jueves, 28 de noviembre de 2019

El asesinato del fiscal Natalio (La verdadera historia de una falsa investigación)





Muerte de nisman


⚖️ La noche del fiscal

Era 17 de enero. Esa noche, densa y húmeda, había tentado al azar… y no me hice millonario. Cuando ya no tenía nada en los bolsillos, caminé hasta el Falcon, me puse el uniforme y calcé mis zapatos.
Escuché un poco de cumbia para animarme y salí a dar unos pasos, como buscando consuelo. Las prostitutas eran una tentación a la entrada de la villa —aunque todas eran menores de edad—. Sin detenerme, terminé paseando por el barrio más exclusivo de la ciudad. Me apoyé en la baranda de un dique antiguo y, con ganas, arrojé al agua el libro:
“Método infalible para ganar en el casino”.

El calor era violento. Con la depresión de quien solo le queda el orgullo por su labor, continué con pasos pesados. Hice unos metros… y el azar tenía algo preparado para mí.

Vi a dos masculinos con traje, de corte propio de un servicio secreto, rociando con combustible a un NN (persona no identificada). Me camuflé para estudiarlos y evitar el peligro. Como policía —y orgullo de la fuerza— podría haberlos enfrentado, pero no conocía la situación.

Con precaución, me acerqué y escuché uno decir al NN:

—Te interrumpimos el polvo, pero el fiscal se va feliz.

Sonrió de forma socarrona.

Pensé que el NN era un cabo suelto. Llamé al servicio de emergencia, di la ubicación y corrí unos metros. Miré la fachada: “Torre Le Parc”.

Cuando iba a contactar al comisario, llegó una combi sin patente, de la que descendió el secretario nacional de seguridad, hablando por celular. Varias patrullas lo escoltaban. Aquella era mi oportunidad.

De forma natural y decidida, me acerqué a la combi y descargué junto a la comitiva. Entramos al edificio. En el ascensor, el secretario dijo:

—Acuérdense bien lo que hablamos… Llamaremos a una fiscal amiga que ya está al tanto… cuando llegue, tiene que encontrar el cadáver del fiscal más famoso del país.

Tomó su celular y dijo:

—Ya estamos entrando… quédate tranquila, Cristina, te tengo al tanto…

Al llegar, la puerta estaba cerrada. El secretario exclamó:

—¡Qué pelotudos!
—Vayan a traer un cerrajero de confianza, que no pregunte nada… no quiero tener que bajar a nadie más…

Mientras esperábamos, el secretario continuó hablando:

—No señora, la persona que nos hizo entrar ya no existe… la puerta quedó cerrada desde adentro… ahora viene el cerrajero… conviene que la madre vea que “es normal”, que no tenemos nada que ver…

Se escuchaban gemidos dentro del departamento… al fin, el cerrajero abrió.

El secretario, con tono repulsivo, entró primero al baño. Salió y dijo:

—Todavía se está muriendo el judío este… revisen todo, no quiero ni un post-it que mencione a Irán, ni a la jefa, ni a nadie de su entorno…
—A trabajar —finalizó con un aplauso.

Cada uno tuvo una tarea: revisar la notebook, el celular, los archivos; yo me encargué de guardar pruebas del fiscal agonizante. Mis colegas “limpiaban” la escena, pero el edificio estaba saturado de cámaras de seguridad.
Fotografié las camaras vigilando. Hice señas en código morse con mi encendedor pidiendo ayuda.

Llegaron otra combi y autos. Esperamos. Tomamos café. El secretario no soltaba el celular:

—Cristina: se está muriendo… limpiamos… no dejan cabo suelto… ahora empieza el circo… los iraníes están contentos…
—“Vos me cuidás a mí, yo te cuido a vos…”

Después llegó una mujer mayor (la madre) y el cerrajero entró por la puerta de servicio. Al abrir, todos mostraron asombro y dolor. Llamaron a una ambulancia. Era desgarrador ver a una madre descubriendo esto.

El fiscal estaba golpeado, nariz rota, con un orificio de bala en el parietal (atrás hacia adelante). La sangre recorría el baño.
Claramente, fue asesinato por al menos dos personas (para trabar la puerta). En la escena, el forense fingía trabajar mientras contaminaban todo.

Una colaboradora fue a peinarse frente al espejo… con el cadáver presente. El secretario ordenó a la fiscal que se recluyera en la cocina.

Entré al baño, observé el cuerpo y las manchas de sangre. Estaba claro: no fue un accidente.

Nunca había visto tanta corrupción impune. Me dolía el pecho, me avergonzaba.
Pensé en el NN rociado con combustible. No podía dejar las cosas así. Algo debía hacer.

En la cocina, la fiscal jugaba Candy Crush con el celular. Al sentir mi presencia, sus ojos reflejaban un solo deseo: dinero. Entonces escuché por el radio:

—Ya está todo quemado… espero instrucciones… cambio.

