verdulería.
Le di whisky con el “ketoral” al fiscal, una buena dosis, y esperé a que le hiciera efecto fumando, y observando por la ventana, y estando drogado como me encontraba continuaba imaginándome los sucesos futuros inmediatos, como si estuviera planificando en mi mente, o quizás buscando una forma de salir corriendo de ese lugar y dejar que encierren a “la jefa” y todo su séquito, pero no podía, tenía que hacerlo, este trabajo era muy importante, significaba vacaciones de por vida, lo que iba a ganar nunca lo iba a poder terminar de contar, con la voz firme y decidida llamé: “¡Pancho!”.
Puso toda la resistencia que pudo, tenía fuerza, era más alto que nosotros, así que entre los dos, lo tomamos de los brazos y lo llevamos al baño, entre sollozos nos pidió que nos olvidemos de todo, nos ofreció protección, nos pidió que no le hagamos daño a su familia, pero ya era muy tarde. Mientras “Pancho” lo sujetaba, le hice una toma para que quede de rodillas, puse el arma en sus manos, y las conduje a su sien, le dije a mi torpe ayudante que se aparte y le hice apretar el gatillo. Salpicó muy poca sangre, y lo recosté en el baño de manera que trabe la puerta si alguien la quisiera abrir.
Salimos del baño con el trabajo hecho, y como estaba muy agotado me dejé caer en el sillón, sentado pude ver como el inútil de mi compañero no paraba de hacer estupideces, y nuevamente se tomó otro vaso de whisky con “Ketoral”, pero me sonreí para mí, y decidí hacer lo mismo, quizás la droga me ayudaba a relajarme,  y sí funcionó, nos dormimos ambos un rato, hasta que nuevamente me llamaron de la central, les confirmé que el trabajo ya estaba hecho y me avisaron que en unos minutos nos vendría a buscar un auto.
Cuando llegó el coche, noté algo extraño en la mirada del chofer, me hizo una seña mirando a “Pancho” y le respondí, entonces al cabo de unos metros, lo bajamos del auto, lo rociamos con combustible, y así terminamos con el recomendado por “Maxi”, luego me dejaron en el aeropuerto, y me fui del país, los siguientes sucesos ya todos los conocen…



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