Ya no encontraba el límite entre tantos excesos: alternativas cibernéticas y realidades obtusas se entremezclaban como si el mundo hubiese olvidado la diferencia entre lo posible y lo absurdo. Tomé mi maleta —ligera de certezas, cargada de anhelos— y, cansado de verdades, salí a buscar una fantasía que pudiera alimentar mi corazón.
Giré la rueda
del destino como
un jugador sin fe,
y fue ella quien me llevó a cruzar ese pequeño charco, que separa
el sur de América
con Europa,
tras los pasos de un bufón
loco al que, por
alguna razón, nunca quise cuestionar y que siempre siempre estuvo,
aunque nadie lo supiera, presente
en Buenos Aires,
a mi lado.
Juntos atravesamos paisajes
nunca antes vistos,
donde el contraste
con lo conocido nos obligaba a dudar del propósito
mismo del viaje. Nos cruzamos con personajes
salidos de leyendas:
héroes
que, sin ocultar su humanidad,
despertaban simpatía
en lugar de obediencia,
y seguidores
que buscaban en ellos algo más que gloria.
Los peligros
y los misterios
nos acecharon con sus disfraces
milenarios, y más
de una vez estuvieron cerca de vencernos. Pero también tuvimos la
dicha de encontrar amigos
valientes,
colegas de ruta
que entregaron su existencia en un simple renglón para que nuestra
odisea
pudiera continuar.
Un abanico de emociones
secretas nos
reveló que el viaje tenía, al menos, un sentido
oculto. Aunque no
conocíamos su final, cada paso que dejábamos atrás nos arrastraba
hacia recuerdos
de aventuras
anteriores, como
si los universos
se hubieran fundido, atravesándonos por completo y poniendo en duda
nuestra cordura.
El bufón
loco me ofreció
su mano. Las imágenes
comenzaron a girar a nuestro alrededor, como si un nuevo universo
de visiones
naciera entre nosotros. Él sabía —lo supo desde el principio—
que esos recuerdos
que nos seguían no eran meras sombras, sino un mapa
trazado en prosa
poética,
guiándonos hacia un lugar al que muy pocos terrícolas
han tenido el privilegio de llegar.
Nos hicimos amigos.
Compartimos silencios
y desvaríos,
situaciones que la ciencia llamaría dramáticas,
y aventuras
que rozaban lo intangible,
mientras el tiempo
se deshacía en instantes efímeros que parecían eternos.
Ninguno de nosotros quería
perderse la próxima historia.
Él era una fantasía
que por momentos era un drama
distópico
cargado de fantasías
que trasladaba a los habitantes de este planeta a mundos
inimaginables; y
mis cromosomas y neuronas estaban acostumbradas a tragicomedias
pseudo filosóficas
que desafinaban ante la bien orquestada ciencia.
Pero un día, el bufón
me pidió algo: que regresara.
Que volviera a la realidad
obtusa, a esa
fantasía
que había dejado atrás, y que invitara al resto de los mortales
a subirse a este viaje
junto a él. Puedo afirmar que nuestros destinos
quedaron enlazados a través de esos pequeños signos
lingüísticos
que abren mundos, que nuestras influencias
ancestrales no
fueron tan fuertes como para separarnos, y que aprendimos uno del
otro hasta no saber cuál de los dos era la mala
influencia.
Lo único que se necesita
es un corazón
abierto y una
maleta
donde guardar todos esos momentos
que, de tan intensos, se vuelven imborrables,
y dar vuelta a esta página para adentrarse a todos esos universos
que me gustaría compartir con ustedes...
(Prólogo del libro publicado por Ramiro Luis Álvarez Moreno, 2025)