Apagué el radio. Sin despeinarse, la fiscal dijo:

—Por mí, no se preocupen…

Todo estaba perdido. La injusticia ganaba… una víctima era el precio de la impunidad. El aparato corrupto había cubierto este asesinato.
Las cámaras de la calle guardaban todo… pruebas estaban ahí, pero alguien tendría que hacerlos pagar.

Supe que la autora intelectual era esa Cristina. Los demás eran cómplices, pero el autor material… desconocido.

Volví a casa sin que nadie notara mi ausencia. Tomé una pastilla relajante, me acosté y dormí…
Esa noche soñé con el fiscal pidiendo ayuda, la fiscal riéndose, el repugnante rocío de cocaína, el NN rogándome socorro.
Fue un sueño doloroso.

Al despertar, encendí la TV:
“El fiscal que investigaba el atentado a la AMIA apareció muerto”.

Corrí a la comisaría y conté todo al comisario. Su respuesta fue:

—Lamento que hayas estado allí…
—Lo mejor ahora es pedir tu traslado al interior, donde no te encuentren más.

Y ahora estoy en un pueblo que no figura en los mapas, donde sólo Dios me conoce. Aquí observo cómo la injusticia continúa… allá, en la capital.



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lunes, 25 de noviembre de 2019

El síndrome de Chacho Alvarez

EL HUMOR QUE NUNCA SE VA...


📚En mi juventud, no fui solo un incomprendido —aunque a la RAE le moleste—. Había aprendido de un señor llamado Voltaire que, cuando las leyes son injustas, lo correcto es desobedecerlas. Y así, por mucho tiempo, me dediqué a estar en contra. Pero en mi época, cualquier engendro podía estar en contra de cualquier cosa, y como yo no iba a ser menos, llegué a estar en contra hasta de estar en contra.

Entraba a la peluquería y decía:
—No me quiero hacer un corte—.
Y luego me lo hacía yo mismo, frente al espejo. Así funcionaba mi vida.

En un momento encontré una mujer que creí podía ser mi compañera. Me hablaba de amor, y entonces, con la voz más rebelde que me salía, le decía con toda convicción:
—No quiero enamorarme—.
Acto seguido, teníamos relaciones extremadamente rebeldes, en contra de todos los mandatos sociales.

Intenté con la música, pero aprendí demasiado. Se puso de moda el punk, y descubrí que no hacía falta saber música para tocar. Luego vino el hip hop, y aprendí que ni siquiera hacía falta tocar para hacer música. No me quedó más remedio que dedicarme a otra cosa.

En mi búsqueda, necesitaba elevar mi mente, aprender lo suficiente como para tener una idea de lo que quería hacer con mi vida. Sabía que mi destino era el arte. Probé con la escultura, pero ni siquiera pude preparar bien el yeso. Intenté con la pintura, pero no me salía ni copiar un dibujo abstracto. Luego vino la danza, y tendría que escribir otra historia para relatar semejante fracaso estrepitoso. Nada de eso era para mí...

Fue entonces que mi padre me dio el mejor consejo de su vida:
—Si no servís para nada, andá al psicólogo a ver qué estupidez tenés—.
No puedo explicar el giro que eso le dio a mi existencia.

Empecé a hacer terapia. Organicé algunas cosas, pensé con claridad, me deshice de malos hábitos, adquirí otros… y en cada sesión llevaba anotado, en mi cuaderno, todo lo que había hecho en la semana. Así descubrí que las letras tenían un atractivo especial para mí. Empecé a leer a los grandes filósofos, tomar notas, razonar, escribir.

Y la luz llegó. Lo que padecía —eso de rebelarme contra la rebelión— no era otra cosa que el Síndrome de Chacho Álvarez. No, no es mi nombre. Ese señor fue el primero. Estaba tan en contra del sistema que fundó un partido político... y luego renunció después de ganar. Todo un ejemplo de liderazgo involutivo.

Así conocí mi pasión por las letras. Devore libros de autores que no solo hicieron historia con sus relatos, novelas, cuentos, obras de teatro, y poesías, sino que además me fascinaron por su vida, su narrativa, su prosa, hasta por las portadas.

Comenzó mi aventura literaria. Escribí de todo: ensayos, textos científicos, tesis, cuentos, poesía, artículos, y hasta novelas. En mis textos había de todo: romance, aventura, acción, comedia, misterio, crimen. Mi mente no tenía límites. No podía parar de crear contenido.

Me faltaba algo más: concursos. Me presenté en la editorial Losada, Bruguera, Argolla... en casi todos los concursos, algo mío estaba ahí. Recibí comentarios variados: “Genio”, “Trovador”, “Imberbe”, “Ingnoto”, y mi favorito: “Tomatelas”. Para mí fue suficiente.

A pesar de todo eso, no gané ni uno, ni por sorteo. Los concursos no eran aptos para mis escritos. Pero yo ya estaba enamorado de las letras. La literatura era mi vida. Era lo mejor que me había pasado. No podía concebir la existencia sin las letras. Y como no las quise abandonar...
Me hice crítico literario.